LA NIÑA EN LLAMAS

LA NIÑA EN LLAMAS

Miré por la ventana al oír un ruido. Era un taxi que dejó a una chica y una niña a la casa del lado. Estaban solas, sin sus padres.

Salí de casa para darles la bienvenida; serían vecinas mías. Las saludé. La chica me miró e hizo como si no existiera.

Me fijé en una cosa: tanto la chica como la niña tenían moratones. ¿Las habrían maltratado? Seguro que sí. ¿Sino, que harían ellas dos solas en una casa?

La chica guio a su hermana pequeña hasta el jardín de la casa, en la parte trasera. Volvió sola hasta la entrada de la casa. Abrió la puerta y entró. Fui a mi habitación. Era muy extraño.

A la mañana siguiente, la chica estaba en el jardín. La estuve observando. Aunque extraña, era realmente bonita. Pensé que al mediodía podía ir a su casa y traerles un pastel de manzana. Así hice. Llamé a la puerta. Nadie contestó. Llamé por segunda vez a la puerta, y nadie contestó. Cuando iba a llamar por tercera vez, vi que la chica estaba entretenida con unas cadenas. ¿Para que serían?

Me fui. Me daba mala espina.

En casa, estuve pensando en lo sucedido. Tenía que averiguar que estaba pasando. ¿Y si resulta que la chica, era la culpable de los moratones? ¿La torturaba? Este asunto no se podía quedar a medias.

Volví a la mañana siguiente. Llamé. Casi al instante, oí el ruido de los cerrojos. Los estaba cerrando. Se repitió este sonido durante treinta segundos. Imaginé que la puerta tendría muchos cerrojos. Pero, ¿por qué me cerraba?

Y de repente la vi. Observándome por la ventana, con los ojos clavados a mí. Me asusté. Le enseñé el bizcocho para ver si me dejaba entrar, pero no salió como yo pensaba. Cerró rápidamente la cortina.

Quería quedarme allí. Quería descubrir todo lo que pasaba en esa casa. Fingí ir a mi casa, por si me observaban. Pero me quedé cerca de su ventana para oír lo que decían. Estuve escuchando durante treinta minutos. Lo único que oí fueron golpes en la puerta, como si alguien quisiera entrar. Pero no había respuesta.

A la mañana siguiente, me levanté para ir a correr; lo hacía todas las mañanas. Al salir de casa, vi a la niña. Estaba sentada delante de la puerta de su casa. Tenía una mirada perdida y angustiada a la vez, como si algo le pasara. En tan solo diez segundos, apareció su hermana. La cogió con fuerza de un brazo y la llevó al jardín. Oí gritos. Vi como la niña volvía hacia la puerta delantera. Y su hermana, como anteriormente hizo, la cogió del brazo y se la llevó otra vez a la puerta trasera del jardín.

¿Por qué haría esto? ¿Por qué no dejaba nunca que la niña entrase por la puerta delantera? ¿Y si tenía alguna cosa escondida? Alguna cosa que su hermana pequeña no debía ver o tocar. No lo sabía. Pero no desistiría, averiguaría lo que sucedía en esa casa.

Finalmente decidí ir a correr. Ya era tarde. Si no salía, empezaría a hacer mucho calor.

Cuando por fin llegué a casa, me sentía fatigado; como si hubiera estado corriendo durante horas.

Oí gritos otra vez. Pensé que la única opción era hablar con la niña. Así que esperé a que su hermana se fuera para entrar en su casa.

A principios de tarde se fue. Me puse los zapatos rápidamente y me acerqué hasta su casa. La observé cautelosamente. Debía escoger el mejor lugar para entrar. Las puertas estaban cerradas, y pensé en la cantidad de cerrojos que tenían. Por ahí era imposible. ¿Y las ventanas? Si las fuerzo podría entrar. ¡Oh! ¿Y por la chimenea? Y me quedé pensando. Podría llamar a la puerta, sería lo más sencillo.

Así que llamé. Pero nadie contestó; ni a la segunda vez, ni a la quinta. No podía perder tiempo, su hermana podía llegar en cualquier momento. Me puse nervioso. Finalmente, decidí forzar una ventana. Era la única manera de entrar. Vi que también estaban cerradas con cerrojos. ¿Por qué tantos cerrojos en la casa? ¿Qué estará escondiendo? Seguro que tiene a su hermana allí; torturada, maltratada… ¡No lo iba a permitir! ¡Era un monstruo!

Me quedé pensando. Había dado por supuesto que la puerta del jardín estaba cerrada con cerrojos. Pero, si estaba cerrada ¿cómo la niña pudo salir de allí? Así que salí corriendo hacia la puerta de atrás. Se abrió con un golpe brusco.

Oí el tarareo de una canción, pero sin vocalizar. Me centré para escuchar de donde venía el sonido. ¡Venía del sótano! Bajé. Y estaba allí. Con camisa de dormir, sentada en una silla de cara a la pared. Estaba atada a la silla.

Hasta entonces no se había inmutado de mi presencia. Pisé un escalón roto. Hizo ruido. La niña giró la cabeza de lado a lado, como si estuviera confundida. Sin duda había escuchado ese ruido, pero no sabía de donde venía.

Me acerqué poco a poco. Empezó a hiperventilar. Intenté calmarla. Le dije que solo quería conocerla, que tenía un primo que parecía de su misma edad… Pero no resultó eficaz. La niña cada vez estaba más nerviosa. Pero era extraño, no levantó la mirada del suelo desde que empecé a acercarme. No me contestaba. Decidí desatarla. Quería salvarla de ese terrible monstruo que tenía como hermana.

