Cuando amamos algo el sufrimiento es inevitable; porque el amor nunca nos pertenece, pertenece al mundo de las eternidades. La belleza de esta realidad consiste en que lo podemos perder todo, en que en un segundo podemos alcanzarlo todo y al otro estar parados frente al vacío. Estamos en constante movimiento, somos frágiles, somos invencibles, somos pequeños, somos grandes, tenemos demasiado amor, estamos completamente solos, no paramos de reír, no paramos de llorar. La búsqueda constante de lo que nos eriza la piel, de lo que nos encuentra con quienes somos, con la capa más profunda y pura del ser. Esa es la naturaleza humana, la intensidad del momento es nuestra forma de eternidad, la intensidad de los momentos en donde la encontramos, sabiendo que la volveremos a perder, solo para después poder volver a encontrarla. En este mundo de despedidas, todo es una promesa de volver a encontrarnos, en otro lugar, en otra sensación; en otra persona; encontrarnos no con el otro, sino con uno mismo.
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