Azul en verde

Era el año 1949, no hacía mucho la segunda guerra mundial había terminado. En las frías calles de New York, en sus noches más íntimas, la ciudad parecía morir en el vacío oscuro. Apenas y podía escuchar una tonada de Blues, tan única y divina, que inspiro mi alma en ese momento.

Metí mis manos en mi gabardina, y seguí caminado entre la noche. Mis pasos iban lentos, tan lentos como el universo mismo hacia su declive. Buscaba un lugar llamado Azul en verde, una pequeña taberna perdida en la ciudad donde los muertos iban a calmar la sed antes de pasar a otro plan existencial.

Hacía mucho que yo había muerto, y no lo digo por mi cuerpo, que ese al fin y al cabo es solo desecho. Lo digo porque lo había perdido todo desde mucho tiempo atrás.

La soledad de los edificios pronto irrumpió en mis fríos adentros, causándome el dolor propio que solo la soledad y la impotencia pueden causar. Acomode mi sombrero de copa, y fume a grandes bocanadas, y fue entonces que encontré esa vieja taberna, justo en un viejo callejón. El letrero decía: “Azul en verde” en letras neon y de carta.

Entre en el lugar, observando mi alrededor. Era un lugar cuadrado, con luces tenues, personas charlando sobre sus vidas pasadas, bebiendo el elixir de la vida, discutiendo y otros riendo. Yo tan solo quería un Whisky, y perderme en los placeres que un día el mundo me quito.

Me senté en la barra, el cantinero era un viejo de pelo blanco y mostachón del mismo color.

  • -¿Qué deseas, amigo? –pregunto el viejo.
  • -Un Whisky, camarada –quité mi sombrero y lo puse en la barra.
  • En seguida.

Luego una canción de Miles Davies empezó a sonar, era tan fácil caer en el amor con esas tonadas. Un joven muy cortes, delgado y con un traje ajustado a su cincelado cuerpo se sentó junto a mí. Poseía ojos pequeños, cara puntiaguda y relajada. Fumaba un cigarro que olía a menta.

-Dan –dijo el cantinero-, de nuevo por estos rumbos. Aun me cuesta creer que un ser vivo encuentre este lugar.

Lo que dijo el cantinero me había sorprendido, como era posible que un ser vivo encontrara la cantina de Azul en verde, era la posada de los muertos, no de los vivos.

  • -Lo de siempre –soltó una bocanada- pero doble. Hoy ha sido un mal día, Alfred –apago el cigarro en el cenicero.
  • -¿Cómo es posible que un vivo encuentre esta cantina? –quise saber de inmediato.

Tan solo me miro, y me sonrió, mostrándome esa dentadura tan perfecta.

  • -Bueno –me dio una palmada en el hombro-. No soy un ser vivo común y corriente. Tampoco soy un ángel o un demonio. Soy algo que pronto comprenderás en el más allá.
  • -¿Eres un alienígena? –sus palabras mordieron más mi curiosidad.
  • -Tanto así, no.
  • -Dan es un saltador de dimensiones –dijo el cantinero mientras ponía nuestras bebidas en la barra.
  • -¿Qué demonios es eso? –pregunte desconcertado.

Esa sonrisa se dibujó de nuevo en su rostro.

  • -Te propondré algo, cuéntame tu historia y yo te diré luego alguno que otro secreto del más allá antes que partas.
  • -Es contra las reglas, Dan –dijo el cantinero.
  • -Cuantas reglas no he quebrado, Alfred. He ido a lugares que tan siquiera esta cantina puede ir. Además, me encantan las historias de los muertos, es uno de los pocos pasatiempos que tengo.
  • -¿Te parece la vida de alguien un pasatiempo? –pregunte un poco molesto.
  • -Me parece un regalo. Los momentos que poseen es un regalo, el tan solo hecho de que tienen tiempos tan limitados los hace atesorar más esos recuerdos, eso es lo que digo –sentencio Dan. Tenía lógica. El chico era listo.
  • -Te contare una pequeña historia entonces, Dan.
  • -Adelante –dijo emocionado mientras sacaba otro cigarrillo de su bolsillo. Compartió uno conmigo, y ambos fumamos.

Nací en el año 1908 y morí en el año 1943. Aunque mis ganas de vivir se habían ido mucho antes de eso. Mi madre siempre me amo, mi padre fue un mujeriego y golpeaba a mi madre. Al poco tiempo nos fuimos de casa. Nos mudamos a Luisiana, mi madre trabajaba para mantenerme, dejé la escuela y decidí ayudarla. Éramos bastante pobres, no teníamos mucho dinero.

Un día, cuando yo tenía trece años, la gran depresión del país volvió locos a todos, fue entonces que mi madre encontró a Gorgina abandonada en las vías del tren. Tan solo tenía unos días de nacida. Mi madre la crio como su hija y para mí era mi hermana.

Lastimosamente mi madre murió un año después de tuberculosis. Mi pequeña hermana murió en mis brazos tres meses después, mi vida se había ido a la basura.

Vague por el país, haciendo trabajos de toda índole para sobrevivir. Pero fue en el año de 1936 que conocí a Cathryn Saint, la mujer más hermosa de Texas. Era una mesera de un viejo bar, tenía el alma más pura y los ojos más tristes que había visto en mi vida. Era rubia, piel blanquecina pero bronceada por el sol. Al salir del trabajo iba directo a cuidar a su pequeña hija de dos años. Dios, era hermosa por dentro y por fuera, era un pequeño regalo de los dioses en este mundo abandonado a su suerte.

