EDURNE. SEGUNDA SEMANA.

EDURNE. SEGUNDA SEMANA.

Edurne

19/11/2021

Ejercicio Mostrar, no contar.

ESCAPAR

Se miró en el espejo. Todo estaba bastante bien. Los ojos un poco rojos, pero no demasiado, la raya negra algo difuminada, pero en su sitio. Ensayó una mirada desafiante. No estaba mal. Se puso bálsamo labial con el dedo índice. Después frunció un poco los labios haciéndolos parecer más carnosos. Acercó la mano a la boca y olió su aliento. Le resultó algo amargo por la cerveza y notó también el dulzor descompuesto del alcohol. Se metió un chicle en la boca. Alguien golpeó la puerta y gritó desde fuera. Se aseguró de que el pestillo estaba echado, se bajó los pantalones y las bragas y se limpió con una toallita húmeda. Antes de abrocharse, revisó las ingles. Se veían suaves, bien rasuradas. Otra vez frente al espejo echó los hombros hacia atrás y adelantó el pecho. No estaba mal. Habrá que agarrar al toro por los cuernos, se dijo. Recordó entonces que en las dos últimas cenas había ocurrido algo parecido: en cierto momento él había venido sonriente a hablar con ella, se habían puesto a hablar, y se habían enzarzado en un debate sobre algunos autores y teorías que estaban viendo en clase. Después de un rato, cada uno había vuelto con su grupo. Hoy había pasado lo mismo. Se sentía cómoda hablando con él, la verdad es que disfrutaba de ese diálogo rápido y exigente. A ella le encantaban las conversaciones inteligentes. Sin embargo, hoy el desenlace fue diferente. En algún momento, todos se habían ido y se habían quedado solos en ese bar. Ni se había dado cuenta. Cuando fue consciente, entendió de golpe la situación y lo que le esperaba a continuación. Fue entonces cuando dijo que necesitaba ir al baño. Al otro lado de la puerta volvieron a gritar que se diera prisa. Tiró de la cadena. Observó el gris de la puerta un momento antes de abrir. Lo que venía ahora era conocido. En un par de horas podía estar en casa y asunto resuelto. Salió del baño y volvió al rincón de la barra. Él le propuso salir a tomar el aire. Asintió. En silencio pensó que las noches eran ya bastante cálidas. Calculó que podrían ir a los jardines del parque de al lado, llenos de recovecos, frondosos y ahora vacíos. En ese caso todo podía ir bastante rápido. Pero si le proponía ir a su piso compartido, la cosa se demoraría más. Caminaron por la calle en silencio hasta que él se paró. “¿Qué te apetece hacer? ¿Quieres ir a otro bar? ¿Paseamos un rato?”. Ella se encogió de hombros. “¿Quieres que busquemos a los demás?” No le apetecía estar con mucha gente, contestó. Avanzaron un poco más y él le dijo que si tenía hambre podían comprar algo en el bar de enfrente. Ante tanta pregunta, ella sintió una oleada de impaciencia, se giró y le besó en los labios. Sólo los rozó, no abrió la boca, pero alargó el contacto unos segundos. A él se le abrió una sonrisa amplia y divertida. “Pues sí que vas al grano”. Ella sonrió también y bajó la cabeza. Se mantuvo muy cerca de su cuerpo, preparada para continuar, pero él le tomó de la mano y siguió andando. “De repente ya casi no hablas”, dijo él, “¿estás bien?”