“ UNA PLANTA ESPECIAL ”

Cuando Gustavo miró a su alrededor, le llamó la atención una planta silvestre que contrastaba por su belleza, con el descuidado pasto del jardín de las viejas instalaciones del pozo de agua potable que surtía al pueblo y que en esta ocasión, servirían de sede para celebrar ahí, la fiesta de cumpleaños del administrador del organismo operador de la región.

Esa Sábila ya es mía — se dijo Gustavo en voz baja.

En el transcurso de la fiesta se percató que solo un empleado se encargaba de vigilar que ese servicio se proporcionara ininterrumpidamente. Ese día el hombre también celebraba, así que no se daría cuenta de que en ese desarreglado jardín, faltaría a la mañana siguiente la planta. Por lo menos eso pensaba.

Como lo había planeado, Gustavo fue de los últimos en salir de esas instalaciones y tras despedirse de los anfitriones, aprovechando un descuido hurtó la planta, la cubrió con su chamarra y salió sin ser visto.

Gustavo era vecino del pueblo y casi todos lo conocían ya que trabajaba en una oficina del Palacio Municipal en donde tarde o temprano los pobladores se tenían que presentar ante él. Era el secretario del Juez.

Esa comida había comenzado temprano así que antes de que diera la medianoche Gustavo ya estaba en casa sembrando en el jardín su nueva adquisición.

Al concluir la tarea se dio cuenta de que esa Sábila era una planta hermosa, bien cuidada. Pero como no estaba en condiciones de investigar que hacía esa planta en ese terreno tan descuidado, y menos ahora que ya la consideraba de su propiedad, optó por irse a su recámara.

Antes de dormir le contó a su esposa la hazaña y como ella todo le festejaba, le felicitó y acordó con él admirarla por la mañana. Antes de que conciliaran el sueño la esposa le platicó que su hijo “Gustavito” hacía una hora se había quejado de algunas molestias en la garganta, pero como ya se había dormido consideró que no eran graves.

Como a eso de las tres de la mañana, las molestias del pequeño se agudizaron y su lastimoso llanto los obligó a levantarse, ya que presentaba alta temperatura, fuerte dolor de cabeza y dificultad para respirar.

En cuanto pasó el tiempo los esposos se dieron cuenta de que esas molestias no las quitaba una aspirina, así que decidieron llamar por teléfono al médico del pueblo, que por fortuna vivía cerca.

Pasaron algunos minutos y sonó el timbre de la puerta, por lo que Gustavo la abrió de inmediato pensando que sería el médico. Sin embargo, grande fue su sorpresa al ver que el visitante era nada menos que Don Fidel, el viejo empleado que se encargaba de vigilar el pozo de agua.

— Buenos días Don Gustavo, perdone que lo moleste a estas horas, pero en verdad me alegro de encontrarlo con vida.

— ¿Por qué me dice eso Don Fidel? Estas no son horas para hacer visitas. Si le abrí la puerta en porque estoy esperando al doctor. Mi hijo está muy enfermo.

— Pues ojalá y haya llegado a tiempo. Ya perdí horas valiosas preguntando a todos los que asistieron a la fiesta sobre una de mis plantas que desapareció anoche. Y como todo parece coincidir en que usted fue quien la tomó, le ruego que me la regrese de inmediato.

“Gustavo, Gustavo, que ya pase el doctor, el niño está muy mal” — le gritó su esposa desde la recámara.

— ¿Tiene a alguien enfermo, verdad?

–¡Sí, a mi hijo…

— ¡No perdamos más tiempo, dígame inmediatamente donde está mi planta!

Nerviosamente como se encontraba, Gustavo señaló hacia uno de los lados del jardín, indicándole donde estaba la planta. En eso llegó el doctor y de inmediato lo llevó a la recámara, olvidándose por el momento de Don Fidel, quien afanoso buscaba su Sábila en el jardín.

En cuanto la encontró, como loco empezó a besarla, y hablarle en voz baja:

“No te preocupes chiquita, ya estás conmigo otra vez”.

En cuanto Gustavo y el doctor entraron a la recámara se asustaron al ver que la mujer lloraba y gritaba amargamente con su hijo en brazos, totalmente desfallecido: “¡No respira, ya no respira…”

— ¡Cállate mujer, no digas eso!

Con mucho cuidado, el médico tomó a la criatura en sus brazos e inclinó su cabeza para escuchar su corazón. Lo recostó y con sus manos levantó uno por uno sus párpados para reconocerlo. Después de hacerlo, abrió su maletín y sacó sus instrumentos, para volver a escuchar el corazón del pequeño.

Angustiados los padres de Gustavito, observaron todos y cada uno de los movimientos del doctor, quien después de unos minutos se paró frente a ellos y les dijo:

“Este niño no tiene nada, solo está dormido. No tiene fiebre, su respiración es calmada. No me explico por qué tanta alarma”.

El matrimonio se miró entre sí, y aunque felices, no podían explicarse esa situación.

Desde la puerta, Don Fidel que los observaba con la Sábila entre sus manos, les gritó:

“¡Nunca vuelvan a robarse una Sábila que tenga dueño. Quienes lo han hecho, ellos o algún familiar ha pagado con su vida. Esa es la Ley de la Sábila y esta vez tuvimos suerte, mucha suerte…” — y se marchó.

Fin.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS