Lo bueno y lo malo, lo moral e inmoral, lo sacro y lo santo, lo legal e ilegal. Las razones que justifican las guerras, conflictos, barbarie, la sangre, la muerte, el llanto; tras analizarlas nos muestran lo absurdo. Nada delata mejor lo absurdo que la risa.

I

Debo confesar que hubo una vez en que fui presa de una terrible adicción, la que me hizo actuar de modo del que hoy me avergüenzo, y de hecho quizá nunca logre reponer mi dignidad. Fui un adicto a la sal. Sí, ese condimento tan común para todos, es lo que a mí me enloquecía; perdí el control, robé por sal, vendí gran parte de mis pertenencias e incluso perdí gran parte de mis amigos, tan solo por un condimento del diablo.

Me superé gracias al apoyo que con gran esfuerzo me brindó mi familia. Recibí el impulso integrándome en un centro de rehabilitación para adictos a los condimentos. Fue en aquel lugar en donde conocí a Fredy.

Fredy padecía de una de las adicciones más difíciles de rehabilitar, era adicto a uno de los aderezos que en mi lejano país se les denominaba como “duros”, para Fredy su más grandioso afán desenfrenado apuntaba hacia el ketchup.

Tiempo después de que yo saliera del sanatorio y comenzara a dar nuevamente mis pasos sobre la senda de una persona normal, me enteré de que la familia de Fredy, con la aprobación de la gente del programa de rehabilitación, decidieron sacarlo de la clínica y mandarlo a su casa, en vista de la nula desenvoltura en querer rehabilitarse al interior de la institución.

Mientras yo caminaba libre por las calles, mi amigo fue encerrado en su habitación de un cuarto piso, con ventanas enrejadas y nada siquiera parecido al ketchup a su alcance.

Por lo que yo sabía, Fredy tenía una propensión al ketchup de forma francamente brutal, y no comprendí como es que logró sobrevivir allí, encerrado sin una sola gota de su rojo placer, sin arrancarse los ojos con sus propias manos; hasta que me enteré de todo.

II

Fredy, en su habitación de cinco metros cuadrados sin tener por donde salir más que por un desvío mental de fluido de tomate, pasó varias semanas agresivo, otras suplicante. Pero su familia era acérrima en la idea de curarlo.

En unos cuantos meses, justo al borde de perder la cordura, decide luchar por su objetivo.

Tenía comida tres veces por día. Así que tres veces por día se dedicó a dejar migajas de pan y restos de cualquier cosa en el borde de la ventana; con la idea de que llegue algún pájaro, lograr atraparlo y revisarle hasta la última pluma de su cuerpo, y hasta en la entraña más recóndita de su interior en busca de una preciada semilla de tomate. Así transcurrieron varios meses más, hasta que por fin la fortuna destelló ante los ojos de Fredy.

Ya había juntado mucho polvo, restos de pelusas, algodón y una botella cortada a la mitad, implementos que usaría para hacer germinar sus sueños.

Su improvisado invernadero se encontraba en su armario, alimentado por la luz de una ampolleta común.

Como era imposible que él accediera a un poco de ketchup y la idea de plantar tomates en un armario resulta bastante descabellada para no querer descartarla, era fácil suponer que ningún familiar metería sus narices por allí en busca de algo sospechoso. El adicto, al fin después de una intensa pero anhelante espera, obtuvo sus primeros frutos.

Como el ketchup es prácticamente salsa de tomates con azúcar, no le fue para nada difícil conseguir los ingredientes sin levantar sospecha. Y una vez listo ante sus ojos y por mérito de su propio esfuerzo, Fredy se complació en primera instancia sólo con observar y oler nuevamente el glorioso condimento, pero una vez entre su paladar y lengua: ¡Oh, elixir mágico de los dioses, aguamiel más dulce derramada desde los senos de las Valkirias, esencia misma de la vida y de los misterios del cosmos! Todos estos halagos quedan cortos de entendimiento para lo que sintió mi extasiado colega al vivir nuevamente ese sabor.

