Entre luces y fantasmas (todos los capítulos irán aquí)

Entre luces y fantasmas (todos los capítulos irán aquí)

Akihito Saito

04/07/2020

Capítulo I: Nacimiento

Eran cerca de las 01:00 de la mañana, por alguna razón aún nos encontrábamos despiertos haciendo quién sabe qué en el living de nuestro hogar, cuando de pronto se escuchó una suerte de estruendo sobre el techo, como si algo o alguien hubiese caído de golpe sobre él, estruendo que se sintió más fuerte, debido a que el tejado se quebró y comenzó a deslizarse en caída libre hasta nuestro patio. En ese instante, nuestra madre, entre curiosidad y valentía se levantó rápidamente para averiguar qué es lo que había pasado, tomó un chaleco que se encontraba sobrepuesto en una antigua silla de mimbre dispuesta en el comedor, y antes de salir nos arropó con una gran manta verde a mi hermano y a mí, quedándonos estáticos con nuestros brazos en posición de protección ante el miedo a lo desconocido.

Sin dudarlo, nuestra madre abrió en un solo gesto la puerta de entrada al mismo tiempo que daba una zancada, la que la dejó al instante en el patio, mientras como por costumbre aprendida gritaba repetidamente ¿¡quién anda ahí!? ¿¡quién anda ahí!?, quizás con la intención de que si alguien había caído sobre nuestro tejado respondiese, o bien, que algún vecino atendiera al llamado, pues las casas se encontraban bastante juntas entre sí y solo estaba separadas por pequeños y delgados muros. Sin embargo, no hubo respuesta inicialmente, por lo cual nuestra madre comenzó a dar vuelta en círculo por el patio mientras miraba hacia todas partes, incluida la techumbre por si avistaba algo. En tanto esto ocurría, mi hermano y yo seguíamos cobijados con la manta, bajo un estado más nervioso debido al misterio que nos asediaba en ese momento, y los gritos de mamá no nos ayudaban del todo a calmarnos.

Además, a nuestra corta edad, de 4 y 2 años respectivamente, fantaseábamos sobre si sería un ladrón, escombros que por alguna razón cayeron sobre nuestra casa, alguna especie de animal o quizás un marciano. Nuestra imaginación daba para todo, y mi hermano, pese a ser mayor era más cobarde, y para nada le acomodaba la situación de duda ni el juego de apostar que había detrás del fuerte estruendo.

Luego de unos minutos y una seguidilla de “rondas”, mi madre se sentó sobre una oxidada silla de fierro que teníamos a un costado de la entrada que regularmente solo era útil para posar maceteros sobre ella; en eso, se escuchó como si alguien (quién sabe qué) estuviera poniéndose escandalosamente de pie sobre el tejado. El material era viejo y era normal que se escuchara una suerte de ¡clac! ¡clac! al estar en contacto con algo, sobre todo en los días de lluvia,que por momentos parecía que se avecinaba el fin o que el techo cedería en su totalidad. Por tanto, mi madre se levantó por instinto de la silla y repitió la acción del principio de proferir gritos para dar con el sospechoso, los cuales esta vez sí surgieron efecto. En medio de eso, un vecino se asomó por la pandereta, a fin de indicarle con una mezcla de vehemencia y miedo en su voz, que finalmente, lo que estaba sobre el tejado era una persona.

En ese mismo instante, envalentonada como si del combate final de una guerra se tratase, nuestra madre corrió velozmente hasta la pandereta para treparla y posarse sobre ella. Había espacio suficiente en su superficie como para que cupiera una persona, de tal manera de tener mejor visibilidad ,y desde ahí le profirió todo tipo de insultos a viva voz al extraño personaje. Al darse cuenta que ya había sido descubierto, en un salto digno de un atleta olímpico que desea hacerse de la presea dorada, logró llegar hasta el techo de la casa contigua a la nuestra.  A través de esa viveza, sin perder ni un solo segundo, dio otro salto que lo condujo hasta la calle, y se lanzó a correr perdiéndose en la oscuridad.

Debido al salto que realizo nuestro extraño visitante sobre la casa vecina, sus moradores salieron curiosos para saber qué había pasado, puesto que el ruido que se sintió sobre su techo fue mucho mayor al nuestro, sumado a que este era de lata, por lo que se sintió como si hubiesen caído decenas de piedras sobre este mismo. Acto seguido y casi como una coreografía, se prendieron las luces de varias de las casas que nos rodeaban para averiguar el porqué del escándalo, y es que en situaciones así, la intriga y las ganas de chismear, de alimentar el morbo o de envalentonarse cuando ya no sirve de nada salir diciendo: “yo lo hubiera agarrado” “pero por qué no avisaron, yo habría subido al techo a golpearlo” “¡ay! pero tanto revuelo por esto, si no pasó nada” entre otras frases célebres que la gente gusta decir en situaciones de estas características. Mientras todo esto ocurría, con mi hermano seguíamos acobijados en el living, un tanto más tranquilos al percatarnos de que el “peligro” había pasado, o bien, que el misterio se había resuelto. Por lo que dejamos de fantasear y apostar, ante eso mi hermano deslizó una sonrisa de satisfacción, como queriendo decir: “menos mal no era nada, tenía mucho susto”  en cambio, yo solo reí amablemente invitándolo a olvidar lo sucedido.

Sin embargo, no fue tan fácil retomar la calma, a los pocos minutos los vecinos se agruparon en nuestro jardín como cuál asamblea o junta de vecinos, que aparentemente no tenían nada mejor que hacer. Las ganas de satisfacer su ocio chismeando, y proponiendo acciones innecesarias como: “deberíamos formar un grupo de vigilancia entre vecinos” “deberíamos llamar inmediatamente a carabineros”, todo mundo sabe que no hay mayor éxito en eso, dado que esperar que atraparan a un ladrón era como esperar la segunda llegada de Jesús a la tierra.

Después de largos minutos de sostener conversaciones sinsentido, nuestra madre, en un irónico tono de amabilidad le sugirió a los curiosos que se retiraran a sus hogares a descansar, no había mucho más que hacer, ni mucho menos nada más que conversar, por lo cual, era mejor que se fueran, y ante cualquier novedad se enterarían (con toda seguridad con su alto nivel de intromisión). Al instante, nuestra madre por fin entró a casa y nos abrazó fuertemente, acariciando nuestras espaldas y besando nuestras cabezas, diciéndonos tiernamente que todo estaba bien, y que por sobre todo ella siempre nos protegería. Naturalmente, con mi hermano nos recogimos en el calor y la comodidad de sus abrazos que nos invitaban a sentirnos completamente tranquilos. En tanto, a pesar de que mi madre aparentaba fortaleza también tenía un lado sensible que solía aparecer una vez que vigor se disipaba, por lo cual cogió el teléfono para comunicarse con el que en aquél entonces era su novio, de tal manera de relatarle lo sucedido y que si era posible viniera a casa para que el ambiente tuviese una “seguridad” adicional.

–– ¡Hola Felipe! dijo mi madre.

–– ¡Hola Josefina! ¿qué ocurre que me llamas hasta ahora? ¿ha pasado algo grave? –– preguntó preocupado Felipe.

–– Algo así, bueno, verás… estábamos con los niños recostados en el sillón poco antes de irnos a dormir, cuando de repente escuchamos un fuerte estruendo sobre el tejado, como si hubiera granizado con furia sobre él. –– respondió mamá nerviosamente.

–– ¡Vaya!, ya imagino el sobresalto que eso generó, ¿están bien? ¿a qué se debió tal ruido? –– interrogó Felipe sorprendido por la situación.