. “Sí, estoy bien”. Él le dijo que no solo le interesaban la teoría y los autores alemanes de la posguerra europea, que le gustaba hablar de muchas otras cosas. Le preguntó si tenía hermanos, si tenía pensado ir de vacaciones ese verano, cómo se llevaba con sus padres. Ella fue contestando con respuestas breves. ¿Qué hora sería ya? Se paró, se apoyó en sus brazos y arremetió de nuevo, esta vez abriendo los labios y apresando los suyos, que respondieron con intensidad. Una nueva pregunta cortó el beso. “¿No quieres saber algo de mí? No me has preguntado nada”. Ella suspiró. No se le ocurría nada. Lo único que le salió fue: ¿por dónde queda tu piso? Él le preguntó si estaba a gusto. Estás muy callada, le dijo, ya no pareces divertirte como hace un rato, cuando debatíamos en el bar. “Estoy bien, es solo que me apetece besarte”. “A mí también, mucho, respondió él. Pero te veo seria y callada. Antes, cuando hablábamos, parecías divertirte de verdad”. ¿Cómo se respondía a eso? Ni siquiera estaba segura de que fuera una pregunta. No se lo podía creer, pensó. ¿De dónde había salido este? Todo parecía muy claro, era fácil: se empieza así, después una cosa, luego la otra, se llega acá, allá, se acaba y ya. Todos a casa. Repasó lo que había dicho y lo que había hecho en los últimos minutos. Había puesto las cartas sobre la mesa. ¿Cuál era el problema? ¿Había sido muy brusca? Empecemos de cero, pensó. Respiró hondo, cerró los ojos y volvió a besarle. Esta vez muy despacio, sin urgencia, concentrada, con toda la delicadeza que pudo rescatar en ese momento. Al cabo se separó y abrió los ojos para ver el resultado. Él la miraba en silencio. “¿No te ha gustado?”. “Pues claro”, dijo él. Se quedaron en silencio. Se abrazaron y ella pensó que era el momento adecuado. Puso la mano en su abdomen, por debajo de la camiseta. Acarició la piel cubierta de vello y después siguió bajo la cinturilla del pantalón. La respiración de él se agitó. “No tenemos por qué hacer esto aquí. ¿No prefieres que nos sentemos en ese banco, hablamos un rato, echamos unas risas?” Ella negó con la cabeza y le preguntó si quería ir a los jardines de allá atrás. “Madre mía, qué difícil me lo pones. Sí, iría ahora mismo, pero ¿por qué tanta prisa?” “¿Y tú no tienes prisa?”, contestó ella. “Sí, pero no”, dijo él. Sintió la impaciencia en la boca del estómago. No entendía nada. ¿Se estaba riendo de ella? Aquello no iba rodado, como siempre que se enrollaba con alguien. Cada vez tenía más ganas de estar en su casa, se imaginaba metida en su cama, cubierta con su edredón hasta las orejas y por fin en silencio. Se oyó preguntar: ¿yo te gusto? Él la miró con sorpresa y dijo: “¿Aún no te has dado cuenta? Llevo todo el curso esperando poder conocerte. Aquí la pregunta es si yo te gusto a ti.” Ante la mirada extrañada de ella, continuó. “No quiero que esto sea una cosa rápida que tachas de una lista. Desde que nos quedamos solos parece que ya no estés aquí realmente. Dime qué te apetece de verdad”. Sintió el estómago revuelto, las manos muy frías, los hombros rígidos. Sus ojos buscaron a lo lejos una parada de taxi. Vio uno aparcado con la luz verde. Pensó que le quedaban veinte euros en la cartera, sería suficiente. Él le cogió una mano con suavidad y ella, dando un respingo, se soltó inmediatamente. “No me encuentro muy bien, me tengo que ir”, dijo. Cruzó los brazos con fuerza sobre el pecho y echó a correr.

