¿Qué crees?
¿Qué habrías hecho tú al verlo tan indefenso y frágil, semidesnudo acurrucado en un rincón cubriéndose el rostro con sus manos, tratando de ocultar su vergüenza, su miedo y su llanto?
¿Acaso, tendrías el corazón de hielo para no hacer caso a su tristeza y desconsuelo?, Acaso lo habrías dejado con su pena Para luego soportar eternamente su reproche?
Si si si, su reproche, pues soy carne de su carne, me forme de su costilla, soy parte de su ser, lo mínimo que podía hacer era mostrar agradecimiento por tan noble gesto. Además, estábamos tan solos en aquel inmenso jardín, y éramos tan niños, inocentes y ansiosos por descubrir todo, ansiosos por abrir los ojos para después querer cerrarlos y no volver a abrirlos jamás.
El era un joven muy atrevido que me impulsaba a seguirlo a todas partes; lo admiraba y no puedo negar que en muchas ocasiones me oculte detrás de los arbustos para observarlo en silencio, pues todo lo hacía mejor que yo, su cuerpo estaba mejor formado, más fuerte, más ágil, más hábil para trepar en los árboles; en sus ojos tenían el sol preso en sus pupilas, y su sonrisa era como una melodía que no quieres dejar de escuchar; las noches entre sus brazos eran menos frías, me rodeaba y me protegía de la oscuridad, me enseñaba las estrellas señalándolas con el dedo dibujando figuras en el cielo, y yo soñaba junto a él, perdida en la eternidad de los momentos en los que estábamos juntos abrazados sintiendo la cálida respiración que emanaba de nuestra narices, escuchando el suave murmullo de su canto en mi oído y nuevamente su risa y la mía, juntas mezcladas.
No me era posible apartar los ojos de su cuerpo dormido tendido sobre el lecho de vegetación aplastada, recorrí sus formas una y otra vez con la punta de mis dedos, mis pupilas se dilataban al advertir que se estremecía ante mis caricias, su piel se erizaba los frágiles vellos casi transparentes se levantaban como un centenar de soldados que se encuentran alerta ante el ataque.
No contábamos los días, ni los meses, pues cuando hay eternidad y se es feliz esto no hace falta, el sol nos despertaba con un beso cálido en las mejillas, el viento nos sacudía y revolvía nuestro cabello haciéndolo girones, el mar nos llamaba con un bramido fuerte y nos invitaba a sumergirnos en sus cristalinas aguas, mientras las olas jugueteaban arrojándonos a la playa para luego atraparnos nuevamente y llevarnos de regreso al agua. Comíamos cuando las tripas bramaban imitando al mar; todo estaba allí dispuesto para nosotros, para nuestra complacencia y felicidad, todo dispuesto sin ganarlo, sin mérito mayor a nuestra propia existencia, éramos los amos del universo.
El tiempo envejeció sin que lo advirtiéramos, a medida que envejecía los días se convertían en costumbre, por desgracia la costumbre trepo como una enredadera hasta cegarnos y nos acostumbramos a la belleza, a esa belleza cautiva y esclava que se paseaba por todo el inmenso jardín, podías encontrarla en cada rincón, su espíritu vagaba sin rumbo apropiándose de todo el espacio, al abrir los ojos la encontrabas, en la dirección que miraras, ahí estaba ella como un arlequín dispuesta a hacerte sonreír, fue entonces cuando nos creímos con el derecho de poseerla, era nuestra, hacia parte de nuestro entorno y decidimos castigarle con dureza, que castigo más grande para ella que ignorarla, dejamos de encontrar gracias en su danza, en sus destellos de colores, en el canto de sus aves, en la dulzura y torpeza de los cachorros de cada especie, no había gracia en los colores y formas de sus flores y peces, la pobrecilla no encontraba como complacernos a pesar de sus esfuerzos, habíamos caído en las fauces de la rutina, nos acostumbramos a la luz rompiendo la oscuridad al amanecer, a los primeros rayos del sol besando nuestro rostro cada nuevo día, el ritual se hizo habitual y trasnochado, tanto así que hasta dejamos de acudir al bramido impetuoso del mar. Pero como es bien sabido, somos la especie que siempre necesita de más, nunca nos conformamos con lo que tenemos, somos tan caprichosos y mal criados que es imposible encontrar la plenitud. Que extraños somos, si nos comparamos con los demás, las otras especies aman la simplicidad y nosotros la complejidad.
Yo ya había visto el árbol, era hermoso, más hermoso que los demás, quiza no, quizá esa belleza adicional se la otorgaba el misterio que lo envolvía, quiza su belleza se debía a que era prohibido y sentimos una fascinación especial por lo prohibido, algo de excitación, es como una enfermedad es necesidad de romper las reglas y siempre pensar que todo saldrá bien y que podemos salirnos con la nuestra. Nuestro más grave error fue pensar que por nuestra gracia y maravillosa existencia podíamos disponer de todo y nuestras faltas siempre serían perdonadas y olvidadas, al final solo eran travesuras.
