Innumerables son los relatos del mundo
Roland Barthes
Es realmente imposible quedarse sin ideas, ya que estas se encuentran en todas partes. El mundo está lleno de ideas germinales.
Patricia Highsmith
EL BLOQUEO ANTE EL PAPEL EN BLANCO
Lo que nos dicen estos dos autores parece evidente, pero resulta ser, a la hora de la verdad, uno de los mayores problemas con los que os enfrentáis a menudo los aficionados a escribir. Es aquel famoso bloqueo ante la hoja en blanco que nos hace preguntarnos en cientos de ocasiones: ¿Sobre qué demonios escribo? Así pues, nos parece esencial recordar esta sencilla lección: Siempre hay algo sobre lo que escribir. Nunca debéis bloquearos por sentir desierto vuestro arsenal de argumentos. Cuando os ocurra, estad seguros de que el problema no es la falta de temas, sino que esa es la tapadera que le ponéis a las verdaderas razones, que pueden ser muy variadas: cansancio, depresión, falta de ánimo, grandes pretensiones que hacen que consideréis insignificante todo lo que se os ocurre…
A cansancio, descanso. A depresión, serenidad. A falta de ánimo, disciplina diaria. Cuando uno se esfuerza y persevera, por encima de que tenga o no ganas, acaba por emocionarse. A grandes pretensiones, humildad. Debéis aprender a respetar vuestro mundo interior: vuestras invenciones son tan valiosas como las de cualquiera.Pero no debéis andar comparando vuestras filigranas literarias con las de García Márquez o Shakespeare porque entonces daréis al traste con la esencia del proceso creador: el puro e inmenso placer de inventar, de recrear la propia experiencia, de filtrar el mundo a través de vuestra mirada, de vuestra imaginación, de vuestra sensibilidad. Ese placer no debe enturbiarse con consideraciones de calidad o perfección formal. Ése es otro problema que viene después; nunca en el momento de ponerse a escribir, sino en el de corregir y pulir lo ya escrito.
A algunos os parecerán estos planteamientos elementales y tácitos, pero está demostrado que uno de los problemas más comunes es el bloqueo ante la hoja en blanco. Si no sois capaces de examinar las causas de vuestros estancamientos y ponerles solución —humildad, disciplina, relajación…—, viviréis con ansiedad lo que debe ser un placer. Los grandes temas no existen. Lo importante en el cuento es la trama, esto es, cómo se organiza artísticamente la historia en el discurso y el tratamiento que se le da a la idea. Lo importante es cómo, no qué. El escritor húngaro István Örkény escribe impecables relatitos con temas tan sencillos como un tulipán, un grano de arroz, un corcho; temas mínimos de los que exprime con gran ingenio y estilo preciosas historias. También Julio Cortázar hace maravillas con una escalera o un camello. Y el escritor austriaco Peter Handke toma notas a vuelapluma sobre episodios que observa en la calle, o ideas fugaces que se le pasan por la mente. No son relatos en el estricto sentido del género, pero ilustran muy bien lo útil que es ir con los sentidos despiertos y una libreta en el bolsillo en la que anotar todas esas observaciones, ideas o reflexiones que más adelante pueden convertirse en el tema de vuestros textos.
ALGUNOS ASPECTOS DEL CUENTO
Hemos visto, pues, que cualquier tema vale a la hora de construir un cuento. Sin embargo, hay algunas orientaciones y prevenciones que se pueden dar, no tanto con respecto al tema a elegir, sino al tratamiento del mismo. Para ello, vamos a recurrir a la ayuda de Julio Cortázar, que en algunos artículos y entrevistas desgrana muchas de las particularidades del cuento.
1. EL CUENTO, GÉNERO POCO ENCASILLABLE
Ante todo, hay que aclarar que el cuento es un género poco encasillable, por lo que de entrada no debéis agobiaros con limitaciones, con leyes que predeterminen la historia que queréis contar. Debéis buscar el formato en el que mejor encaje vuestra idea inicial, y no dejaros influir por definiciones o espacios determinados. Veamos lo que dice Julio Cortázar respecto a esto:
(…) Nadie puede pretender que los cuentos sólo deban escribirse luego de conocer sus leyes. En primer lugar, no hay tales leyes; a lo sumo cabe hablar de puntos de vista, de ciertas constantes que dan una estructura a ese género tan poco encasillable; en segundo
lugar, los teóricos y los críticos no tienen por qué ser los cuentistas mismos, y es natural que aquéllos sólo entren en escena cuando exista ya un acervo, un acopio de literatura que permita indagar y esclarecer su desarrollo y sus cualidades.
