Capítulo I – El Strip Boy
Las lascivas miradas de su auditorio no alcanzaban a mover una sola fibra en su interior. Todo era por dinero, y su actuación debía ser perfecta.
Él sabía muy bien cómo seducirlas. Sus torneados músculos respondían a la perfección a las órdenes de su cerebro. Su organismo era una perfecta máquina de atraer miradas femeninas. La naturaleza lo dotó con ese don.
Las ricachonas, viejas y aburridas solían contratar sus servicios. Tenían mucho dinero, y sus maridos viajaban muy frecuentemente, por lo que se aburrían como ostras. Entonces, alguna de ellas mencionaba la idea de contratar un «strip boy», y ante la simulada inocencia y vergonzoso deseo de las demás, pasaba a explicar que se trataba de hombres apuestos, los cuales por una suma de dinero podían brindarles un espectáculo visual que sin duda incentivaría sus oxidadas hormonas y calentaría el frío invierno londinense.
Él conocía el oficio a la perfección. Era de los mejores. Siempre las mujeres se quedaban con ganas de más. Era un especialista, podría decirse, en dejar lo más sabroso para el final. De hecho, pocas veces llegaba a quitarse absolutamente toda la ropa. Era mucho más estimulante para ellas imaginar su bien dotado cuerpo por debajo de su apretada ropa interior.
Esa noche no era diferente a otras.
Los ojos de sus espectadoras escurrían deseo, mientras él, con suma parsimonia dejaba deslizar las prendas casi como por accidente. La mirada pícara, el gesto sensual y la actitud varonil, se conjugaban para calentar aún más la caldeada atmósfera que reinaba en aquel salón.
De pronto la vio. Ella era joven e inocente. Evidentemente, la habían coaccionado para que presenciara el espectáculo, como una especie de «iniciación». Era obvio que la chica sentía mucha vergüenza, al tiempo que su curiosidad la obligaba a observar con el rabillo del ojo, mientras se cubría la cara exageradamente con una mano.
Este tipo de cosas sí que movía sus fibras internas. Le provocaba una excitación especial el saber que «trabajaba» para una de esas niñas «inocentes» que jamás habían visto a un hombre como Dios lo trajo al mundo. Su nivel de incentivo fue rápidamente evidenciado en su ropa interior, lo que fue inmediatamente festejado por las miradas hambrientas de las demás.
El año 1888 en Whitechapel (su ciudad de origen), fue peculiarmente paupérrimo. El hambre azotaba las calles, y mientras muchas mujeres debían prostituirse para sobrevivir, él había sabido aprovechar el don que la naturaleza le regaló, y tocando algunos contactos había logrado convertirse en uno de los primeros «strip boy» del país. Una profesión novedosa y exclusiva. Sólo las mujeres de altísimo poder adquisitivo podían acceder a sus servicios, y sus comisiones le permitían vivir con holgura en aquellos tiempos aciagos.
Jack consideraba su profesión como una actuación. Jamás se involucraba con ninguna de sus clientes, y su acto no iba más allá de «mostrar» su cuerpo y sus habilidades como bailarín exótico.
Pero en algunos casos traicionaba su propia conciencia a manos de su irrefrenable deseo.
No había conocido a ninguna mujer cuyo contacto carnal pudiera satisfacerlo. Era muy exigente al respecto.
No obstante, esa chica que estaba presenciando su acto con total timidez, era la perfecta candidata. Pequeña y frágil, se adivinaba su oculta pasión y desenfreno. Siempre las más calladas eran las más ardientes.
Y el tipo de relación que deseaba Jack no era de lo más común.
Había sido muy sencillo adivinar sus próximos pasos luego de la «función». Ella era la sobrina de una de las «ricachonas». El carruaje las esperaba afuera. El chofer fue demasiado fácil de sobornar.
Luego, cuando ella subió al carruaje, espoleó enseguida a los caballos, dejando a la vieja tía desconcertada en la acera.
Pocas cuadras después, detuvo el coche, y sorprendió a su invitada al descubrir su rostro frente a ella. La mirada de fascinación de la chica fue suficiente para darse cuenta de lo sencillo que sería seducirla. La llevó a una calle desierta, y en medio de la noche utilizó toda la sugestión que la naturaleza le había regalado. Pocos instantes después la besaba apasionadamente.
