Informe médico.
Sujeto: John Denver, #34243
Mi nombre es Henry Tower, psiquiatra del sanatorio Langley Porter, en San Francisco.
Todavía sigo conmocionado por el testimonio de mi último paciente, John Denver.
Después de casi un medio año en coma, despertó en un estado mental muy deteriorado.
Su diagnóstico era el de esquizofrenia paranoide, un tipo de enfermedad mental con el que el sujeto experimenta e, incluso es capaz de ver, cosas extrañas y ajenas a la realidad.
John me fue asignado con la intención de realizar un tratamiento para devolverle la cordura mediante hipnosis regresiva, mi especialidad. Tuve éxito, dando al sujeto un medio de explicar lo que realmente le había sucedido para acabar en ese estado.
Maldita la hora en la que lo conseguí. Sigo conmocionado por las espeluznantes e irreales confesiones que realizó aquel hombre.
Voy a intentar elaborar el informe final de todas aquellas sesiones. Seguro que ustedes podrán discernir más que yo a lo que se enfrentó aquel agente del FBI en las postrimerías de 1941 que, a ojos de la comunidad científica, no tiene base real ninguna.
Solo espero que sean divagaciones de una mente trastornada…
Sesión 1: 23 mayo 1942
“Mi nombre es John Denver. Harry y yo perseguimos el coche de unos sospechosos tras dejar un cementerio donde han saqueado una tumba. Decidimos no detenerlos para que nos llevasen al resto de la banda, pero nos descubren y aprietan el acelerador. Comienza a llover y es difícil alcanzar al Buick negro. Los limpias no dan abasto para desalojar la cortina de agua que está cayendo. Un trueno ilumina la escena y, magnificado por el agua en el cristal, me deslumbra. Consigo mantener el coche en la calzada, pero el otro conductor no tiene la misma suerte. El Buick sale de la carretera y cae por un terraplén.
Desciendo la corta pendiente junto a Harry hacia el coche volcado. Las luces de los faros alumbran al vacío dando constancia del aguacero que me está calando hasta los huesos.
Me encaramo en el lateral del conductor y abro la puerta con cuidado. Las gotas repiquetean en la chapa del coche, levantando volutas de humo producto de la condensación. La escena en el interior es dantesca. Un tipo de aspecto oriental yace en el asiento del copiloto, con el cuello en una posición imposible. Sus ojos miran a la nada. El conductor pende del cinturón. En la mano porta un revólver del 38 todavía humeante. Tiene un orificio de salida en el parietal izquierdo. Ambos tienen tatuado un símbolo en forma de triángulo con una media luna encima en el brazo.
Recojo un porta-documentos y una pequeña bolsa de esparto y volvemos a la comodidad del Chrysler.
Inspecciono los documentos y la bolsa. Esta alberga un libro antiguo, desgastado, con un título en un idioma raro, como si fuera un manuscrito encuadernado hace siglos.
Hay varios documentos. Todos tienen el membrete de una compañía llamada New World Incorporated (NWI). Son permisos de carga para un buque llamado New Caledonia. Todo está firmado por un tal Robert Chandler, que parece el Director de la Compañía.
Otro documento es un cheque por 2000 $ al portador, así como instrucciones para localizar una tumba, la de un tal Dr. Dieter Heinman.
Guardo de nuevo los documentos y apoyo la espalda en el asiento, contemplando los extraños dibujos que el agua crea en el parabrisas. Enciendo un pitillo y reflexiono. Debemos investigar al Dr Dieter Heinman y el estraño tatuaje. Harry se va a casa a descansar.”
Vuelvo a la oficina para buscar en los archivos el nombre de Dieter Heinman. Me suena mucho.
Sigue lloviendo copiosamente. La tormenta es cada vez más violenta, con rachas de viento que mueven los árboles como si fueran briznas de hierba. A esas horas no queda nadie en el edificio federal de la séptima.
Accedo a mi despacho empapado. La luz no funciona. Debe haber un apagón. Enciendo la linterna y me sumerjo en los papeles del archivo.
El Dr. Heinman era un científico alemán exiliado de su patria. En los años 20 trabajó en nómina de la NWI para investigar sobre armamento. Es raro. Faltan documentos. Una nota indica la retirada del material Alto Secreto. Está firmada por el director de la agencia, el mismísimo Edgar Hoover.
Algo pasa aquí.
Vuelvo con mi mujer y mi hija. Mañana seguiremos.