Solo había algo que amaba más que a mí misma, ese era Adán, lo amaba por encima de todo lo que existía y quería complacer cada uno de sus caprichos, aceptaba cada uno de sus retos buscando afanosamente su aprobación, buscando de alguna manera su admiración y respeto, pues siempre crítico con vehemencia mi fragilidad y delicadeza de mis formas y reía a carcajadas por mi falta de fuerza para mover una roca gigante, ante mi falta de habilidades de las que el era dueño y de mi facilidad para llorar ante la derrota e impotencia.
Ese día nos encontrábamos tan absortos en nuestras propias cavilaciones con los ojos puestos en el rojo carmesí del fruto de aquel hermoso árbol, no se porque lo mirábamos, Adán fue el primero en quedar extasiado, yo solamente lo seguí, cómo hacía siempre y de repente me dijo cómo en un susurro, morder ese fruto debe ser tan dulce como morder tu boca, tomarlo entre mis manos debe ser semejante al día que te descubrí, cuando por vez primera te toque, y mis manos recorrieron tu cuerpo desnudo y cada uno de tus rincones y dibuje tus senos y tú vientre con mi boca y sentí como te estremecías, y fui dueño de la belleza de tus formas, el dorado de tu piel, del olor que emanas a fruta fresca, a jazmín, fui dueño de tus dulces quejidos y tú risa. Mis ojos atónitos se volvieron hacia el y un sentimiento de apoderó de mí, una sensación desconocida, un fuego que recorría mis entrañas con la fuerza de un volcán pues sus palabras describieron sucesos no acontecidos aún pero aquellas palabras lascivas cargadas de lujuria despertaron mi ser, mi locura haciéndome desearlo, y mis manos volaron como un ave para posarse en su cuerpo, para sentir sus latidos y el fuego abrazador que lo envolvía, quería unirme a él y arder en su fuego hasta consumirme por completo; no hubo lugar para el miedo y la desaprobación, aun no logro entender porque en ese momento no pude pensar en que lo impulsaba a decir aquellas frases lascivas, que extraña fuerza se apoderó de su ser o que extraño espíritu hablaba a través de su boca y que extraño espíritu se apoderó De mi cuerpo para quedar a su Merced, pues es claro que esas no eran sus palabras ni había experimentado tales sensaciones que describía como si tuviera pleno conocimiento de las mismas, tal vez en sueños que suelen llevarte a lo desconocido e improbable, pero aún los sueños necesitan alimentarse de algo de realidad para tejerse y este no era nuestro caso.
En el momento que ese impulso impúdico me obligó a lanzarme sobre el, buscando su boca y obligando a sus manos a atreverse a tocarme, fue como si despertamos de un sueño, el me miró con extrañeza y en sus ojos había algo de miedo, me levante con vergüenza y huí de su presencia, corrí a esconderme de su mirada, esa noche por primera vez desde que fuimos creados, no dormimos juntos abrazados, y al amanecer no quisimos vernos la cara, decidí pasear sola por el jardín cuando me di cuenta estaba muy cerca del árbol, sus frutos brillaban y me invitaban a tomarlos, era la misma sensación de deseo del día anterior, tuve miedo, cerré mis ojos para no verlo más, y me alejé. Escuché a Adán que me buscaba, corrí a su encuentro pero al verlo parecía diferente, su serenidad no lo acompañaba esa mañana, parecía angustiado, estaba algo sudoroso aunque el clima está bastante fresco y corrida una suave brisa. Que te pasa? Le pregunté, a qué le temes? Y fue entonces cuando descubrió el fruto que llevaba en sus manos. Que has hecho? Le dije con voz temblorosa, todo mi cuerpo temblaba como una hoja a Merced del viento. La traje par ti, quiero verte comerlo, aún no lo he probado pero mi deseo es más grande que mi propio ser, aun así solo lo probaré si tú decides probarlo también, luego de escucharlo solo lo tome de sus manos y lo lleve a mi boca, no es posible describir el placer que me produjo ese instante, Adán no resistió y arrebato el fruto que aún estaba atrapado por mis mandíbulas, llevándolo a su boca mordiendo con furia, fuimos presos por un irresistible deseo y consumidos en el fuego de nuestras pasiones. El sueño termino cuando escuchamos la voz de trueno del padre que nos buscaba, Corrimos afanosamente buscando un escondite, estábamos vestidos con el traje de la vergüenza, y Adán oculto entre sus manos su rostro enjuagando en lágrimas, estaba sumido en la más profunda tristeza y el miedo, levantaba de vez en cuando su mirada suplicante y aunque no lo pidió directamente, yo sabía que debía hacer, supe entonces que tendría que asumir mi responsabilidad y cargar eternamente con el lastre de mi debilidad, lo amaba habría hecho cualquier cosa por el, hasta hacerme autora y responsable de la condena del pecado original, sabía que iba a ser juzgada, no solo por el padre si no por la humanidad hasta el final de los tiempos, pero el amor lo valía, un momento de placer por una eternidad en el presidio de la condenación, lamentos y señalamientos, un momento de placer para una eternidad en el dolor. Porque cada mujer que pisa la tierra es una Eva que arrastra con el peso de la culpa.
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