La sorpresa de ella fue mayúscula cuando sintió el puñal enterrándose en su vientre. Sus ojos desorbitados no alcanzaban a comprender cómo a partir de ese instante de pasión, tan de repente el horror azotó la escena, cuando en forma increíble sus entrañas, liberadas por el enorme tajo que Jack había infligido en su estómago, escapaban de su interior para esparcirse sobre los adoquines mojados con su sangre.
«Ellas siempre vuelven» musitó Jack para sus adentros.
Por alguna causa, cada una de las mujeres que él había asesinado de esa forma (emulando al conocido «Jack the Ripper», un asesino de su misma ciudad), siempre regresaban a él.
La primera vez, se asustó muchísimo. Mientras él dormía, comenzó a sentir cómo unas manos invisibles lo acariciaban. Las caricias recorrían sus pectorales, para luego cálidamente descender hacia su zona más sensible.
Jamás había sentido algo similar con mujer alguna.
Cuando se atrevió a abrir los ojos, pudo vislumbrar en la oscuridad de su cuarto una figura femenina flotando sobre él. Ella lo estaba haciendo disfrutar como nadie, y su contacto impalpable era mucho más real que el de una mujer de carne y huesos.
Las caricias de la mujer espectro lo llevaron a un estado de éxtasis que jamás había experimentado. Era increíble cómo sin tocarlo físicamente, ella logró hacerle sentir más allá que cualquier mujer corpórea.
Desde entonces, nunca más intentó una relación con una mujer real… ¡Las fantasmas eran infinitamente más ardientes!
Capítulo II – «La sobrinita»
Pasaron sólo dos días hasta que «la sobrinita» hizo su aparición. Ese es el apodo que él le asignó mentalmente. Rara vez tenía tiempo suficiente para preguntar un nombre, así que apodaba a sus víctimas según las circunstancias. Al tratarse esta chica de la sobrina de una de sus clientas, «la sobrinita» le pareció apropiado.
Esa noche, Jack aún no se había dormido. Estaba recostado sobre su cama, con la ropa puesta.
Era un tipo con suerte. La muerte de la chica (al igual que las otras), se la adjudicaron a Jack el Destripador. Incluso anunciaron erróneamente que la chica era una prostituta. Seguramente esa aseveración convenía a la opinión pública, al tiempo que restaba temor a las «chicas bien». Si el destripador sólo asesinaba rameras, entonces la mayoría estaba a salvo de él.
Pero Jack sabía que no era cierto. Él mismo había matado a tres mujeres, y sus asesinatos fueron atribuídos al asesino serial, liberándolo de culpa y cargo.
Además, estaba el hecho de que ellas siempre volvían, y al parecer la muerte les sentaba muy ardiente, porque las cosas que le hacían no tenían parangón en el mundo terrenal.
De pronto, luego de una brisa leve que movió las cortinas de su cuarto, Jack sintió cómo suavemente los botones de su camisa se desprendían uno a uno. Una sonrisa surcó su rostro. La «sobrinita» estaba ahí, y de sólo recordarla su virilidad se erguía en forma notable e incontenible.
Una vez que la chica fantasma terminó de desprender su camisa, comenzó con los botones del pantalón. Sólo le duró unos segundos. Instantes después el mismo descansaba a un costado de la cama. A Jack sólo le quedaba el boxer, prenda liviana que apenas alcanzaba a contener el crecimiento desmesurado de su desesperación.
Entonces ella corrió las cortinas de la habitación, provocando una casi penumbra a la que los ojos de Jack demoraron en acostumbrarse.
Fue así que pudo verla. Estaba tan bonita como cuando la conoció durante su función. Un halo de luminosidad invisible rodeaba su cuerpo, y sus ropas intagibles apenas cubrían lo más importante, dejando entrever su bien torneada figura.
