Misma etimología, partícula elemental, arché; somos polvo de estrellas, universo autocontemplándose.

Percepción limitada, ataduras del cuerpo. El hombre en su intento por comprender, separó, dividió, clasificó. No podemos ver, sino por partes, en fragmentos de tiempo y lugar.

Ergo, en el fondo, lo sepamos o no, siempre estamos en búsqueda del absoluto, el todo, ese punto de origen, de conexión, el aleph de Borges.

Inconsciente o conscientemente intentamos satisfacer esa necesidad existencial mediante un otro. El ego occidental pretende encontrar esa media naranja que nos sirva para completarnos, un objeto moldeable que pueda encajar en ese agujero que buscamos llenar.

Cuando en realidad, el verdadero componente mágico
que posee el otro es precisamente su otredad. Esa arena que se cuela entre nuestros dedos impacientes por capturar. La otredad es lo que nos excede. Conectar y amar a alguien es ese paso del microcosmos al macrocosmos.

Si el ingrediente sustancial, que hace otro al otro, se pierde; no hay nada más que un ego solitario desesperado por encontrarse en cualquier espejismo. Un narciso buscando atrapar su reflejo en el agua.

Un amor genuino por el otro se relaciona íntimamente al amor por uno mismo. La conexión con lo que somos. El amor nos encuentra con el todo que somos.

Nunca fácil, nunca simple. Dolor, intensidad, caos. El amor no puede ser perfecto, siempre hay conflicto. Porque el amor rompe con todo esquema que pueda limitarlo o aprisionarlo.

Si nos relacionamos con el otro desde lo que de verdad somos, y el otro nos importa en cuanto a que es otro, quebramos ese acostumbrado caparazón individualista.

Todo debe romperse, para volverse a construir; una y otra vez. El amor se reinventa porque su vastedad no puede caber en una definición. No puede ser definitivo. «No feeling is final».

El cambio es parte de quienes somos; existe porque no tenemos la capacidad de ver la totalidad sino en espacios que se dan entre cambio y cambio.

Disfrutemos de nuestros desacuerdos, porque es lo que nos hace otros. Ese resto que nos excede, a lo que no podemos acceder con las palabras de nuestro diccionario. Lo que nos separa es, en realidad, lo que nos une.

Aunque a veces solo dure un segundo; el amor es la abolición de nuestros límites. «Ceremonia ontologizante, dadora de ser». Ese momento en que fuimos todo lo que pudimos ser. Ese milagro.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS