Los textos que han rodeado mi vida

Mi gusto por la lectura comenzó temprano en comparación con la media de mi barrio, los chicos solían ocupar su tiempo en juegos con otros chicos de la misma edad, con la bicicleta, la televisión y el futbol, yo también; pero además me complacían los libros y sus contenidos.

En mi mente quedaron grabadas imágenes de textos, algunos para niños, otros de libros escolares que siempre me sorprendían con vistosos colores y alegorías que atraían hasta al más desprevenido. En mi familia la tradición literaria, desafortunadamente no es como yo lo hubiera deseado, lo menciono convencido de la influencia que ejerce el ejemplo sobre las personas, y fue gracias a este ejemplo; pero no descarto la tendencia misma que mis genes portean por naturaleza, que un día llego a mis manos Juan Salvador Gaviota, regalo de mi tío Ebert junto con una caña de pescar, creo que este sigue siendo el regalo que más recuerdo en mis cortos años de vida. Lo curioso de esta historia es que haya sido la lectura de la mal llamada superación personal la que me haya iniciado como lector asiduo, lo menciono porque hoy en día me rehusó a seguir este tipo de textos.

Pero como de lo que se trata este escrito es de dar una breve paseada por los textos que han rodeado mi vida, debo hablar de los comics, Calvin and Hobbes, Olafo, Benitin y Eneas, Condorito, Memin, cuya tapa llamo siempre mi atención por el bien logrado dibujo de un niño de color, que estoy seguro hoy en día ya tendría más de una tutela intentado desmontar la afrenta a la comunidad afro descendiente que algún insensato caricaturista osa realizar…. pero sin duda el comics que marco mi etapa de niñez fue Kaliman, llegue a tener más de 60 ejemplares, que cuidaba más que mi propia salud, recuerdo la angustia mezclada de intenso dolor el día que deje caer, una taza de café sobre mis preciadas revistas.

Daría lo que fuera por recuperar esa colección.

Era llamativo para mí la forma como algunas personas se sorprendían por el hecho que un adolescente prefiriera quedarse en casa leyendo un voluminoso libro que retrataba la vida de un preso francés en su incansable camino hacia la libertad, que salir a jugar a la calle, el libro, Papillon.

Pero a pesar de la poca, y casi inexistente tradición literaria de mi familia, mi tía Sonia; la única en ella, poseía una extensa biblioteca, que en compañía de su esposo alimentaban con impecable frecuencia, este lugar, oscuro, casi siempre solo y lleno de suciedad propia de los lugares por donde una plumilla de limpieza brilla por su ausencia, se convirtió en una especie de refugio, de templo en donde inexplicablemente, el tiempo pasaba y no se sentía.

Otro de los autores que marco mi juventud y por ende mis inicios consientes como lector fue Stephen King y sus libros de terror y suspenso, recuerdo con especial cariño La Larga Marcha, libro que consumí en solo cuatro días, resalto el tiempo, solo cuatro días, hoy en día sigue siendo poco tiempo para un joven de quince años que intentaba repartir su tiempo entre el estudio, los amigos, la familia, el deporte y la lectura, y que no dejaba de ser lo que ya he dicho, un joven caleño nacido en la ciudad de la salsa y el futbol, en un barrio estrato dos, y con el auge que traía la nueva televisión a color y las libertades propias de la década de los ochenta.

A la vez de mi curiosidad natural por la lectura, que intentaba satisfacer en lugares como la biblioteca de mi tía ya recientemente mencionada, estudiaba como todos los niños de mi clase, mis padres intentaron darme una “educación bien”, refiriéndome a esto a que me matricularon en colegios con tarifas altas y generalmente para niños y adolescentes de familias económicamente acomodadas; enfatizando en que esos colegios contaban con profesores más capacitados e instalaciones más adecuadas, en fin……en el colegio pude disfrutar de uno de mis mayores placeres de niño, y era estrenar cuadernos, lápices, colores, y por supuestos, textos académicos. Los de Geografía, historia y Ciencias naturales eran mis preferidos; recuerdo el hábito que tenia de transcribir algunos de los párrafos que más me llamaban la atención de estos libros, con el pretexto de estudiar, y por supuesto de escribir.

La Maria de Jorge Isaac, el Principito, El Quijote de la Mancha, La Odisea, El Alférez Real de Jose Eustaquio Palacio, libro que leí en varias oportunidades y que aún hoy deja un sabor sobrecogedor en mi gusto literario; pero al mismo tiempo, El Contrato Social, La infaltable Constitución Política de Colombia, por supuesto que me toco la carta de 1886, constitución derogada por la ya célebre Asamblea Nacional Constituyente de 1991, la no menos impresionante Historia de Colombia con sus etapas siemprebien descritas, acompañadas de imágenes generalmente en blanco y negro que resaltaban ese toque dramático de la escena que, tal vez sus editores intentaban mostrar.

Luego viene la química, la física, y todas esas materias propias de las últimas etapas de vida escolar. Y como ya lo dije una vez comenzando uno de los párrafos que intento dejar escritos de la mejor manera posible, al mismo tiempo, mi curiosidad natural por la lectura, por los libros, y aunque suene extraño… Por los libros antiguos.

Pero sería injusto pasar por alto mi etapa de estudiante de colegio y no mencionar la muy celebre Algebra de Baldor, texto que enmarcaba la imagen más rigurosa de los estudiantes de secundaria en mi época; el atlas, El pequeño Larousse ilustrado, y las afamadas enciclopedias que algunos hogares lucen aun hoy en sus mesas de centro, para distraer a los visitantes con sus imponentes imágenes.

