No sé ni cómo llegué hasta Bermejillo, pero ahí estoy. Fotografiado con el señor Plutarco Elías Calles, jefe máximo de la Revolución, excelentísimo presidente de los Estados Unidos Mexicanos en el cuatrienio de 1924 a 1928. Ahí me tiene, a mí, Nicasio Gómez García, humilde campesino, sin apenas lugar donde caerme muerto, junto al fundador del Partido Nacional Revolucionario. Esa foto, créame, cambió mi vida.

Había llegado al Estado de Durango desde mi Zacatecas natal con un objetivo no muy honesto: asaltar la entidad bancaria que acababa de abrirse en la ciudad de Bermejillo. No sé ni cómo me dejé convencer por mi primo Eriberto. Nunca fue buena hierba Eriberto, ya me lo había dicho mi madre, que en paz descanse. Pero por entonces yo era un joven ambicioso, sin techo ni plato caliente, pero deseoso de mejorar al fin y al cabo. Quería darle a mi familia todo lo que el porfiriato nos había negado. Tampoco la Revolución, finalizada oficialmente hacía nueve años, llegó a cubrir mis expectativas: seguíamos siendo igual de pobres, igual de necesitados, eso sí, con bastantes familiares menos, caídos en la lucha.

Andaba yo trabajando en el campo y metido en aquel enjambre mental cuando llegó Eriberto con la propuesta: nuestra penuria se acabaría con el asalto. No más escasez, primo, no más privaciones. Además, robar a un banco no es pecado, ellos nos roban a nosotros. Solo es recuperar lo que nos quitaron. Fue el argumento que me convenció.

El plan era sencillo. Yo tendría que esperar en la oficina de correos junto al banco. Él entraría a tratar de abrirse una cuenta. En un momento dado, pasados exactamente diez minutos desde que nos separáramos en la puerta, yo aparecería con el fusil. Él se uniría a mí,, agarraríamos el botín y saldríamos disparados en el auto que dejó aparcado en la puerta.

Estaba yo en la oficina de correos cuando empecé a notar movimientos extraños. El mismísmio señor don Plutarco Elías Calles hizo acto de presencia con su cohorte de asesores, guardaespaldas y ayudantes detrás. “Vengo a enviar un telegrama”, proclamó el ex presidente. Todos enmudecimos. La señorita encargada de la máquina temblaba. “Sí señor, por supuesto”, dijo.

“Desde Bermejillo, Durango y con fecha veinticinco de marzo de 1929, el señor General Plutarco Elías Calles, Secretario de Guerra y Marina, hace saber al señor General Macario Gaxiola, Gobernador del Estado de Sinaloa, el honor y las felicitaciones a usted muy sinceramente y al pueblo de Sinaloa, por el fracaso que sufrieron los traidores al atacar esa plaza durante los vergonzosos sucesos ocurridos en la última semana iniciados por el traidor José Gonzalo Escobar en contra del presidente Emilio Portes Gil y apoyados por hombres sin conciencia y sin escrúpulos”

No daba crédito a lo que estaban viendo mis ojos. Estaba paralizado.

Cuando terminó el solemne comunicado, don Plutarco nos invitó a mi y a todos los presentes a salir a la calle y tomarnos un retrato para celebrar la victoria contra los vendidos.

Mi primo Eriberto no se enteró y se quedó esperando en la entidad las dos horas siguientes. Ni que decir tiene que no volvió a dirigirme la palabra.

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