Me observo,
camino y viajo.
Una piedra,
una uña,
un tropiezo,
un saltito.
Una caída de ángel,
un abrazo,
que me ame,
que me llame.
El tripi tan solo deforma,
dobla tu realidad rota
de sentido para los cuerdos,
sin un sentido, atado por cuerdas.
Vivir alimentando el lobo
que puede que muerda.
El querer hacer lo que uno intenta,
el que locuras inventa
para aferrarse en la fantasía,
en dar vida a lo muerto.
Dar a una idea un sujeto,
empujarla, empujar el viento,
ver mi imaginación en lo cierto.
Invertir mi cerebro,
como girarle la cabeza a un pulpo,
respetarme como respeto al difunto,
con el amor a conciencia.
Amor en su muerte,
en la mía, paranoia de mi suerte.
Pensarte sin verte,
verte sin pensar.
Dejarme estéril
y cultivarme.
Llorar y que llueva,
volar en su cueva
o en la mía.
Ponerme a prueba,
vencer mi hipocresía
de hacer por inercia.
Daré mi vida
a mi ciencia.
Vosotros, mi subconsciente.
Quiero ver tu mente en tu rostro,
esas sonrisas sinceras
que regalan los que no son gente.
Se llaman yo antes de que les llame.
Sois mi pista.
El fuego que quema mi lista
de quehaceres,
de pensamientos de deberes,
de deberías,
de cenizas,
de mi espíritu de luz,
mi calor interno.
La piedra en brasas,
las que comí cuando dios de vistió de infierno.
Dentro de casa,
en inverno,
me alumbra la lumbre
en mis rituales y mis costumbres.
Siento en mi, mi dios,
la fuerza que me almuerza,
que me tuerza la recta
con traza perfecta.
Creando un mandala,
gato de calle,
mirada de tigre de bengala.
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