En ese entonces yo era un pobre diablo, sin trabajo y perdido en el alcohol, atemorizado por el cruel destino que la inmunda vida me dio. Y ahí estaba yo, tirado en la basura, hecho pedazos, hediendo a cloaca, derrotado y muerto. Y ella… fue esa chica quien me llevo un poco de su almuerzo, luego me llevo ropa, luego me dio donde bañarme, luego me dio una habitación, me dio esperanza, me dio amor, me dio su corazón, la ame, las ame a ambas como nunca pensé que volvería a amar algo en mi vida. Esa pequeña se convirtió en mi razón de ser, y Cathryn se convirtió en mi soporte. Y entonces comprendí que la felicidad no se podía encontrar vagando por el mundo, era encontrar algo que cuidar, poniendo en riesgo tu propia vida, así eran ambas para mí.

Un buen día ambos ahorramos y pudimos poner nuestro pequeño negocio juntos, ella me amaba, y cada día que le hacia el amor, le amaba más y más, un amor tan puro es imposible de encontrar. Había encontrado lo que muchos pasan sus vidas intentando encontrar: la felicidad plena.

Grecia tenía siete años ya, me decía papa, y yo la amaba, la amaba con cada célula de mi endeble cuerpo. Debido a mis años en el alcohol me había hecho estéril por lo que no pudimos concebir ningún otro hijo con Cathryn, pero éramos felices con nuestras nuevas vidas.

Pero la vida es una montaña, y cuando estas en la cima, tarde o temprano tienes que bajar de nuevo. Y despedirte de la hermosa vista que contemplas. En el invierno de 1940, Cathryn enfermo de una terrible fiebre, luego mi hija sufrió el mismo destino. Ambas murieron antes de navidad. Fue entonces que supe que estaba en el infierno, y que nada podría cambiar eso.

El año siguiente me aliste en la armada, no con el propósito de ayudar, sino con el propósito de morir. Había escuchado que de cada diez hombres que iban cinco morían. Y fui parte de esa estadística. Una mina anti personal me partió por la mitad, y ahora estoy aquí viendo a que me enfrento.

  • -¿Te gusto mi historia? –le pregunte al joven que había estado muy serio.
  • -Lo siento –dio un sorbo a su bebida-. Bueno, tú me contaste tu historia, yo te debo respuestas ¿Qué quieres saber?
  • -¿A dónde iremos después de muertos? –dije sin más.

Hizo un bufido, y luego pidió otro trago.

  • -Pasan a ser forma de una conciencia cósmica. Tranquilo si tu hubieses sido una mala persona, estarías en otros lugares. Pero tu pregunta implícita es: si en realidad los volverás a ver. –se acercó a mí- déjame decirte que no será así…
  • -Dan… -dijo con tono de regaño Alfred.
  • -Es tan solo la verdad.
  • -¿Y qué me pasara? –pregunte decepcionado.
  • -Dormirás profundamente por eones, luego tu memoria se borrará, y volverás a nacer, y eso se repite hasta el infinito.
  • -Vaya basura –bebí mi trago, aceptando ese maldito hecho.

El joven me vio, ese tipo Dan, sonrió y dijo:

  • -Voy a ayudarte.
  • -Dan, no puedes hacer eso –dijo Alfred.
  • -Hago lo que quiero –sonrió para Alfred.

Los ojos de Dan se tornaron blancos, y de inmediato volvieron a su lugar. ´

  • -Tu hija y Cathry aun duermen en el cosmos –hizo unos extraños movimientos con sus manos, y hablo un extraño lenguaje, que hizo palidecer a Alfred.
  • -El lenguaje de los sultanes –dijo atemorizado Alfred.

Una llama verde apareció en su mano, la cual introdujo en mi pecho. Sentí su calor.

  • -¿Qué me hiciste? –le pregunte.
  • -Es un sello de restricción antiguo, es un regalo. A donde tu partas, ellas irán siempre. Se encontrarán una y mil veces más, el amor que tienen es el lazo que siempre los hará encontrarse de mil formas diferentes. Te esperan –señalo a la puerta.

Cuando voltee a ver ahí estaba Cathryn, me miraba con sus tiernos ojos, y mi pequeña estaba junto a su madre. Los amores de mi vida, los había recuperado.

  • -¿En una ilusión? –dije mientras lloraba.
  • -No dijo Cathryn, no lo soy amor, te he estado esperando todo este tiempo.
  • -¡Papi me puedes cargar en tus hombros –dijo mi pequeña!
  • -Claro amor –me levanté y me fui con mis amores.

Cruzamos la puerta y todo fue blanco. Ahí estábamos de nuevo, en un nuevo mundo, donde los carros y teléfonos celular eran cosa del presente y no del futuro. Las tenía a mi lado, era feliz, muy feliz de nuevo. Y todo gracias a ese sujeto llamado Dan.

Dan

  • -Siempre ayudando a los demás, Dan –dijo Alfred.
  • -Tan solo los ayude a ser felices después –tomo su trago-. Lo que nos viene es sin duda algo que nadie pensó que pasaría de nuevo.
  • -¿A qué te refieres? –dijo Alfred.

Dan encendió su cigarro.

  • -El pergamino de los caídos ha sido leído –dio una fumarada.
  • -Qu… que… quee… imposible –dijo petrificado Alfred.
  • -El primogénito, uno de los sultanes también ha despertado. Este es el fin, mi amigo. Las burbujas cósmicas corren peligro.

Volteo a ver al cantinero, de forma fría.

  • -Hay un sujeto llamado James Faust en el infierno, posee al Angra Mainyu, una parte de la espada de fuego azul. Son nuestras únicas esperanzas. James y Reid, y claro el ángel llamado Teniel están llamados a salvarnos, y yo debo procurar que eso pase. Nos vemos Alfred, si es que nos vemos de nuevo –sonrió.

Dan salió por la puerta dejando Azul en verde en el olvido.

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