Recurrí a la dinamita y volé el salón de mi cabeza. Triangular y lacerante. Apabullante, gótico. Fósforos seniles y frágiles, olvidados entre muchedumbre reglamentaria y sociedades ambiguas. Desperdiciados en memorias y cadenas imaginarias.
La pólvora, ¡Oh, la pólvora! ¡Humedeciendo entre calamidades absurdas! ¿A dónde iba su aroma apasionante? Esa habitación macabra, insistente tras el timón destrozaba probabilidades finitas en trapos infinitos; la llama parecía lejana. Triángulo tapizado con prejuicio y juicio, con cordura y delirio, miedo, ignorancia y desencanto, poder, edonismo.
Dibuje tranquilo el contorno del salón, disfrutando del roce del suelo en mis plantas encarnadas de cristales, degustando el aroma exquisito de mi fiel amada; la más descarada de todas, la pólvora. Arranqué el fósforo. Escuchando la fricción destructora entre madera y combustible me detuve a pensar… Sonreí; se proyectó ese juego de luces danzantes desgarrando el horrible tapiz.
La madera putrefacta tronaba convirtiéndose en cenizas. Mientras se disparaban con estruendo trozos de energía incandescente; rojiza como los labios de Lucifer, regresé en mí.
No lo pensé más, arrojé el fósforo a la amada mía y comenzó el amanecer. _
Nico «Clown» DeLarge_
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