Reflexión de un astronauta

Reflexión de un astronauta

Es fácil sentir el deseo de estar solo, puede ser igual de primitivo que el hambre o el amor. La situación cambia de manera drástica cuando estás solo, cuando la soledad llega sola sin que le hayas coqueteado antes, cuando aparece sin tocar la puerta y duerme contigo, cuando la soledad sin cariño alguno te empieza a hacer el amor, al principio lo disfrutas; los quejidos que son devorados por el infinito poder del silencio, y los deseos resquebrajados porque no se pueden cumplir de a uno, las eternas reflexiones que se cobran la luz e incluso no te dejan alcanzar a ver el manto negro de la noche. Esa soledad desde un comienzo es dulce, lamentablemente, la mayoría de las cosas dulces van perdiendo el sabor, se vuelven agrias o simplemente pierden el sabor y se vuelven inútiles. Mi soledad por siempre será dulce, solo que yo me he vuelto más insensible, he perdido la capacidad de saborear este espacio y este tiempo.

El sol me dijo que nada más no quería aceptar que perdí el control sobre esto, y estoy en una constante negación. Obviamente se equivoca, siempre ha tenido envidia de mi soledad, él siempre rodeado de sus planetas, siempre siendo observado y nunca tiene espacio para llorar, o reírse solo, o disfrutar el silencio del inmenso universo en el que vive.

La luna de la tierra me insta a aprovechar esta soledad, no le hago caso porque las demás lunas me dicen que ella es la princesa de las mentiras. Es una pena que sea tan linda y tan mitómana.

En fin, desde que perdí el contacto con cualquier otro ser viviente, yo soy mi única compañía. Mi insensibilidad a la soledad está llegando al punto en el que me tendré que abandonar a mí mismo, porque es tanta esta soledad, que ya no la siento.

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