Estarás mejor sin él, sin mí

Estarás mejor sin él, sin mí

Julio R

07/09/2025

Lo peor no fue perder las piernas. Aquí no hay escaleras que subir o bajar y hace mucho que me acostumbré a la penosa tarea de arrastrarme de un lugar a otro. Lo peor tampoco fue perder los dientes, pues el sustento que nos proporcionan se reduce a líquidos que sorbemos mediante tubos flexibles.

Lo más despiadado de todo, ahora no me cabe la menor duda, fue perder la capacidad de soñar. Si al menos pudiese soñar, podría escapar cada noche de este infierno y tratar de revivir uno de los escasos días de felicidad que compartimos juntos y sentir, aunque sólo fuera por un breve lapso de tiempo, que nada de esto es real, que seguimos disfrutando de aquel verano de nuestra boda, cuando aún éramos felices, con ese extraño convencimiento que únicamente los sueños otorgan. Pero ahora me resulta imposible soñar, porque aquí no dormimos. Desde que fui traído a este lugar, sólo logro sumergirme en un letargo que embota los sentidos, hasta que el chirrido metálico, atroz e inhumano, anuncia el inicio de un nuevo e insoportable día.

A pesar de que insisten en mi libertad para deambular, estoy totalmente prisionero. Y aunque traten de convencerme de que mi labor es voluntaria, no soy más que un esclavo. Sin embargo, a veces me atrevo a desafiar las rutinas impuestas y en lugar de volver a mi habitáculo, escapo al patio, como he hecho esta noche, para pasarla en vela recordándote. Me esfuerzo en no lamentar por unas horas mi trágica situación mientras contemplo esas estrellas, desconocidas y ajenas, tratando de hallar algún consuelo en su fría y distante luz.

En mi vida anterior, cuando mi existencia se desenvolvía en una banalidad que ahora me resulta sumamente despreciable, solía entregarme a oscuros juegos de la imaginación. Contemplaba con mórbido deleite la posibilidad de perder a mi familia en un violento accidente de tráfico, o la de perder mi trabajo y reputación por algún comportamiento excéntrico e inexplicable. Me ponía a mí mismo en una encrucijada, enfrentado a la dureza de tales calamidades, con el dilema de actuar rápidamente sin pensar o, al contrario, de tomarme el tiempo necesario para recapacitar cual eremita imperturbable. Me veía emergiendo fortalecido y purificado. Otras veces disfrutaba dibujándome quebrado, como indigente que malvive al margen de la sociedad, expulsado por su falta de propósito.

Pero qué amarga es la comprensión y qué cruel la ironía que devienen con el tiempo. Qué ingenuo era, embriagado por una falsa sensación de superioridad, cuando en realidad no era más que un ser insignificante, perdido en la vastedad del universo. Qué doloroso resulta ahora evocar mis actos, mis palabras, y aquellas ideas absurdas que mi mente llegó a albergar. Todo ello pesa como una losa en mi conciencia.

Ahora que lo he perdido todo, lo que más lamento, sin embargo, son las cosas que no hice, los sentimientos que no expresé y quedaron sepultados en mi pecho, los hijos que nunca tuvimos y que hubieran cambiado, quizás, el rumbo de nuestras vidas. Jamás te dije que te amaba o que te extrañaba, siempre absorto en mis estudios. Nunca me permití el lujo de unas vacaciones para compartir momentos contigo, ni te pedí que me acompañaras cuando daba conferencias por toda Europa mientras tú quedabas sola, olvidada por un marido que no pensaba en ti.

Es verdad que nunca te levanté la mano ni te alcé la voz, pero tan cierto es que el desprecio puede infligir heridas más profundas que los golpes, y que el silencio y la indiferencia pueden lacerar el alma con más fiereza que los insultos y los gritos. Ahora comprendo esta cruda verdad. Si pudiera volver atrás… ¿Quién no habrá soñado, una y mil veces, con regresar al pasado para deshacer lo hecho, para tener nuevamente la oportunidad de pronunciar las palabras que la cobardía silenció? Pero no puedo deshacer mi vida. Ellos sí que podrían si lo desearan, pero sé con funesta certeza que no lo desean y que jamás lo permitirían.

Sólo me queda asumir lo ocurrido, lamentar mis errores y recordarte, buscando en vano un perdón que nunca recibiré, mientras cargo con el peso de mi pasado. Me recuerdo ahora tan absurdo, intentando ser lo que la sociedad esperaba de mí sin pensar ni un momento en ti. ¿De qué sirvió sacrificar nuestra vida juntos para centrarme en mi carrera? ¿De qué sirvió alcanzar la cátedra y ganar fama mundial como historiador contemporáneo? Fue precisamente esa notoriedad la que atrajo la atención de aquel tratante de secretos.

¡Maldita sea mi sed de saber y mi orgullo disfrazado de curiosidad! Ambos me condenaron por esa promesa de poder.

Vino con su sonrisa y su oferta de conocimiento. “No hay vuelta atrás”, me dijo ese ser llamado Torre.  Sólo Dios sabrá si aún le queda algún rastro de humanidad. Acepté con manos temblorosas, creyendo iluso que tenía la verdad al alcance de los dedos. No vi la trampa. No quise verla. Me creía distinto, superior, destinado quizá… y sólo fui un necio jugando con horrores que no comprendía.

Todo lo que amaba se desmoronó. Los que me trajeron a este lugar me despojaron de todo, segando de un golpe nuestro futuro juntos, que ahora, encerrado en este abismo eterno, jamás existirá.

Nunca he sabido quién fue designado para sustituirme. El único consuelo y alivio en mis miserables días, es la certeza de que estarás mejor sin él, sin mí. Doy por seguro que se desentendió al poco tiempo, sin ofrecer explicaciones, pues siempre actúan de la misma manera, se marchan y lo dejan todo nada más llegar. Quiero pensar que al menos así eres libre para vivir tu vida, sin ese marido a tu lado que no te dejaba vivir como merecías. Quizás ahora, por primera vez, gozas de una libertad que yo no fui capaz de darte nunca. Espero, con dolor y esperanza, que hayas logrado encontrar la felicidad sin mí, ahora que él también te ha abandonado.

Llega el alba, los rayos del primer sol, pequeño y anaranjado, iluminan el indescriptible paisaje. Comienza ahora a despuntar el segundo sol, más grande y amarillo, bañando con su resplandor los alienígenas contornos de este extraño mundo. Debo guardar de nuevo los tristes recuerdos de mi vida pasada, para retomarlos en la próxima ocasión en que consiga engañarles por unas horas. Ahora es momento de regresar, de arrastrarme por los empinados pasillos ciclópeos, para continuar la labor que me fue impuesta al llegar aquí hace ya incontables años. La titánica tarea de escribir la historia de mi mundo y de mi tiempo, con el único fin de enriquecer la inconmensurable biblioteca de la Gran Raza de Yith.

Votación a partir del 05/11

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS