Allá, mucho más allá del horizonte, ‘goti’ se zambullía una y otra vez en las gélidas aguas del ártico; sentía frío, mucho frío, a punto de congelarse pero se sentía libre al saltar de ola en ola en aquel mal picado. En aquellas latitudes la calma de sus aguas, casi congeladas, solía ser lo habitual, pero aquel día un viento racheado acompañado de una fuerte tormenta había cambiado su rutina. Además, otras gotas rebotaban con ella, jugueteando como no recordaba. Pero, como todo, la tormenta pasó y llegó de nuevo la calma; un sol radiante atravesó el azul del cielo y le cegó, no permitiéndola observar lo que realmente le estaba ocurriendo: se evaporó súbitamente y se elevó, quedando atrapada en una blanca nube que se formó gracias a ella y millares como ella. Cuando quiso darse cuenta veía todo desde las alturas, pudiendo percibir la belleza del paisaje: azul oscuro contrastando con el brillante hielo blanco que se veía a lo lejos. De pronto un viento racheado arrastró a la nube hacia el sur, permitiéndole viajar donde nunca lo había hecho.

‘Goto’, cálido, a veces turquesa, a veces azulado, era un gran surfista. Le encantaba cabalgar en la olas más altas del Caribe y después sumergirse para deleitar su vista con la barrera coralífera multicolor, abarrotado de multitud de especies de peces, moluscos y crustáceos que le hacía sentirse como en un verdadero paraíso. Él ya estaba acostumbrado a ser evaporado, ascender y dejarse caer, tras licuarse, desde el mayor de los trampolines, pero siempre en su mar tibio, nunca conoció otro. Pero un día algo cambió, la nube con la que se mimetizó cogió un rumbo desconocido para él, surcando el cielo hacia el noreste.

Tras varias semanas, la nube de ‘goto’ se cruzó en la trayectoria con la que albergaba a ‘goti’, formando una única, sumándose a muchas otras con las que formaron un frente frío dirigido hacia el continente europeo. Tango ‘goto’ como ‘goti’ iban en la cola de dicho frente y cayeron, junto con millares de gotas, en la sierra de Madrid. Se precipitaron en la ladera de un monte y, gracias a la fuerza del torrente de agua del que formaban parte, se zambulleron en un caudaloso río que desembocaba en un gran pantano. Los dos estaban desorientados cuando por fin emergieron a la enorme y apacible superficie de aquella ingente cantidad de agua flanqueada por altas montañas. Pero lo que no apreciaron fue la corriente, lenta y sutil, que les arrastraba inexorablemente hacia la presa. De pronto se vieron atrapados por un torrente que los entubó. Iban muy rápidos, en una absoluta oscuridad, forzados a ir en una única dirección a una gran velocidad; por mucho que lo intentaban no conseguían cambiar su rumbo. Hasta que, de pronto, todo se paralizó.

La negrura persistía, pero estaban totalmente quietos en un depósito que albergaba a una miríada de gotas que, como ellos, intentaban paliar las dolencias del mareo, producto del largo y tortuoso viaje que les llevó hasta donde se encontraban. Primero fue ‘goto’ quién, al pasar al lado de una tobera, fue absorbido; en el otro extremo, ‘goti’, fue absorbida por otra. Los dos, casi al unísono, vieron la luz al forma parte de sendos chorros de agua de una fuente de granito. Al caer, se zambulleron en unas aguas cristalinas pobladas por unos peces desconocidos para ambos, de colores anaranjados. La ligera corriente provocada por ambos surtidores provocó que, ‘goti’ y ‘goto’, coincidieran en un mismo punto del pequeño estanque, y, sin saber el cómo ni el por qué, se unieron y formaron una única gota de agua.

FIN

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