Jack permanecía recostado y enmudecido por la belleza de la chica, quien con un leve contoneo, lentamente dejaba deslizar su blusa poco a poco. Sus turgentes dones comenzaron a descubrirse, dando lugar a unos hermosos botones de placer, que rogaban ser acariciados y besados como mínimo hasta el amanecer. Los ojos de Jack no daban crédito a lo que estaban observando, y su mandíbula cayó en un movimiento reflejo.
Finalmente, con un sensual gesto ella dejó caer el vestido al suelo, quedando absolutamente desnuda frente a él. Sus curvas eran impresionantes. Provocaban en Jack reacciones insospechadas por él mismo. Jamás había estado más excitado en su vida.
Entonces, ella se acercó a él, flotando en el aire. Sin tocarlo, acercó su rostro al pecho de él, y comenzó a besarlo poco a poco. Eran besos intangibles, pero se sentían como pequeños choques eléctricos. A cada beso, ella descendía más y más, provocando el deseo más inuadito. Él estaba desesperado por que ella finalmente llegara al punto de su máximo deseo, pero la chica, demostrando una experiencia inusitada para su edad, se tomaba todo su tiempo, haciéndole desear cada vez más.
Él sonrió ante sus propios pensamientos: tenía razón cuando dedujo que las más calladas son las más ardientes. Estaba ante la prueba palpable (o mejor dicho, «impalpable»).
Todavía estaba pensando en eso, cuando una ondanada de placer comenzó a ascender por su abdomen, provocando un ardiente fuego en su interior. Ella se entretenía en su enhiesta y firme humanidad, mientras los ojos de él se ponían en blanco a causa del inenarrable placer que estaba experimentando.
Tan ensimismado estaba, que no notó el momento en que ella montó sobre él. De pronto se encontró con el rostro de la chica cargado de lujuria, observándolo fijamente a los ojos, mientras ella saltaba frenéticamente, y gemía en forma tácita (ningún sonido puede ser emitido por un fantasma). Evidentemente la chica gozaba casi tanto como él, lo que se hizo patente cuando ella curvó su espalda, y se detuvo en el punto más hondo de su acople anatómico, provocando en él la sensación de estar en el sitio más profundo del alma de aquella chica fantasma.
Tan sólo duró unos minutos. Tanta ansia contenida no pudo soportar más, y estalló ruidosamente en un océano níveo, cuyo calor era tan abrazador y su potencia tan irresistible como un volcán en erupción.
Ella desapareció tan silenciosamente como había llegado.
Unos minutos después Jack se encontraba profundamente dormido a causa del agotamiento que le había provocado semejante experiencia.
[…]
Pocas veces la rutina es interrumpida por sucesos que valga la pena relatar. El trabajo de Jack, pese a lo que podría esperarse de semejante actividad «laboral», era a veces desesperadamente monótono.
Además, debía cuidarse mucho. Nunca faltaban las ricachonas que a fines de lucirse ante las demás, o por el simple hecho de pensar que tenían el derecho, se sobrepasaban con él.
¿Acaso no podían entender que a pesar de ser un stripper, era humano? A veces lo manoseaban a traición (es decir, antes de que él pudiera evitarlo), y siempre solía ser muy doloroso, porque lo trataban como a un muñeco que se puede apretar y estrujar sin que sienta nada, ¡o en todo caso incluso pensaban que debía gustarle!
Que a uno lo tomen fuertemente de su órgano más sensible, para luego comenzar a literalmente «masticarlo» sin contemplaciones, mientras una lengua de dudoso origen lo ensuciaba con licor, no podía gustarle a nadie… ni siquiera a un stripper.
Afortunadamente, a veces aparecía alguna niña como había sido la «sobrinita», y eso justificaba los suplicios que de vez en cuando debía soportar. Era como pagar un impuesto al placer. Dolía un poco, pero estaba justificado.
Así fue que un par de días después, en otro de sus servicios, conoció a quien él llamaría: «La colegiala».
Capítulo III – «La colegiala»
Esa noche las mujeres estaban particularmente exaltadas.
Hacía mucho calor en esa sala. Y no todo tenía relación con las condiciones climáticas. La temperatura corporal de la mayoría de las presentes estaba muy por encima de lo normal, y Jack tenía toda la culpa al respecto.