Sin embargo, sí hay algunas características del cuento que pueden ser útiles a la hora de encontrar ese formato idóneo en el que encaje nuestra idea inicial. Veamos algunas de ellas.
2. AJUSTE DEL TEMA A LA FORMA
Sea cual sea el tema que escojamos para nuestro cuento, todo en éste (los recursos expresivos, el tono, los detalles…) debe estar a su servicio. No basta que el tema conmueva a quien lo escribe, sino que el autor ha de utilizar todas sus armas para que conmueva al lector.
(…) Los cuentistas inexpertos suelen caer en la ilusión de imaginar que les bastará escribir lisa y llanamente un tema que los ha conmovido, para conmover a su turno a los lectores. Incurren en la ingenuidad de aquel que encuentra bellísimo a su hijo, y da por supuesto que los demás lo ven igualmente bello. Con el tiempo, con los fracasos, el cuentista capaz de superar esa primera etapa ingenua, aprende que en literatura no bastan las buenas intenciones.
Descubre que para volver a crear en el lector esa conmoción que lo llevó a él a escribir el cuento, es necesario un oficio de escritor, y que ese oficio consiste, entre muchas otras cosas, en lograr ese clima propio de todo g ran cuento, que obliga a seguir leyendo, que atrapa la atención, que aísla al lector de todo lo que lo rodea para después, terminado el cuento, volver a conectarlo con su circunstancia de una manera nueva, enriquecida, más honda o más hermosa. Y la única forma en que puede conseguirse ese secuestro momentáneo del lector es mediante un estilo basado en la intensidad y en la tensión, un estilo en el que los elementos formales y expresivos se ajusten, sin la menor concesión, a la índole del tema, le den su forma visual y auditiva más penetrante y original, lo vuelvan único, inolvidable, lo fijen para siempre en su tiempo y en su ambiente y en su sentido más primordial.
Sin embargo, el tema no tiene por qué ser un conocimiento de todo lo que ocurrirá en el cuento, sino que más bien es un punto de partida, una idea, una chispa alrededor de la cual se irá tejiendo el relato en círculos concéntricos, dejándola estar siempre en el centro de gravitación. Seguimos con Cortázar:
(…) Pienso que el tema comporta necesariamente su forma. Aunque a mí no me gusta hablar de temas; prefiero hablar de bloques. Repentinamente hay un conjunto, un punto de partida. Hice muchos de mis cuentos sin saber cómo iban a terminar, de la misma manera que no sabía lo que había en la popa del barco de Los Premios, y eso vale para todo lo que he escrito.
Es lo que me interesa más: guardar esa especie de inocencia —una inocencia muy poco inocente, si usted quiere, porque finalmente soy un veterano de la escritura— como actitud fundamental frente a lo que va a ser escrito.
No sé si usted ha hecho la experiencia, pero hay escritores que proyectan escribir un libro y se lo cuentan a usted en detalle, en un café, todo está listo, todo planeado: cuando lo escriben, generalmente es un mal libro.
3. BREVEDAD
Una de las características más representativas del cuento contemporáneo es la brevedad. Conviene tener esto en cuenta a la hora de sentarse a escribir, pues la economía de medios es fundamental. Las largas digresiones o descripciones están reservadas a la novela. Todo lo superfluo que eliminemos en un relato irá en favor de su efectividad.
(…) el cuento contemporáneo, digamos el que nace con Edgar Allan Poe, se propone como una máquina infalible destinada a cumplir su misión narrativa con la máxima economía de medios; precisamente, la diferencia entre el cuento y lo que los franceses llaman nouvelle y los anglosajones long short story se basa en esa implacable carrera contra el reloj que es un cuento plenamente logrado.