Puse mi mano encima de su hombro para empezar a desatarla. Al primer instante que mi dedo tocó su hombro, se asustó. Se sobresaltó. Casi cae de lado con la silla. ¿Si le estaba hablando porque se asustó tanto? Ya sabía que estaba allí…

Volví a intentarlo. Esta vez, al posar la mano encima de su hombro, me miró fijamente. No había levantado la mirada del suelo en todo ese tiempo. Me fijé en una cosa. En sus ojos. Unos enormes ojos azules. Pero había algo peculiar en ellos, estaban nublados. Intensamente nublados. Vi como la niña intentaba decirme algo. Movía los labios con dificultad pero no conseguía hablar. Empezó a hacer gestos repetitivos. Movía las manos sin parar. ¿Qué querría?

Y finalmente oí como un sonido salía de su boca:

-Co- cocina, ma-mmmá –Dijo. Era difícil entenderla.

Y siguió diciendo:

-Papá, Car-ar-olina… lla-ma, ¡llama!.

Empezó a gritar.

¿Qué le estaba pasando? ¿Cocina, mamá, papá, Carolina, llama? ¿A qué se refería? Ahora sí que no entendía nada.

Oí como se abrían los cerrojos. Tenía que marcharme en seguida. Pero por otra parte tenía que salvar a la niña. Así que me quedé. Me escondí detrás de un armario y me mantuve en silencio.

Se abrió la puerta del sótano. Era ella. Un diablo encarnado al cuerpo de un ángel. ¿Qué le iba a hacer a la pequeña niña?

Pero fue totalmente diferente de lo que pensaba. Se acercó a ella, le dio un beso y se fue.

Decidí quedarme escondido.

Se hizo de noche. Empecé a coger el sueño, cuando de repente oí gritos. Salí de detrás del armario. No era la niña. Volví a oírlos. Venían del comedor, de la parte delantera de la casa. Debía ser la hermana. Subí las escaleras para salir del sótano. Caminé lentamente para no hacer ningún ruido. Me paré al pasillo del lado del comedor, me escondí y seguí escuchando.

La chica estaba de rodillas al suelo. Gimiendo. Gritando. Llorando. Y de repente paró, como si estuviese escuchando alguna cosa. Pero al cabo de un instante dijo:

-¡No, no! ¡Basta ya! ¡María!

Y se fue corriendo hasta el otro lado del comedor.

-¡Basta! ¡Por favor! ¡Fuera diablo, fuera!- Gritó.

Se agachó de golpe.

-¡Ya vienen! ¡Otra vez no! ¡María! ¿Qué has hecho?

Se tumbó en el suelo y empezó a llorar.

No entendía que le pasaba. ¿Con quién hablaba? Y en ese momento, vi cómo se remango las mangas de su jersey. Se estaba mirando las marcas moradas que tenía en la piel. Empezó a morderlas.

-¡Fuera de aquí!-Gritó-¡Esto no tenía que haber pasado!

Se levantó. Se colocó delante de la hoguera y dijo:

-¡Diablo, eres el mismísimo diablo! ¡Has engendrado el mal en mi hermana! ¿Por qué tanto calor hasta el punto de aniquilar una vida? ¿Cómo es posible?

Y se calmó, de golpe y sin ninguna circunstancia. Se levantó. Fue a comprobar todos los cerrojos. Y en ese mismo momento dijo:

-No volverás a aniquilar a nadie en esta casa. ¡En esta casa no! No dejarás más huellas en nosotras. ¡Lo juro! No dejaré vía libre a las armas que pueden encenderte. Las encerraré con cientos de cerrojos. No te darán esa centella que te falta. No te darán la vida para que tú se la quites a otros.

Pero, ¿con quién hablaba? Su hermana estaba en el sótano. Yo, escondido. Estaba sola.

La observé. Cuando gritaba, se dirigía a la hoguera. Hablaba con la hoguera. Demostraba un odio inmenso hacia ella; como si le hubiera hecho algo.

Bajé al sótano. Quería hablar con su hermana pequeña.

Al llegar, hice ruido. La niña se giró y dijo:

-Tú, ¿chico?

-Sí, soy yo. –Le respondí.

Me acerque a ella y le pregunté:

-¿Qué le pasa a tu hermana? Está en el comedor; gritando, llorando… Hace cosas muy extrañas.

-Cocina, ma-má, papá, Car-ar-olina, llama.- Dijo.

Empezó a ponerse nerviosa y a hacer gestos bruscos.

-¿Qué significan estas palabras? ¿Qué quieres decir?

Empezó a mover la mano, como si estuviera escribiendo en un papel. Entendí que era eso lo que quería. Cogí un papel y un lápiz e intenté dárselo. Lo cogió con dificultad. Tardó unos minutos hasta que por fin colocó el lápiz encima del papel y no encima de su pierna. Empezó a dibujar.

Le cayó el lápiz al suelo. Levantó el papel. Lo cogí.

Era un dibujo muy extraño, no tenía mucho sentido. Los dibujos se interponían unos encima de los otros. Intenté concentrarme.

Parecía una habitación con un bloque gigante de algo que no entendía. En ella, había un hombre cogido de la mano de una mujer, y dos chicas más. Una de ellas, absorbida por unas llamas.

Y en ese momento lo entendí, era ella, la niña en llamas.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS