Sonó la campanilla colgada al topar con ella la puerta de entrada de la tienda; Susan y Manu, tras traspasarla, se dirigieron directamente a la zona de colchones. Estaban dispuestos a uno y otro lado, con variedad de texturas, calidades y, sobre todo, precios. El dependiente les siguió con la mirada, pero decidió esperar con objeto de concretar qué estaban buscando, era su filosofía, no le gustaba agobiar.

-Este tiene muy buena pinta – afirmó Susan señalando uno de los colchones – el precio está bien– justo en ese instante Manu intentó agarrarle la mano, pero ella, mirando alrededor, la rehusó y dijo susurrando: – Aquí, no. No tienes remedio.

-Lo siento – contestó Manu en voz baja –; ya sabes que no puedo reprimirme.

Justo en ese momento se les acercó el dependiente y muy cortés les preguntó:

– ¿Puedo ayudarles? ¿En qué tipo de colchón estaban pensando? Además de los expuestos, tenemos muchos otros en catálogo por si no encuentran lo que buscan.

-Necesito un colchón de mediana calidad, de 1,35…

-Mi cama es de 1,50 – le dijo rápidamente Manu al oído.

-Uhm, perdón, de 1,50, parecido a éste– y volvió a señalar el mismo colchón – ¿Tiene algún otro de este estilo?

-Sí, si me acompañan les mostraré varios –y se dirigieron al fondo de la tienda.

-Mira que me disgusta que mi marido no se digne a acompañarme para comprar estas cosas. Siempre dice lo mismo: “lo que tú elijas, bien está”. Muchas gracias por acompañarme, Manu, así me podrás ayudar, ya sabes lo que me cuesta tomar decisiones, y me fío de tu criterio –al escuchar esto el dependiente se giró y les miró a los dos de arriba abajo con poca sutileza, consiguiendo que Susan se sonrojara ligeramente; aún así, ella siguió con su discurso: –Además, es también para él. Debería estar aquí. Después me dirá que la culpa es mía si le duele la espalda, o es muy duro o blando. Pero bueno, él es así. Qué le vamos a hacer.

-Mira ese. Tiene buena pinta –dijo Manu – además, el color pega con mis… vuestras cortinas –se corrigió rápidamente, pero no impidió que el dependiente se percatara y volviera a mirarles de arriba abajo -. Y el precio no está nada mal. ¿Es de buena calidad? ¿Cuántos años de garantía tiene? – le preguntó al dependiente.

-Por supuesto, es de los que tienen la mejor relación calidad precio. Y la garantía es de 10 años. Incluso, si lo prefieren, lo pueden pagar en cómodos plazos sin interés.

-¿Lo puedo probar? – preguntó Susan -. O sea, que si me puedo tumbar sobre él.

-Por supuesto –contestó el dependiente –Lo único es que debe descalzarse.

Susan se quitó los zapatos, se tumbó y, tras ponerse de ambos lados, se quedó bocarriba y cerró los ojos. Fue la campanilla de la entrada la que la trajo de vuelta, se había quedado ensimismada durante un momento. Al abrir los ojos buscó la lámpara que durante tantos años había estado viendo y al confirmar de que no estaba se levantó rápidamente y se calzó. Su semblante era muy serio y dijo:

– Está muy bien, es muy cómodo, pero creo que necesito pensarlo mejor, Muchas gracias y siento las molestias. Si me decido volveré -. Tras decir aquello se dirigió rápidamente a la salida mientras Manu, con cara muy contrariada, la siguió.

Al salir la campanilla de la puerta volvió a sonar y se perdieron de la vista del dependiente que, con una gran sonrisa, se acercó a los nuevos clientes.

FIN

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