Las risas tímidas de aquella familia resonaron en cada grano de arena que había en el parque, tan oscuro como sus mentes confundidas. Una familia de tres amigos atípicos que, haciéndose la mejor compañía que podrían tener, se balanceaban melancólicos en un único columpio. El pasado se presentaba doloroso en la oscuridad de una dulce y triste noche, conquistada por los corazones cancerígenos de aquellos amigos que deprimidos, contaban sus miedos buscando comprensión.

La dulce melodía de las sonrisas de la única chica alimentaba los pétalos de una flor que marchitaba bajo sus pies. Los ángeles les miraban deseando ser los psicólogos de sus preocupaciones, sin saber que la mejor cura para sus enfermedades eran más noches en compañía hablando de problemas que les consumían y aspiraciones imposibles. Se tenían a ellos mismos, conscientes de que en unos años esas escapadas se verían comprometidas por responsabilidades.

Sorprendidos, se encontraron a medianoche sincerándose uno a uno, preguntándose cómo no pudieron haber buscado aquel desahogo antes. Escupidos por la gente que se consideraba mejor que ellos, incomprendidos por los pasados de personas que se negaban a ayudarles. La ayuda que ahora se brindaban sanaba poco a poco sus heridas sin cicatrizar. Los pájaros observaban a aquellos olvidados contando las experiencias que tanto dolor y insomnio había provocado a su corazón anticuado.

El débil halo que la luna emitía atravesaba las nubes del cielo discreto que se extendía sobre sus pensamientos para rociarles el rostro débil y deprimido de cada uno de los amigos. Las decepciones vividas fueron las últimas en aparecer, reflejándose en sus ojos como lágrimas que asomaron por las comisuras de sus pestañas sin llegar a caer sobre las mejillas sonrojadas de los dos chicos. Las caricias rotas de la chica se clavaban en el corazón de su compañero incondicional, el que se desahogaba tumbado sobre sus piernas. Mientras tanto, el que tan sólo les ayudaba a recomponerse luchaba con sus sentimientos que cercaban la seguridad de su interior. Cargaba con un pasado deseando ser olvidado, y una preocupación pasajera le encogía el corazón cada vez que aparecía en su mente destrozada.

El ocaso de los ojos cansados de cada cual se apagaba acompañando al tiempo que se escapaba de sus palabras intentando retenerlo unas sílabas más. El rencor que había entre ellos desaparecía tan rápido como se entrometió en sus vidas, y su mundo interior comenzaba a compartir recuerdos dignos y vivencias.

Aquella noche estuvo llena de lágrimas invisibles, de sonrisas que servían de medicinas y de abrazos que curaron muchas heridas. Sin que el tiempo avisara, se echó encima de sus palabras demasiado pronto y la despedida apareció aún más desoladora.

Quizás aquella noche volverá a repetirse, con los mismos miedos presentes en aquel columpio olvidado. Quizás la próxima conversación sea bajo unas estrellas brillantes y sin temores aparentes.

Comenzaron a echarse de menos como nunca lo hicieron segundos después de decir un adiós erróneo. El “te quiero” se formó en sus labios mudos demasiado tarde, y desdichados sufrieron un sueño inconciliable deseando volver a estar juntos pronto.

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