Por supuesto había guardado más cosecha, la cual a largo plazo comenzó a multiplicarse. Ya sin ansiedad en su mente, fue lentamente convenciendo a su familia de que ya estaba curado, hasta engañarlos a todos por completo.

Su gente le creyó, pues había pasado mucho tiempo desde su encierro, y en el último periodo su conducta fue mejorando gradualmente, hasta parecer que no recordara siquiera qué es el ketchup.

III

Al fin, luego de un largo enclaustramiento, mi socio caminaba libre por la calle, como un ser humano nuevo y lleno de su placer favorito en las tripas.

Comenzó a tener tantos tomates (materia prima prohibida en mi país) que los que no podía esconder, los convertía en mercancía bien pagada(como ocurre con todo lo ilegal).

Pronto fue a vivir solo, en un lugar donde pudo acumular muchos más tomates y ketchup.

Cuatro cajas de tomates bien frescos era la transacción que se llevaba a cabo, cuando sin aviso alguno, la puerta de Fredy sale volando y deja a todos en la habitación paralizados. Rápidamente entraron unos hombres vestidos de azul, y sin misericordia desenfundaron los envases de mayonesa y comenzaron a oprimirlos a diestra y siniestra, haciendo salir bruscamente disparada la sustancia amarilla sobre los infractores; eran los Hellman´s, implacables hacia los condimentos prohibidos.

Nuevamente vi a mi amigo del que tanto les hablo, pero esta vez en la cárcel. Luego que reventaran su casa, lo sentenciaron a varios años por contrabando de ketchup. Y yo por llevar más sal de la cuenta.

Quisiera vivir en el gran país lejano del noreste, allí el ketchup es legal y nadie se va a la cárcel por andar con más de cien gramos de sal encima. ¡¡COMO ODIO LA MAYONESA!! ¡¡COMO ODIO MI JODIDA PATRIA!!

IV

Para suerte mía y de Fredy, las relaciones entre mi país y el gran noreste se comenzaron a caldear. Las portadas de los diarios no tardaron en anunciar: “mayonesa v/s kétchup: se avecina la guerra del siglo”, y cosas por el estilo.

Hasta que llegó la hora en que la guerra estalló.

Las flotas navales se enfrascaron en feroces batallas, saliendo victoriosa para mi suerte la nación del tomate; pero solo fue una batalla, la flota aérea de mi maldito país era muy poderosa y no tardaron en bombardear la capital del noreste con mayonesa rancia.

Fueron varias semanas de conflicto, pero la esperanza llegó para mí en gigantescos navíos y acorazados porta tanques de la nación del noreste.

Los tanques arrasaron con varias de las ciudades clave de mi asqueroso país, la estrategia fue excelente, no solo lanzaban ketchup, también disparaban comida chatarra a veces todavía caliente.

La llegada de los acorazados a la capital fue devastadora, incluso le volaron la cabeza a la célebre estatua del colonizador Ronald McDonald, con un sandwich. Con ese acto, mi país se rindió.

V

Ahora, gracias a la nación libertadora del tomate y toda la chatarra unida, soy un hombre libre, y todos los sábados me reúno con mi amigo Fredy en un restaurante, y pedimos todo el ketchup y sal que se nos antoje sin miedo alguno.

Al fin la vida en mi nación es normal, a excepción de los niños cuyos padres murieron en la guerra, luchando por la supremacía de la mayonesa:

“A mi padre le partieron el torso con una hamburguesa” –dice un niño- “al mío le volaron los ojos con un cañonazo de papas fritas” -agrega el otro.

Aun así, no puedo dejar de sostener una mueca de satisfacción y a veces posteriormente una extraña carcajada, que me hace recordar aquellos días encerrado en el sanatorio.

FIN.

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