El lazo rosa (borrador 2)

El lazo rosa (borrador 2)

fiorella cabalero

20/10/2017

Un mes después…

El sol clienta sutilmente mi cuerpo, se siente fatigado y débil. Desde la operación eh intentado recuperarme física y mentalmente, acudo a las citas con regularidad pues ellos insisten en un cheque constante. Mi familia se empeña en que participe en una de esas terapias en grupo para aliviar la depresión pos cáncer. Debo admitir que la preocupación sigue y la atapa aún no está cerrada, me aterra que otra vez despierte la enfermedad y no pueda contra ella.

Estaciono el coche en la entrada de la clínica privada, no tengo fe en que esto funcione, pero se lo debo a mis padres quienes quieren lo mejor para mí. Ya soy una mujer adulta que tomo decisiones por mí misma, no obstante, ellos han estado a mi lado durante el largo proceso de mi enfermedad.

Parada en la puerta observo a las personas sentadas en una ronda muy bien formada, un hombre se encuentra sentado al frente de ellas, supongo que es una especie de psicólogo o tal vez el dueño del “circo”. Me acerco sigilosamente a una silla vacía, todos miran a mi dirección cohibiéndome por completo. Les sonrió forzadamente y las ganas de huir se hacen más evidentes.

– ¿señorita Ruiz? – dice el hombre. Yo solo asiento en mi lugar. – bienvenida al grupo.

Todos sonríen tiernamente ya familiarizados con el lugar, el comienza hablar y me pide delicadamente que me presente para que los demás sepan quién soy. ¿Qué tengo que hacer? ¿contar lo que es más que obvio? De cualquier manera, lo hago.

– Me llamo Julia Ruiz, tengo treinta años –digo con voz temblorosa. – hace un mes logre según los doctores combatir por tercera vez un tumor en ambos pechos. – observo a las mujeres mirar hacia la zona donde antes tenía busto, y claramente no me encuentro en un grupo solo de cáncer de mamas sino de todo tipo. Me apena un poco contar mi historia si algunas todavía están pasando por la peor etapa. Noto a lo lejos una señora de unos cincuenta años, sus ojos son extremadamente saltones y su cuerpo con menos grasa de lo que tendría otra mujer a su edad, esto justifica mi teoría.

– bueno Julia, estamos aquí para apoyarnos mutuamente. – dice el hombre. – mi nombre es Federico y soy psicoterapeuta. – continúa hablando. – muchas de las personas aquí presentes como tú le han ganado al cáncer, pero otras todavía están en ello.

– somos como una gran familia – dice una chica joven, tal vez más que yo. – nos apoyamos para salir adelante juntos, Julia.

Algunas de ellas cuentan sobre su enfermedad y otras cosas en base al tema, otras cuentan también a que se dedican o lo que hacían antes de car en este pozo profundo, algunas añoran sus anteriores trabajos y hablan de ellos con tristeza en su voz. Tres o cuatro de ellas, llevan una vara alargada seguramente han perdido la vista en el trayecto. Somos un total de quince mujeres diferentes, pero con algo en común.

– mi nombre es Marcela tengo veintiocho años, sufro de leucemia desde hace un año. – dice la chica sentada a mi derecha. La observo sutilmente sintiendo su dolor como si fuera el mío, parece darse cuenta que mi mirada se dirige a ella y me mira por un momento., aparto la mirada y me enfoco en el hombre sentado al frente de todas.

Federico nos hace algunas preguntas acerca de lo que queremos para nuestro futuro libre de la enfermedad, son aceptadas por todas, las cuales cuentan entusiasmadas sus metas y proyectos. Llego el final de la terapia por hoy, si soy sincera, me ha hecho bien venir aquí.

– ¡Julia! – me doy la vuelta, encontrándome con Marcela. No suelo acordarme tan rápido de las cosas, pero el nombre de esta chica quedo gravado en mi memoria.

– ¿qué sucede? – digo con una sutil sonrisa.

– solo quería saber, si deseas tomar algo. – dice un poco nerviosa. – ¿tal vez una Coca-Cola fría, para aliviar el calor? – No tengo planes para hoy, ¿Por qué no hacer una amiga nueva?

– si claro me encantaría. – digo con una sonrisa y ella asiente sonriendo también. Nos dirigimos a un pequeño bar, el más bonito de la ciudad de Carmelo donde vivo desde que nací. Nos sentamos junto a un gran ventanal, me gusta ver fluir las aguas del rio Uruguay y apreciar las sonrisas de las personas que suben en las cacciolas rumbo a otros lugares. Quizás algún día podre hacer lo mismo y conocer otros países.

– te gusta viajar ¿no es así? – dice marcela sentada frente a mí.

– tal vez – digo pensativa. Ella me observa curiosa.

– me doy cuenta que no eres muy sociable. – la miro centrándome en el tono de su voz, este es suave y amistoso.

