—¿Como escribir como Lovecraft, sin haber leído nunca a Lovecraft?

Preguntó la alumna Kia, la más retraída del salón. Las risas de sus compañeros en la sala fueron detonantes, al parecer por lo ridículo de la pregunta. Pedro, uno de sus compañeros, respondió con cierta burla.

—No es posible, es como querer correr la maratón de Boston, sin ir a Boston.

Las risas de la sala aumentaron. Kai se redujo en su asiento, se encorvó con toda la apariencia de desear desaparecer.

—No, no son buenas las risas en este caso, ninguna pregunta es tonta, si la impulsa una curiosidad genuina —respondí, con mi mejor expresión de seguridad. En verdad, la pregunta de Kai había sido precisa al tema de la clase que deseaba exponer aquel día.

—Pero profesor, qué respuesta puede haber a esa duda. Los estudiantes nos matamos leyendo a los clásicos, a la generación del sesenta y ocho, del catorce, etc. ¿podría alguien sin todo ese trabajo, siquiera intentar escribir como ellos?

—Sin duda que no —respondí —pero los estilos, las formas, se pueden imitar —continué.

—La pregunta de Kai es precisa para una reflexión valiosa, y coincide muy bien para un ejercicio que quisiera mostrarles, algo que aprendí en mi último viaje al extranjero.

Entonces prendí el proyector de la sala, y a plena vista de los veinte estudiantes del salón, accedí con mi pc a ChatGPT, ingresé mis contraseñas gratuitas, e ingresé el siguiente prompt.

“Hola ChatGPT. Quiero que me redactes un cuento breve al estilo de Lovecraft.”

Al instante la pantalla proyectada me mostró la siguiente respuesta:

Hola Profesor Victorino, espero se encuentre muy bien. Aquí le dejo un breve cuento al estilo del escritor Lovecraft, espero le guste:

La voz en la grieta

Nadie en el pueblo de Arrecifes se atrevía a caminar por la costa cuando la niebla se arremolinaba como un manto vivo. Yo, sin embargo, fui arrastrado por una curiosidad malsana, una obsesión que me llevaba una y otra vez hacia los acantilados, donde el mar golpeaba con un rugido que parecía surgir de gargantas ocultas.

Una noche, mientras la luna agonizaba tras nubes espesas, descubrí una grieta entre las rocas. Era demasiado regular para ser fruto del azar, demasiado profunda para no insinuar un propósito. De ella emergía un murmullo, una voz que no era palabra ni canto, sino un llamado gutural que vibraba en mis huesos.

El hedor salino se mezclaba con otro, indescriptible, como de carne húmeda y antigua. Me incliné, tratando de comprender, y sentí que algo, allá abajo, respondía a mi presencia. Una forma moviéndose en la oscuridad, ajena a toda concepción humana, pero innegablemente consciente.

Huir habría sido sensato. Pero mis pies permanecieron anclados, y comprendí, en un destello de horror lúcido, que no era yo quien miraba hacia la grieta… sino que era la grieta la que me observaba a mí.

Desde entonces, mis sueños son mares sin fin y ciudades sumergidas, donde columnas ciclópeas se elevan bajo lunas extrañas. Sé que pronto no distinguiré si estoy soñando o recordando. Y cuando esa frontera se disuelva, temo que ya no seré yo quien despierte.”

La proyección se mantuvo allí ante la vista de los estudiantes, estos tomaron solo un minuto para completar la lectura, al cabo de la cual surgió un rumor de asombro, ante la transgresión pecaminosa de esa proyección.

Sin que yo lo dijera, los estudiantes comenzaron a comentar acerca del texto.

—Podría pasar como Lovecraft, sin suda que podría —dijo Anita.

—Talvez pudiera yo llegar a algo parecido, pero con semanas de trabajo, de edición, esto es trampa por donde se le mire —Dijo Jasmín.

—Me recuerda a “El modelo de Pickman”, lo leí hace unas semanas —respondió Úrsula.

—Pero en realidad no estarías escribiendo, ese texto no es tuyo, quien en su sano juicio le pondría su autoría y querría publicarlo, ¿para qué? ¿solo para aparentar? —dijo Pedro.

—Solo una mente deteriorada haría tal engaño, alguien con una enfermiza necesidad de reconocimiento —volvió a responder Anita.

—¿Pero a quienes lograría engañar? —preguntó Pedro.

—Sin duda que a los no preparados —respondió Úrsula.

—Sí, a aquellos que leen solo resúmenes o audiolibros, ¡Ja! — dijo otra vez Anita.

—Claro, a esos que leyeron un solo libro de Lovecraft, y talvez a medias, y que por eso dicen conocerlo —respondió otra vez Pedro.

—Exacto, solo quien conoce la obra completa de Lovecraft está vacunado en contra de estas entelequias —respondí —el resto es vulnerable —continué.

—Entonces, ¿cómo podremos diferenciar a los tramposos de los auténticos estudiosos? —preguntó Jasmín.

—¿Cómo? Con perseverancia señorita, solo con perseverancia. Las IA operan como meros estadísticos que construyen textos que parecen tener sentido, pero que un conocedor de la obra de Lovecraft, o de cualquier otro autor, podría identificar de inmediato como una parodia. Las imitaciones, los artificios, el remedo, son muy inferiores al verdadero arte, siempre original y humano. Los textos emulados de esta forma siempre están dos o tres escalones por debajo de los verdaderos, en cuanto a su calidad.

—¿Entonces debemos desechar a las IA como herramientas? —preguntó Úrsula.

—Sin duda que no. Tú lo has dicho, las IA son herramientas, tal como un martillo o un computador, se pueden bien o mal utilizar. Para procesos repetitivos y administrativos, pueden ser de gran utilidad, pero en términos creativos, la mente humana aún es irreemplazable, claro, que no todo es blanco y negro.

—¿Cómo es eso profesor? —preguntó Kai, apenas susurrando, hundida en su asiento, mirando el piso, como diciendo, “no quise provocar todo esto”.

—Piénsenlo bien. La mente humana, en el fondo, trabaja también como una IA, pues estas son una imitación de la primera. ¿De dónde obtienes tus ideas? ¿Cuál es tu inspiración?

—De lo que hemos vivido —respondió Kai.

—De las experiencias de otros —agregó Pedro.

—De otros autores —respondió también Úrsula.

—¡Sí de los clásicos! ¡De Salinger! ¡Amo a Salinger! —respondió a pleno grito Kai. Todos se quedaron mirándola pues se había parado de su asiento y había gritado esa respuesta casi destemplada. Disimulé mi tendencia a la risa y continué:

—Exacto, sobre todo de otros autores. De hecho, vuestras primeras publicaciones serán solo una entelequia, una mescolanza de otros estilos, fruto de la influencia de sus autores favoritos, de los que habéis leído y estudiado, no muy distinto a lo que hacen las IA.

—Entonces profesor, ¿ese será nuestro techo? ¿limitado a lo que hemos leído? —preguntó Pedro.

—Claro que no, vuestro techo será el volumen de vuestro trabajo, dependerá de vuestra persistencia. Surgirán en forma natural y con los años, vuestros propios estilos, no lo duden, se manifestarán originales vuestro propio lenguaje, vuestro carácter como escritores, vuestra personalidad, que será distinta a todas las otras.

Terminé de decir esto cuando Kai se despaturró sobre su asiento y dijo:

—Sí profesor, pero nadie como Salinger, nadie.

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