Perfume y pólvora (un prólogo)

Perfume y pólvora (un prólogo)

Jorge Vecellio

21/12/2017

MUJERES Y POLÍTICA

La primera mujer votó por accidente. Ocurrió en 1776, cuando el estado de Nueva Jersey inscribió la palabra gente en lugar de hombres en su proclama electoral de ese año, ocasionando que un grupo de feministas se presentaran a sufragar amparadas en la premisa de que cada persona es libre de hacer aquello que la ley no prohíbe (1). El descuido no resultó fácil de subsanar; persistió por tres décadas hasta que en 1807 la Suprema Corte estatal diseñó una estratagema jurídica que revocó aquel derecho concedido involuntariamente. Debió pasar medio siglo hasta que otros estados de la unión americana se cuestionaran la exclusividad masculina en el ámbito de la democracia.

La política decimonónica no aportó mayores avances a escala global. Sin embargo, la militancia pasiva de las sufragistas se transformó en la rebeldía de las sufragetes de la Women’s Social and Political Union, quienes a principios del siglo xx tomaron las calles de Londres y Nueva York con manifestaciones, escándalos públicos y huelgas de hambre, capaces de acciones extremas con tal de hacerse notar: una de sus principales activistas murió aplastada por el caballo de Jorge V de Inglaterra cuando intentaba increpar al rey y exigirle personalmente que permitiera el voto femenino.

La Primera Guerra fue crucial. Mientras los hombres regaban con su sangre el suelo de Europa, eran las mujeres quienes en gran medida sostenían las economías familiares y por ende las de los pueblos y ciudades. Esto derivó en una reivindicación social de las capacidades femeniles —tanto físicas como intelectuales, hasta entonces menospreciadas— y en un resurgimiento de las demandas en pos de derechos universales. Se iniciaba así un proceso irreversible cuyos primeros frutos brotarían en terrenos insospechados.

Tal fue el caso de la República de Tuvá, una pequeña nación rusa que en 1940 eligió a una mujer como presidenta de su parlamento y virtual jefa de gobierno. Hasta entonces, el mundo sólo había conocido reinas y emperatrices, mujeres que accedían al poder en representación de un derecho monárquico, no de género.

El ejemplo fue seguido por Mongolia —también afín a la Unión Soviética—, cuando en 1953 y por casi un año escogió como presidenta interina a la viuda de un héroe nacional. El tercer caso fue Sri Lanka, en 1960, siendo a su vez el primer país del orbe en tener una jefa de estado nacida del voto popular.

Indira Gandhi en la India (1966) y Golda Meir en Israel (1969) dejaron su sello indeleble en la historia secular.

Luego vinieron “Isabel” Perón en Argentina (1974), Margaret Thatcher en el Reino Unido (1979), Vigdís Finnbogadótti en Islandia (1980) y Corazón Aquino en Filipinas (1986), a completar un esquema de supuesta integración e igualdad de oportunidades.

La canciller alemana Angela Merkel, la mujer más poderosa del mundo actual, exhibe orgullosamente en su despacho un retrato de Catalina la Grande de Rusia.

De cualquier modo, el mapa político internacional siguió respondiendo a los paradigmas del patriarcado, a las reglas de la competencia feroz y desleal, a la testosterona que destilan las guerras, a los crímenes de estado y a la dictadura del oro y el plomo; en síntesis, a los símbolos de un poder misógino y desalmado.

México no fue la excepción. Si bien hubo tres estados (Chiapas, Tabasco y Yucatán) que en 1916 se mostraron adelantados a su tiempo y reconocieron el derecho de las mujeres a votar y ser elegidas como representantes populares, a nivel federal este beneficio no se hizo efectivo sino hasta la reforma constitucional de 1953. Así fue como en 1965 el Senado mexicano tuvo a la primera presidenta de su historia, en 1979 Colima tuvo a su primera gobernadora, y en 1988 el país tuvo a su primera candidata a la Presidencia de la República: Rosario Ibarra de Piedra, quien además fue nominada al Premio Nobel de la Paz en cuatro oportunidades.