–– Sí, estamos bien, aunque muy sorpresiva la situación sabes, reaccioné inmediatamente para averiguar de qué se trataba, y luego de varios minutos gracias al aviso de un vecino que salió dimos con el misterio, se trataba de un ladronzuelo que había saltado sobre nuestro techo, probablemente venía de robar de una casa aledaña o tenía la intención de. –– relató mamá con forzada calma

–– Oh, ya veo, me alegra que no haya pasado a mayores ni que no les haya causado ningún daño a ustedes. Ahora, dime, ¿quieres que vaya para allá? puedo coger un taxi y llegar en un momento. –– lanzó Felipe con tono amable.

–– Sí, claro, justamente para eso te llamaba, así que ven en cuanto puedas por favor, nos hará bien para nuestra tranquilidad. –– cerró mamá con cierta tranquilidad

    –– Por supuesto, entiendo, voy para allá. –– contestó Felipe decididamente.

    Felipe era un tipo de unos 23 o 24 años aproximadamente, mientras que nuestra madre ya bordeaba los 32, desconozco las circunstancias bajo las cuales se conocieron, pues, pese a que mi madre aún era bastante joven había adoptado una actitud madura hace ya algunos años y se encontraba encaminada hacia las seriedades convencionales de la adultez, mientras que Felipe estaba en pleno apogeo de la “vida loca” y desenfrenada de los 20, por lo cual su actitud aun desbordaba adolescencia e inmadurez. Luego de unos 25 minutos, Felipe llegó a casa y en cuanto entró en un ademán[1] abrazó fuertemente a mi madre como queriendo protegerla de algo y tratando de decirle que todo estaba bien.

    Luego de unos instantes de estar abrazados, ambos se posaron a un costado de mi hermano y yo emulando una suerte de abrazo grupal que después de tanto ajetreo se sintió muy reconfortante. Felipe nos agradaba, a pesar de su corta edad era una persona sumamente afectuosa y cálida, lo cual se reforzaba mediante su cuerpo grande y grueso, que parecía contradecirse con su simpática y dulce voz que emanaba de sus cuerdas vocales. Para mi hermano y yo, a pesar del poco tiempo que llevábamos compartiendo con él, o más bien a partir la noción que creíamos tener de dicho tiempo, se había transformado en una figura paterna, o al menos hasta entonces, era la referencia más cercana que teníamos sobre una. Nuestro padre “verdadero” o biológico (en un tono más anticuado), ya no vivía con nosotros, no teníamos siquiera una imagen de su apariencia en nuestras cabezas, ni mucho menos sabíamos donde se encontraba actualmente.

    Después de haber pasado un rato cobijados y escuchando cómo conversaban mamá y Felipe, nos vino de golpe un profundo sueño. Al instante fuimos tomados en los brazos de ambos, para llevarnos a nuestra habitación para dormir, acto que ellos también harían por su parte. A esas alturas ya eran pasado las 03:00 de la madrugada, habíamos aguantado más que suficiente para nuestra prematura edad. Así, mientras transitaban por el pasillo con nosotros a cuestas nuestra madre de un segundo a otro lanzó una inesperada propuesta:

    –– Sabes, creo que deberíamos mudarnos de aquí, a pesar de que lo ocurrido no tuvo consecuencias mayores ya no me sentiría segura si continuamos viviendo en este lugar, estaría inquieta por Luciano y Martino. –– expresó mamá.

    –– Por supuesto, te entiendo perfectamente, queda el vacío de una cierta vulnerabilidad. –– afirmó Felipe en tono de concordancia con la sugerencia esgrimida.

    –– Y dime, sé que esto es muy de repente, pero ¿tienes alguna idea de a donde te gustaría mudarte? Quizás algún lugar que siempre te haya gustado para vivir, pienso que sería una buena oportunidad en función de las circunstancias. –– propuso de vuelta Felipe

    –– Pues sí, pero antes de responder a eso, quisiera decirte que esto contempla MUDARNOS, es decir, mis hijos, tú, y yo, pues llevo tiempo pensando en torno a nuestra relación y pese a que tenemos una diferencia de edad no menor disfruto mucho de estar contigo, y tanto Luciano como Martino se ven bastante cómodos al compartir contigo o tenerte cerca. –– respondió mamá con cierto desahogo.

    –– ¡Wow! vaya sorpresa Josefina, siendo honesto no me esperaba semejante declaración, pues hasta ahora para mi nuestra relación se perfilaba más bien hacia algo “puertas afuera” por decirlo de algún modo. Sin embargo, en ningún caso puedo negar que me siento muy a gusto contigo, pues pienso que eres una mujer increíble y poseedora de una tremenda fortaleza, mientras que tus hijos son unos chiquillos sumamente dulces. Por lo cual, estaría encantado de mudarme con ustedes. –– expresó larga y emocionadamente Felipe.

    –– ¡Genial! entonces no se diga más, mi idea es que nos mudemos al Cajón del Maipo, dónde de hecho ya tengo una casa en la mira, así es que mañana mismo me pondré en contacto para poner en marcha el plan. –– concluyó mamá con la alegría recobrada

    Ambos se sonrieron –con nosotros aún en sus brazos– y besaron suavemente antes de dejarnos arropados en nuestras camas. Al día siguiente todos despertamos más tarde lo usual, pues todo el ajetreo de la noche anterior nos había dejado exhaustos física y emocionalmente, por lo cual lejos de la costumbre de nuestra madre de levantarse a primera hora del día y dar vuelta el hogar para asearlo esta vez lo tomó con calma, y bajo un ambiente de parsimonia nos levantamos para desayunar cerca de las 11:00 de la mañana. Por consiguiente, luego de habernos alimentado, que por cierto era uno de nuestros momentos favoritos del día para mi hermano y yo –aunque tiempo después descubrí que era más mío que suyo–. Mi madre se dispuso a bañarnos para luego ella hacer lo mismo, de tal manera de sentirse “renovada” para ir en busca del que sería nuestro nuevo hogar. Por lo tanto, nos quedamos en casa jugando en el patio con Felipe y nuestros juguetes, había buen clima por lo que podíamos rodar libremente por el césped.

    En aquél entonces la movilización dentro de la ciudad era bastante más compleja, o más bien lenta, pues la falta de medios de transporte entorpecía el recorrer grandes distancias, más aún si se trataba de sectores “externos” a la ciudad en sí como lo era el Cajón del Maipo. Para lo cual había que sortear el destino abordando unos microbuses que pasaban cada tanto y que andar en ellos significaba toda una aventura, dado que la velocidad a la que iban era digna de estar en una montaña rusa que estaba a punto de descarrilarse. En tanto, el Cajón del Maipo en si era una suerte de espacio natural, el cual, atravesado por un río que llevaba un nombre similar –Río Maipo– era la principal fuente de agua de la zona. A su vez, se encontraba completamente rodeada de amplias y gigantescas montañas, pasmadas de robustos árboles y praderas que se extendían de principio a fin, en donde surcaban distintas aves que alegraban aún más el entorno con sus cantos.

    A su vez, nuestra madre tenía una conexión y afecto especial con este lugar, dado que durante su infancia solía concurrirlo junto con su familia, por lo cual tenía un sinfín de recuerdos, amistades y aventuras, además, en algún momento habían contado con una casa que sus padres habían adquirido, pero que luego de unos años debieron venderla por apuros económicos, los cuales se vieron acrecentados por la crisis económica de inicios de los 80. Por estas razones, ella soñaba con vivir ahí de manera definitiva para que no siguiera siendo simplemente un lugar de escape o una suerte de “casa” de veraneo como si de una playa o lago se tratase, quería hacer de este lugar, su hogar. Por lo tanto, poco más allá del mediodía ya se encontraba a bordo de la aventura en el microbús que cada tanto que avanzaba los pasajeros dejaban escapar un grito a modo de reclamo y susto. Esto al ver que la “máquina” a gran velocidad bordeaba los constantes barrancos, los cuales formaban parte de la geografía del lugar, y que se volvían especialmente peligrosos en situaciones así ante la ausencia de barreras de contención.

