“¿QUÉ PUEDO HACER?”
Fredo fue testigo de la violenta entrada de esos tres sujetos armados a la casa de Mama Chole, por lo mismo tuvo tiempo de esconderse en un lugar estratégico de la casa, desde el cual pudo observar todas las dantescas escenas que se desarrollaron en su hogar contra sus seres queridos, sin poder evitarlas, dada su escuálida e inofensiva presencia física.
El estaba seguro que si trataba de intervenir iría en juego su vida. Ya esos hampones habían acribillado segundos antes a la dueña de la casa y al chofer. Presentía también que su hermana y la sirvienta correrían la misma suerte una vez que esos tipos dejaran de abusar violentamente de ellas. Y así fue. De tal forma que, con la ira frustrada y conteniendo el llanto para no delatarse, esperaría a que los tres delincuentes salieran de la casa, para seguirlos y posteriormente denunciarlos a la policía.
Mientras tanto los tres sujetos, seguros de que ya nadie los podría denunciarlos se apoderaron de la casa y como si les fuera familiar, escucharon música, prepararon unos tragos y se drogaron con mariguana y cocaína.
Por más que trató de reconocerlos a Fredo le fue imposible. Nunca antes los había visto en casa, ni siquiera rondando por las calles cercanas, en donde acostumbraba caminar por las mañanas y por las noches con la vieja Mama Chole. Sin embargo, sabía que no podría olvidar esos rostros y menos los nombres de ellos, que repetían entre ellos. Imaginaba que pronto llegaría el momento para denunciarlos y que fueran juzgados por sus crímenes.
Al fin llegó el momento, los tres hampones ya tenían todos los objetos de valor guardados en bolsas improvisadas con sábanas y para huir metieron hasta el garaje un auto en el cual escaparon, dejando la puerta de la casa abierta.
Fredo inició tras ellos la larga huida. Aunque ya era un poco mayor de edad, sabía que se condición física le ayudaría a seguir a esos sujetos hasta su madriguera. Por varios minutos recorrió las calles ya conocidas por él, iba de cerca a las placas del auto que ya las tenía memorizadas. Sabía que esa sería otra de las formas para que las autoridades los localizaran.
Incansable, siguió el vehículo hasta que dobló en una esquina para tomar una vía rápida. Fredo se percató de que seguirlo por ahí le sería imposible, así que se detuvo en la entrada preguntándose : ¿Qué puedo hacer? ¿Qué puedo hacer? Y la cruda respuesta: “¡Nada! ¡No puedes hacer nada, porque solo eres un perro!”, resonó en el interior de su mente, provocándole un lastimoso llanto.
Fin.
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