Sesión 2: 24 mayo 1942
“Las pesquisas sobre el tatuaje nos llevan al “Loto Eterno”, un antro de mala muerte en plena China Town. Nos dirigimos al local. Es de día y el bar está casi desierto. Llamamos la atención del tipo calvo tras la barra y le preguntamos por el tatuaje. Afirma no saber nada. Mi compañero me advierte sobre un cuadro en una esquina, tras la mesa de billar. Se ve claramente el mismo símbolo del tatuaje y un nombre: La Hermandad del Loto Eterno. Parece que el barman no ha dicho toda la verdad. Volvemos a la barra, pero ha desaparecido. Hay una puerta semi escondida entre unas cortinas. Bajo la atenta mirada de un par de asiáticos de una mesa envuelta en humo de tabaco, nos adentramos en el pasillo, iluminado de rojo. Seguimos hasta una puerta cerrada con llave. La reviento de una patada. Desenfundamos y bajamos los estrechos escalones hacia la oscuridad. Enciendo la linterna. La escalera desemboca en un amplio salón. Localizo el interruptor de la luz. Vemos un par de sofás llenos de manchas de diversos colores y una mesa llena de hierbas, posiblemente opio.
Registramos el sótano. Una puerta escondida tras un armario desvencijado lleva a otra estancia: una oficina austera, con banderas chinas y símbolos de la Hermandad por todos lados. En los cajones hay revólveres y papeles. Uno de ellos llama nuestra atención. Lleva el membrete de la NWI. Es una anotación con una fecha: 7 Diciembre de 1941, eso es pasado mañana, y las coordenadas de una ubicación.
—Han llegado demasiado lejos, señores —escuchamos a nuestras espaldas. Es un tipo alto, con la piel cetrina y una cicatriz en la cara que termina en un parche negro en el ojo izquierdo. De rasgos asiáticos, tiene un aspecto extraño. Su cara está aplanada, sin apenas nariz. Las orejas son de un tamaño mínimo. Recuerda vagamente a la de un pez. Su voz es gutural y casi no gesticula los labios al hablar—. Su viaje termina aquí.
Le acompañan 5 tipos más de aspecto asiático, armados con puños americanos, bates de beisbol y navajas. Todos llevan tatuado el símbolo en el cuello.
Miro a mi compañero y pienso en Rachel y Stephanie, mi hija. Siento que no las veré nunca más.
Solo necesitamos un gesto para decidir……vaciar los cargadores. Matar o morir.”
Sesión 3: 25 mayo 1942
“Todo es muy confuso sobre lo que ha pasado. Recuerdo destellos fugaces de aquella escena, pero siento que mi mente quiere protegerme de aquello. Eliminarlo para siempre de mis recuerdos.
Creo que vaciamos los cargadores sobre aquella chusma. Pero algo no fue bien. Aquel asiático de piel impenetrable. No moría. Recuerdo su sonrisa irónica, maliciosa, extraña, antinatural…
Todo se vuelve negro.
Despierto con las manos atadas a la espalda. Estoy solo. Tengo la extraña sensación de que estoy muerto, pero mi aliento exhala vapor. Hace frio. Grito mientras el eco de mi voz rebota en las paredes metálicas de la prisión. Parece un contenedor. Huele a mar y un leve balanceo me hace sospechar que estoy en un barco. La cabeza me va a estallar y tengo sangre seca en mi ropa.
La puerta se abre y entra un tipo de aspecto asiático, con las ropas mojadas. Fuera hay una tormenta. El viento ruge a través de la entrada. El carcelero me lleva afuera. Siento la humedad y el sabor a sal. Las ráfagas de viento nos tiran al suelo. Es difícil avanzar. Es de noche y, efectivamente, estamos en un barco. No se ve nada más allá de la iluminación de cubierta.
A duras penas llegamos al puente. Ahora veo mejor dónde estoy. Es un carguero lleno de contenedores. Puedo ver su nombre en la cabina de mando: “New Caledonia”.
Cuando llegamos a la barandilla de acceso al puente, mi captor se separa durante un instante. Quizá sea la oportunidad que necesito. Decido…embestir al tipo para tirarlo por la borda.”
Sesión 4: 26 mayo 1942
“Veo como el cuerpo de aquel secuaz se pierde entre el oleaje espumoso que impacta contra el armazón del buque. Busco alguna chapa cortante y me libero las manos. Estoy empapado y tengo frio. Justo antes de entrar en la cabina principal, me parece ver una tenue luz en el horizonte. Cierro la puerta tras de mí y recupero el aliento con el oído atento a cualquier sonido. Escucho gritos muy abajo. Hay un pasillo débilmente iluminado. Nadie a la vista. Avanzo hasta unas escaleras de metal que descienden a las profundidades de aquel armazón de acero cuyo eterno vaivén amenaza con desquiciarme por completo y acabar de vaciar mi estómago. No queda otro camino. Las escaleras desembocan en otro pasillo, casi a oscuras. Los gritos provienen del final del corredor húmedo. El eco amplificado de aquella garganta ronca por el esfuerzo penetran en mi cerebro. Acelero el paso.