    El Cajón del Maipo se encontraba dividido en varios “sectores” por así decirlo, y cada una contaba con diferentes características que los distinguían a pesar de la aparente cercanía que en realidad había entre uno y otro. Sin embargo, esto justamente era uno de sus principales atractivos, pues, bien podías vivir a pleno calor, rodeado de montañas, o bien envuelto en un viento constante que apenas y te permitía que algo estuviese quieto en el exterior. Al respecto, nuestra madre, como ya le había anticipado la noche anterior a Felipe, tenía una casa en la mira. Esta se ubicaba en el sector denominado como “Las Vertientes”, que como rezaba su nombre, se caracterizaba precisamente por la presencia de diversas vertientes que adornaban y avivan el verdor del entorno natural. A su vez, entregaba lo que podría llamarse una melodía natural que se producía entre el choque del agua sobre las rocas y el vuelo que realizaban las aves sobre dicho espacio.

    Luego de una media hora, al fin descendió del microbús, y en cuanto puso un pie sobre la tierra, sintió como una enorme satisfacción recorría su cuerpo luego de haber llegado sana y salva. Viajar en estas famosas máquinas era toda una aventura que, tanto la gente del sector como quienes solían concurrir el Cajón del Maipo, deseaban con enorme esperanza que algún día estas fueran reemplazadas por un medio de transporte más seguro, o que a lo menos, existieran conductores menos alocados. Sin embargo, lo anterior estaba lejos de suceder, pues, pese a la belleza natural del lugar, sobre la infraestructura o arquitectura, como quieran llamarle, parecía no pasar el tiempo, pues aún conservaba una apariencia como si de un pueblo de mediados de los años 30 se tratase.

    No obstante, como contraparte, también existía cierta belleza en esto, pues existían varias casas que precisamente su atractivo era su aspecto distintivo, “rústico” –como gustan llamarle aquellos más “siúticos” o que parecen ser conocedores del arte como si de viajeros en el tiempo de la época del Renacimiento se tratara–. Por lo cual, dicha característica ponía a estas viviendas por sobre el común de las del resto de Santiago. Puesto que, a medida que pasaban los años, se iban pareciendo cada vez más entre si e iban adoptando un “diseño” más cercano a lo “moderno” o “elegante”, que parecía buscar ofrecer una suerte de nuevo status por sobre el resto de la sociedad.

    En tanto, nuestra madre, mientras caminaba se le venían un sinnúmero de recuerdos que inundaban su cabeza de su infancia, de aquellos días felices en que junto con sus 4 hermanos y 1 hermana corrían felices por las praderas, subían y descendían las montañas. En aquel entonces disfrutaban del agua que aún estaba limpia y libre de la contaminación, cuestión que fue cambiando a causa de la promesa “desarrollo” económico, a contar de la década de los 80 de la mano de la dictadura de Augusto Pinochet. Aquí, en este lugar que era como un segundo hogar y que, a partir de lo ocurrido la noche anterior se transformaría en un “primer hogar”. Nuestra madre había cosechado momentos imborrables acompañada de familiares, amigos y amigas que se hacían presentes a dondequiera que mirase; después de todo, como dicen por ahí, la memoria se aloja en todos los lugares, y se materializa en tanto nos reencontramos con estos.

    Así, en su tránsito al son del viento e inundada de recuerdos y al encuentro con el nuevo hogar, su alegría se hizo incontenible en cuanto se encontró con su destino, ante sus ojos se alzaba una enorme casa de color azul marino, que a esa hora del día resplandecía gracias a la luz del sol. Era una estructura de concreto de dos pisos, y desde la habitación principal se extendía un enorme balcón, acompañado de unas barandas de madera con un barniz desgastado, lo cual daba a entender que la casa se encontraba deshabitada desde hace ya un buen tiempo. En tanto, lo que se podría definir como el “pasillo” o el “camino” que conducía a la puerta principal, estaba guiado por unas especies de grandes rocas, que se encontraban enterradas en el suelo simulando una ruta uniforme. En ella, nuestra madre ya la imaginaba rodeada de múltiples plantas, pues el cuidado y adoración sobre estas era una de sus principales entretenciones cotidianas.

    Allí, justo a un costado de la puerta la esperaba una mujer de aspecto sumamente formal, con su cabello tomado del manera que su frente se extendía más de lo normal y parecía que en cualquier momento le arrancaría la piel. Su estética combinaba a la perfección con las prendas que lucía, donde destacaba un pantalón de tela oscuro con “pata” de elefante, y unos zapatos de tacón igualmente oscuros. Dándose minuciosamente un contraste con una blusa blanca que se dejaba entrever de una chaqueta corta de un tono azul más amigable. La cual se volvía estrecha por la presión con que la mujer sujetaba su cartera, como quién sujetaba lo que podría ser el último alimento existente en el planeta.

    –– ¡Hola! –– le dijo nuestra madre en un tono alegre a modo de romper el hielo.

    –– Hola… –– respondió la mujer, con un tono que no parecía del todo animado, y era entendible, pues, no parecía hacerle mucha gracia tener que malgastar parte de un sábado en tener que mostrar una casa, sumado a que nada le aseguraba que sería rentada.

    –– Mucho gusto, me imagino que tú has de ser Eugenia de la corredora de propiedades. –– respondió mamá educadamente

    –– Así es, la misma, mucho gusto Josefina. –– respondió la mujer con una ironía de digna de una profesional en dicho arte.

    –Igualmente. Mira, vengo con total decisión para hacerme de esta casa, por lo cual no te haré perder el tiempo en absoluto. –– sentenció mamá.

    Justo detrás de sus espaldas se cerró una gran y pesada puerta forjada en madera que a simple vista parecía ser de roble, en su estructura tenía una manilla de cobre desgastada por su antigüedad pero que aún lucía bastante bien y combinaba armoniosamente con el resto de la estética del hogar. En tanto, el techo estaba a una altura tal, que al extender los brazos en su dirección, era como tratar de alcanzar las nubes. Aquel detalle permitía que el espacio se mantuviera fresco como también iluminado, gracias a dos grandes tragaluces que se encontraban uno frente al otro. A la vez, a sus faldas, eran acompañados por grandes ventanales con pilares de madera barnizados, que daban hacia el patio trasero. Allí, se extendía un pastizal sombreado por un parrón que dejaba caer sus hojas, junto con pequeños trozos de madera vieja sobre lo que parecía ser una antigua piscina en desuso.

    El resto del hogar se componía de 3 habitaciones, siendo una de ellas la que podía avistarse desde afuera siendo la más amplia en tamaño, mientras que las otras dos era de un tamaño menor pero similares entre sí. Mientras tanto, el living y comedor contaban con espacio suficiente para pasar tardes enteras compartiendo en familia. Ideal para pasar tiempo jugando, leyendo o mirando películas, disfrutando de deliciosas preparaciones que ya se veían salir de la amplia cocina desplegada.

