Gustavo tiene mucho calor. Acostado en la tumbona de la piscina, observa a su amiga Claudia. Se pregunta por trigésima vez por qué nunca se atrevió. Por qué no la agarró de la cintura y le robó un beso. Por qué no le dijo que le encantaba su carácter áspero, su ácido humor y su voz ronca. Cómo no reunió el valor para decirle que se moría por ese cuerpo de actriz italiana de los años cincuenta, que se derretía por cada una de sus curvas, por todos sus pliegues de su piel, por esa boca enorme.

Gustavo se siente, desde siempre, un poco cobarde. Para las cosas pequeñas y para las grandes. Para lanzarse al agua fría de un río y para declararse a una mujer. Se lo piensa demasiado. Se queda ahí, quieto, en la orilla. Duda. Espera que mejoren las condiciones, que se hagan perfectas. Que se aparte la nube y brille el sol, que se detenga la brisa y aumente el calor. Observa el agua correr y piensa. Calcula, espera. Cuando se quiere dar cuenta, la tarde ha pasado y no se ha bañado.

“Siempre igual”, se regaña, mientras contempla el cuerpo de su amiga tendida bajo el sol. Le escuece su belleza y vuelve la cabeza para descansar la mirada en el agua de la piscina. La deja ahí refrescando.

—Gustavo, ¿estás dormido?

—Mmmmm, no.

—He decidido quedarme embarazada, ¿tú me ayudarías y te acostarías conmigo?

Un balón de Nivea, de gajos azules y blancos, flota en la superficie de la piscina. Lo empuja la corriente de la depuradora y choca con el bordillo. La insignificante colisión produce un gracioso sonido, como una gran burbuja al explotar: “pop”. Es muy sutil, pero en el silencio que se ha hecho tras la pregunta de Claudia, el golpecito resuena en toda la piscina.

Quizá por el inmenso calor que lo baña todo, por el tórrido sol de mediodía que le reblandece el cerebro, Gustavo no reacciona. No mueve un músculo y permanece tumbado boca abajo en su toalla. Aletargado, su corazón ha reducido los latidos a lo imprescindible. Se imagina como un lagarto sobre una roca ardiente y sopesa con calma si los reptiles fecundan a las reptiles en cuanto estas se lo proponen.

—Gustavo, ¿no me has oído o es que no piensas contestarme? —Insiste Claudia tras sus oscuras gafas de sol. Su cuerpo bronceado descansa en una tumbona y su piel brilla bajo las sucesivas capas de crema solar. Cientos de micro gotas de sudor multiplican los reflejos.

Gustavo, plomizo, gira su cabeza para volver a mirarla.

—Claudia. Somos amigos y jamás nos hemos puesto una mano encima. También soy amigo de tu marido, y sé bien que le quieres mucho. ¿Se puede saber de qué estás hablando?

Claudia permanece inmutable en su tumbona recibiendo los rayos solares en un perfecto ángulo de noventa grados.

Precisamente porque eres nuestro amigo, me tienes que hacer este favor. Llevamos dos años intentándolo y no hay manera. Creo que ha llegado el momento de asumir que Nacho es estéril. Pero ya sabes cómo es, no lo reconocerá jamás. Tampoco quiere oír hablar de otras opciones de fecundación ni de adopción. Él quiere ser el padre biológico sí o sí.

Se quita las gafas de sol en un gesto de oradora profesional para enfatizar:

—Lo he pensado mucho y esta es la mejor opción: me fecunda otro hombre y Nacho será feliz creyéndose el padre. Mi único dilema es si algún día se lo diré y si a ti te preocupa la idea de traer un niño al mundo, aunque no le vayas a criar.

Una gota de sudor rueda por la frente de Gustavo, corre a lo largo de su nariz y queda suspendida en su extremo.

Claudia, cuestiones morales aparte, quedarse embarazada no suele ocurrir en el primer intento. Es posible que haya que insistir. — Objeta Gustavo intentando no hacer patente tan rápido que le parece el mejor plan de su vida. Lleva años disimulando su deseo y abandonar su papel a la primera de cambio le haría sentirse descubierto.

Claro, Gustavo, lo haremos mil veces si hace falta y de todas las formas que se nos ocurra. He hecho una lista de las posturas más adecuadas para facilitar la concepción. Perdona si resulto engreída, pero sé que te gusto. Y en la cama soy muy buena, Gustavo. Te aseguro que no lo vas a pasar mal.

Una sonrisa bastante lela cruza la cara de Gustavo, traga saliva como si de una pelota de ping-pong se tratase. Mira una vez más el bonito cuerpo de su amiga. Está mínimamente cubierto por un bikini blanco que debe pesar unos veinte gramos. La gota de sudor que pende de su nariz cae en la toalla.

—Sé que no es una decisión para tomar a la ligera, piénsatelo Gustavo, por favor.

Él se incorpora lentamente y se acerca al bordillo de la piscina. Se siente un poco mareado y confuso. El balón de Nivea flota a la deriva. Calcula que si se tira desde esa esquina, caerá justo sobre la pelota y podría pincharla. Se lo piensa. Mide la distancia y el impulso. Sopesa la opción de no tirarse.

Para Gustavo, la duda no es si traer un niño al mundo o si, algún día, Nacho conocerá la verdad sobre su paternidad. Ninguna de las dos cosas ocurrirá. Gustavo se hizo la vasectomía hace tiempo y el único dilema es decírselo a Claudia o callar.

Con la sonrisa cínica de los que ganan sin merecerlo y con un estilo perfecto, se tira de cabeza. Se sumerge en la piscina como una flecha. La zambullida apenas salpica unas gotas.

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