Cuando comenzó su baile, mientras lentamente desabrochaba los botones de su camisa; un par de mujeres se le acercaron, y él aprovechó la oportunidad para hacerlas participar.
No tenía permitido abusar de su posición; no podía hacer nada que ellas no quieran. Pero si alguna deseaba un poco más, (algo así como un show privado, muy privado…), entonces quedaba bajo su propio riesgo, y tenía derecho a cobrar si lo deseaba.
Las dos mujeres que se le acercaron, demostraron gran interés, pero ninguna experiencia. Eran torpes en lo que deseaban hacer. Seguramente querían hacerse ver delante de sus amigas, y no sabían exactamente qué hacer teniendo a un stripper a pocos centímetros.
Jack se encargó de todo. Bailó muy sensualmente para ellas, y las fue llevando para que acompañaran sus movimientos. Sutilmente las tomaba de las manos o del rostro, para lograr que se acerquen a él, o que cambien de posición según lo requerido por la escenografía que él mismo estaba inventando.
Las demás mujeres aullaban como locas. El show les estaba encantando, y Jack se sentía a sus anchas dominando de esa manera la situación. Tenía a una veintena de mujeres casi «comiendo de su mano», y eso le encantaba.
Con un movimiento brusco, terminó de quitarse la camisa, y luego de sacudirla un par de veces sobre su cabeza, la arrojó hacia un rincón.
Poniéndose de espaldas al público, entonces, y mostrando los bien trabajados músculos de su espalda y brazos, quitó sus pantalones casi de un tirón, merced a un nuevo tipo de acople recién inventado que algunos llamaban «abrojo». Era una manera rápida de descubrir sus piernas y nalgas frente a las mujeres, y a la vez era mucho más sensual que simplemente bajar un pantalón tradicional.
Con mirada pícara observó a su auditorio antes de girar sobre sí mismo. La ropa interior le apretaba bastante, marcando con claridad el lugar ocupado por su importante virilidad, la cual aún se encontraba «a medio camino de la felicidad»
Las mujeres volvieron a aullar al ver su paquete tan bien marcado. Algunas, simulando desesperación, estiraban las manos hacia él, y recorrían sus labios con la lengua, buscando provocarlo.
De pronto, un par de trenzas asomaron entre dos mujeres regordetas. Una chica pequeña y delgaducha lo observaba con timidez, mientras su rostro de jovencita recién egresada de la facultad de la vida le transmitía un reprimido deseo por experimentar todo aquello que la sociedad le prohibía.
Jack la observó fijamente. Sus cabellos recojidos en dos largas trenzas, junto a su vestido gris y sus melancólicos ojos cafés, le hicieron pensar inmediatamente en una colegiala. Una «chica mala», que deseaba experimentar de todo, y divertirse en el intento.
La mente de Jack muy pronto la desnudó con la imaginación, y no fue hasta que la imagen mental se volvió semitransparente (como un fantasma), que él comenzó a desatar sus instintos, permitiendo a su contenido endurecimiento florecer por completo.
Los ojos de la chica se agrandaron casi tanto como el bulto en los boxers de Jack. Ella parecía hipnotizada por la visión, y él definitivamente lo estaba disfrutando. Fueron unos instantes nada más, pero fue suficiente para decidir al stripper a ir por su próxima víctima.
[—]
Esta chica fue más fácil que la anterior. No tuvo que sobornar a ningún cochero. Ella, al salir del salón se fue caminando sola por la calle, haciendo sonar sus tacones sobre las baldosas.
No fue hasta que ella había recorrido unos metros, que sintió aquella puntada en la parte baja de la espalda. Inmediatamente llevó sus manos a la cintura, pero un par de fuertes brazos la sostuvieron para que desista de su intento.
Luego, Jack se encargó de recorrer la espalda de la chica con el pequeño pero filoso puñal que portaba, de abajo hacia arriba, cortando en el camino la piel, para descubrir con la hoja los huesos de la columna vertebral.
Poco a poco fue abriendo a la chica a la mitad, sin que ella pudiera siquiera gritar. Estaba demasiado asustada para comprender lo que le estaba sucediendo. Al menos hasta que vio caer a sus espaldas sus órganos internos, extraídos por Jack con total pericia. Pero entonces ya no tenía más fuerzas para quejarse. Murió pocos instantes después.