    Luego de recorrerla por completo y de haber contemplado cada rincón no cabía ninguna duda, este lugar se transformaría en el nuevo hogar de nuestra familia, marcando el inicio de nuevas aventuras, pues, habitar un nuevo espacio trae consigo experiencias impensadas, dado que implica impregnarse del entorno, conocerlo, descubrirlo, sentirse parte y hacerlo propio. De tal manera de que, cada recoveco se empape de memorias que se reavivan en el futuro cuando volvemos adonde fuimos felices. Con esto en mente, el trato se cerraría de forma definitiva durante la semana, puesto que nuestra madre deseaba cambiarse lo antes posible, y para ella no significaba ningún impedimento ni razón de aplazamiento la necesidad de ciertos arreglos y “limpiezas” que requería el hogar antes de ser entregado. Mamá era una mujer llena de energía, y que gozaba enorme y obstinadamente de hacer las cosas a su gusto, pues creía que solo de esa forma quedaban bien. Ser así le hacía sentir conforme cuando debía realizar alguna tarea, puesto que poseía una rígida consigna que versaba que: “si se va a hacer algo que se haga bien”, si no, mejor que no.

    Dicho y hecho, cerca de las 16:00 de la tarde de aquel sábado mamá ya estaba de vuelta en casa trayendo consigo la noticia de que solo restaba afinar detalles para mudarnos a nuestro nuevo hogar. Por tanto, fiel a su enérgico estilo, los días previos al cambio serían de mucho ajetreo y preparación, para que el cambio fuera lo más rápido posible y bajo ninguna circunstancia estar haciendo la cosas a última hora, otra de sus fieles consignas. Así, aquella tarde nos tomó a mi hermano y a mi dejándonos bajo un pequeño árbol que se alzaba en nuestro patio. Sin embargo, era lo suficientemente grande para cubrir con su sombra nuestros minúsculos cuerpos, que se entretendrían con juguetes lego que hacían volar nuestra imaginación. Así pasábamos el rato, armando todo tipo de cosas que iban desde inusuales robots hasta edificios, que desde nuestra perspectiva parecía que alcanzaban el cielo, y que en ocasiones, derrumbábamos abruptamente porque creíamos férreamente que algún pájaro podía dañarse al chocar con estos.

    Mientras nuestro pequeño gran mundo de aventuras sucedía bajo el árbol, mamá y Felipe se hallaban sumamente concentrados revisando cada cosa que ocupaba hasta el más mínimo espacio en casa, que no destacaba por ser muy grande, dado que solo era de un piso y contaba con dos habitaciones. Aún así, tenía varios cuadros y un sinfín de adornos, que copaban considerablemente muebles y rincones, puesto que, por alguna razón, poseíamos diferentes objetos que habían pasado de generación en generación dentro de la familia de mamá. Por esta razón, aparentemente tenían un altísimo valor simbólico, que daba a entender que debían permanecer por toda la eternidad a donde sea que fuésemos. Así, la primera labor fue armar minuciosamente cajas que llevarían cada una un nombre en especial, para así distinguir con precisión qué cosas había dentro de cada una. Esto evitaría que a la hora de desempacar no se perdiera tiempo preguntando: ¿qué hay aquí? ¿esto sirve? ¿hay que bajarlo con cuidado? sin duda mamá era una mujer que se anticipaba a todo. Por lo tanto, la tarde avanzó al son de armar, guardar y sellar cajas con una seguridad reforzada digna del traslado de un tesoro de película de acción hollywoodense.

    Por nuestra parte no teníamos más que hacer que jugar y contemplar como todo se iba vaciando y empacando a nuestro alrededor, tratando de contener nuestro comportamiento e inquietudes, sobre todo mi hermano, quien a su corta edad causaba uno que otro estrago. Suu carácter era impulsivo y atrevido, y en ocasiones desembocaba en inusuales situaciones de tragicómico carácter. En tanto, por mi parte era una especie de ente apacible[2], al cual podían dejar sobre un árbol o al borde de un precipicio, y allí me quedaría sin mover ni un dedo hasta que alguien viniera por mí, como si de una fotografía se tratase. Por consiguiente, nuestras personalidades disimiles sabían encontrarse y compatibilizarse entre sí, dado que nos aportábamos partes que nos daban increíbles aventuras a nuestra corta edad. También nos entregaban momentos de tranquilidad, que sabían cuando poner pausa a la intensidad que solían traer consigo los juegos que experimentábamos.

    Bajo empaques y juegos pasamos el fin de semana, alistando cada detalle para el ansiado e inesperado cambio que había desembocado a causa de aquel ladrón saltarín que cayó sobre nuestro techo, y que, a pesar de que no nos había causado ningún daño, era la excusa perfecta para cambiar de entorno. Sobre todo para mamá, significaba asentarse en el lugar que tanto amaba desde siempre. Llegado el lunes, llegó también la noticia de que el miércoles por la mañana emprenderíamos rumbo a nuestro nuevo hogar, pues, durante los dos días previos debían acordarse los respectivos pago y papeleos, que al parecer eran parte fundamental para poder cambiarnos adecuadamente. Así, aprovechamos de pasar nuestras últimas horas en lo que hasta entonces había sido nuestro primer y único hogar, y como tal, el lugar donde residían la mayoría de nuestros recuerdos, de nuestras primeras experiencias, alegrías y tristezas, que a pesar de las muchas nuevas que vendrían en nuestro nuevo destino, no olvidaríamos jamás.

    Temprano por la mañana despertamos de golpe por los gritos de mamá que eran dignos de una general de guerra, los cuales vinieron acompañados al unísono por los bocinazos del camión de mudanza que anunciaba su llegada como cual ejército listo para combatir, por lo tanto, el cambio se daba por iniciado, era momento de ponerse de pie. Sin embargo, nuestro rol, desde nuestra ínfima existencia, consistía más bien en contemplar desde lejos como todo sucedía, viendo como mamá realmente era una general, y los tipos de la mudanza eran soldados, los cuales debían obedecer al pie de la letra sus indicaciones, o la furia caería sobre ellos.

    –– ¡Vamos! ¡tomen esas cajas con cuidado y súbanlas con extrema delicadeza al camión! –– Vociferaba, en tanto apuntaba a las cajas de cosas frágiles, y al mismo tiempo se disponía a levantarlas para ejemplificar, haciendo de gala su carácter ensimismado.

    –– ¡Ya pues! ¡Con ánimo! son hombres jóvenes y vigorosos, vamos a echarle ganas para terminar temprano. –– Alentaba mamá, como si de una misión de vida o muerte se tratase, en la que estaba claro que ella era la mandamás, y a como diera lugar el objetivo debía cumplirse. En su vida diaria cada labor que llevaba a cabo era tan minuciosa, que no había margen de error, dentro del sinfín de cosas que le hacen feliz, una de ellas era sentir satisfacción cuando debía realizar una tarea o estar a cargo de algo.

    Con el transcurso de las horas, y mi hermano y yo como espectadores del arte del cambio de casa liderado por mamá, y compuesto por los chicos de la mudanza, comenzamos a imaginar cómo sería el nuevo hogar, era todo un misterio, sorpresa y emoción de una nueva aventura en un nuevo lugar. De pasar del ruido y lo gris de la ciudad, a lo verde y melodioso de la naturaleza y los animales, al aroma de las plantas y el petricor invernal[3], del impacto de la lluvia y la fuerza caudalosa del río. Del resplandor de las estrellas y el placentero silencio de la soledad, y sobre todo, del infinito universo de juegos que se abriría ante nuestros precoces ojos, deseosos de acumular nuevas memorias que para el mañana serían grandes historias. Una vez todo estuvo dentro del camión, se cerró el telón del viejo hogar, y con la imagen que iba volviéndose cada vez más borrosa en el espejo retrovisor del auto, nos íbamos despidiendo del que fue nuestro punto de partida de construcción y acumulación de recuerdos y aprendizajes.