– el cáncer no solo me ha quitado partes del cuerpo, sino también ha quitado de mi camino a personas que no estaban dispuestas a permanecer a mi lado en este proceso. – digo en un susurro. – detesto la lastima, será por eso que me aíslo.

– tienes toda la razón, aunque también es difícil para los demás contemplar nuestro sufrimiento.

– tú te ves muy bien… quiero decir… con mucho animo a pesar de todo. – termino la frese nerviosa. Marcela mira mis ojos y sonríe, sus labios son gruesos y tenidos de color rojo hacen la combinación más hermosa. ¿qué diablos me pasa? ¿Por qué observo eso de ella? Sacudo mi cabeza disimulando la sorpresa de mis pensamientos.

– para mi Julia, esta enfermedad no fue el fin, sino el comienzo de una nueva vida. – dice ella. – como una segunda oportunidad para vivir la vida sin límites.

Cada segundo que pasa admiro más a esta mujer sentada frente a mí, quien lo viera de afuera no sabría exactamente lo que ella está viviendo, sin embargo, mi depresión de nota a leguas.

– ¿tienes pareja? – pregunta marcela. Desvió la vista del ventanal y me concentro en ella.

– Luis viajo a Brasil un mes antes que me detectaran el tumor- digo- nunca volvió a ponerse en contacto conmigo desde entonces. – hablo mientras ella escucha atenta. – tampoco insistí, lo dejé libre de culpa y preocupación. – Marcela agarra mi mano que descansa sobre la mesa y aprieta fuerte para que sepa que allí está ella. Siento su compasión por mí, su lastima. No estoy segura si, así es como me ven los demás, vulnerable y necesitada de afecto. Pero Marcela parece darse cuenta. Ambas tenemos algo en común, algo que nos une como persona, que nos lleva a plantearnos nuestro paso por la tierra. Claro que ella es más fuerte que yo, su espíritu juvenil y optimista nos hacen diferentes.

– sabes que si quieres no estás sola. – dice ella – quizás podríamos ser amigas.

– eso sería genial. – hablo sonriendo. – ¿tu estas comprometida? – pregunto. Ella suelta una risa rítmica, como el canto de los pájaros en el bosque.

– no Juli, no he tenido compromisos en mi corta vida, por el momento. – dice ella sonriendo. – así estoy bien y no pierdo la esperanza que me espera un gran amor a pesar de todo.

– por supuesto, eres una chica hermosa y joven, tendrás miles de pretendientes por ahí.

Ella solo sonríe enrojeciéndose de apoco ¿acaso la puso incomoda mi comentario? Sus dientes blancos y perfectos combinan a la perfección con los hoyuelos su rostro.

– deberías venir a casa – dice Marce – tengo una vista espectacular que te fascinara, ha… -dice pensativa- y pelis en netflix.

– ¿y pizzas? – digo. Ambas comenzamos a reír como si esto fuera un club de humoristas.

– ¡seguro! Te espero hoy en la noche si es que no tienes nada mejor. – dice haciendo muecas con la cara.

Cabe destacar que apenas nos conocemos, pero ahí buena vibra y sobre todo me siento cómoda.

Llego a casa, un pequeño apartamento justo arriba de un bar-café. A menudo me siento allí sola, mamá me ha dicho miles de veces para ir a vivir con ellos, porque aquí no tengo a nadie. Los médicos por otra parte han apoyado esta absurda idea, no soy invalida ni tengo problemas mentales, aunque a estas alturas lo dude. La cuestión es que no quiero ser carga para nadie y muchos menos para mis padres que a su edad solo les resta vivir en paz.

La hora de ir a lo de Marce paso tan rápido como una estrella fugaz, toco timbre en la dirección que ella me dio. Es una casa maravillosa frente al rio, Marcela abre segura de sí misma ¿y si fuera un ladrón y quieren copar su casa?

– oye, entra. –dice estirando su mano para que yo la agarre. – ven ¿quieres algo de beber?

– pues sí, lo que tú quieras. – digo observando su silueta alejándose hacia lo que supongo es la cocina. – ¿no tienes miedo que te roben? Quiero decir… ¿tienes una casa hermosa y no miras antes de abrir? – digo cuidadosamente, no quiero que se ofenda por metiche.

– tranquila juli, el barrio es seguro. – dice ella sonando tranquila. – haz de cuenta que etas en tu casa. – me entrega una copa mientras abre una botella de vino blanco.

– buena elección – digo sonriéndole. – este vino es el mejor que eh probado.

– quiero mostrarte algo – dice ella agarrando mi mano y guiándome por toda su casa. Llegamos a un balcón con vista al rio, espectacular. Se sienta en una mecedora y yo agarro la que está a su lado para hacer lo mismo. – ¿brindamos? – sonrió y alzo mi copa. – por nosotras, que espero seamos buenas amigas. – dice marcela.

– por nuestra futura amistad. – digo con sinceridad.

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