Dos doradas congeladas

Dos doradas congeladas

Elena G. Antón

14/07/2020

Cama de patata y cebolla. Un chorrito de aceite, y sal. Se mete en el horno unos 20 minutos y, luego ya, cuando las patatas están bastante tiernas, se añaden las doradas. Hasta que, a ojo, veas que están hechas. 

Sé cómo se hace, pero no sé cómo hacerlo. No sé qué hacer. Abro la puerta, las miro, y no sé qué hacer con las dos doradas que hay en el congelador.

Recuerdo que fue el menú de la última comida familiar que hicimos en casa, cuando todavía estaba papá. Y también el de cuando, por fin, Enrique, Paloma y Rodri vinieron a comer en la terraza, hace solo unas semanas. 

Supongo que, sin planearlo, se había convertido en nuestro plato estrella.

Aunque casi nunca iba al supermercado, fue él quien compró estas dos doradas, y las metió directamente en el congelador. Para tenerlas ahí, para algún sábado, para algún domingo. Para un día sin invitados, para los dos.

Y me da miedo sacarlas, y que sus ojos muertos, vacíos, me recuerden todo lo que ya nunca será.

Y fantaseo con ponerlas entre las cosas que vendrá a recoger este domingo. Que se descongelen y se lacien sobre sus guitarras, como los relojes derretidos.

Que sea él quien tenga que decidir qué hacer con ellas. Que me quite el peso, ridículo y punzante, de no saber qué hacer con dos doradas. De saber que tengo guardados en el congelador un sábado, o un domingo, que ya nunca serán.

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