[…]
Esa noche, no tuvo que esperar para que ella «volviera». Al entrar a su cuarto por la noche, en la semipenumbra pudo ver a una chica con trenzas recostada boca abajo en su cama, completamente dormida.
Ella estaba vestida apenas con una enagua casi tranparente, que permitía adivinar su cuerpo. Era delgada pero bonita, joven pero bien desarrollada.
Jack se sentó a su lado, y con manos expertas comenzó a acariciar con lentitud y suavidad aquel ardiente cuerpo que se le ofrecía.
El contacto era diferente y singular. Al tocar su piel sentía como si sus dedos pudieran atravesarla; así de etérea era ella. Su condición de fantasma casi no era notoria, ya que la penumbra le permitía verla con mucha claridad. No obstante, al comenzar a acariciar sus prominentes glúteos, él casi pudo sentir que realmente estaban ahí.
No pasó mucho tiempo antes de que él la hiciera girar tomándola de la cintura, y con suma suavidad comenzó a besar todo el pecho de la chica, quien no se resistía en lo absoluto a esa caricia.
Entonces, se puso de pie y tomándola de la cintura comenzó a elevarla frente a él. No pesaba nada, como era de esperarse. Ella rodeó su cintura con las piernas, y se besaron desesperadamente.
Luego, observándola fijamente a los ojos, mientras ella lo miraba con ojos inocentes, la hizo descender lentamente, para al mismo tiempo comenzar a abrirse paso al interior de sus más profundos secretos.
Ella lo miraba suplicante, y él firme e inexorable, comenzó un movimiento de vaivén que a los pocos minutos los tuvo a ambos al borde de la pequeña muerte… La petite mort, que le dicen en Francia.
Ella literalmente se deshacía por momentos, convirtiéndose en una extraña nube de energía; tal era el grado de placer que estaba sintiendo.
Por su parte, Jack estaba a punto de explotar de gozo; cosa que ocurrió pocos instantes después, cuando la chica, en medio de un mudo grito llegó al punto culminante , con los ojos en blanco y sus cabellos flotando como si no respondieran a los mandatos de la gravedad (y de hecho, no lo hacían).
La «colegiala», desapareció espontáneamente pocos segundos después, dejando a Jack completamente agotado en su cama.
Capítulo IV – Un show exclusivo.
Preciosas.
Las cinco eran sencillamente hermosas. Rara vez Jack tenía la suerte de ejercitar su arte ante mujeres bellas. Casi siempre se trataba de viejas aburridas, que no lo incentivaban ni un ápice. Pero esta vez, la suerte quiso que un pequeño grupo de jóvenes mujeres lo contrataran para un acto exclusivo.
Se preparó durante días. Quería demostrar que era el mejor, porque así podría asegurarse el trabajar para ese grupo exclusivo y tal vez para sus amigas.
Ellas se encontraban sentadas a una mesa. Varias bebidas alcohólicas acompañaban la velada, y la música suave acompasaba el momento. La reunión era íntima, y las luces bajas seducían a los ojos de Jack, que se encontraban perdidos en algún lugar de las curvas de las chicas.
Había dos rubias, dos morenas y una pelirroja. De lejos se notaba que la pelirroja era la líder del grupo. Si bien todas conversaban, la taheña llevaba la voz cantante, e imponía los temas de charla. Las demás la escuchaban con atención.
Jack se limitaba a bailar cerca de ellas. Las mujeres apenas si le prestaban atención. Estaban concentradas en su conversación, y el stripper era un «adorno» más en aquel lugar.
A Jack no le gustaba. Por un lado, la perspectiva de actuar para un grupo de mujeres hermosas había disparado sus hormonas. Pero por otra parte, la indiferencia; el hecho de ser tratado como un objeto decorativo le quitaba interés al asunto.
Aún no había comenzado a quitarse la ropa, cuando al pasar junto a la pelirroja, ésta apretó fuertemente sus nalgas a través del pantalón. Jack estaba acostumbrado a los abusos de las clientes, y aunque generalmente le disgustaban, no en este caso. La chica era demasiado hermosa y se podría decir que a Jack le gustó que ella lo tocara de aquella forma.
