Dicen que los sueños pueden transportarte a otras dimensiones, probablemente sean un sustantivo que rebasa nuestra capacidad de raciocinio.
KyKy estaba en la playa, su cabello azabache se meneaba al ritmo de las olas del mar que ligeramente caían sobre la arena, formando ondas de diferentes tamaños con sus pinceles espumosos. De pronto, a su lado aparecieron dos muchachas, parecían ser de la misma edad. Una de ellas tenía diamantes azules en los ojos y su sonrisa era tan cálida como un atardecer. La otra era de piel morena, sus cabellos rizados los traía recogidos en un chongo y un puente de pecas surcaba su rostro ameno.
—¡Vamos, KyKy! ¡Será divertido! —decía una—. ¿Qué es lo peor que puede pasar?
Y ambas se la llevaron arrastrando de los brazos en dirección a una tienda hecha con tela de manta. ¿Cómo había llegado eso a mitad de la playa? KyKy no se preocupó mucho, pues sabía que los sueños de Kysen llegaban a ser demasiado absurdos. Echó una ojeada al interior de la tienda y se sorprendió al notar que era más espaciosa y grande de lo que aparentaba. Un olor a vainilla y jengibre le acarició el olfato, invitándola a entrar.
—¿Hola? —preguntó en voz alta, pero no obtuvo respuesta.
La arena escondida debajo de sus pies transmutó a un suelo alfombrado con una cantidad interminable de velas, de diversos tamaños, que se hallaban dispersas por todo el lugar, incluso hasta en los estantes con libros cuyos títulos no alcanzaba a leer. También había espejos de todas las clases, colgados en cada extremo, algunos pringosos y otros aparentemente nuevos; KyKy continuó caminando presa de una curiosidad inquietante.
—¡Bienvenida! —la voz rasposa de una mujer la tomó por sorpresa, haciendo que respingara—. Adelante, no seas tímida.
Entonces sus pies se movieron casi por inercia hasta toparse con una mesa circular, pequeña y fabricada con madera. Frente a ésta se encontraba una mujer de cabellos cortos y oscuros, su piel era pálida como una perla; sus ojos, negros y opacos, estaban enmarcados por un delineado que les regalaba profundidad. Un vestido azul de la tela más fina se apegaba a su figura: en la parte superior se apreciaba un detallado de escamas de dragón, mientras que el blanco predomina en la inferior, siendo llamativa por las lenguas de fuego dibujadas en esta.
A Kyky comenzó a dolerle la cabeza, tenía la extraña sensación de conocer a la misteriosa mujer. Pero eso no era posible si su existencia se basaba en sueños, al menos que Kysen tuviera algo que ver.
—Ven, te he estado esperando —la mujer le sonrió.
—¿No nos habíamos visto antes? —KyKy cuestionó anonadada al mismo tiempo que tomaba lugar en la silla frente a la bruja. ¿Bruja? ¿Cómo sabía eso?
No obstante, aquella mujer se guardó el derecho de responder, y en su lugar sujetó la mano de Kyky, abriendo su palma.
—Mmh, has estado mucho tiempo escondida. No, dormida —comenzó a decir aquella bruja, trazando meticulosamente con el dedo índice las líneas marcadas en la palma de KyKy—. Pero al fin te crecieron alas en la espalda y puedes volar. Estás asustada, sientes que puedes comerte al mundo. Y… —hizo una breve pausa, juntando las cejas—…lo que me temía.
—¿Qué? —insistió KyKy. Cada oración pronunciada por la mujer había sido tan certera y por lo mismo espeluznante. ¿Era posible que no fuera una simple obra de la siesta de Kysen?
—La próxima vez que te enamores será tu fin.
—…¿Qu-qué quiere decir con eso?
Kyky entró en pánico y zafó su mano del agarre cruel de la mujer, quien ahora le dirigía una mirada petulante y abrió la boca para recitar:
—“Mezclo mi elixir maldito con el tuyo, te concedo el aliento de mi poder; nos volvemos uno mismo y nuestro destino se unifica…
—Ahora y siempre, para encontrarnos en vida y muerte hasta el fin de los tiempos.”
La muchacha permaneció en silencio, atónita por lo que acababa de suceder. Su boca simplemente se había movido por sí sola, haciendo que su voz terminara la oración de la bruja, como si la supiera de memoria. De nuevo, la sensación de déjà vu la invadió hasta helarle los pies.
—Así que lo recuerdas —sonrió la mujer misteriosa—. Ahora entiendes lo que has roto y por ello pagarás.
—No…No entiendo qué quiere decir. ¡Déjeme ir!
—¡Has roto lo irrompible y por ello pagarás!
La bruja se levantó de su lugar y aprisionó con garras la cabeza de Kyky, comenzando a agitarla con violencia hasta que los gritos desesperados de la pobre muchacha ahogaron la tienda.
Y en ese instante…
Kysen despertó con el pecho agitado y un intenso dolor de cabeza le despojaba la tranquilidad. Hizo un esfuerzo sobrehumano por recordar lo que había soñado, pero aquel suceso onírico ya se había perdido dentro de los cofines de su mente.
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