La noche antes del juicio y posterior crucifixión de Jesús, un grupo de Sumos Sacerdotes romanos pidieron una reunión con el Gobernador de Judea Poncio Pilato a fin de que este diera muerte al que se proclamaba Rey de los Judíos. Confiados en sus dotes para logar que el pueblo se pusiera a su favor estos religiosos necesitaban la venia de Pilato para llevar a cabo tal atrocidad, “es propicio que este hombre muera para expandir el Imperio a los confines de la tierra” prometían los Sacerdotes.
Pilato estaba absorto, que aquella barbarie recayera en sus manos era demasiado para su conciencia, pero era tal el poder de los religiosos que lo ponían en una encrucijada difícil. Una vez que se fueron Pilato quedó solo un momento. Después le dijo a su guardia que iba a descansar, fue a su recámara y sabiendo que inmolaría a un inocente esa noche no pudo dormir. El Emperador ni enterado estaba de estos asuntos
Por fin el sol se abrió paso y al despuntar el alba un febril y temeroso gobernador se dispone a empezar su día. Al llegar al lugar del juico sobre mediodía estaba lleno de personas, los Sacerdotes oficiaban de corte y le sugerían a Pilato que estuviera tranquilo. El gobernador temeroso de la furia de Dios decidió intentar salvar el destino del Mesías y dio a elegir al pueblo a quién debía absolver, el pueblo se decidió por un delincuente vulgar siguiendo el consejo de los Sacerdotes.
Entonces Pilato, viendo que nada adelantaba, sino que más bien se promovía tumulto, tomó agua y se lavó las manos delante de la gente diciendo: ‘Inocente soy de la sangre de este justo”. “¿Qué pasará ahora?” Le preguntó el gobernador a uno de los Sacerdotes a lo que este contestó: “Se creará una Iglesia, de las más grandes, su poderío aún es incalculable, pero someterá a cualquier tipo de civilización, esta iglesia llegará hasta el fin del mundo. Habrá guerras, pero también habrá santos. En tiempos no tan lejanos acumularán oro y sabuduría, más tarde conquistará el poder del mundo occidental, hasta transformarse en su cultura. Se apoyará en el perdón hacia los pecadores y todo perdonará, lavará las manos de todo aquel que las tenga sucias y a las manos se le llamará alma” finalizó.
Tras esto y para no ser testigo de la Pasión, Pilato se recluyó en sus aposentos. Pero desde ese momento los tormentos fueron parte del resto de su vida.
Completamente abrumado un día como cualquier otro decidió poner fin a su suplicio clavándose un cuchillo en el vientre. Su cuerpo fue atado a una rueda de molino y arrojado al río Tíber, pero al ver que se enturbiaban las aguas fue llevado al Vienne y hundido en el Ródano.
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