    Ciertamente, nuestro nuevo hogar no quedaba demasiado lejos, sin embargo, la inquietud abrasadora de nuestra temprana edad daba pie a la desbordante impaciencia de querer saltar, jugar y gritar, y con toda seguridad pasar tiempo dentro de un espacio pequeño y poco divertido como lo es un auto no era lo mejor. Por tanto, como era costumbre, no tardamos mucho en ponernos a cantar, entre risas, balbuceos y saltos comenzamos a entonar a todo pulmón, como si de dos sopranos se tratara “vamos llegando chubai chubai” “vamos llegando chubai chubai” al son de los aplausos de mamá y Felipe. Sin darles respiro alguno atacábamos con la siempre afilada pregunta ¿cuánto falta para llegar? ¿falta mucho? ante lo que nos reíamos aún más fuerte, al ver como sus rostros cómicamente perdían su compostura para voltearnos una mirada fulminante, que sin decir palabra alguna, nos indicaban que apaciguáramos nuestra apasionante ansiedad por llegar a destino.

    Ante el impetuoso llamado a la tranquilidad, mamá se concentró en el volante, y por su parte, Felipe hacia girar el botón para cambiar la radio, en busca de alguna buena canción que amenizara el viaje. Al cabo de un rato, nuestro intenso comportamiento se fue aligerando, hasta que Luciano cayó hacia un costado del auto y yo hacia el otro, entrando en un profundo y abrupto sueño que perduraría hasta unos pocos metros antes de llegar a casa.

    El entorno que adornaba la travesía a casa era realmente espectacular, y se distinguía por entero a lo que estábamos habituados a nuestra corta edad, a donde miráramos se alzaban enormes montañas que no alcanzábamos a encerrar en nuestras cándidas pupilas. Al mismo tiempo, tampoco lográbamos contener el universo de emociones que se creaba por el cantar de las aves, que se posaban en árboles de todas formas, tamaños y colores. Asimismo, surcaban sobre el vehemente caudal del río Maipo, que enverdecía y llenaba de vida la naturaleza que allí vivía. Estábamos en pleno descubrimiento de lo que para nosotros era un nuevo mundo, lleno de colores, olores, sensaciones e imaginaciones de todo lo que allí podríamos hacer, que de solo pensarlo nuestro corazón fervoroso[4] rebosaba emoción.

    Pasado el mediodía abrimos los ojos, frente a nosotros se observaba un imponente portón como nunca en nuestras efímeras vidas habíamos visto. A la vez, ante nuestras sorprendidas miradas, se alzaban lo que para nosotros eran gigantescas barreras de madera, que parecían salidas de la tierra y se extendían hasta donde nuestros ojos no lograban llegar. Aquello me hizo pensar hacia mis adentros “¡wow! esto ha de ser la entrada hacia una mansión o un castillo”. Mi memoria reciente no tenía conocimiento sobre algo similar, por tanto, me sentía experimentando un verdadero misterio, imaginando sobre que se encontraba detrás de aquél enorme portón que no daba pista alguna.

    El auto se detuvo justo en frente, y mientras sonaba una canción de uno de los artistas favoritos de mamá, descendió junto con Felipe, quien se dispuso a abrir el abismante portón. Por su lado, mamá raudamente avivó su impetuoso carácter para indicarles a los hombres de la mudanza las acciones que deberían seguir al pie de la letra.

    –– Bien jóvenes, hemos llegado, ahora con sumo cuidado van a entrar el camión de forma trasera a casa, de tal manera de que nos sea más fácil bajar y entrar las cosas. –– Lanzó mamá, quien tenía una extraña manía de resaltar o decir cosas que aparentemente eran obvias, pero que por alguna inexplicable razón, le causaba satisfacción aclararlas.

    –– Muy bien, no hay problema señorita. –– respondió Carlos a regañadientes.

    En tanto, lo que en mi cabeza parecían ser unas grandes y pesadas alas de un ave gigante, Felipe iba abriendo con facilidad ambas partes del portón de la casa, dejando entrever lo que parecía ser una eternidad para nuestra imaginación que estaba a poco de reventar, luego de tanto crear imágenes una y otra vez de como sería nuestro nuevo hogar. Finalmente, comenzaba a despejarse el panorama, y nuestros ojos enloquecidos de curiosidad miraban hacia todas partes tratando de atraparlo y entenderlo todo. De contemplar y emocionarnos con el nuevo mundo que se presentaba, haciéndonos sentir cosquilleos de pies a cabeza, sintiendo un sinnúmero de aromas, conociendo un sinfín de fascinantes colores y espacios, que hasta entonces en nuestras vidas no existían.

    Ante nuestras ganas de descubrir y abrazar un inmenso nuevo mundo que giraba frente a nosotros, no pudimos hacer más que abalanzarnos sobre él, con un regocijo que se hacía sentir en cada paso que dábamos, sin duda alguna, por primera vez en nuestras vidas, estábamos conscientes de lo que significaba nacer.

    [1]
    Gesto con que una persona manifiesta un estado de ánimo o muestra intención de hacer algo que no llega a realizar.

    [2]
    Que está libre de brusquedad y violencia y por ello resulta agradable o tranquilo.

    [3]
    Nombre dado al olor que se produce al caer la lluvia en los suelos secos (tierra mojada).

    [4]
    Sentimiento intenso de entusiasmo y admiración hacia alguien o hacia alguna cosa.

    Capítulo II: Descubrimiento

    Aquella tarde fue una locura en que parecíamos estar contemplando una obra de teatro, en donde mamá dirigía todas las acciones necesarias para montar la escenografía perfecta, dentro del nuevo escenario donde transcurriría nuestra historia, que poco a poco comenzaba a escribirse para relatar las nuevas aventuras que se aproximaban. Como tal, cada cosa debía quedar puesta en el lugar adecuado para cumplir su función asignada, y es que mamá dentro de su infinidad de manías, quizás la más destacada era que todo estuviese en perfecto orden. En uno pensado y articulado por ella misma, donde no había oportunidad de que otras personas interfirieran, y de ser necesario podía hacer y deshacer las cosas una y mil veces hasta quedar completamente conforme. Por lo tanto, desde cosas tan pequeñas como las cucharas, hasta cosas de mayor tamaño e importancia, como cuadros y adornos de hace 3 décadas debían estar perfecta y delicadamente dispuestos. Para esta labor, Carlos, Miguel, e incluido Felipe pusieron toda su concentración, para así seguir al pie de la letra las indicaciones de mamá que dirigía la obra. Mientras tanto, Luciano y yo contemplábamos las actuaciones desde una suerte de castillo de cojines que habían dispuesto para nosotros.

    Con la llegada del crepúsculo[1] la escenografía ya estaba casi terminada, entre medio el montaje se había desarrollado con intensidad y casi sin descanso, mamá vivía al límite de una manera tan intensa que era capaz de traspasar esa vitalidad a quienes le rodeaban. independientemente del tiempo que se conocieran, por lo cual emprender labores a su lado era toda una odisea[2]. Sin embargo, a pesar de la suma dedicación con la que habían emprendido la labor, también llegó la instancia para relajarse, pues, pese a su rudeza mamá sabía ser amable y agradecía con todo cariño. Sobre todo cuando quienes le rodeaban lograban seguirle el ritmo y cumplir con los objetivos propuestos; por lo cual, improvisadamente se montó una suerte de comedor en una pequeña mesa de centro en el living. Allí nos acomodamos para compartir alimentos y bebestibles, en símbolo de celebración por haber concluido el cambio.

