Moda del pensamiento

La moda es un fenómeno tan discreto como veloz. Lo que tiene de instantáneo, también lo tiene de invisible. Cuando una moda comienza, al principio, es difícil identificarla. De hecho, lo que estamos viviendo es moda. Todo es moda. Sólo que, el estar inmersa en ella, la hace casi imposible de reconocer. Así que ya verán lo complejas y peligrosas que resultan las modas que no se pueden distinguir pero que te obligan a ser parte de ellas. Esas modas temporales que llegan, se instalan por un tiempo, y luego vuelven a ser reemplazadas por otras nuevas modas. Casi nadie puede resistirse a ella, y mucho menos escaparle. El deseo de ser distintos, de resaltar, de destacarse del resto y no ser uno más siempre está presente, pero a la vez, nadie quiere desencajar, y nos cuesta aceptar que somos diferentes. Los más rebeldes intentan no ceder ante las ridículas pautas que establecen los grupos más influyentes; uno ve cómo todo su entorno va vistiendo, haciendo, diciendo lo mismo. Es como si fuese una enfermedad que contagia, una epidemia. Pero esta epidemia va determinando quién está dentro y quién está fuera. En cuarentena todos los enfermos, pero, en una sociedad de enfermos, hasta el sano quiere enfermarse.

Y cuando llega el momento, uno teme ser parte del afuera. No quiere estar dentro, con todos los reclutas que parecerían carecer de algún tipo de discernimiento crítico o, simplemente, de personalidad. Pero, ¿por qué estar afuera? Las modas van cambiando; lo que nunca cambia es el sentimiento de querer pertenecer, de sentirse acompañado y avalado por todos los demás.

Pero ahora, lo verdaderamente terrible y sin embargo, lo más imperceptible, es la moda del pensamiento. La moda del pensamiento único y homogéneo, que a veces pone en duda el sistema «democrático» característico de nuestros días. Hoy por hoy podemos opinar libremente y, a la vez, no. Podemos decir lo que queramos sin ser perseguidos, ni reprimidos por ello. Nadie va a encarcelarnos por tener cierta ideología o defender ciertas ideas. Sin embargo, la dictadura de las ideas nos azota nuevamente, en un sentido un tanto metafórico y mucho más silencioso, pero no menos contundente en sus efectos.

Las redes sociales, armas de doble filo, pueden servir como un medio para poder expresarnos, para poder hacer valer nuestra voz y dar a conocer lo que creemos, así como también puede ser una de las formas más efectivas y fáciles de dominarnos. La velocidad a la que viajan las noticias, los comentarios, y el gran alcance que tienen, hacen que en muy poquito tiempo una sola publicación pueda llegar a todo el mundo. Como dije anteriormente, esto depende del uso que se le de. Puede ser positivo como negativo. Puede ser una herramienta más que nos permita defendernos y rebelarnos, como también puede ser una estrategia de lavado de cerebro mucho más disimulada, bonita y atractiva.

El marketing logra eso. Nos venden ideas, música, productos, ropa, estereotipos creados y previamente diseñados para que nosotros los consumamos. Y justamente, no es casualidad. Nada está hecho porque sí, todo tiene un motivo. Se nos presenta una idea delante de nuestros ojos como verdad absoluta, como el descubrimiento del siglo, y el hecho de simplemente aceptarlo, aplaudirlo, sin siquiera haberlo comprendido enteramente, nos da una idea de qué tan «libres» somos a la hora de pensar. No debemos coincidir, debemos cuestionar. Investigar, informarnos, y sobre todo, ver. Que esta ceguera cargada de vanidades y valores superfluos o mercantiles no impida que podamos ver con claridad. Tenemos la oportunidad de ser distintos, no la desperdiciemos. No nos enfermemos, no necesitamos entrar en cuarentena.

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