  • Traumatizada –

Ejercicio 2. Denotar y connotar.

Mi padre siempre fue flaco, y siempre llevaba un cigarro en la boca, o estaba a punto de encenderse uno. Las puntas del índice y el corazón eran amarillas, y los dedos huesudos sostenían el cigarro. El humo le trepaba el dorso de su mano, y desde ahí el brazo, y se rizaba a lo largo de su cuello y la barba incipiente en la mandíbula. Se reía despreocupado, a menudo burlón o sarcástico, dejando salir el humo entre los dientes grises. A esas horas del viernes por la noche, las gafas se le resbalaban nariz abajo, y el cansancio, junto con los vinos, hacían el sarcasmo un poco inofensivo. Las manos, con grandes nudos y dedos largos eran esbeltas, no demasiado ásperas. La forma de las uñas, ovaladas, era elegante. Las venas sobresalían en la piel y los nudillos estaban llenos de pliegues y arrugas. En conjunto evocaba cierta obstinación derrotada, la fuerza perdida de una voluntad lúcida y cortante.

Mi padre era un manojo destartalado de palos humeantes con la sonrisa desafilada.


Ejercicio de acumulación

Los dos mejores alumnos de la clase de tercero dándose el lote en el pasillo. Dios los cría. Justo cuando he pasado por su lado él la ha abrazado y la levantado sin despegar las bocas. No ha sido casualidad. A ver, que yo también he tenido veinte años. Y luego he tenido que aguantarles esas miradas durante toda la clase, sus sonrisas bobas mientras hacían los ejercicios. Que ya lo sé, ya sé cómo va. Tenemos que tragarnos vuestra peli fantástica, pero nos prohibís la entrada a vuestro paraíso. Ya veremos qué tal hacéis el examen. Más vale que ya hemos terminado por hoy. Y ahora, cuando más ganas tenía de volver al despacho y encerrarme, vienen dos de frente agarrados de la mano y me han atrapado en medio. Ni me veían. Casi he tenido que soltarles la mano yo misma para poder seguir andando. Pero si es noviembre. Qué será en mayo. Ahí otros dos abrazados. Y en ese banco otro morreo. ¡Dos chicas! Una sentada sobre la otra, por si fuera poco. Ni notan el frío. Solo faltaba que ellas también nos restrieguen lo suyo. Bueno, ¿y la que vino ayer a tutorías? Que quiere hacer el TFG sobre el enamoramiento. Muy original. Todas iguales. O la del lunes pasado, la delegada de primero. Se presentó aquí con la cara toda roja, la piel irritada alrededor de la boca, aquella marca en el cuello. Y con qué descaro me habló del cambio de clase que quieren hacer para el puente de diciembre. Yo ni le oía. Sólo pensaba en ponerme las gafas de sol y sobrevivir a tanta piel, tanto brillo, tanto bucle despeinado. Abrir la ventana y ventilar esa frescura pegajosa, tan ácida como sus dieciocho años. Otros dos allá en el soportal. Y ahí unos que se intercambian trocitos de sus bocatas. Darse de comer a la boca. De verdad creen que solo existen ellos. De verdad que lo piensan. Mira esa pareja en la puerta de la biblioteca. Antes al menos no te enterabas si no querías. Ahora disfrutan exhibiéndose. Míralos, hechos un nudo. Manos, cuellos, bocas, nucas. Se abrazan hasta con las piernas. Queréis fundiros, pero no podéis. Y además eso no os va a durar mucho, que lo sepáis. Casi ni han empezado a vivir y míralos a todos. Todo para ellos. Tan avariciosos. Ya casi en el despacho, qué alivio. Por ahí va Carmen, bamboleante, con sus labios hinchados, jadeando. Qué ganas de que dé a luz y poder dejar de verla unos meses. Acaparando siempre todas las sonrisas, todas las atenciones. Las embarazadas buscan eso, detrás de la inocencia mal disimulada. Y desde aquí oigo a Ernesto. Aún no le he dado la enhorabuena. Ahora no estoy de humor. Me encierro en el despacho y ya le escribiré un mail. Que disfrute de sus quince días de vacaciones. Dejadme todos en paz.

Resignificar. ¿Qué nos cuenta el fragmento?

Él busca en él el imán o la máscara fascinante que ve en otros. Para él, la ficción explica y conduce la realidad. Trata de impostar el carisma que ve en el actor para lograr lo que anhela: impresionar y gustar a las chicas. El resultado fallido le hace ver el abismo entre la ficción y la realidad, su verdadera posición en la jerarquía social, de clase y de género. La masculinidad todopoderosa le ampara, pero también lo excluye. Comprende lo inalcanzable que es para él. Las chicas le hacen de espejo y él se ve a través de sus ojos. Se mirará, así, desde el desprecio de los otros, de ellas. Si lo que hace irresistible al actor, cree, es la sonrisa, en su caso es precisamente eso, sus dientes feos y descuidados, lo que debe ocultar a toda costa. Interioriza el rechazo ajeno como algo que él mismo causa, se responsabiliza y se rechaza también. A la vez intenta sentir cierto control en todo ello: trata de explicarse el rechazo y halla la causa en él. Si no fuera por sus dientes sería aceptado. Dentro de toda esa soledad y humillación, puede protegerse relativamente. Si la causa de su rechazo es su defecto, entonces puede creer que controlará ese rechazo ocultando sus dientes.

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