Al final del pasillo se abre un espacio vacío que conecta con varias puertas que lucen amplios ojos de buey. Me acerco con sigilo para intentar ver algo a través de ellos. En la primera, un tipo de aspecto similar al que me deshice arriba monta guardia delante de otra puerta. No me ha visto. Me deslizo a la siguiente y mi corazón se acelera. Algo no va bien. Veo una especie de laboratorio, con camillas y mesas con artilugios raros. Una rabia se apodera de mi cuando veo al asiático inmune a las balas, allí, de pie, junto a otro personaje con uniforme militar que, al darse la vuelta, confirmo que es japonés, de la marina imperial. ¿Qué hace allí?
Mi mirada deambula por aquel antro hasta que lo veo y entro en shock. Entro en un túnel de locura donde solo veo al cuerpo atado con correas a la camilla. Gritando, sangrando por los ojos y con la piel quemada, sin camisa y con un artefacto adherido a su cabeza. Es Harry, mi compañero. Siento como mis piernas se debilitan y quedo sentado al lado de la puerta, con la mirada vacía. Intentando desechar todo aquello. Queriendo salir de la pesadilla y despertar con Rachel a mi lado y Stephanie saltando en la cama.
Oigo gente que se acerca. Me activo de nuevo, gracias a mi entrenamiento, a mis días en la trinchera cuando apenas era un muchacho. Mi cerebro busca una salida, debo….buscar una radio para pedir ayuda.”
Sesión 5: 27 mayo 1942
“Me escabullo por la otra escalera y subo al puente. Cuando cierro los ojos veo a Harry sufriendo, muriendo. Sus gritos resuenan por todo el barco y en mi cabeza. Me va a estallar. Mi vista se nubla por el dolor. Delante de mí tengo el acceso al puente. Ahí debe haber una radio. Por los ojos de buey compruebo que está amaneciendo. La luz de la mañana infunde fuerzas en mi alma. Abro la puerta con fuerza y entro a la cabina dispuesto a luchar con quien sea. Hay un tipo de espaldas, quieto y manejando el timón. No me lo pienso. Voy hacia él y le golpeo con fuerza en la espalda. El hombre cae. No se mueve. No me creo que tenga tanta fuerza. Lo examino. La piel pálida, con un tono morado. Este hombre ya estaba muerto. ¿Qué está pasando aquí?
Miro al horizonte. ¡Tierra! ¿Dónde estamos?
En los mapas de navegación encuentro nuestra posición. ¡Estamos en Hawái!
Localizo la radio y me pongo los auriculares para sintonizar el canal de la marina. Tengo que ir rápido. En cualquier momento puede aparecer alguien.
Primero escucho algo de estática. Cuando consigo sintonizar un canal activo descubro que hablan en japonés. No entiendo nada. Parece que alguien da órdenes efusivamente. Mientras opero con la radio, algo llama mi atención en el horizonte. Explosiones. ¿Qué demonios?
Consigo contactar con el canal de la marina. No me lo puedo creer. ¡Están atacando Pearl Harbour! ¡Los japoneses nos atacan! Miro qué día es en un calendario colgado: 7 de diciembre de 1941. Estamos justo en las coordenadas que marcaba la nota del Loto Eterno. Es el fin para mí y mi compañero. No tenemos quién nos ayude y nos rodea la guerra.
Pero ¿por qué sabían todo eso los del tatuaje? ¿Por qué hay un oficial japonés en el laboratorio del sótano? Rebusco entre los papeles de la mesa de mando. Hay otra ubicación marcada y planificada en la ruta del New Caledonia. Parece que está en medio de la nada, en el Pacífico. Algún escondite. En la mesa encuentro un arma cargada.
Se acabó el juego, comienza la acción, primero…pondré rumbo a un puerto seguro en las islas.”
Sesión 6: 28 mayo 1942
«Manipulo los controles y, lentamente, la proa va escorando hacia babor, rumbo a su nuevo destino. Estoy muy cansado y un sopor se apodera de mí, mientras la batalla evoluciona en el horizonte. Largas columnas de humo se elevan…
Todo se vuelve negro.
Tengo un sueño extraño: destellos fugaces del laboratorio y un cuerpo atado a una camilla, pero…. esta vez soy yo. Me inyectan algo y veo cosas extrañas. Veo a Rachel que se acerca y me dice algo al oído: «bienvenido cariño», y de repente, su cara se transforma en un asiático con aspecto de pez que manipula mi cabeza, como si estuviera hurgando con las manos en mi cerebro…
Despierto. Es de día.
