No sé porque han decidido tener la cita aquí. No es que sea un mal lugar, pero no creo que cuadre bien con la situación. Ella ha tenido que venir, por supuesto no podría dejar que yo me hiciese cargo de la situación. El asunto de quedar aquí ha sido también idea suya.
No es mal lugar, pero no es un lugar imparcial. Se trata del jardín de la casa de su familia, es su terreno, no el mío. Nunca estamos en igualdad de condiciones.
Antes de la cita me ha leído la cartilla. Según ella son sugerencias de lo que tengo que decir. Siempre es así. Aunque yo no esté de acuerdo siempre acabo llevando a cabo sus sugerencias. No entiendo mi tendencia a evitar los conflictos. “Más vale ponerse una vez colorada que ciento morada” decía mi madre (aunque creo que el refrán dice amarilla, no morada). ¡Qué razón tenía! No quiero, pero sigo haciéndolo. Prefiero ceder, ser sumisa. No me gusta discutir y además me conozco, no tengo una alta visión estratega. Me hago pequeña delante de personalidades fuertes y acabo siendo la secretaria perfecta, aunque ese no sea mi cometido.
– ¿Estás nerviosa? – me pregunta ella.
– No. Me has explicado bien la situación y lo que tengo que decir. No hay margen de error.
No miento, es verdad. No estoy nerviosa, pero si cabreada conmigo misma. Soy sumisa por fuera, pero llena de rabia por dentro. Creo que no es sano, me lo ha dicho también mi terapeuta. No sé cómo canalizarlo.
– Yo te noto nerviosa – insiste.
-Que no tía, ¡te he dicho que estoy bien! – levanto la voz – la situación está controlada. Relajo el tono con esta última frase.
Siempre que levanto la voz pone cara de sorpresa. Se trata de algo tan insólito que se la olvida que sé gritar y siempre la pilla desprevenida. Me hace mucha gracia su cara de sorpresa, aunque luego me siento mal, como buena secretaría. No se debe levantar la voz a tu jefa.
– Perdona, te notaba muy callada y sólo quería asegurarme de que estabas bien – disimula. En realidad, sigue insistiendo.
– Ya, perdona. No quiero que pienses que estoy dudando. No te preocupes, estoy bien. Tengo claras todas las indicaciones que me has dado – vuelvo a mi papel de buena secretaria.
Quiero cambiar de tema. Miro el reloj, nos quedan todavía 20 minutos. Ella ha insistido en venir con tiempo para estar más tranquilas y que yo me relajase. ¡que hartura! De verdad…
Piensa Celia, piensa… saca algún tema interesante antes de que te vuelva a preguntar si estas nerviosa o comience otra vez con las indicaciones para la reunión que ya te ha explicado 40 veces.
– La verdad es que tienes un jardín muy bonito – me importa una mierda el jardín y, además, no es bonito. Da igual, así se lía a hablar de otra cosa.
Se arranca con el tema del jardín. Le encanta hablar de ella y de sus cosas. Creo que piensa que es una tipa muy interesante. Qué pena, no ha sido buena idea sacar este tema.
Comienza a hablarme del jardín, de su jardinero, de la cantidad de problemas que tiene para tener un bonito jardín… Problemas del primer mundo, pienso. He calculado mal, estas conversaciones triviales hacen que me hierva la sangre. Me empieza ha subir a la cabeza un calor que no puedo controlar. Se llama rabia. Me la imagino como lava, subiendo lentamente de mi estómago a mi cabeza. Intento frenarla antes de que se expanda a mi boca y escupa fuego.
Intento hacer los ejercicios de respiración que he estado practicando gracias a unos videos que hay en YouTube para “relajarte”. Procuro que no se note, empiezo la “respiración consciente”.
Vuelvo a mirar el reloj. Lleva diez minutos hablando. Aún quedan 20 minutos para la reunión.
Comienzo a mirar más detenidamente el jardín. Parece ser que al jardinero se le ha olvidado recoger sus herramientas y se ha debido de llevar una buena bronca. Las veo apoyadas en el muro que tengo al lado. Pobre jardinero, teniendo que trabajar para esta tipa.
Son diez años los que llevamos trabajando juntas. Esto último es un decir, son diez años que la sirvo. Hago las veces de secretaria, finjo ser su amiga y psiquiatra, la escucho pacientemente y dejo que me pisotee de todas las maneras posibles.
Mierda, otra vez no. Me vuelve a hervir la sangre. La cabeza se me calienta. He olvidado respirar como decía el tipo de aquel video. Concéntrate, concéntrate. Inspira, espira…
Otra vez la lava. Comienza a subir. No puedo frenarla. Sólo puedo encauzarla…
No recuerdo con claridad lo siguiente. El pobre jardinero… se olvidó las herramientas justo al lado de mi sitio.
Nunca he pegado a nadie. Ni siquiera un tortazo. Es lo último que pienso, luego, todo borroso.
Sale mucha sangre de su cabeza. Se le ha quedado esa cara de sorpresa que pone cuando levanto la voz. Que cara de estúpida.
La lava comienza a descender, vuelve a su sitio, se apaga. ¡qué a gusto! Jajaja, estoy sonriendo.
Suena el timbre de la puerta. Con una soltura que me sorprende, cojo las llaves del coche. Abriré la puerta y le diré de ir a tomar algo a algún bar bonito para la reunión.
Siempre pensé que era mejor quedar en otro lugar.
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