4. UNIDAD Y ESFERICIDAD
En la misma línea, en el cuento hay que trabajar la unidad. El tema, la idea, es, como hemos dicho, una chispa; al crear el relato alrededor de ella, conseguiremos que el efecto final sea unitario. Al contrario que en la novela, donde se trabaja acumulativamente, estirando de varios hilos, con temas y ramas secundarias, el cuento requiere una unidad que nos haga percibirlo como un todo, como una descarga eléctrica. Cualquier elemento que distraiga la atención del lector hacia temas circundantes hay que suprimirlo. Es preciso procurar no caer en la tentación de irse por las ramas; ése es un privilegio que, como indica Julio Cortázar, uno sólo puede permitirse en la novela.
(…) Para entender el carácter peculiar del cuento se le suele comparar con la novela, género mucho más popular y sobre el cual abundan las preceptivas. Se señala, por ejemplo, que la novela se desarrolla en el papel, y por lo tanto en el tiempo de lectura, sin otros límites que el agotamiento de la materia novelada; por su parte, el cuento parte de la noción de límite, y en primer término de límite físico, al punto que en Francia, cuando un cuento excede de las veinte páginas, toma ya el nombre de «nouvelle», género a caballo entre el cuento y la novela propiamente dicha. En este sentido, la novela y el cuento se dejan comparar analógicamente con el cine y la fotografía, en la medida en que una película es en principio un «orden abierto», novelesco, mientras que una fotografía lograda presupone una ceñida limitación previa, impuesta en parte por el reducido campo que abarca la cámara y por la forma en que el fotógrafo utiliza estéticamente esa limitación. No sé si ustedes han oído hablar de su arte a un fotógrafo profesional; a mí siempre me ha sorprendido el que se exprese tal como podría hacerlo un cuentista en muchos aspectos.
Fotógrafos de la calidad de un Cartier-Bresson o de un Brassai definen su arte como una aparente paradoja: la de recortar un fragmento de la realidad, fijándole determinados límites, pero de manera tal que ese recorte actúe como una explosión que abre de par en par una realidad mucho más amplia, como una visión dinámica que trasciende espiritualmente el campo abarcado por la cámara. Mientras en el cine, como en la novela, la captación de esa realidad más amplia y multiforme se logra mediante el desarrollo de elementos parciales, acumulativos, que no excluyen, por supuesto, una síntesis que dé el «clímax» de la obra, en una fotografía o un cuento de gran calidad se procede inversamente, es decir que el fotógrafo o el cuentista se ven precisados a escoger y limitar una imagen o un acaecimiento que sean significativos, que no solamente valgan por sí mismos sino que sean capaces de actuar en el espectador o en el lector como una especie de apertura, de fermento que proyecta la inteligencia y la sensibilidad hacia algo que va mucho más allá de la anécdota visual o literaria contenidas en la foto o en el cuento. Un escritor argentino, muy amigo del boxeo, me decía que en ese combate que se entabla entre un texto apasionante y su lector, la novela gana siempre por puntos, mientras que el cuento debe ganar por knockout. Es cierto, en la medida en que la novela acumula progresivamente sus efectos en el lector, mientras que un buen cuento es incisivo, mordiente, sin cuartel, desde las primeras frases. No se entienda esto demasiado literalmente, porque el buen cuentista es un boxeador muy astuto, y muchos de sus golpes iniciales pueden parecer poco eficaces cuando, en realidad, están minando ya las resistencias más sólidas del adversario. Tomen ustedes cualquier gran cuento que prefieran y analicen su primera página. Me sorprendería que encontraran elementos gratuitos, meramente decorativos. El cuentista sabe que no puede proceder acumulativamente, que no tiene por aliado al tiempo; su único recurso es trabajar en profundidad, verticalmente, sea hacia arriba o hacia abajo del espacio literario.
Y esto, que así expresado parece una metáfora, expresa sin embargo lo esencial del método. El tiempo del cuento y el espacio del cuento tienen que estar como condensados, sometidos a una alta presión espiritual y formal para provocar esa «apertura» a que me refería antes.
Pensad en los buenos cuentos que habéis leído, aquellos que perduran en la memoria, y os daréis cuenta de que ninguno carece de unidad. Intentad, también, eliminar de ellos una frase, un párrafo. Comprobaréis que el relato se tambalea y pierde sentido. Este mismo ejercicio debéis hacerlo con vuestros propios cuentos una vez escritos. Si no superan la prueba, replantearos el tema y la manera en que lo habéis desarrollado.
