Te conozco desde siempre

Te conozco desde siempre

Julio Adame Ortiz

22/11/2017

Te conozco desde siempre, aunque nunca vaya a dejar de conocerte. Te conozco desde siempre, aunque te cueste creerlo, aunque me mires extrañada arcando las cejas y preguntando a las nubes quién soy. Porque a veces parece que no nos conocemos, que somos dos extraños con nada en común y un abismo enorme que nos separa. A veces eres tan bella como cruel, tan exultante de Gracia que te transformas en quejíos al oído… y duelen. Otras, sin embargo, eres tan dulce que te derramas cadenciosamente entre mis dedos. Pero nada me extraña. Yo te conozco desde siempre, y a pesar de no haber descubierto todavía todos tus insondables misterios sé dónde poner verónicas para evitar que me arrolles con tu océano impetuoso.

Te conozco desde siempre… y parece mentira. Porque lo nuestro empezó de repente, como empiezan las cosas importantes. No hubo en nosotros más intención que la que Dios tenía, y de no ser creyente, atribuiría a un hechizo todo lo que nos une. Desde entonces, y poco a poco, fuiste entrando en mí; comenzamos un idilio leve como el humo de un incensario, y hubo ocasiones en las que acabé quemándome con la plata que te rodea, ardiente de absorber todo mi mundo. Tu belleza es una fiera atada a la columna de Sansón, capaz de desbordarlo todo con una simple sonrisa nublada de añiles y rosas. Te conozco desde siempre, y todavía me asombras.

No eres mi amor supremo, no lo eres. Es posible que ni siquiera existas más allá de mí. Lo nuestro es algo equilibrado, con blancos y negros, luces y sombras, mayos y eneros. No obstante, la blanca paloma de mi infancia copa mi ser como nunca nada consigue hacerlo, y me dejo llevar por su amor maternal que me acurruca entre vaivenes desordenados de adoquines. Crotora la cigüeña en el Olimpo y un vuelo de madre se me asoma al alféizar de la ventana vestida de rejas. Es mi madre, celeste y blanca, la que es mi ser completo. Contigo es distinto… contigo es ser adolescente eternamente.

Nos fuimos conociendo cada vez más, y me fuiste regalando tardes de ensueño; atardeceres de un río que siempre ha querido ser más, ser mar. Me dejabas acompañarte a casa, ofreciéndome tu mano inocentemente, como quien entrega el mayor de los tesoros; como ofrece la Amargura el fulgor de su dulzura cuando agoniza noviembre. El nácar encontraba en ti un escaparate nunca imaginado, y las gotas de Rocío se convertían en agua pura y cristalina – luchando entre ellas por tocar tus brazos, murieron en la Esperanza – que iban a parar a la Estrella que tus labios anunciaban. Pero otras veces… llovía, y te ibas, y me dejabas nostálgico de ti y de tu Aurora, huérfano y sediento de Consuelo. Y volvía, y vuelvo, siempre a mi simiente, que me ofrece el bálsamo que nunca falla. Es un amor de madre. Lo tuyo… es otra cosa.

Lo tuyo y lo mío, lo nuestro, está destinado a que nos encontremos una y otra vez; Traspasando el Mayor de los Dolores en la madrugada, o Expirando de ganas cuando tu Angustia cañí me abraza y aprieta en la mañana. Lo tuyo y lo mío, lo nuestro, está destinado a un ir y volver constante, reconociendo mutuamente que el corazón palpita por algo cuando cae la tarde. Nada ocurre por nada. Todo ocurre por todo. Y estoy dispuesto a seguir, caminando en San Vicente sin final en el horizonte. Que no hay Penas ni Dolores, ni Buen Fin si no es contigo, si en la Palma de tu mano no encuentro también mi destino. Que no hay Aguas que me arrastren al Museo de tu encanto, ni Tristezas que me claven en la Cruz de tus desaires – cuán altanera te vuelves cuando los azahares te piropean por marzo. Quiero escucharte en Silencio como van los Nazarenos y Concebirte en tu sonrisa de flores.

Dame tu Misericordia, ave fénix del mediodía, y entra en mi Cabeza para nunca más salir. Nunca serás la primera, no te miento; el surco de la tierra aljarafeña no se borra, es como una cicatriz de nacimiento. Vida y muerte. Que aquí me he de quedar, es mi sitio, mi suelo y mi horizonte. Pero quiero que lo sepas, que la soberbia Giralda tenga que inclinarse para oírlo. Te lo voy a susurrar, para guardar el mejor de los secretos. Siete Palabras me bastan.

Yo, Sevilla, me estoy muriendo por ti.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS