Una vida por Navidad.

Una vida por Navidad.

Lady Cabra

03/11/2017

Nací en una caja. Una cajita en una sala en la que había muchos como yo. Conmigo habían tres, junto a nuestra madre. Ella nos arropaba con su calor para librarnos del frío, que no era poco. Fuera nevaba, y las ventanas estaban abiertas, pero me daba igual. Me acurruqué junto a mi madre y me quedé dormido.

Estuvimos allí varios días, y uno de ellos, el último, me desperté al sentir que me cogían del cuello. Maullé, mientras me retorcía intentando que me soltara, pero aquello que me sujetaba no me dejó.

—Este no sirve. Fuera -. Aunque no entendí aquellos sonidos que salían del animal que me había cogido, sí sentí el fuerte golpe que me dio al lanzarme al suelo. La cabeza me daba vueltas, y de pronto todo se volvió negro

Cuando desperté, todo era un caos. A mi alrededor, había muchos como yo en el suelo, pero ninguno se movía. Estaban cubiertos de algo rojo que se extendía por el suelo, y cuando me levanté descubrí que yo también tenía de eso. Me senté y comencé a llorar.

Mis hermanos se hallaban en el suelo, inmóviles, teñidos de rojo. De pronto, escuché un maullido. Mi madre seguía allí. La vi, cojeando y acercándose a mi, y corrí hacia ella. Me acarició la cabeza con su hocico, y comenzó a caminar hacia la puerta, ignorando lo que tenía a su alrededor, y salimos de allí.

Las más duras fueron las primeras semanas. No encontrábamos casi nada de comer. Yo aún me alimentaba de leche, pero mi madre no comió nada. Cada vez estaba más delgada.

Llegamos a un callejón. Había nieve por todos lados, pero allí encontramos un sitio cubierto por unas escaleras, y nos metimos debajo. Las luces que había por todos lados me resultaban desagradables, y había ruidos y música saliendo de todos los edificios.

Me estaba quedando dormido cuando escuché pisadas en la calle. Estaba tan débil que casi no podía moverme. Solo quería dormir.

—Ay, pobrecito… -escuché, como un lejano sonido, la voz de una humana. Abrí los ojos y vi a una niña de pelo negro y ojos oscuros agachada en frente de mi madre. Fue a tocarla, pero gruñí y alejó la mano rápidamente. Entonces fijó su mirada en mi, se levantó y se fue corriendo.

Mi madre hacía rato que no se movía. Estaba tumbada, como si durmiera. Estaba dormida, sí. Seguro.

—Meow… -. Me acerqué trabajosamente a ella para acurrucarme a su lado, como siempre. Estaba fría, como la nieve que nos rodeaba.

Volvía a estar medio dormido cuando escuché otra vez pisadas. Era la misma niña. Traía algo en sus manos: una manta, que puso sobre nosotros, mientras yo me escondía bajo el largo pelo de mi madre, y después sacó algo que olía tan bien que se me hacía la boca agua.

Salí a ver qué era, y la niña dejó en el suelo un pescado, y lo fue acercando a mi, hasta que adelanté una pata para arrastrarlo, y comencé a comer. Estaba delicioso.

—Feliz Navidad, gatito… -. Dijo algo, que ignoré completamente mientras comía, y después se fue.

El pescado y el calor del regalo de la niña me dieron una tranquilidad que no había sentido nunca. Me acurruqué entre la manta y mi madre y, ahora sí, me quedé dormido. Esa noche soñé que mis hermanos venían a buscarnos… Y mi madre me miró, con sus cálidos ojos amarillos, invitándome a ir con ella. Pero no fui.

***

No sabía cuánto tiempo hacía de aquello. Había pasado tanto tiempo vagando por las calles y buscando desesperadamente algo que llevarme a la boca para no morir de hambre que olvidé dónde estaba. Podía pasarme horas tumbado en la calle hasta que alguien se me acercaba más de lo necesario…

No tenía un rumbo fijo, así que me sorprendí un día cuando de pronto llegué a aquella cabaña de la que había salido cuando era pequeño. En su interior había gente, así que salí corriendo sin pensármelo al recordar a mis hermanos en el suelo, ensangrentados, y recorrí el mismo camino que entonces.

Calles nevadas, repletas de luces, de gente paseando feliz, ajena a lo que pasaba a su alrededor, y un estrecho callejón con unas escaleras que dejaban un hueco sin nieve debajo de ellas. Esta vez, estaba solo.

Me quedé allí, sentado, observando las luces parpadeantes y lloré en silencio. Tenía hambre, frío, estaba cansado y empapado por la nieve y lo peor… Estaba solo.

Me tumbé en el trocito de suelo que no tenía nieve y entonces escuché unas pisadas. Se acercaban a mí. Alcé las orejas y miré hacia el ruido. Había una humana. Aunque había crecido, la reconocí. Era la niña que me había salvado de morir aquel día… Con aquel pequeño pescado.

—Oh… -. Me miró, sorprendida, y se agachó junto a mi, ofreciéndome algo de comer. Tenía tanta hambre que me dio igual acercarme, así que olí su mano y me comí la golosina que había en ella.- Has crecido, chiquitín… He estado esperándote, ¿sabes? -. Entonces me cogió y me estrechó entre sus brazos. Estaba apunto de revolverme para escabullirme, pero su calor era tan agradable…- No pude hacer nada por ti aquella vez, pero hoy es el día…

Y, conmigo en brazos, comenzó a caminar, alejándose de allí. Estaba cansado. Su calidez me hizo olvidarme de todo, y me dormí, apoyado en su pecho.

Desperté por un pinchazo en el lomo. Cuando me di cuenta, había un humano con una bata mirándome y acariciándome el lugar del pinchazo.

—Has tenido suerte. No parece estar enfermo -. Emitía sonidos que no supe identificar, y ronroneé cuando la mujer me acarició la barbilla.

—Meow~

Después de eso me metieron en agua calentita y me limpiaron. Era la primera vez que me trataban bien, y no me echaban a palos.

Cuando acabó el baño, la mujer volvió a cogerme en brazos y nos fuimos de allí.

Llegamos a una casa, y me llevó hasta un cojín que había en frente de una chimenea. Había otro humano sentado por allí.

—Siete años hablando del gato y ahora recoges el primero que te encuentras por la calle…

—Es este, papá. Estoy segura -. La mujer hablaba con el otro humano mientras me acariciaba, sonriente. Miré hacia las nuevas pisadas que entraron en la sala. Era otra humana, que se acercó a nosotros, con curiosidad.

—Déjala, hombre, ¿no ves lo contenta que viene con el gato? ¿Cómo lo vas a llamar? -. La humana que me recogió me miró, como si me evaluara, y sonrió.

—Fue el destino el que me cruzó en su camino… Así que ese su nombre. Unmei -. De nuevo, me cogió en brazos y me puso algo en el cuello.- Feliz Navidad, Unmei -. Cuando me soltó, un suave tintineo resonó desde mi cuello. Me vi en el reflejo de un jarrón de cristal, y lo vi. Era un collar negro con pequeñas piedrecitas blancas, y en la parte inferior, una pequeña placa con mi nuevo nombre grabado, y un cascabel colgando de ella.

Tenía nombre. Tenía un hogar. Tenía familia. Era el momento más feliz de mi vida…

Era mi Navidad.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS