Cuentan que un hombre creo a dios a su imagen y semejanza, pero los que de verdad conocen la historia hablan de un dios que creo al hombre a su imagen y semejanza. Dicen también los que saben, que lo perfecto sólo puede salir de lo perfecto y por tanto lo imperfecto sólo puede ser causado por lo imperfecto y como lo creado tiene que ser efecto causado por el creador y como lo creado es imperfecto, sólo puede ser causado por un dios imperfecto y limitado, un primer motor comprensible y perdonable que en su finito poder sólo pudo hacer lo que hizo y ahora sí se puede decir: en fin, tampoco lo hizo tan mal. Y así fue que nuestro creador imperfecto y humanoide descansó al séptimo día. Pasado el séptimo día llegó el octavo y una sucesión casi infinita pero algo menor de días y noches y nuestro creador alcanzó las más altas cotas del hastío y el aburrimiento. Fue así que un día o más bien un amanecer se fijó en una virgen que se bañaba desnuda en el río y vencido por esa interminable sucesión de días y noches en la más absoluta soledad, inventó de golpe el deseo. Lo inventó de golpe digo, es decir sin pensarlo demasiado, sin afinar en los detalles. Pasaron las noches, los amaneceres, los días y nuestro dios sumamente imperfecto y humano, incluso algo inocente, no sabía que debía hacer con el deseo. A veces sentía que quería devorar a la virgen, otras veces quería acariciarla, otras veces simplemente cubrirla con la mirada, otras hablarle y susurrarle al oído, pero no sólo era imperfecto y humano, también era extremadamente tímido. Espiaba a nuestra virgen convertido en palmera o en pez, una vez casi muere convertido en osado mosquito. Lo mejor fue convertirse en agua, rozar su cuerpo desnudo, sentir su piel erizada del frío, atibiarse para relajarla y hacerla sentir cómoda junto a él. Pero el deseo era un invento terrible pues siempre le dejaba insatisfecho, nunca era saciado del todo. Habiendo observado dios como las ardillas se juntaban en parejas y se restregaban espasmódicamente decidió encarnarse en hombre y colarse en el lecho de la virgen una noche, torpemente frotarse y en un grito de placer o de dolor, no lo supo definir en ese momento, eyacular en su interior. El esperma divino fue efectivo y casi perfecto y germinó en el interior de la ex virgen. Pero a la mañana siguiente dios se sintió frustrado, había saciado su deseo de la mejor manera posible en un mundo imperfecto, pero ahora se sentía vacío. Pasaron los días y las noches sin volver al lecho de la ex virgen. No es que desapareciese el deseo, de hecho la seguía espiando y la seguía rozando con los torbellinos del río. Pero nuestro dios dudaba, no entendía el deseo. Era un ciclo infinito de placer y frustración, de una energía incontrolable y un vacío posterior que lo llenaba todo, algo fallaba en el deseo. Mientras tanto en el vientre de la que fue virgen crecía y crecía la simiente divina y a la vez un sentimiento nuevo crecía también en su interior. Por las noches anhelaba que volviese su dios a colarse en el lecho, sin entender tampoco ella por qué no ocurría. Una mañana, la mujer que era madre y por tanto más sabía creyó entender a dios. Al sentir su presencia en el agua le habló de ese nuevo sentimiento; el amor y le explicó como este no acaba con el deseo saciado. Esa noche dios volvió a encarnarse en hombre y a colarse en su lecho. Desde aquel momento decidió jugar a ser hombre.
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