    Con los albores[3]
    penetrando por los enormes ventanales que rodeaban las distintas partes de nuestro hogar, comenzamos a abrir nuestros ojos y a contemplar lo que nos rodeaba, el día anterior había sido sumamente ajetreado, y solo al final se había producido la instancia de relajo, por lo que Luciano y yo, no habíamos tenido oportunidad de recorrer libremente cada rincón para jugar. Rápidamente, como si nada hubiese pasado el día anterior, mamá se levantó, y a pesar de que nuestro nuevo hogar era bastante más amplio que el anterior, había algo que al instante quedó en evidencia que seguiría presente. Y es que cuando se ponía en movimiento para preparar desayuno, alistarse para salir o cualquier acción venía de la mano con un ruido que inmediatamente te ponía en alerta, como si de un aviso de emboscada enemiga se tratase.

    Así, sin la necesidad de que fuera directamente a nuestro cuarto, nos dispusimos a dejar nuestras camas para iniciar una jornada donde el aroma a sorpresa y misterio se respiraba en el aire. Sin duda era un día en que todo podía suceder, pero no sin antes cumplir con la irrestricta responsabilidad de desayunar, que era mi momento favorito del día, pues mi adoración por comer yogurt con cereal me producía un regocijo[4] inexplicable, que pocas cosas en mi efímera vida hasta entonces lograban hacerme sentir de forma similar.

    Cómodamente, mamá nos vistió para prepararnos para las andanzas que aguardaban por nosotros fuera de casa, mientras ella junto con Felipe continuarían afinando detalles pendientes en el entramado de la decoración y acomodación de las cosas que componían nuestro hogar. Por lo tanto, quedaríamos en total libertad para escudriñar[5] en la naturaleza, que de ahora en adelante nos rodeaba y significaba una vista a un mundo fascinante. Animosamente nos abalanzamos sobre el mundo que aguardaba por nosotros, la curiosidad nos fue guiando hacia cada detalle que se presentaba por delante, pues cada cosa que nos rodeaba resultaba completamente nueva y atractiva. Por dicha razón, nos deteníamos en cada paso que dábamos, ya fuera para sentir el aroma del pasto, de las flores, las formas y colores de los bichos y las aves y toda cosa viviente que allí tenía lugar. Mientras recorríamos a paso lento, me detuve ante algo que jamás había visto, y que en un instante captó toda mi atención como pocas cosas lo habían hecho hasta entonces, se trataba de algo pequeño y colorido, con vida, era como ver cara a cara un arcoíris que había tomado forma y se movía libremente.

    Por consiguiente, solo pude pensar en dejarme caer sobre el pasto a contemplarla, fascinado me descubrí que era una lagartija, que dentro de mi cabeza era un arcoíris de carne y hueso. Tiempo después sabría qué tal especie se llamaba de tal forma, dado que en el momento en que la conocí, solo pude quedarme maravillado por su combinación de increíbles colores que oscilaban[6] entre verde, negro, calipso, naranja, cada color se combinaba entre si a lo largo de su delgado y delicado cuerpo. Sin embargo, una de las cosas más impresionantes de su aspecto era su impavidez[7], de la que hacía gala a través de sus negros y profundos ojos que apenas y parpadeaban, a pesar de yo estar cerca de ella, y de nuestra diferencia de tamaño, permanecía totalmente tranquila.

    Nos quedamos cerca durante un tiempo que parecía ser infinito, ella no se movía y yo tampoco, cada tanto movía ligeramente su multicolorida cola, y dejaba entrever su lengua mientras la contemplaba absorto[8]. Por la tranquilidad que desbordaba sentía que en cierta forma éramos similares, porque tanto ella como yo podíamos quedarnos en un lugar sin la necesidad de hacer o necesitar algo más, puesto que a nuestro alrededor parecía estar todo lo necesario para no recurrir a trasladarnos a otro lugar. Parecía que ambos podíamos dejarnos ahogar por un mar de etéreos[9] pensamientos, porque quizás, si podíamos compartir el carácter tranquilo, también podíamos compartir la posibilidad de desembocar en la introspección.

    En tanto, mi hermano hacia la diferencia radicalmente entre nuestras personalidades, su carácter alocado y repleto de energía derivaba en una valentía que lo disponía a interactuar con cada cosa que lo rodeaba. El peligro no existía en su sentido de la aventura, el descubrimiento y la diversión estaban por sobre cualquier cosa, siendo estos rasgos sin duda alguna los que le caracterizaban como hermano mayor. De un segundo a otro, en paralelo a mi contemplación con la lagartija, él se encontraba trepando un árbol que en un instante ya estaba en su cima haciéndolo suyo, conquistándolo como si hubiese llegado a lo más alto de una enorme montaña, y así se hacía notar en su expresión que rebosaba[10] alegría. Tan rápido como había alcanzado la cima, ya se encontraba de regreso en la superficie para seguir explorando el entorno, pero no sin antes mostrar otra de sus facetas que era encocorar[11]
    a las personas, sobre todo cuando se encontraban tranquilas o concentradas en algo. Dicha manía parecía producirle un inmenso placer que solo él entendía y reía hacia sus adentros, a su corta edad era un gastador de bromas en potencia.

    Así, como si un meteorito hubiera caído sobre nosotros, la lagartija de múltiples colores se escabulló entre la frondosidad del pasto como si estuviera aventurándose en lo profundo de una selva para no ser vista y volver a su hábitat. Sin embargo, en medio de la conmoción de la huida nos recostamos de frente sobre el pasto y nuestras miradas comenzaron a penetrar y buscar entre medio de la tierra el mundo y sus habitantes que hasta entonces era desconocido para nosotros. Allí, mientras curioseábamos incautos, rodó ante nosotros algo pequeño y oscuro, semejante a un acordeón que captó toda nuestra atención, y que a través de una mirada cómplice dejamos de manifiesto el deseo de tomar a aquel diminuto ser para estirarlo. Sin embargo, antes de que siquiera pudiésemos estirar nuestros pequeños dedos, él ya estaba extendiendo su cuerpo y mostrándose libremente, haciendo gala siete pares de patas tan delgadas como un hilo. Aquella especie tan ínfima poseía la increíble capacidad de contraerse y girar como si nada, ¡vaya cosa más increíble! pensamos hacia nuestros adentros, al son de la repetición de la secuencia que realizaba, ignorando por completo nuestra presencia como queriendo mostrar su simpatía al estirarse, y al mismo tiempo, su desdén o quizás su timidez al enrollarse.

    Un par de años después, en la escuela aprendería que aquella misteriosa especie llevaba por consenso popular el nombre de “chanchito de tierra”, o más bien su nombre real pero menos atractivo y cómico: “Oniscidea”. Otro par de años más tarde de este suceso volvería sobre el momento en que nos conocimos, para pensar en que al igual que con la lagartija, teníamos características en común, dado que ambos pretendíamos mostrar simpatía a través de la realización de una suerte de gracia. La cual a su vez, venía a ocultar y poner una coraza sobre aquello que llevamos dentro, pero que no deseamos mostrar así nada más en un primer encuentro.