Pero en términos prácticos y generales, la incorporación de la mujer a los asuntos públicos mexicanos trajo más pena que gloria. Pronto, las candidatas femeninas (salvo rarísimas excepciones) se transformaron en peones de un ajedrez maquiavélico, y terminaron atrapadas en el círculo habitual de la corrupción y los intereses privados, obedeciendo las reglas de un sistema diseñado para someter a las mujeres a una esclavitud doméstica, mental y sexual, entre otras aberraciones.

LA CANDIDATA REBELDE (2)

Cristina Sada Salinas llegó a la política mexicana también por accidente, aunque más justo sería hablar de una confluencia de factores determinantes. En Perfume y pólvora, es ella misma quien se encarga de enumerar cuáles fueron las razones físicas que la movieron a involucrarse en una aventura tan frenética y riesgosa, con tan escasas probabilidades de ganar y con tanto para perder si el proyecto llegaba a descarrillarse. Fue un arrebato de conciencia inconsciente (o de inconciencia consciente) que la autora define como “un sí irracional”, pero que también responde a causas sumamente específicas que el lector atento sabrá descubrir entre líneas. Porque no se trata de una crónica cualquiera; estamos frente a la bitácora de una campaña muy peculiar, a una urgente declaración de principios y a un relato autobiográfico vibrante. El cual está narrado por varias mujeres reunidas en una: la candidata irreverente, la empresaria exitosa, la artista velada, la hija de Irma Salinas Rocha y la madre de Joy (por citar algunas), cada una de ellas revelándose sin censura, asumiendo sus heridas sin pudor y mostrando un aspecto de la realidad política y social que servirá durante varias generaciones como un testimonio de primera mano sobre la pésima calidad de la democracia y las instituciones mexicanas de principios del siglo xxi.

Como suele decirse en el argot político, Cristina Sada “nadó entre tiburones”. Y lo hizo en un mar de aguas negras y peligrosas, corriendo un riesgo personal altísimo y financiando la proeza con recursos propios, fruto de su esfuerzo y capacidad de superación. Impuso sus propias reglas en un ámbito dominado por la sumisión castrense y las prácticas tramposas. Y no sólo sobrevivió a una guerra sucia, al escarnio y a la burla de la prensa mercenaria (3), sino que recibió un respaldo inédito en las urnas y acabó convertida en una líder social comprometida con las causas más urgentes, y en una referente moral e intelectual para los miles de internautas que desde entonces la siguen en las redes sociales.

La aparición de Cristina Sada fue un soplo de aire fresco sobre la rancia estructura regiomontana, donde el empresario se ocupa de sus negocios, el político de sus negociados, el PRI y el PAN mantienen relaciones incestuosas bajo la mesa y el pueblo se las arregla como puede. Su sola presencia en el horizonte de la vida nacional nos lleva a cuestionar dicotomías ancestrales, como derecha e izquierda, ricos y pobres, aristocracia y pueblo, discriminación e igualdad, ética y estética.

Perfume y pólvora es un alegato en favor de causas que parecen perdidas, un espejo en el que se refleja el coraje femenino y una referencia obligada a hora de revisar la historia reciente de la política mexicana; es también la descripción de un sistema en crisis y el retrato de una mujer que merece ser conocida.

Por lo demás, un libro, cuando no está siendo leído, es un objeto entre los objetos, sin mayor valor que una piedra o el pedazo de madera que antes fue. Pero cuando entra en contacto con su lector, se pone en marcha un mecanismo asombroso, una voz viaja a través del tiempo y el espacio, y las ideas se difunden, y el universo se transforma.



San Cristóbal de Las Casas, Chiapas

Mayo de 2015

  • 1- «Libertas est naturales facultas ejus, quodcuique facere libet, nisi si quid vi, aut jure prohibetur», Florentino: Lib. I, tít. V, ley 4ª; este principio sería luego acogido oficialmente en la Declaración de los Derechos Ciudadanos de Francia, en 1789.
  • 2- El subtítulo alude a “la aristócrata rebelde”, expresión habitual en Nuevo León para referirse a Irma Salinas Rocha, madre de la autora.
  • 3- Entre otros motes peyorativos, fue llamada “la oveja fresa de la izquierda”.

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