Entraron apremiados por la lluvia incesante que los había acompañado durante todo el viaje a París. Era pronto para comer; el restaurante estaba desierto. Se sentaron en una mesa con vistas a la zapatería cuyo escaparate ella había contemplado tantas veces desde su llegada. Mientras él leía el periódico, ella miraba con ansia hacia el otro lado de la calle.
—Qué lástima que no haya mi talla —le dijo.
Él enarcó las cejas y siguió leyendo. Comieron en silencio. Cuando el metre retiró los platos, ella se levantó y pidió su gabardina.
—Creo que me los probaré de todos modos.
Sin apartar la mirada del periódico, él murmuró:
—Te acompaño, si quieres.
La lluvia repiqueteaba con fuerza tras los cristales. Cruzó sola la calle y preguntó al entrar por los stilettos del escaparate. Se probó el único número que quedaba. Le apretaban.
—Son fabulosos—, dijo mientras abría su cartera.
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