Un recorrido singular

Un recorrido singular

Camila Martinez

22/11/2017

Caminando, para evitar el entumecimiento de mi cuerpo, no sentía mi nariz, tampoco mis labios, pero sí sentía mis talones gastados, raspando el asfalto. Pero no me importaba, porque cuando uno vive en la calle, lo primero que se abandona es a uno mismo.

Como de costumbre y más en un invierno frío como aquel, caminaba y hacía tiempo, para buscar refugio en alguno de esos grandes locales con toldos, esos donde la gente va a comprar.

Siempre me gustó el agua, quizá porque me recuerda a mamá y a todo lo que alguna vez fui. Me dirigía hacia el muelle, a observar el mar, sin luz, siempre me quedo largas horas viéndolo y disfruto del pánico que me provoca imaginarme sumergida allí.

Casi llegando puedo ver la figura de una mujer colgada del puente, su postura lo decía todo. Ella quería quitarse la vida. Acercándome lentamente trato de pensar qué podría hacer.

De espaldas a ella y casi como susurrándole al oído le dije:

– Señorita, no sé qué pudo haberla hecho tomar esta decisión, pero estoy segura de que esta no es la solución. Cuando volteó a mirarme pude apreciar el rostro más hermoso que alguna vez haya visto, era simplemente hermosa. Ella temblando y sollozante me respondió:

– ¿Qué sabe usted?, déjeme en paz. No quiero vivir, la vida es una mierda.

A lo que le respondí (aprovechando la situación me acercaba un poco más)

– Mire señorita, míreme a mí y mírese a usted. En mis años en la calle jamás pensé en hacer esto. Es usted cobarde.

La señora me respondió: – No soy cobarde, voy a tirarme.

Yo le respondí: -Es cobarde si lo hace, si huye de esa manera, es un acto cobarde.

Pude notar que ella buscaba en nuestra conversación una salida a su caos, o yo en ella. No sé, pero la tensión era conexión.

Le pregunté su nombre y me dijo: “Analía, pero ¿Qué Tiene que ver? No sé a qué querés llegar, mi vida ya no tiene sentido”

“La mía tiene mucho – le respondí- te doy un poco. Aceptalo, salvame la vida”

Creo que mis últimas palabras la convencieron, ¿qué podía ofrecerle yo a ella?

Estiró los brazos y la ayudé a bajar, luego aceptó caminar conmigo y comenzamos a charlar, ella estaba ya más tranquila y relajada. Yo sólo la convencí de lo extraordinaria que puede ser la vida, incluso cuando para mí ya nada era “extraordinario”.

Caminamos juntas hasta su casa, en ese lapso de tiempo no sentí esa indiferencia de parte de ella que pude sentir al principio. Esa expresión vaga con la que todo el mundo mira a los» pobres», fue como si el mundo no existiese, y ni mi ropa ni mi abandono importase. Sólo ella y yo, al despedirme le dije que había sido un placer conocerla y le agradecí por salvarme la vida.

– ja, ja, ja (casi sonrojándose) la que me salvó la vida fuiste vos. ¡sos increíble!

Yo: – No. Usted es increíble.

Pero ella no cedía: – ¿Te volveré a ver? ¿Cómo te llamas?

Yo:- El tiempo lo dirá. Mi nombre es Eli

A medida que me iba alejando no podía evitar sonreír, ni operándome lograrían sacarme esa sonrisa de veinte centímetros. Sentía emoción, como si me tirase de un paracaídas. Mucha adrenalina y no sabía por qué.

Una tarde, luego de varios días de lo sucedido, yo estaba bajo la sombra de un árbol, se acercó a mí un hombre de traje, y con una sonrisa muy honesta me dijo:

– Lindo día. ¿ no?

Le respondí que para mí eran todos iguales y me dijo:

-¿Te gustaría cambiar eso? ¿Aceptarías trabajar para mí?

Yo no sé qué llevó a ese hombre a decirme eso, pero la emoción y el pánico recorrió todo mi cuerpo.

Asentí anonadada. El hombre me dio una tarjeta y dinero para que me higienice y comprara ropa.

Hace seis años que vivo en la calle y no pude evitar llorar mientras disfrutaba de un baño caliente: pensar que para cualquier persona es tan común, en fin.

Sólo pensé que a mamá le hubiera gustado verme bien y me presenté en el lugar que señalaba la tarjeta. Pensé que iba a estar muy nerviosa, pero en realidad lo que sentía era alivio, algo me decía que esta situación iba a cambiar mi vida.

Ayer una mujer sin rumbo, dejándose morir y hoy era el chofer oficial del Señor Washington, la vida me estaba sonriendo y yo no sabía el motivo.

Pero le sonreí también.

Pasado mi primer mes como empleada del señor Washington, mi vida había cambiado completamente, la gente me miraba ahora con otros ojos y al llegar la noche dormía en una cama.

Un día, yendo a llevarles comida a mis amigos de la calle, pasé por el muelle. Y allí, casi hipnotizada y mirando el horizonte estaba ella, en ese mismo lugar en el que aquel día me salvó la vida, me quedé unos segundos admirando tanta belleza y le susurré:

– ¡Tenga cuidado señorita, no se vaya a caer!

Se volteó y me regalo la sonrisa más hermosa que haya visto y me dijo:

– ¿Cómo estás? Veo que muy bien y me alegro mucho por vos.

Muchas gracias le dije y ahora… “¿Qué te trae por acá?”

-«Te estaba esperando» me dijo sonriente.

Pensé ¡Qué hermosa casualidad! Nunca había dejado de pensar en ella y ahora estábamos otra vez frente a frente.

Me preguntó: ¿Qué tal el nuevo trabajo?

Me sorprendí, me contó que ella lo había planeado todo y que Washington era su padre. ¡Claro! Ahora entendía todo, cuánta amabilidad aquel día que se acercó y me ofreció empleo, él quiso devolverme el favor de salvarle la vida a su hija. Lo que no sabía era que ella me la había salvado a mí. Sus ojos cafés fueron mi salvación.

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