Pero sin duda el hecho que marco mi vida, literariamente hablando fue el paso por la Universidad Nacional de Colombia (La Nacho), como esos mosquitos que se estrellan contra las rejillas de los automóviles en las carreteras, así, literal fue mi encuentro con una comunidad de lectores de verdad, eso fue lo que sentí en un comienzo en la Nacho, me dejaron sentir de una manera muy educada por supuesto, ni más faltaba; estaba rodeado de intelectuales, algunos con la arrogancia propia que da la suficiencia mental, otros con la humildad característica de los grandes académicos; que no había leído nada en mi vida, y que si quería estar a su altura, por lo menos para compartir una de sus acaloradas y en exceso interesantes charlas literarias, debía leer a los verdaderos autores.

En pocas palabras, yo no había leído a nadie, si acaso, el Quijote, siempre respetado, valía algo la pena; entonces, consciente de mi defecto, así lo veía yo; me dedique a des atrasarme, y fue ahí cuando con el empujón propio de las lecturas propias de una Ingeniera en la Universidad Publica más grande del país, me dedique a conocer a Foucault, Nietzsche, Borges, Baudelaire, y más cercanos y menos transcendentales, Andres Caicedo, German Castro Caicedo, etc., etc., etc.

Pero sin duda el autor que marco y sigue rigiendo mis más singulares gustos literarios es Fedor Mijailovich Dostoievski, uno de sus libros, El Sepulcro de los Vivos, o más conocido como La Casa de los Muertos, se ha convertido en lo más parecido a una obstinación para mí, es de esas cosas que cuando las terminas te producen una profunda nostalgia, como las vacaciones soñadas con la persona soñada, justo un día después de terminadas; por eso, El Sepulcro de los Vivos ocupa un lugar infaltable desde hace diez y siete años en la mesa vieja de madera que acompaña mi cama, y en donde además de marcas de vasos, llaves, algunas entradas a conciertos y polvo, hay libros.

Pero el ingreso a la Universidad no solo trajo a mi vida el encuentro con los autores que acabo de mencionar, también me involucro con texto académicos propios de la carrera que iniciaba en aquella época, dictados científicos acordes a la ingeniería que, en su momento, imagine que sería la profesión que desempeñaría en adelante. Lecturas escritas por alumnos y profesores de la Nacho y de otras Universidades, que al igual que yo, creían ciegamente que podíamos escribir algo medianamente interesante; obviamente, casi todos tenían razón.

Pero en mi recuerdo debo mencionar los textos de orientación filosófica, muy concerniente a la Universidad Publica en Colombia, de izquierda, algunos verdaderamente incendiarios, dictados que pretendían venderte la idea del socialismo como verdadera, como autentica forma de vida.

Campus, El Maíz y demás publicaciones que se realizaban al interior de la Universidad, y que se convertían en documentos que enfatizaban la identidad del estudiante de la Nacho.

Mi paso por la Universidad Nacional de Colombia no solo me dejo el conocer autores que quizás, igual hubiera llegado a ellos, pero la academia me los enseño en el momento justo, a la edad justa.

Pero no fue la Ingeniería lo que marcaría mi futuro profesional, y por ende las lecturas y textos relacionados a la carrera y que robustecen cualquier profesión, ni tampoco es este ensayo el escenario adecuado para explicar el porqué del cambio tan radical en el perfil profesional que a continuación describiré, solo es necesario contextualizar, no sea que otro lector igual de desprevenido que el escritor, se confunda.

Terminaron siendo las finanzas y la contabilidad mi campo de acción en la etapa en donde uno deja de soñar y empieza a experimentar, y con esto los textos y las lecturas vinculadas con el tema; el decreto 2649 de 1993 que reglamenta la contabilidad en Colombia, políticas, procedimientos, reglas, normas, etc. Se convirtieron en el pan de cada día para mí, avivando ese sentimiento de que me encontraba, tal y como lo dice un comercial exitoso que ha permanecido vigente; en el lugar equivocado.

En esa misma mesa de madera vieja con marcas de vasos, llaves, algunas entradas a conciertos y polvo, también tenía a Dostoievski y el Plan Unico de Cuentas Contables Colombiano; hoy sustituido por el libro rojo de las IFRS sobre las Normas de Información Financiera.

La intensión de conservar el amor por los libros y la buena lectura sigue intacta, yo diría que es mayor aun ahora que ya no estoy tan joven, y para empezar a darle un colofón a este escrito no se puede evitar mencionar la influencia que actualmente tiene la tecnología, específicamente el internet y la informática. Nos bombardean con textos de diferentes características, cada vez más, invaden nuestros más íntimos espacios, y lo peor de todo; con la complacencia nuestra. No quiero ni pensar hasta donde más llegara el alcance de toda esa modernidad que en apariencia, facilita la vida del ser… No estoy tan seguro de eso, quizás, no tenga argumentos por más que rebusque para defender los años en donde no habían teléfonos inteligentes, en donde cuando se iba la luz eléctrica, duraba horas en regresar, y la lectura se realizaba a la luz de una vela. En donde un buen libro era siempre el mejor regalo, en donde era un rito el sentarse los domingos a leer el periódico el País, en donde los canales de televisión eran tan pocos y con una programación tan pobre, que obligaban a las personas a contar con alternativas, una de ellas la lectura. Las épocas en donde la palabra tenía valor, y el clima era más predecible, las épocas de los buenos libros, los buenos amigos y los buenos momentos.

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