(…) Cada vez que me ha tocado revisar la traducción de uno de mis relatos (o intentar la de otros autores, como alguna vez con Poe) he sentido hasta qué punto la eficacia y el sentido del cuento dependían de esos valores que dan su carácter específico al poema y también al jazz: la tensión, el ritmo, la pulsación interna, lo imprevisto dentro de parámetros previstos, esa libertad fatal que no admite alteración sin una pérdida irrestañable. Los cuentos de esta especie se incorporan como cicatrices indelebles a todo lector que los merezca: son criaturas vivientes, organismos completos, ciclos cerrados, y respiran.
Para que esta característica de todo buen cuento no se os vaya de la cabeza, mirad cada relato que escribáis como quien mira una esfera. Ha de ser algo redondo, cerrado, cíclico. Dejemos a Cortázar en respuesta a Omar Prego recalcar, con la eficacia de sus palabras, ese concepto:
(…) —¿Cómo se le presenta hoy la idea de un cuento?
—Igual que hace cuarenta años; en eso no he cambiado un ápice. De pronto a mí me invade eso que yo llamo una «situación», es decir que yo sé que algo me va a dar un cuento. Hace poco, en julio de este año, vi en Londres unos posters de Glenda Jackson — una actriz que amo mucho— y bruscamente tuve el título de un cuento: Queremos tanto a Glenda Jackson. No tenía más que el título y al mismo tiempo el cuento ya estaba, yo sabía en líneas generales lo que iba a pasar y lo escribí inmediatamente después. Cuando eso me cae encima y yo sé que voy a escribir un cuento, tengo hoy, como tenía hace cuarenta años, el mismo temblor de alegría, como una especie de amor; la idea de que va a nacer una cosa que yo espero que va a estar bien.
—¿Qué concepto tiene del cuento?
—Muy severo: alguna vez lo he comparado con una esfera; es algo que tiene un ciclo perfecto e implacable; algo que empieza y termina satisfactoriamente como la esfera en que ninguna molécula puede estar fuera de sus límites precisos.
5. EL RITMO
Algo que no hemos de olvidar si queremos que el discurso se ajuste como un guante a nuestro tema es dotar de ritmo al relato. Las palabras, por muchas horas y búsquedas que nos haya costado sacarlas fuera, deben fluir, a los ojos del lector, como si hubieran estado ahí desde siempre, con esa facilidad de lo inevitable. Ritmo no significa rima, ni cacofonías (esto se debe evitar al escribir en prosa), sino una cierta disposición de las frases, una sonoridad de las palabras, que eviten la monotonía, que engarcen los párrafos convenientemente para mantener los ojos del lector fijos en el texto. Un buen método para conseguirlo es leer en voz alta el relato después de escribirlo, e incluso a medida que se van redactando los párrafos. Seguimos con Julio hasta el final de este tema:
(…) Cuando escribo percibo el ritmo de lo que estoy narrando, pero eso viene dentro de una pulsión. Cuando siento que ese ritmo cesa y que la frase entra en un terreno que podríamos llamar prosaico, me doy cuenta de que tomo por una falsa ruta y me detengo. Sé que he fracasado. Eso se nota sobre todo en el final de mis cuentos, el final es siempre una frase larga o una acumulación de frases largas que tienen un ritmo perceptible si se las lee en alta voz. A mis traductores les exijo que vigilen ese ritmo, que hallen el equivalente porque sin él, aunque estén las ideas y el sentido, el cuento se me viene abajo.
6. INTENSIDAD
Otra noción interesante al tratar el tema es la de intensidad. No hay que confundir intensidad con efusión o con énfasis (cuidado). Sencillamente, para conseguir que el relato sea intenso, ha de importar nos de verdad, el escritor ha de meterse hasta el fondo, sumergirse a cien metros de profundidad. Es una cualidad que no ha de percibirse a simple vista, no ha de traducirse en un estilo afectado o enfático (que lo único que conseguiría sería empalagar al lector, inducirle a desconfiar de lo que le estamos contando), sino que es algo intrínseco al proceso de creación. Si el escritor vive con intensidad la historia que está contando, hay muchas probabilidades de que contagie al lector esa sensación.
