Concurso Arkham y Clara

Concurso Arkham y Clara

Ernesto Bossow

10/09/2025

Los susurros del podcast se habían convertido en un canto de sirena para Clara. Durante cuatro años, «Susurros de Arkham» había sido su refugio, una puerta a un mundo de horrores que desestabilizaban la cordura y descubrimientos sobrenaturales, todos centrados en el escalofriantemente adictivo Arkham Horror: El Juego de Cartas. 

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Había devorado cada episodio, memorizado la enloquecedora búsqueda de cada investigador y sentido el toque espectral del terror lovecraftiano con la misma intensidad que si estuviera luchando contra los horrores ella misma. Este año, sin embargo, el podcast había anunciado algo nuevo, algo que le provocó un escalofrío de otro tipo: el quinto Premio Literario Fuentetaja anual, un concurso inspirado directamente en los Mitos de Cthulhu, organizado por el mismo club de escritura que Clara admiraba en secreto desde lejos. El lema era simple, pero aterradoramente evocador: «La Mano Invisible». 

Ella, armada con toda una vida de relatos susurrados y una creciente obsesión, sintió una atracción irresistible. Pasó semanas elaborando su propuesta, tejiendo la narrativa de un anticuario solitario que se ve envuelto en una organización sombría, una historia impregnada de la atmósfera sombría de los Mitos, con un toque de humor  que esperaba que tuviera eco. 

El premio en dinero era considerable, ok, pero fue el reconocimiento, la oportunidad de que sus palabras fueran juzgadas por las mismas mentes que habían forjado su obsesión, lo que realmente la motivó. Había presentado su historia bajo un seudónimo, una decisión deliberada para comprobar su mérito sin el lastre de sus propias inseguridades. 

La espera fue lo peor, una ansiedad persistente que reflejaba el lento descenso a la locura que sus queridos investigadores solían experimentar.

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El correo llegó un martes, un rectángulo blanco austero entre el correo basura habitual. «Felicidades, Sra. Thorne», comenzaba, usando su nombre real, un hecho que la dejó sin aliento. Clara Thorne, no la enigmática «Bardo Arcano» que había usado para la presentación. El club de Fuentetaja, de alguna manera… la había rastreado. 

Una punzada de inquietud, fría y aguda, le recorrió la espalda. Elogiaban su historia, llamándola «un homenaje magistral al temor insidioso de los Mitos, con un guiño deliciosamente cómplice». Pero el tono de felicitación resultaba extraño, mezclado con un interés casi depredador. 

La invitaron a la ceremonia de premios en su estimado retiro de escritura, una extensa y antigua finca enclavada en las laderas, un lugar que ella solo había visto en voz baja y reverente en el podcast. La invitación incluía una petición: traer una copia física de su manuscrito, «para los archivos». 

La frase flotaba en el aire, cargada de una implicación tácita. Archivos. ¿Para qué querían una copia física? Una risita nerviosa escapó de sus labios, un sonido demasiado frágil para ser genuinamente divertido. El Mito, después de todo, a menudo trataba sobre lo oculto, lo que se suponía que debía ser descubierto por los dignos. Quizás esto simplemente formaba parte de la gran revelación temática. 

Sin embargo, mientras guardaba la desgastada cinta de su máquina de escribir y las páginas cuidadosamente encuadernadas, una clara sensación de ser observada se apoderó de ella, una presencia fantasmal en su pequeño apartamento.

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La finca era aún más imponente en persona, con su arquitectura gótica alzándose bajo un cielo crepuscular amoratado. Dentro, el aire estaba cargado con el aroma a papel viejo y algo más… algo ligeramente metálico e inquietante. Los presentadores del podcast, con sus voces familiares ahora teñidas de una suavidad desconcertante, la saludaron cálidamente, con la mirada fija en ella un instante. 

Le entregaron el premio con pompa, y los miembros de Fuentetaja allí reunidos le ofrecieron un cortés aplauso. Entonces, uno de los presentadores, un hombre corpulento con un aire teatral, señaló hacia una hornacina tenuemente iluminada. 

«Y ahora, Clara», bramó, con un ligero eco en su voz, «a por el verdadero premio. La culminación del tema de este año». Sacó un gran tomo encuadernado en cuero, cuya portada estaba grabada con un símbolo que ella reconoció con una sacudida de puro terror: el mismo símbolo que había desempeñado un papel menor, pero crucial, en la historia que había presentado. 

“Tus palabras”, continuó, con una sonrisa cada vez más amplia, revelando unos dientes que parecían demasiado afilados, “no solo nos han entretenido. Han resonado. Han evocado… eso que tan ingeniosamente describiste”. 

Abrió el tomo, revelando páginas llenas no de tinta, sino de una oscuridad arremolinada y tenebrosa que parecía retorcerse. La “Mano Invisible” no era solo un tema; era una invitación. 

Y Clara, atrapada en el clímax escalofriantemente preciso de su propia ficción, se dio cuenta con una certeza enfermiza de que acababa de entregar las llaves de su cordura, y quizás mucho más, a las mismas entidades sobre las que había escrito con tanto entusiasmo. 

Los susurros de Arkham ya no se limitaban a un podcast; estaban en el aire a su alrededor, una sinfonía de fatalidad inminente.

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