Aquella fría noche de noviembre Sevilla abrió los ojos por un momento. Se despertó sobresaltada por una caricia inesperada en su mejilla dormida. Una plumífera caricia de un corazón alado que le susurraba algo al oído, al principio ininteligible para ella, sumida todavía en el profundo ensueño de la Gloria… o de las glorias. Un sueño maravilloso de nardos bailarines, de oro oscurecido por los rincones seculares de templos llenos de eco. Había roto alguien el sueño de la ciudad y la estaba llenando de susurros ensordecedores: «Ya llega…», «Se acerca…», «La cadenciosa mecida de las calles la trae…». <<¿Quién eres?>>, preguntó Sevilla desperezándose; <<No es aún primavera>>. Y una sonrisa de tintes flamencos la inundó de nostalgia y melancolía por toda respuesta.
Primeros sones de Amarguras. Ojos atónitos abiertos de par en par como los abre la Maestranza. Un manto lleno del olor de una dama, la de noche, que, de repente, te sorprende en una esquina y rompe todos los cimientos de tus entrañas. La persona que va a tu lado quizás no sea la misma que has conocido… pero el olor os une, os ancla a una memoria común que ya quedará para siempre. Por eso, la dama de noche, estoy seguro, se había aliado con el corazón alado para removerlo todo en unos días llenos del preciosismo de la melancolía. Primeros sones de Amarguras. Frío. Incienso. Siseo serpentino callejeando por las estrías de la ciudad. Sevilla, ¿estás dormida aún?
<<No es momento de que me despierte todavía. Sigue el naranjo decorándose de ácidas bolas de Navidad, y siguen los incensarios de chapa lanzando al aire la fragua de castañas explotando de ilusión. No tengo que despertarme aún…tengo que seguir dormida. Pero dejadme que me desvele… que en este duermevela de noviembre la cera caliente calme mi sed de plata incandescente, que el humeante suspiro de las velas me embriague de sueños, que su Amparo me cobije en este invierno que se acerca, ignorante de que la primavera lo vencerá en el Porvenir>>.
Y sigue avanzando Amarguras, y en un perfil demoledor parece que se atisba el color de bronce que San Juan de la Palma esconde en el cofre de sus tesoros más preciados. Y lo recuerdas: Ella va a volver a llamarte y te va a ofrecer el fulgor de su dulzura en sus suaves manos de Madre… como una sevillanísima muchacha que, tímida y coqueta, ofrece su pureza al apuesto muchacho que va a buscarla.
Es el broche que no cierra. Y Ella, volando en sus misericordiosos ojos, desaparece igual que llegó. Envuelta en la fulgurante luz de sus candelabros, casi sin hacer ruido, desvelando a la ciudad… y volviéndola a dormir con una sonrisa en su hermosa cara. Que se ha abierto la puerta, y ya todo es posible, como elevarse en la nube de sentimientos que provoca el pintar el cuadro de tu paso, Amparo, perdiéndose por una recoleta esquina.
OPINIONES Y COMENTARIOS