Estoy en una playa y el Sol calienta mi piel, apergaminada por la humedad. No sé cómo he llegado hasta ahí. No hay ni rastro del carguero. Tengo la pistola. Tras la playa se alza una densa jungla.
Me interno en la espesura y las ramas rasgan mi ropa, sucia y maloliente.
Al cabo de una eternidad encuentro una senda. Hay huellas recientes que van en dirección norte. La pista tiene una leve inclinación ascendente.
Decido seguir las huellas.”
Sesión 7: 29 mayo 1942
“La jungla es espesa, pero el camino está marcado. Conforme asciendo la leve pendiente, el cielo ennegrece por la presencia de nubes densas, de lluvia. Comienza a diluviar y la senda queda embarrada casi de inmediato. Cuesta avanzar. Pero algo me obliga a hacerlo. Escucho, entre trueno y trueno, el ronco rugido de un motor.
Llego a la cima de la pendiente, quizá el punto más alto de la isla. El camino desemboca en un claro, anegado por el torrente de agua que está cayendo. Mi corazón se detiene durante unos segundos al ver lo que ocurre en aquella pesadilla de piedra y sangre.
Mi cordura se resiente y mi cerebro lucha por descartar el momento. Pero, por alguna razón, estoy obligado a mirar.
Un enorme monolito negro que se ilumina a intervalos, como el latido de un corazón eléctrico, hace de mudo espectador de un grupo de personas, de origen asiático, desnudos de cintura para arriba, llenos de tatuajes y con aspecto de pez. No cabe duda de que son aberraciones imaginadas por una mente corrupta. En el centro del círculo que forman, está Harry, de pie, con un cetro en la mano, entonando una letanía con un “in crescendo” en sintonía con la tormenta. Desoyendo mi corazón, el cerebro activa las piernas y avanzo hacia ellos.
Me dejan pasar con una deferencia que provoca el vómito. Llego junto a Harry y levanto la mano. En vez de la pistola, llevo una daga ritual cuyo mango está adornado con tentáculos. Desconozco cómo ha llegado ahí. Harry baja los brazos e inclina la cabeza, con sumisión. En ese preciso momento, cerceno el cuello de mi compañero provocando un surtidor rojo que provoca el éxtasis del resto de los presentes. Mis lágrimas se funden con las gotas de lluvia, llevándose todo lo que queda de mi razón. Justo antes de desmayarme, intuyo una forma imposible justo encima del monolito y el sonido gutural de las gargantas de aquellos híbridos”.
“Aquí acaba el tratamiento por hipnosis regresiva del paciente John Denver, #34243. Conclusión médica en audio adicional”.
El psiquiatra apago el magnetófono y lo guardó en un cajón. Se colocó el sombrero y el abrigo, plantándose delante del espejo del recibidor.
—Eres despreciable —dijo la imagen del espejo.
—Y tú estás muerto —replicó Henry.
—¿De verdad crees que te saldrás con la tuya?
—Es algo que a ti no te concierne. Moriste en aquel carguero.
—¿Tú crees? La policía acabará contigo y tu secta.
—Ya es tarde John Denver. Henry Tower, propietario de la NWI y sumo sacerdote de la Gran Hermandad de la Bestia, dominará el mundo —afirmó el de sombrero con una sonrisa maquiavélica.
—Los nazis y los japoneses no ganarán esta guerra, y lo sabes. Estás acabado.
—Por supuesto que sí. Con mi ayuda, y gracias a los antiguos estudios y el libro del Dr. Dieter.
—Eres un fraude. Nadie te seguirá. Acabarás con el cráneo reventado en alguno de esos horribles rituales.
—Quizá, pero no serás tú quien los presencie. Adiós, John Denver.
—¡NO!
El psiquiatra rompió el espejo con naturalidad y salió a la fría mañana. Cerró la puerta del edificio abandonado, un antiguo manicomio en lo alto del acantilado, y se dirigió al borde de las rocas. El océano luchaba por romper la pared de piedra con furia. Como si diera la bienvenida a su amo.
Henry Tower, o quizá John Denver, levantó los brazos y gritó al viento.
No tardaron en aparecer los primeros seres, emergiendo de las gélidas aguas del océano Pacífico. Mitad humanos, mitad peces. Los híbridos fueron agrupándose bajo la sombra de aquel hombre. Sus guturales y antinaturales gritos se impusieron al sordo romper de las olas. Una nueva raza había nacido, dispuesta para conquistar el mundo.
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