Y ahí estaba el niño de los ojos de cristal, parado frente a la ventana con la mirada pegada en nuestra comida, la cara y las manos sucias, su cuerpo esquelético, cubierto por nada mas que una chaqueta rota y pantalones agujereados. Ahí estaba, como todos los días a la hora de cenar, creo que ver comida le saciaba el hambre porque de vez en cuando cerraba los ojos, sonreía delicadamente y llevaba su lengua de un lado a otro en muestra de satisfacción, sin siquiera probar bocado.
Yo le preguntaba a mi madre «¿porque no hacerlo pasar? ¿porque no darle un poco de comida?» mi madre me respondía en tono serio y un poco enfadado » porque ese no es nuestro problema, solo lo acostumbraremos a que venga y luego no querrá irse». La verdad me decepcionaba la respuesta de mi madre, ya que siempre la veía conversar con sus amigas sobre lo terrible que es la pobreza en el país y reclamar porque como nadie ayuda a los necesitados.
Decidí actuar yo sola. Una tarde mi mamá invito a sus amigas a cenar, yo estaba frente a la ventana esperando que apareciera el niño de los ojos de cristal, hasta que apareció, yo abrí la puerta, lo invite a pasar y lo senté en la mesa junto a mi. Y antes de que mi mamá dijera una palabra, exclame » no quiero que nadie diga una palabra, quiero que se pongan a pensar y que les de vergüenza, vergüenza por reclamar y pedir cosas que ustedes no hacen, vergüenza porque lo miran como si fuese basura, vergüenza porque no son capases de compartir ni siquiera el alimento, vergüenza porque los esta corrigiendo una niña, vergüenza porque las esta corrigiendo sobre algo tan básico y obvio como ser humilde y empatico, ojala ahora se sientan mal para que nunca mas miren a alguien en menos y nunca mas se les olvide que todos somos iguales, que todos nos merecemos un plato de comida, que todos tenemos derecho a vivir y todos tenemos el deber de ayudar».
Desde ese día el niño de los ojos de cristal toca mi puerta todas las tardes para cenar con nosotros.
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