El salón vacío

El salón vacío

Marcelo Deza

19/11/2017

El salón vacío.

Sucede que cuando uno está tan cómodo, por ejemplo la noche en que se ha estado escuchando por horas a Vivaldi y una fuga de Bach, se le pone el cuerpo como una pluma, y pasa que empieza a flotar dentro de sí misma hasta alcanzar la relajación más espeluznante, apenas nota que ahora su lugar de excitación se rige entre sábanas y una melodía que es como un latido en su memoria. Siempre dispuesto a superar los límites de su comodidad, Marcelo estira hasta la punta de la cama una mano que es como un animalito que duerme. Al abrir un párpado para luego volverlo a cerrar con una lentitud casi deliciosa, aprovecha ese breve instante y mira el ocaso que es como una nota musical translucida entre las cortinas blancas. De pronto, Marcelo se introduce, en la mitad de una sonrisa, a un mundo onírico donde se dice que a veces es una proyección de la realidad con ligeros movimientos.

Marcelo sueña.

Marcelo está en un salón con un arma, sentado al lado de su madre y ambos rodeados de gente que también permanece sentada. Eleva el arma hasta que tenga un fondo de cielo y comienza a examinarla indiferente, la va a desarmar para volverá a reconstruir mirando atento pero desinteresado, y es por eso mismo que ignora las voces que chirrían y se mezclan en el salón. En lo que lleva soñando nunca se ha puesto a pensar sobre el sentido de su vida y de su condición. Sabe que sostiene un arma (ahora con una gran mira montada) mientras alguien de su costado le pasa la voz: delgado, pálido y triste.

-Estaba yendo a mi colegio y ahora estoy acá, no sé para qué ni cómo.

Y Marcelo replicó con palabras que ni él conoce pero que tuvieron sentido para el muchacho que ahora calló y miraba hacia las puertas del frente.

-Apenas él le amalaba el nóema era tan natural no obstante un año la estación florida cuando el mentido robador de Europa. –Dijo Marcelo que también miraba las puertas marrones.

Una vez más levantó el arma hacia el salón sin techo, como si respirara o comiera. Se le veía cansado aunque él no sintiera eso al igual como no sentía nada. Y estuvo jugando con ella hasta dejarla quieta sobre sus muslos. No podía decirse que se aburrió porque el sueño le privaba la reflexión sobre sus emociones. Se reclinó sobre su silla y vio a las personas del salón; no podía entender lo que decían, sólo algunos murmullos que se extraviaban en todo el ambiente. De pronto notó con serenidad al señor uniformado que pasaba lista.

-María Sánchez Loyola- Decía un bigote espeso que se movía.

-Aquí- Replicó antes de pasar por la puerta marrón.

Marcelo miraba con indiferencia cómo la gente se desapegaba de sus acompañantes para adentrarse a los submundos del salón tras las puertas. Se podía dar palabra: las personas verían aquello con un desconocimiento infinito y avanzaban llevados únicamente por el azar o la ignorancia. Pero Marcelo con su arma apuntando arriba, a la derecha, a la izquierda, teniendo lo suficiente para aferrarse en el sueño.

-Jorge Reyes Gonzales.

-Acá.

Veía los pasos irregulares por debajo del arma que tapaba el cuerpo del hombre con la cara confundida. Lo peor hubiera sido que nunca se hubiera preguntado qué diablos hacía allí, con su vida y con su esperanza tan lejana. Pero de pronto pensó y se le apretó el corazón de golpe. María vendedora en una verdulería por las tardes, tiene tres hijos, discute al llegar de su puesto en el mercado con su marido que a menudo llega borracho. Juan estudiante aplicado de una salud endeble, cumple los deberes de casa cuando está desocupado, hijo único, su madre lo adoraba pero murió esta mañana luego de una larga lucha, vive solo. Jorge evangélico, líder de una modesta iglesia, por las noches daba charlas sobre los nuevos pecados, soltero, una sola pareja en toda su vida, luchaba contra su soledad con la contemplación artística.

Todas teorías nada seguras por completo, y Marcelo afligido siguiendo con la mirada los pasos. De seguro su madre se preocupó antes de decirle muy despacio que ya saldrían del salón

-Marcelo Denis- desde el fondo-.

Volvió la mirada a la mano que le golpeó dos veces en el hombro y se levantó y nunca supo por qué él, quién él.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS