El baño

Pienso que el escritor es un ser común y corriente y a la vez no es un ser normal. Es una eterna contradicción entre decir y callar. Hay algo dentro de su ser que le mueve a explorar otros caminos, eso es evidente. Su mente se ilumina y se apaga ante los diferentes estímulos. Vive en el mundo de las ideas y nunca muere de forma definitiva. Es un valiente que arriesga a exponer una parte de su alma.

Un día, había tomado mucho jugo de sandía, ¿sabías que esa es una de las frutas más diuréticas que existe?, yo lo supe ese día. Entonces me dedicaba a entregar comida a domicilio para un restaurante que se autodenominaba internacional. La verdad era que tenían una sola receta pero la mezclaban de mil maneras diferentes. Así, tomaban esa receta básica y la saturaban de lo que corresponda. A la comida italiana le ponían extra queso parmesano y tomate, a la china salsa de soja, a la mexicana un podo de picante, y así. ¿Me pregunto si los escritores no haremos lo mismo?. El cocinero era un ex convicto que aspiraba a rehabilitarse en esa cocina. Yo tenía fe en él, pero el no tenía fe en si mismo.

Llegué con mi viejo auto al turno de la mañana y apenas entré la cajera me miró con el desprecio de siempre. Yo creo que en el fondo me deseaba pero ella no lo sabía. Estaba de mal humor puesto que había tenido un ataque de creatividad y me la pase escribiendo toda la noche. Setenta y siete páginas llenas de ideas geniales armadas a maneras de cuentos, ensayos y otros delirios. Todas esas páginas habían ido a terminar en el cesto de la basura junto a otros desechos. Otro día de mierda diría Chuck.

Tomé el papel donde me daban la dirección y salí con la comida envuelta en uno de esos prácticos contenedores térmicos. ¿En qué momento estos malditos chinos se dieron cuenta que necesitábamos todas estas pequeñas y absurdas cosas?. estamos perdidos. La literatura actual es algo como una invención en cadena donde mil chinos escriben en un cuarto en mil máquinas de escribir veinte y cuatro horas al día. Entonces crean libros de autoayuda los cuales confunden la búsqueda de paz interior con esa falsa sensación de confianza en que todo va a estar bien sabiendo que todo va a estar mal. También crean libros eróticos que confunden deseo con masturbación mental. Y los peores, los que hacen libros de amor que no sirven ni para limpiarse el culo, porque vienen en digital. Eso estuvo fuerte, mejor lo voy a borrar, no quiero enojar a nadie. Especialmente a esos milenials que correrán despavoridos a sus espacios seguros al sentir la cercanía de una verdad a medias.

Manejé unos treinta minutos en medio de ese tráfico de las nueve de la mañana. Cuando todos ya han llegado a la oficina y se disponen a hacer de este mundo un lugar peor. Llegué a una casa grande, de esas donde uno imagina vive la gente que tiene dinero y que no merece nada de piedad cuando llegue la revolución o el juicio final. Aunque debo confesar que una parte de mí quería que una de esas cuarentonas insatisfechas salga a recibirme en bata. Y que sus tetas se desborden en un escote de infarto y su pierna escape entre la bata como invitándome a subir. Es mucho muy importante que sus pies sean hermosos. El sexo domina el mundo, bueno por lo menos la idea de sexo. Si practicáramos tanto como hablamos o pensamos, ¡zas! un nuevo y orgásmico bing bang. El hombre es huevos. Que bien se siente darse la libertad de poder decir eso. Esto también debo borrar para que ninguna feminista tenga pesadillas conmigo. Que mala memoria tengo.

Toco el timbre y no escucho nada. Solamente mi mente que me dice que estoy a punto de orinarme en la puerta de aquella casa. Que historia más patética. Escritor se orina en los pantalones en la puerta de una casa burguesa. Muevo las piernas ansioso porque alguien abra y me recuerdo de niño ¿Alguna vez alguien orinaría en esas rosas de la entrada? Sería algo casi poético. Así de extraño soy. Justo cuanto estoy por decidirme a sacar a la bestia, sale una mujer de aspecto asiático a recibirme. Parece una geisha, una mucama, una amante, una asesina a sueldo, no lo sé.