Un poco más incentivado entonces, comenzó a bailar con más esmero en torno a la mesa, tratando de captar la atención de las presentes.
Poco a poco, los ojos de las chicas comenzaron a fijarse en su figura, que él dejaba entrever a retazos entre las prendas que se iba quitando.
Estaba ya bastante excitado cuando la pelirroja comenzó a mirarlo atentamente, y las otras chicas, como siguiendo sus mandatos hicieron lo propio.
Entonces, él comenzó a improvisar como nunca lo había hecho. Todas esas chicas le encantaban, y en su mente transtornada por las experiencias esotéricas que vivía diariamente, las imaginaba a todas como fantasmas. ¡Cómo le gustaría tenerlas a todas juntas en su cama, flotando centímetros por encima de su cuerpo! ¡Lo que daría por una experiencia como esa!
Las imaginaba, entrelazando sus energías ectoplásmicas mientras virtualmente se besaban, y al mismo tiempo acariciando sus puntos más sensibles. ¡Serían diez manos iridiscentes recorriendo su cuerpo palmo a palmo! ¡Serían cinco ávidas bocas impalpables saboreando insaciables la enhiesta firmeza de su virilidad!
Una idea se estaba forjando en su cerebro, pero no se decidía a llevarla a cabo. ¿Por qué no, después de todo? ¿Quién podría culparlo? Estaba el destripador… seguramente él cargaría con toda la culpa, y lo haría gustoso…
Entonces Jack, sin dejar de bailar entre las mujeres, se quitó gran parte de la ropa que lo cubría, dejando al descubierto mucha piel. En verdad, lo que buscaba era el puñal que guardaba dentro de su ropa interior. Una vez que logró tomarlo, lo aprovechó en su acto, simulando una ficticia lucha con un enemigo imaginario. Al mismo tiempo, la afilada hoja cortaba sus propias prendas, que caían al suelo. Los ojos de las mujeres echaban chispas. Finalmente había logrado captar toda su atención.
Realizando una serie de movimentos dignos de un ninja, utilizó el puñal para cortar el aire cerca de las chicas. Ellas, visiblemente excitadas por el peligro, y por los movimientos sensuales que Jack intercalaba, no atinaron a predecir lo que sucedería luego.
En el momento menos esperado, Jack acercó el cuchillo a la garganta de una de las rubias, y sosteniendo su cabeza con la otra mano, le efectuó un corte recto en la yugular.
La sangre saliendo a borbotones comenzó a bañar la mesa, y a las demás chicas, que desconcertadas observaban a su amiga desangrándose.
Pero Jack no perdió el tiempo, y continuó moviéndose con precisión y belleza. Como ejecutando un raro arte, se acercó a la chica de al lado (una de las morenas), y clavó el puñal en medio de su pecho, para luego girarlo a fines de que el aire ingrese en la herida. No contento con esto, hundió el cuchillo en su abdomen, e instantes después sus entrañas comenzaron a asomar por el enorme tajo que él le había practicado.
Sin detenerse ni un segundo, cortó a otra de las chicas por la espalda, y a otra en el cuello. Mientras ellas intentaban en vano detener la sangre que les llevaba la vida, él culminó su sanguinario acto clavando con gran fuerza el puñal en la parte superior del cráneo de la pelirroja. Sus ojos desconcertados aún lo observaban fijamente cuando retiró el cuchillo, y una cantidad exorbitante de sangre comenzó a salir por la herida.
Su escultural cuerpo, estaba totalmente regado por la sangre de sus víctimas, algunas de las cuales todavía gemían en el suelo.
Jack se dedicó entonces a terminar de abrir a las chicas que le faltaban, extrayendo de cada una algún órgano diferente. Un hígado por aquí, un pulmón por allá, un riñon más acá… Todo pasaba por sus manos, e incluso llegó a saborear la sangre directamente desde ellos.
