En el día dejo que transcurran los sucesos cotidianos de la vida. En la noche con su natural silencio, me encuentro para poder rayar la hoja blanca de papel, inicio lo ideado con algunas palabras y tal vez un párrafo; pero luego con la prisa que me marcan los pensamientos aglomerados en mi cerebro y que empujan por salir, debo recurrir a mi vieja Tablet, que con su técnica de autocorrección, me brinda el desahogo pronto de mis registros memoriales de antaño y de la imaginación; más aún, es tal la fuerza de esas corrientes cerebrales que tomó unas de mis plumas- me encantan las plumas, en cualquier momento descubriré por qué; hoy lo no sé- para en la original hoja blanca de papel hacer rayas, gráficas y glosas, que luego en reposado orden pasó a la pantalla de mi Tablet. Y cuando creo terminar, veo que no es más que una etapa del proceso que sigue en la pantalla de mi PC, que es el escenario de mi interior mental, que a manera de espejo, se presta para pulir la idea original. En la cocina participan además de los instrumentos electrónicos, un surtido de marcadores de colores y bolígrafos; una botella azul de agua, las gafas y una taza grande de café americano.

2032, quince años más tarde…

Estaré frente a una cómoda, plegable y maleable pantalla del tamaño de la palma de mi mano, desde la cual con simple botón, ordenara mis ideas ya capturadas en tres dimensiones de una manera sistemática impulsadas desde el cerebro mediante pinganillo ajustado a la cabeza. Y como recuerdo del ayer, confrontare lo proyectado en el instrumento electrónico, con mi esquema diseñado en la hoja blanca de papel, con una de las plumas disponibles y usadas con avaricia de tinta.

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