Sin saludarme ni siquiera mirarme me pide que pase. No estoy acostumbrado a entrar a las casas donde entrego la comida. El hogar de cada uno es algo muy íntimo. Tiene un olor específico, ciertas condiciones de luz, sin mencionar todos esos pequeños detalles que me vuelven loco. No quiero que nada de eso me impregne. ¿De dónde diablos habrá salido ese plato de porcelana que tiene un mapa mundi hecho con alas de mariposas? Puede que tenga una gran historia detrás, o quizá fue comprado en alguna tienda virtual, simplemente eso. ¿Quien puede saberlo? (la tilde del quién en la pregunta anterior fue intencionalmente olvidada solamente para molestar a los que saben mucho de ortografía y que seguramente no perdonarían otra falta in-intencional, por qué? Porque un escritor debe ser ante todo un provocador. Aplausos, gracias)

Los escritores basamos nuestro trabajo en una serie de eventos interconectados sin ningún orden lógico. Lectura, investigación, recuperación, luego, imaginación, creación, después, recursos y talento. Puedes tener todo, puedes buscar un poco de todo, pero si te falta talento estás jodido, diría Charles. No hay receta mágica, no hay forma de forzar nada. Es o no es. Siento que es como jugar a la ruleta rusa con palabras. Tarde o temprano te toca. Entonces triunfas y logras tener tiempo para escribir más y dejar tu trabajo de repartidor. No cuesta nada soñar, bueno a decir verdad cuesta 9.75 la hora.

Pero el escritor come, respira y por sobre todas las cosas desecha. Y hablando de eso, la primera gota de orina parece asomarse al final de esa vara mágica que me ha dado tantas satisfacciones y que tantos buenos recuerdos quiero creer les habrá dejado a esas dos docenas de mujeres. Entonces le digo a la china aquella, ¿puedo pasar a su baño?. Ella duda pero está entrenada como todos a demostrar cultura y buena educación. No lo hace por que es buena persona. Lo hace porque tiene que hacerlo.

Me señala con pereza una pequeña puerta blanca al final de un corredor. Casi no siento los pasos para llegar allá, es como estar flotando y casi me da una erección pensar que en unos pocos segundos estaré vaciando el tanque de este bendito jugo de sandía. Casi al llegar, extiendo mi mano para tomar la perilla y confieso que me invade un pánico pensar que está ocupado. Pero no. Mi suerte en la vida ha cambiado en ese instante. La puerta se abre, tengo el tiempo, el lugar, la técnica y hasta podría decir que el talento para poder pegarme una de las meadas más espectaculares y satisfactorias de la historia.

Entro casi con el cierre de la bragueta abajo y apenas tengo tiempo de levantar la tapa. Sale un chorro potente y cálido y me siento el hombre más feliz del mundo, y quiero atrapar esa felicidad, desnudarla y aparearme con ella con los ojos cerrados. Orino aproximadamente siete litros en los siguientes siete segundos. Levanto la cara al cielo y doy gracias por este momento que termina con ese pequeño temblor en todo el cuerpo debido al cambio de temperatura. Un escritor debe conocer, conocerse y ser agradecido.

Al terminar abro los ojos y veo que ese no estoy en un baño cualquiera. Las paredes están cubiertas por cientos de fotografías de todo tipo. Hay fotos de escritores famosos, de lugares, de pinturas, de portadas de revistas. Es como una de esas galerías de arte con un maravilloso collage. Por ahí están Julio, Salvador, Milán, mujeres hermosas sosteniendo comida, color y blanco y negro, arte y banalidad, simpleza y misticismo.

¿De quién diablos es ese baño? No puede ser de la mujer asiática que me recibió. Ese baño no tiene nada femenino. Es completamente blanco, con un par de toallas, crema de afeitar, un cepillo de dietes desgastado, un libro y un jabón común y corriente. En ese baño nunca estuvo una mujer, lo sé. Le faltan esos ciento setenta y siete frascos de cosas con ese olor tan fantástico. Comprender ese tipo de trivialidades quizá sea lo que me impide ser un gran escritor. Voy a morir en el intento. Quizá eso es algo que todos los escritores tienen que creer en su momento.

Ese baño es de algún genio, diría Henry sin falsas modestias, de esos que saben que el baño es quizá el mejor lugar para encontrar inspiración. Cada imagen de las cientos que me rodean me cuentan algo, me generan una posible historia. Son imágenes de hoy y de siempre. Sería una tarea imposible elegir una favorita o la más detestable. Algunas son viejas, otras parecen ser demasiado nuevas. Estoy absorto en ese universo extraño. Mi mente corre a millón. Es inútil tratar de quedarse quieto. Un escritor nunca está realmente quieto, su mente siempre está allá, un paso adelante o siete atrás.

Me demoro mucho ahí, tanto que alguien toca la puerta y me pregunta si estoy bien. Teme que esté haciendo algo más que orinar. No tiene la menor idea de lo que un escritor puede hacer en un baño así. No sabe que para nosotros es sumamente el cómo, dónde y cuándo escribimos. He salido del trance. Solamente salgo en silencio, no quiero que ninguna palabra arruine ese momento. En el camino olvido la caja térmica, el pago y a la mujer. Voy casa rápidamente esperando retener esa inspiración el tiempo suficiente para poder escribir algo decente que no termine en el tacho de basura. Estoy ahí durante horas y horas sospechando que ese amarillo chorro de orina que me abandonó hace poco me ha hecho encontrar algo similar a mi epicentro.

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