(…) Basta preguntarse por qué un determinado cuento es malo. No es malo por el tema, porque en literatura no hay temas buenos ni temas malos, hay solamente un buen o un mal tratamiento del tema. Tampoco es malo porque los personajes carecen de interés, ya que hasta una piedra es interesante cuando de ella se ocupan un Henry James o un Franz Kafka. Un cuento es malo cuando se lo escribe sin esa tensión que debe manifestarse desde las primeras palabras o las primeras escenas. Y así podemos adelantar ya que las nociones de significación, de intensidad y de tensión han de permitirnos, como se verá, acercarnos mejor a la estructura misma del cuento.
7. OBJETIVACIÓN DEL TEMA
Hay pocas cosas en que todos los escritores estén de acuerdo. Una de ellas es que escribir es para ellos, para vosotros, una necesidad. Para escribir hay que obsesionarse, y de esa obsesión nace la escritura (no se sabe qué es anterior, el huevo o la gallina). Todo escritor saca sus fantasmas de su interior, se deshace —o lo intenta— de ellos a lo largo de las páginas, en cuentos o en novelas, en poemas y artículos. Pero hay que tener cuidado, en literatura, de que a lo largo de ese proceso de liberación o exorcismo se objetive la obsesión.
Ha de existir una distancia entre los temas que invaden nuestra mente en forma de pensamientos e ideas gelatinosas y su plasmación en un relato, en la que han de tomar forma de monstruos o sirenas, de hombres y mujeres que van o vienen, y que no son nosotros mismos. Es error muy común en los principiantes lanzarse a ese exorcismo desenfrenadamente, escribiendo sobre el papel directamente aquello que les preocupa: la injusticia social, que su mujer o su marido no les comprende, etc. Eso no es literatura, por muchas metáforas y metonimias que se utilicen. Los fantasmas han de atravesar la pared de nuestra mente y sentarse en el sofá del salón, y sólo entonces podrán convertirse en literatura.
(…) Un verso admirable de Pablo Neruda: «Mis criaturas nacen de un largo rechazo», me parece la mejor definición de un proceso en el que escribir es de alguna manera exorcizar, rechazar criaturas invasoras proyectándolas a una condición que paradójicamente les da existencia universal a la vez que las sitúa en el otro extremo del puente, donde ya no está el narrador que ha soltado la burbuja de su pipa de yeso. Quizá sea exagerado afirmar que todo cuento breve plenamente logrado, y en especial los cuentos fantásticos, son productos neuróticos, pesadillas o alucinaciones neutralizadas mediante la objetivación y el traslado a un medio exterior al terreno neurótico; de todas maneras, en cualquier cuento breve memorable se percibe esa polarización, como si el autor hubiera querido desprenderse lo antes posible y de la manera más absoluta de su criatura, exorcizándola en la única forma en que le era dado hacerlo: escribiéndola.
8. TEMAS SIGNIFICATIVOS
Recapitulemos a la vez que volvemos al punto de partida. Hemos hablado, en los puntos anteriores, del tratamiento del tema. Hablemos ahora del tema en sí. Ya lo hemos dicho al principio: cualquier tema sirve, en principio, para escribir un relato. Todos llevamos dentro miles de temas en potencia. ¿ Cómo decidirnos, pues, ante tal o cual tema? Eso es algo que varía en cada persona y en cada situación. El desarrollo y la creación de un relato puede surgir de una reflexión o de una escena que vemos por la calle, de una anécdota que nos cuenta un amigo, de un documental televisivo o de una propuesta de trabajo en un taller literario. En cualquier circunstancia nos puede surgir la idea. Sólo hay que estar prevenido. El oficio de escritor tiene que ver en gran medida con esa previsión, con ese entrenamiento de la mirada, que le hace extraer una historia de algo que ante los demás ojos pasa desapercibido. Ese entrenamiento, como cualquier otro, se adquiere con la práctica, y sólo cada uno puede saber, íntimamente, cuál es su tema, separar la paja, elegir y seleccionar hasta decidirse por el que le permita escribir más cómodamente, con más eficacia narrativa.
