
Las llamas crepitaban en forma siniestra en el interior de la habitación, ya habían consumido casi el noventa por ciento de la superficie del departamento ubicado en el noveno piso de un edificio ubicado en la zona céntrica de la Ciudad de Córdoba.
Allí estaba encerrado y sin posibilidades de salvar su vida, el anciano llamado Miqueas Soler, que frisaría los ochenta años y estaba invalido en una silla de ruedas desde hacía ya unos cinco años después de un accidente automovilístico que sufriera de regreso de la casa de su hija que vivía en la localidad de Tanti.
Veía avanzar las llamas en forma inexorable, y su mirada fija en el fuego, mientras sus pensamientos echaban a volar rememorando tiempos pasados en donde fue feliz.
Recordó a sus padres, quienes le dieron la vida y le enseñaron el oficio de ser orfebre en la joyería que era de la familia, con ello fue abriéndose camino en la vida y forjándose un porvenir venturoso.
Luego los momentos vividos en la niñez, le encantaba jugar a la pelota con sus amigos de la barra de la calle Chubut en el viejo barrio de Alberdi, las guitarreadas y las serenatas que daban en aquel populoso suburbio de la ciudad.
Siguió recordando eventos de su vida, hasta que se detuvo en el que el considero el más importante de su existencia, cuando conoció a su amada Nora, en aquel baile del cuarteto Leo en el club Alas Argentinas.
En ese salón al ritmo del tunga-tunga conoció a su esposa, que estaba sentada junto a sus amigas mientras estas charlaban entre si, Miqueas se acercó a ella y le dijo:
-¿Quiere bailar conmigo?-
-Si, por supuesto-respondió ella-
La pareja se mezcló con el resto de los bailarines que danzaban en la pista de baile y olvidándose del resto del mundo que lo rodeaban ambos jóvenes se miraron a los ojos profundamente por vez primera, el amor los había flechado en aquella noche de sábado de hace muchos años.
Y se fueron conociendo, se hicieron novios, se casaron, formaron una familia y tuvieron cinco hijos, todos ellos crecieron y formaron su propia familia, quedaron solos con el correr de los años hasta que un día su esposa Nora, falleció de un infarto de miocardio.
Los días de Miqueas se tornaron sombríos y tristes, ante la ausencia de su amada Nora, solo las visitas de sus nietos mitigaba en parte aquel dolor que laceraba su alma cada día.
Fue transcurriendo los años, tuvo su accidente de tránsito que lo dejo invalido, y desde ese entonces su movilidad era la silla de ruedas con la cual se desplazaba en el interior de su departamento y sus salidas al mundo exterior eran cuando sus hijos venían a buscarlo para visitar a sus respectivas familias.
Todo ello lo pensó en una fracción de segundo, resumió los instantes de su vida, mientras las llamas del fuego provocada por una estufa eléctrica en mal funcionamiento, provoco un cortocircuito, que hizo saltar las chispas en el aparato eléctrico y unas de ellas en la cortina de una de las ventanas, en cuestión de segundos las llamas comenzaron a avanzar en forma siniestra, mientras Miqueas se percataba que de aquello no saldría vivo, atino a esperar en forma impasible el fin de sus días.
A lo lejos comenzó a oírse, el sonido de los bomberos como así también de la ambulancia que llegaba al lugar.
Miqueas miraba las llamas en forma obsesiva, y no se dio cuenta que el fuego lo envolvió con su luz, y un grito infrahumano se escuchó, era la agonía de aquel que estaba abandonando este mundo.
Su alma se vio libre y echó a volar dejando tras de sí su cuerpo chamuscado y mezclado con el resto de las cenizas de los objetos quemados en el lugar, de repente escucho una música, una melodía que él conocía y hacía tiempo no oía, siguió el sonido y de repente se vio en salón del Club Alas Argentinas, y allí vio de nuevo a su amada Nora, más linda que nunca, ella se levantó, fue hacia él y extendió sus brazos para abrazarlo y besarlo, ese abrazo que tanto extrañaba.
-¡Miqueas te estaba esperando!-
El nada contesto, solo acerco sus labios a los de su amada y callo las palabras de ella con un beso.
-¡Te extrañe tanto!- dijo él después de besarse suavemente
Y volvía a sonar aquella melodía, mientras la pareja comenzaba a danzar y a perderse entre los demás bailarines que había en el salón.
Mientras muy lejos de allí, los bomberos extinguían el fuego del incendio, y la policía forense recogía los restos del cuerpo calcinado y los familiares lloraban desconsoladamente la partida de su ser querido.
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