    Luego de pasarnos el día navegando y adentrándonos en las profundidades del patio, el tiempo voló, y de un momento a otro se hizo presente el ocaso, que indicaba que ya era momento de guarecernos[12] de la intemperie que comenzaba a cerner[13] con el frío viento. Aquello hacía danzar las ramas de los árboles, y se colaba entre nuestras ligeras ropas haciendo tiritar nuestros frágiles cuerpos. Adentro, mamá y Felipe aguardaban por nosotros, se habían pasado gran parte del día afinando detalles de la decoración y la posición de los muebles, cambiando una y mil veces cada cosa de lugar. Todo con el fin de alcanzar una satisfacción, que tenía mucho de manía de lograr que todo luciera bien, y vaya que lo habían logrado, pues, retrotrayendo [14]
    a nuestro antiguo hogar, en este ya sentíamos un sobrecogedor ambiente, como si desde siempre hubiéramos vivido allí. Aquella noche no hicimos mayor esfuerzo, y nos dejamos estar sobre los sillones a compartir una deliciosa comida que mamá había preparado, y es que dentro de sus múltiples habilidades esta era una de las mejores. Puesto que, tenía la capacidad de transmitir un amor y dedicación inconmensurable en cada ingrediente y bocado, transformando cualquier ambiente en el más cálido que podía existir.

    Una vez satisfechos y rebosantes de felicidad, el sueño se hizo presente, había sido un largo e intenso día para todos en distintas formas y con distintas conclusiones, pero con toda seguridad, con un sentimiento compartido de satisfacción, tal cómo era el haber tenido un buen día. Casi flotando, mamá nos guío hacia nuestro nuevo cuarto que había decorado especialmente con cortinas de un acogedor color verde musgo, junto con una lampara justo en medio, funcionando como división entre nuestras camas. Además, se sumaba el amarronado color de las paredes, que no hacían más que transmitir armonía. Vaya felicidad pensé entredormido, mientras mamá nos besaba suavemente sobre nuestros cabellos para luego apagar la luz y voltearnos a dormir.

    Aquella noche en que dormíamos algo increíble sucedió, inclusive aún más que el impresionante encuentro que había tenido con la lagartija, y el hallazgo del chanchito de tierra. De pronto, en medio de la noche, aquel profundo sueño que sentía comenzó a aligerarse poco a poco, como si estuviera emergiendo desde lo profundo del océano, para salir al encuentro de algo que me llamaba desde la superficie. A causa de lo que parecía ser una melodía de múltiples susurros, que se hacían escuchar uno tras del otro, cuestión que me hacía pensar si es que estaba soñando, o mamá por alguna razón nos estaba llamando sigilosamente a través de la puerta entreabierta. Sin embargo, no era ninguna de aquellas, y en la medida que iban pasando los minutos la curiosidad iba apoderándose de mi mente, y la ansiedad por descubrir de que se trataba empezaba a esfumar todo rastro de sueño de mi cuerpo.

    Con una convicción total que invadió por completo mi pequeño cuerpo, di un salto hasta el suelo, que desde mi perspectiva, se sintió como si hubiese saltado desde la cima de una montaña en caída libre, sin importar nada más. Antes de moverme, miré hacia todos para cerciorarme de que todo estuviera en orden. Sintiéndome como si fuera un espía en medio de una misión ultrasecreta, me acerqué hacia el ventanal de nuestra habitación que conectaba hacia el patio trasero, para así desde ahí investigar de donde provenía el susurro que sonaba incesantemente, como si de una alarma defectuosa se tratara. Sin embargo, aquel sonido se volvía cada segundo más atrayente y la curiosidad me carcomía, por tanto, aun creyéndome espía, corrí un tanto la cortina para sigilosamente [15] abrir lo suficiente el ventanal para lograr salir al patio. A a esas alturas era evidente que allí, en alguna parte, aguardaba el gran misterio.

    Una vez me encontré al otro lado del ventanal, bajé unos pequeños escalones de cemento que se encontraban a los pies de este. La noche estaba particularmente helada, a pesar de que hace unos pocos días había comenzado el otoño, las temperaturas aún no descendían considerablemente. Lo cierto, es que el Cajón del Maipo era una zona que dentro de sus múltiples características, destacaba por ser un lugar frío donde el viento corría tanto como el agua por su río. Por consiguiente, otra cosa que le adhería belleza al lugar era el fulgor [16] que emitían las estrellas, que, aunque no estábamos demasiado lejos de la “ciudad”, la visibilidad del cielo cambiaba radicalmente, entregando una vista que me dejó perplejo. Luego de unos minutos, dicho placer desapareció y comencé a sentir un frío penetrante en mis pies, había salido con tanta determinación, que había olvidado cubrirlos con calcetines o pantuflas. Sin embargo, ya era demasiado tarde para arrepentirme y volver para salir otra vez, averiguar que eran los susurros valía por sobre cualquier cosa en ese momento.

    Guiándome por lo que parecía ser un llamado, comencé a avanzar en dirección hacia el cumulo de arbustos que se encontraban al final del patio, en lo que era la zona más oscura debido a la presencia de grandes árboles. A medida que me iba acercando, los susurros se fueron transformando en un sonido mucho más claro y consistente, no obstante, continuaba siendo algo completamente desconocido para mí. A esa corta altura de la vida apenas conocía el sonido de las bocinas, de la música y televisión, de los gritos del hombre que ofrecía afilar cuchillos y de los que venían por la basura. Del viento y de la lluvia, del ladrido de los perros, del maullar de los gatos y el cantar de las aves, y más recientemente, del caudal del río.

    En tanto, al cabo de unos minutos, este nuevo sonido lograba escucharse en todo su esplendor, y lo que hasta entonces era un completo enigma, ya tomaba forma de palabra, de una única, breve y consistente. En medio del absoluto silencio que rodeaba el lugar, comenzaba a distinguirse con precisión un “cricrí cricrí”, y tal como había pensado con anterioridad, el sonido era similar a un coro por la seguidilla de sonidos que se emitían coordinadamente. En tanto, me quedé pensando en que si bien ya podía oír claramente el sonido, todavía quedaba el misterio mayor: averiguar qué o quién estaba emitiéndola, por lo cual, una vez más, adoptando aquella seudo habilidad de espía. me arrodillé sobre el pasto, y suavemente comencé a correr el entramado de ramas de los arbustos, los que bloqueaban el paso para dar con mi anhelado objetivo. De esta manera, rama tras rama logré dar con lo profundo de la tierra, que luego del encuentro con el “chanchito de tierra”, para mí, aquellas profundidades eran una suerte de base o mundo de los insectos. Finalmente, en aquel mismo lugar, escondidos en la parte baja de los arbustos, se encontraban cuatro pequeños y desconocidos seres que definitivamente jamás había visto.

    A su vez, al igual que con la lagartija, los contemplé en silencio a modo de no intimidarlos, ni mucho menos interrumpirlos en lo que parecía una especie de ritual, pues allí estaban, firmemente posados sobre la tierra. De ambos seres se extendían dos largas e increíblemente delgadas antenas, que nacían entre medio de unos penetrantes ojos de un oscuro color negro, que hacia el resto de su cuerpo seguía presente, entremezclándose con un intenso rojizo. Asimismo destacaban lo que a primera vista parecían ser unas pequeñas alas, seguido de seis patas, que aunque eran pequeñas, lucían lo suficientemente fuertes como para mantenerlos rudamente erguidos. Mientras proseguían impávidos con su canto, tranquilamente me recosté sobre el pasto para contemplarlos, su coordinación era impresionante, y a esas alturas parecía un musical, similar a los que aparecían en las películas infantiles que solíamos ver cada tanto con mi hermano en VHS.

