El cuadrado, la cárcel del alma.

El cuadrado, la cárcel del alma. De vez en cuando, acaso por simple ilusión óptica, crece. Sin embargo, este cuadrado nunca deja de ser un cuadrado.

Un día, por un instante, me despierto fuera de él. Más allá del bien y del mal, un mundo sin ángulos rectos, sin dicotomías.

Tan pronto como me voy, regreso. Mas de nuevo dentro, necesito contar lo que vi, quiero explicarlo, ponerlo en palabras. Pero para los habitantes del mundo plano no es posible imaginar una tercera dimensión. Y las palabras son los ladrillos que construyen los muros de mi cuadrado. ¿Cómo se habla de lo nunca antes vivido, con palabras que son vividas una y otra vez? No se puede, y aunque lo sé, lo hago igual, porque lo necesito. Porque todo cuadrado, aunque fuese imaginario, necesita un centro.

Por eso me invento un cuento de cuna, un objeto transicional que me consuela. Y lo que está detrás de las palabras se me va olvidando. Se van borrando los recuerdos del exterior de la caverna.

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