Veo el amor reverdecer los campos,
inundar los lagos,
abrir los capullos.
Veo al amor volar entre las aves
correr junto a los niños,
Platicar entre los ancianos.
Veo al amor en la pista de baile,
en las pupilas de los jóvenes que se balancean frente a frente,
en la mirada de la mujer que le sonríe al cantinero,
lo veo sentado a la mesa,
caminando hacia la salida de la mano de un amante.
Subiéndose al auto de camino a casa,
recostado en la banqueta sosteniendo un trago,
ebrio de amor.
Lo vi entre las cortinas un día,
parado fuera en el umbral,
con un ramo de margaritas,
empapado bajo la lluvia,
rogándome entrar.
Y vi a mis demonios,
recargados sobre la puerta,
haciendo una seña para apagar la luz,
bajar el volumen a la televisión
y fingir que no había nadie en casa.
Uno de ellos,
sentado en el sofá
con las piernas entreabiertas
indicándome sentar,
susurrando en mi oído,
respirando en mi cuello,
besando mi espalda.
Recordándome lo inútil que es el amor,
la pérdida de tiempo que éste es,
el dolor que un placer efímero provoca.
Pero me sigo sintiendo sola entre las sábanas,
en la ducha que ya no calienta más,
en el auto de camino al trabajo,
en la sonrisa de los domingos.
Alguna vez lo tuve latiendo entre mis manos,
el amor frecuentemente se dormía entre mis brazos,
cenaba en mi mesa,
cantaba en mi ducha,
se mecía entre mis labios.
Hasta que una mañana cruzó la puerta
y no volvió más.
Ahora lo veo caminar entre el gentío,
siempre ignorándome,
y mis brazos lo llaman mientras mi boca lo rechaza.
Se sienta de vez en cuando en el taburete
junto a mi en el bar,
y me recuerda… que de ahora en adelante me da la espalda,
y yo, con orgullo le respondo.
«Te amo todavía, te espero en la mañana»
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