Había hecho una maravillosa carnicería en ese lugar. Y lo mejor de todo, es que cada una de esas cinco chicas volverían… como siempre, para satisfacerlo en las formas más retorcidas que su enajenado cerebro podía imaginar. No veía la hora de tenerlas a las cinco juntas. Seguramente sería la experiencia más increíble que cualquier mortal pudiera resistir. Pero él ya no se sentía un mortal cualquiera. Él era «Jack el STRipper».
Una sonrisa ladeada y ridícula torció su rostro al darse cuenta de que la palabra «Stripper» (desnudista), incluye la palabra «Ripper» (destripador).
«Esas cosas curiosas de la vida» —Pensó, sin dejar de sonreír.
Capítulo V – Epílogo – Cuatro bellezas y una sorpresa.
La ansiedad de Jack era notoria.
Luego de regresar a su casa a pie, dejando tras de sí una sanguinaria carnicería, se dedicó a asearse para quitar la sangre que había quedado adherida a su cuerpo. Afortunadamente había muy poca gente en las calles a esas horas, y los pocos carruajes que aún circulaban no se detendrían; mucho menos si veían a un hombre completamente ensangrentado. Eran tiempos peligrosos para siquiera pensar en ayudar a un desconocido. El que se detenga podría pasar por la misma suerte.
Seguramente adjudicarían su obra al Destripador, así que él podría sentirse tranquilo a ese respecto. Se había excedido, pero confiaba en que los investigadores creyeran que el asesino serial había perdido del todo el juicio. Además, valía la pena el riesgo. Lo que estaba a punto de vivir, ningún mortal lo había experimentado jamás.
Su corazón latía con fuerza, mientras esperaba recostado en su cama. Boca arriba, completamente desnudo, sólo cubierto hasta la cintura por una sábana, su desarrollado cuerpo descansaba mientras su mente no se detenía. Los torneados músculos de sus brazos y piernas se tensaban esporádicamente, cuando la tensión nerviosa que lo invadía superaba el límite de sus pensamientos.
Los marcados músculos de su abdomen también se encontraban en tensión. En verdad, Jack se había convertido en un manojo de nervios y de ansiedad.
Tomó un poco de aire, y merced a una botella de whisky que había tenido la previsión de colocar al alcance de la mano, logró relajarse un poco.
Enseguida su imaginación volvió a volar, y su respuesta física no se hizo esperar. La sábana comenzó a elevarse a medida que su mente creaba las imágenes más perversas con él como protagonista.
Pocos minutos después, una de las cortinas se movió agitada por una repentina brisa. Casi al mismo tiempo, su sábana flotó durante breves instantes, para luego descender suavemente sobre él.
En alerta inmediata, su cuerpo respondió con un estremecimiento. Ellas estaban ahí. Él lo sabía.
Pocos instantes después, comenzaron a hacerse visibles. La semi-penumbra de la habitación era propicia para que las fantasmas sean percibidas por el ojo humano.
Las cinco féminas estaban de pie frente a él, flotando en el aire apenas unos centímetros. Las miradas de lujuria en cada una eran una invitación difícil de rechazar. Jack estaba en la gloria. ¡Todas habían acudido a la cita!
Se quedó casi pasmado cuando todas ellas al mismo tiempo comenzaron a bailar sensualmente al ritmo imaginario de la música que agitaba el corazón de Jack. Poco a poco, cada una de las chicas comenzó a quitarse la poca ropa que llevaban puesta. Esta vez él era el espectador, mientras ellas le brindaban la función más excitante de su vida.
La sábana sobre su abdomen mostraba un espolón que estaba a punto de asomar a través de ella, como si pudiera atravesarla en cualquier momento. Las mujeres espectro continuaron desnudándose, mientras lo observaban con deseo en sus ojos, acariciando sus cuerpos y relamiendo sus labios. El espectáculo era sobrecogedor, cinco mujeres fantasma quitándose poco a poco la ropa frente a él.
La pelirroja sopló en dirección a él, y la sábana que lo cubría voló por los aires, dejándolo a merced de las miradas femeninas.
Cuando todas acabaron de quitarse hasta la última prenda, cinco pares de manos casi invisibles comenzaron a recorrer poco a poco el cuerpo de Jack, quien se dejaba hacer disfrutando al máximo cada contacto. Las mujeres recorrían sus brazos, piernas y su pecho. Dejaban para el final la parte más interesante, que para ese entonces se encontraba en un estado tal de excitación, que latía fuerte y visiblemente.
