RELATOS DESESPERADOS

Caminas por las calles cuando el sol empieza a caer y la creciente oscuridad comienza adueñarse de la ciudad. Te sudan las manos y sientes ojos puestos en ti, vuelves la mirada hacia atrás para asegurarte que no sea así, y efectivamente nadie te sigue ni te observa, la ciudad sigue su ritmo ajena a tus pensamientos y preocupaciones. Te sientes algo ridículo por estar tan nervioso, pero esta vez crees que los nervios están justificados, estás decidido hacerlo, en esta ocasión no darás marcha atrás como lo has hecho anteriormente. Es hora de hacerlo. Aceleras tus pasos y con ellos se acelera también tu corazón. Estás solo a unos metros de llegar, ya no hay tiempo para echarse atrás pero otra vez vienen a tu mente las mismas preguntas que te asaltan todas las noches: ¿para qué? ¿Qué buscas ahí? ¿Qué ganarás haciéndolo? Pero no te detienes pese a escucharlas una y otra vez en tu cabeza. Las ignoras y continúas tu camino. Finalmente has llegado, tu corazón casi se sale de tu pecho, contemplas inmóvil la imponente verja que custodia la antigua casa. Pones tu cara en medio de dos barrotes y ves el jardín enmarañado que parece advertirte sobre los riesgos de entrar. Analizas por un momento las posibilidades, notas que la puerta de entrada está cerrada con llave y concluyes que la única manera de entrar es saltando la verja. ¿Te atreverás a entrar? ¿No crees que eres ya mayor para estos juegos? Quizá debiste haber dejado esas fantasías en la infancia. Ya eres un adulto, pero parece que eso no te importa mucho, cada vez que pasas frente a una casa que crees está deshabitada tu imaginación echa andar y empiezan a surgir en tu cabeza un sinfín de historias y conjeturas. Después viene la curiosidad, las ganas de entrar y desentrañar el misterio, deseas encontrar algo interesante, un buen motivo para dejar una casa abandonada. Imaginas tantas cosas.

Estas ahí, buscando la manera de saltar la verja, tus zapatos no te ayudan, tampoco el traje que llevas puesto, definitivamente la ropa de oficina no es la mas apropiada para este tipo de aventuras, pero en fin, te las arreglas para subir a un árbol, ahora solo te falta estirar un poco las piernas y las manos para alcanzar los barrotes de la barandilla. Estás cada vez mas cerca, casi lo logras, sientes el sudor resbalando por tu espalda. Te tiemblan las piernas. Miras a tu alrededor, tienes suerte, nadie te observa, pero debes darte prisa no vaya ser que alguien te vea y llame a la policía. Es ahora. Hazlo.

El golpe es seco, caes sobre tu costado, el ruido que provocas al caer hace que algunos roedores salgan corriendo. Te levantas lo mas rápido que puedes, ignorando el dolor causado por el golpe. Miras la verja y te cuesta trabajo creer que has saltado desde esa altura. Te sacudes la ropa y empiezas andar, tus pasos hacen crujir la hojarasca que tapiza el jardín, se te ponen los cabellos de punta, ahora la oscuridad es mas intensa, avanzas lentamente alerta a cualquier ruido o movimiento. ¿Qué es eso que sobresale en la penumbra? Agudizas la mirada. Te quedas petrificado. Lo que ves es un enorme perro negro que parece estar custodiando el pórtico. Al igual que tu el perro no se mueve un solo centímetro, lentamente empiezas a retroceder sin quitarle de encima la mirada al perro y conforme retrocedes te das cuenta que el perro es solo una estatua. No puedes evitar soltar una carcajada. Eres un cobarde, te recriminas. El nerviosismo ha disminuido un poco y ahora caminas mas confiado hasta llegar al primer escalón que conduce al pórtico , te quedas un minuto contemplando la majestuosa casa; sus enormes pilares, los grandes ventanales, los candelabros, todo te sorprende, es mucho mejor de lo que esperabas. Piensas que la casa tienen potencial para albergar un gran misterio, una historia fantástica, quizá dentro de ella se llevan a cabo sesiones de una sociedad secreta o tal vez una secta oscura realiza en ella sus espeluznantes ritos, también podría ser que en ella se haya perpetrado un crimen, o quizá la casa sirva de refugio para indigentes. Has venido hasta acá buscando esa clase de historias y confías plenamente en que la encontrarás.

Subes los escalones y te diriges a la puerta, posas la mano sobre el picaporte pero no tienes el valor para girarlo. Prefieres dar un vistazo antes a través de alguna ventana. Deslizándote por el piso para no ser observado, si es que hay alguien adentro, llegas hasta una ventana. Con cautela te levantas poco a poco e intentas ver el interior, adentro la penumbra es casi absoluta, solo puedes distinguir siluetas de lo que parecen ser muebles, a tientas sacas de tu bolsillo una caja de cerillos, enciendes uno y lo acercas a la ventana. Tu corazón casi vuelca, justo frente a ti, a escasos metros, un hombre parece dormir sentado en una silla con la cabeza y los brazos sobre una mesa. Sales corriendo, no sabes si el hombre te ha visto, y no quieres quedarte para averiguarlo. De alguna manera te las arreglas para saltar la verja y regresar a casa.

Amanece, es un nuevo día. Decides que hoy no irás a trabajar, tienes algo más importante por hacer. Irás a descubrir el misterio que dejaste pendiente la noche anterior. Sientes nervios al llegar a la casa. Buscas un timbre o cualquier cosa para llamar al interior pero no encuentras nada. Sabes que tendrás que saltar la verja de nuevo. Esta vez te resulta mas sencillo. Atraviesas el jardín con determinación. Todo es mas fácil a la luz del día. Al igual que la noche anterior te deslizas hasta la ventana. Agazapado bajo la ventana escuchas los latidos de tu corazón que martilla dentro de tu pecho. Miras a tu alrededor, salvo la oscuridad todo parece estar igual que la noche anterior. Te pones de pie lentamente y pegas tu rostro al cristal, el hombre sigue ahí, en la misma postura en que lo viste ayer, es obvio que no está dormido. Tus piernas languidecen y un escalofrío recorre tu cuerpo, aun así te armas de valor y golpeas la ventana. Nadie responde. Golpeas de nuevo y nada, al parecer hay nadie dentro, al menos nadie con vida. Caminas hasta la puerta, en esta ocasión si giras el picaporte y para tu sorpresa la puerta se abre. Al entrar percibes ese extraño olor a soledad y abandono mezclado con un aroma similar al de las hojas pudriéndose. Sin perder tiempo te diriges a la mesa donde yacen los restos del hombre que viste por la ventana, te acercas y te das cuenta que muy poco queda de un hombre sobre la mesa. Lo que está ahí es solo un esqueleto. Te resulta extraño ver a la calavera con sus vestiduras casi integras. Una mancha marrón cubre casi la totalidad de la mesa bajando hasta el piso. El esqueleto sostiene en su mano izquierda un revolver y en la derecha un puñado de papales amarillentos manchados de sangre.

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