(…) Miremos la cosa desde el ángulo del cuentista y en este caso, obligadamente, desde mi propia versión del asunto. Un cuentista es un hombre que de pronto, rodeado de la inmensa algarabía del mundo, comprometido en mayor o menor grado con la realidad histórica que lo contiene, escoge un determinado tema y hace con él un cuento. Este escoger un tema no es tan sencillo. A veces el cuentista escoge, y otras veces siente como si el tema se le impusiera irresistiblemente, lo empujara a escribirlo. En mi caso, la gran mayoría de mis cuentos fueron escritos —cómo decirlo— al margen de mi voluntad, por encima o por debajo de mi conciencia razonante, como si yo no fuera más que un médium por el cual pasaba y se manifestaba una fuerza ajena. Pero esto, que puede depender del temperamento de cada uno, no altera el hecho esencial y es que en un momento dado hay tema, ya sea inventado o escogido voluntariamente, o extrañamente impuesto desde un plano donde nada es definible. Hay tema, repito, y ese tema va a volverse cuento. Antes de que ello ocurra, ¿qué podemos decir del tema en sí? ¿Por qué ese tema y no otro? ¿Qué razones mueven consciente o inconscientemente al cuentista a escoger un determinado tema?
A mí me parece que el tema del que saldrá un buen cuento es siempre excepcional, pero no quiero decir con esto que un tema deba ser extraordinario, fuera de lo común, misterioso o insólito. Muy al contrario, puede tratarse de una anécdota perfectamente trivial y cotidiana. Lo excepcional reside en una cualidad parecida a la del imán; un buen tema atrae todo un sistema de relaciones conexas, coagula en el autor, y más tarde en el lector, una inmensa cantidad de nociones, entrevisiones, sentimientos y hasta ideas que flotaban virtualmente en su memoria o su sensibilidad; un buen tema es como un sol, un astro en torno al cual gira un sistema planetario del que muchas veces no se tenía conciencia hasta que el cuentista, astrónomo de palabras, nos revela su existencia. O bien, para ser más modestos y más actuales a la vez, un buen tema tiene algo de sistema atómico, de núcleo en torno al cual giran los electrones; y todo eso, al fin y al cabo, ¿no es ya como una proposición de vida, una dinámica que nos insta a salir de nosotros mismos y a entrar en un sistema de relaciones más complejo y más hermoso?
Otro consejo a la hora de elegir un tema, es que no os dejéis llevar por conceptos como «sustancial», «importante», «original». Ya lo hemos visto: la originalidad radica en el tratamiento, no en el tema en sí. En el momento de decidiros por un tema, no debéis pensar en un lector hipotético; eso vendrá en el proceso de creación. Debéis dejaros llevar por lo que el tema (y vuestra capacidad de desarrollarlo) os sugiera a vosotros.
(…) Sin embargo, hay que aclarar mejor esta noción de temas significativos. Un mismo tema puede ser profundamente significativo para un escritor, y anodino para otro; un mismo tema despertará enormes resonancias en un lector, y dejará indiferente a otro. En suma, puede decirse que no hay temas absolutamente significativos o absolutamente insignificantes. Lo que hay es una alianza misteriosa y compleja entre cierto escritor y cierto tema en un momento dado, así como la misma alianza podrá darse luego entre ciertos cuentos y ciertos lectores.
Un relato hay que escribirlo, al contrario que la novela, desde dentro hacia fuera. Como hemos dicho antes, un relato es un chispazo que se extiende hasta ocupar x páginas (las que de de sí ese chispazo), y no un cúmulo de acontecimientos que se intentan comprimir en unas cuantas cuartillas. Las ideas de fondo de un cuento no pueden ser la cotidianeidad, la amistad, las relaciones laborales, el paso del tiempo y la llegada de la madurez. El tema ha de ser una hoja seca que cae, un autocar que se va, un territorio comanche o la primera cana. Lo demás vendrá de circular alrededor de esa idea. Concluimos con Cortázar:
(…) Y ese hombre que en un determinado momento elige un tema y hace con él un cuento será un gran cuentista si su elección contiene —a veces sin que él lo sepa conscientemente— esa fabulosa apertura de lo pequeño hacia lo grande, de lo individual y circunscrito a la esencia misma de la condición humana. Todo cuento perdurable es como la semilla donde está durmiendo el árbol gigantesco. Ese árbol crecerá en nosotros, dará susombra en nuestra memoria.