Cuando ellas finalmente comenzaron a acariciarlo allí, él casi explotaba de deseo. Cinco bocas fantasma recorrían cada parte de su cuerpo con besos imperceptibles, pero que en él producían inquietantes estremecimientos. Una a una, fueron descendiendo por su pecho y abdomen, hasta alcanzar el punto donde lograban desbocar por completo los latidos de su corazón.
Entonces comenzó a sentir cómo cada una de ellas, por turnos, hacían maravillas con sus lenguas. La sensación era algo fuera de este mundo. Las chicas se peleaban por saborear el secreto de su hombría. Incluso lo hacían de a dos, y hasta de a tres en un momento.
Fue entonces que la pelirroja, (líder indiscutida, por lo visto), apartó a todas con un gesto. Era su turno, y no deseaba compartir con nadie al hombre que tenía delante. Jack estaba expectante por lo que sucedería a continuación. Deseaba a la pelirroja en forma irresistible. Era particularmente hermosa.
Ella lo tomó suavemente, y acercando su boca poco a poco, comenzó a saborearlo despacio, para luego, sorpresivamente, introducir de un golpe toda la firmeza del hombre dentro de sus labios insaciables. Al mismo tiempo, tanto ella como las demás mujeres tomaron de repente color, y lo que hasta ese momento eran fantasmas se convirtieron en mujeres palpables, de carne y hueso.
De pronto, los ojos de Jack que hasta ese momento estaban cerrados, se abrieron enormemente. La pelirroja, que todavía se encontraba entre sus piernas, levantó la cabeza sonriendo, mientras un hilo de sangre corría por las comisuras de sus labios. Su sonrisa, teñida por el rojo elemento, se rompió cuando ella abrió la boca y escupió un gran trozo de carne completamente ensangrentado. Luego volvió a sonreír.
Las otras mujeres, como movidas por una orden invisible de su jefa, se acercaron a Jack que en ese momento estaba completamente pasmado por el dolor y la sorpresa, y armadas de pequeños puñales comenzaron a cortar su piel en diversos sitios.
Al poco rato, Jack no era más que una mezcla de sangre y carne, difícil de identificar como lo que había sido un ser humano.
Entonces la pelirroja reunió a las demás, que aún se encontraban saboreando algunas partes del cuerpo de Jack, con sus bocas y manos completamente ensangrentadas.
—Vengan niñas, acérquense. —Ordenó —Díganme: ¿Qué hemos aprendido aquí, de esta «puesta en escena» que hemos pergeñado con este bello espécimen mortal?
—Que la carne de hombre es sabrosa —aseguró una de ellas.
—Que los hombres son débiles —acotó otra.
—Mis queridas niñas, aprendices de súcubos y diablesas, aquí aprendimos sobre la ambición del hombre.
Y continuó explicando como si estuviera dando cátedra:
—Los hombres son increíblemente débiles en la carne, como bien acotó Érika, pero lo son aún más en cuanto a la ambición. Este hombre por ejemplo, (levantó la cabeza de Jack), nos demostró que pese a tener un gran arreglo con el diablo (aunque él pensara otra cosa), se arriesgó por tener aún más de lo que había logrado. Su ambición y debilidad carnal era tal, que aunque él podía adjudicar sus asesinatos a nuestro amigo Jack el Destripador, se arriesgó por completo para obtenernos a nosotras. Desgraciadamente para él, no podía saber que habíamos planeado todo esto, con la sola intención de que ustedes aprendan un poco más sobre la facilidad con que se puede tentar a un ser humano para lograr nuestros macabros fines.
Luego soltó la cabeza de Jack, la cual hizo un ruido sordo al golpear contra el suelo.
—Lo siento, eras bonito, pero demasiado estúpido. Como la mayoría de los hombres, afortunadamente para nosotras.
Y las cuatro aprendices rieron con ganas, ante el chascarrillo del diablo, disfrazado, como tantas otras veces, de mujer.
FIN.
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