A la primera mirada, supe que eras mía. No sé si aún te lo preguntas. El tiempo también se equivoca y no tardó en encontrarnos. No hay historias imposibles, sólo miradas perdidas y silencios prolongados y ése día, los astros que se alinean en constelaciones perpetuas, estaban distraídos en otros destinos. Soy como una moneda perdida en cualquier estanque, esperando que se cumplan los deseos por otros pedidos. Y tú, tú eres la luz que se filtra hasta el fondo e ilumina la mugre, dándole un tono distinto, un brillo especial, sin duda inigualable. Yo soy ese reflejo que hace mi moneda única, gracias a ti. Como esa ola solitaria en mar calma, que se involuciona, se llena de sí misma y te coge de improviso, inundándote hasta el alma, así eres tú. Quisiera ahogarme en ti y no salir de ese abrazo marino, oler siempre a ti, como un trozo de naufragio. Y que las olas me tocaran a su antojo, devolviéndome al mar o de nuevo a la playa, tocado por la magia de tus labios y envenenado por tus ojos de pasión, que cuando se acercan a los míos, arden como un clavo expuesto al sol del mediodía y si se alejan, me dejan frío, como la soledad de una noche a la intemperie de otras compañías.
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