    La melodía se había vuelto tan relajante que dejé de pensar en cuánto tiempo llevaba fuera, estaba completamente inmerso e hipnotizado por la increíble habilidad de estos curiosos insectos, a tal punto de que el frío viento que agitaba los árboles y la humedad que se esparcía a lo largo y ancho del pasto pasaban totalmente inadvertidas. Aquel pequeño acto de admiración y complicidad se había vuelto realmente cálido, creando una suerte de microespacio donde no existía nada más. Así nos mantuvimos durante un tiempo incalculable, fuera de toda noción, sin embargo, había olvidado un pequeño gran detalle, la ventana de la habitación no había sido cerrada. Por lo que, el fuerte viento que hacía gala de su presencia comenzó a colarse inevitablemente, haciendo que mi hermano sucumbiera ante su debilidad por el frío, y despertara en un acto de desesperación sin entender qué estaba pasando. Rápidamente se levantó de su cama, en actitud entremezclada de furia y confusión que lo llevó directamente hacia el ventanal, percatándose inmediatamente que se encontraba abierto, derivando en algo inusual en su carácter (probablemente debido a la cólera que sentía), salió al patio para averiguar qué pasaba, lanzando preguntas hacia la oscuridad ¿quién está ahí? ¿quién está ahí? vociferaba con una convicción que lo dominaba por completo.

    A causa de mi despistado olvido, y los gritos interrogantes que hacían cada vez más eco en medio del silencio, me sacó de cuajo de la atmósfera que se había creado en aquel dichoso micro mundo, donde tanto los misteriosos insectos como yo reaccionamos impulsivamente. Ellos se escondieron en lo que parecía ser su guarida bajo tierra, mientras que por mi parte me dirigí a toda velocidad adónde se encontraba mi hermano, para así calmar la situación y volver a nuestra habitación.

    –– ¿Qué estabas haciendo ahí fuera? –– preguntó Luciano con extrañeza.

    –– Nada importante, por la mañana te lo contaré– respondí, mientras trataba de procesar lo que había pasado antes de caer en un profundo sueño. Después de todo, situaciones tan emocionantes generaban una sensación de cansancio más agradable que cualquier otra.

    Al regresar a dormir, el reciente acontecimiento influyó en mis sueños, soñando algo completamente fantástico: en el sueño, los insectos cantores (numerosamente) venían por mi hasta la habitación, levantándome sobre sus espaldas y emprendiendo un alucinante vuelo hacia el exterior. Allí volvían a recostarme sobre el pasto, e inmediatamente se ponían en posición de cantar otra vez bajo las estrellas, que hacían una suerte de juego de luces simulando un escenario, ellos eran los artistas y yo el espectador. Por la mañana desperté con una sensación de felicidad que recorría todo mi cuerpo, animado me levanté y corrí hasta la cocina donde estaba mamá y Felipe preparando el desayuno. Al verlos, sentí unas ganas incontenibles de relatarles lo que había experimentado anoche, pues seguramente sabrían explicarme qué es lo que había pasado, y, sobre todo, enseñarme qué eran aquellos increíbles insectos que me habían maravillado con su cantar.

    –– ¡Mamá! ¡Felipe! –– grité desmesuradamente, e inmediatamente se voltearon a verme con sorpresa.

    –– ¿Qué pasa Martino? –– preguntaron al unísono.

    –– No van a creer lo que me ocurrió anoche mientras dormía –– respondí con una expresión digna de haber experimentado algo impresionante.

    –– ¿Qué ocurrió? ¿Viste ovnis? ¿Tuviste una pesadilla? –– preguntaba Felipe en tono cómico.

    –– No no, nada de eso, pongan atención, les contaré cada detalle de principio a fin–– dije con total determinación como si estuviera a punto de dar un discurso importantísimo.

    –– Miren, cuando mamá nos fue a acostar a Luciano y a mí, nos dormimos al instante a causa del largo y agitado día que todos tuvimos en diferentes maneras, por tanto, el cansancio era profundo, y la calidez de la cama parecía absorberme por completo. Sin embargo, luego de un rato, no sé cuánto exactamente, comencé a escuchar lo que en primera instancia parecían unos susurros, y seguidamente pensé que se trataba de mamá que había olvidado decirnos algo o qué sé yo. No obstante, no se trataba de eso, y los susurros no cesaban, por lo que me envalentoné y raudo salí de mi cama, abrí el ventanal, y sin importar más y salí de golpe al patio. En donde aquel misterioso sonido se escuchaba más fuerte y cercano, así que simplemente recorrí el patio hacia donde creía que provenía el asunto a averiguar.

    Luego de unos minutos llegué hasta el final del patio, ya saben, donde está el cumulo de arbustos topando con las murallas. Ahí, a medida que me acercaba, los susurros fueron adquiriendo cada segundo un sonido más claro, pero aún, y hasta ahora, desconocido para mí, debido a que jamás había escuchado tal cosa como aquel “cricrí cricrí” que parecía nacer desde los arbustos, ¿será que las hojas están cantando? pensé en mi inocencia. Sin embargo, al percatarme que no era tal cosa, me arrodillé y comencé a escudriñar entre el entramado de los arbustos, hasta que logré dar con el origen de la singular melodía.

    –– ¡Y NO VAN A CREER LO QUE HABÍA ALLÍ! –– exclamé emocionadamente como si hubiera descubierto un increíble misterio de la humanidad.

    –– ¡¿QUÉ HABÍA?! –– me respondieron en el mismo tono siguiéndome el juego por la atmósfera que había instalado con mi relato.

    –– Pues, verán, fue algo sorprendente… como les decía, a medida que fui removiendo los arbustos, me encontré con estos increíbles insectos que eran realmente pequeños, pero poseían esta increíble capacidad de emitir este sonido, con una potencia que se escuchaba hasta nuestra habitación aún con las ventanas cerradas. Estos insectos, que quizás ustedes han de conocerlos, eran de un intenso color negro entremezclado con rojo, tenían 6 patas que lucían sumamente fuertes, al igual que su profunda y oscura mirada, y además ¡tenían alas! y también dos antenas que nacían de entre medio de sus ojos. Una vez que logré dilucidarlos me quedé a contemplarlos, porque, saben, ellos ni siquiera se inmutaron ante mi presencia, casi como si quisieran que los escuchara porque estaban cantando para mí, o quizás su concentración era tal, que hicieron caso omiso a mi presencia ––.

    –– Ajá, ya veo, con qué de eso se trataba, qué increíble historia–– respondió Felipe una vez que finalicé mi relato.

    –– Bueno, verás, lo que viste anoche sin duda debió ser una experiencia alucinante, sobre todo a tu corta edad, donde hay un sinnúmero de cosas que vas descubriendo y captan tu atención a un nivel alucinante. Esa capacidad de asombro es algo realmente valioso –– agregó mamá.

    –– Entonces, ¿qué fue lo que vi anoche? –– repliqué, desbordando curiosidad en mis ojos.

    –– Lo que viste anoche era nada más ni nada menos qué… ¡chananan! ¡GRILLOS! –– contestó Felipe.

    –– ¿grillos? –– pensé, en actitud de no entender del todo.

    –– Así es hijo, grillos, pequeños insectos que cantan por la noche, y que generalmente se encuentran en lugares rurales como este ––. agregó mamá como observación al respecto.

    –– ¡Ajá!, con que de eso se trata, ahora me hace mayor sentido lo ocurrido–– indiqué animosamente, y con aquél mismo impulso pregunté –– pero ¿qué más hay sobre los grillos? –– . lancé inmediatamente para que el tema continuará en discusión.

    –– Ah, bueno, sobre eso hay muchas cosas interesantes, y ya que preguntas, aprovecha de ir a buscar a tu hermano, de tal manera que ambos aprendan al respecto –– propuso alegremente Felipe.

    Con una sonrisa que recorría todo mi rostro, fui a toda velocidad a buscar a mi hermano a la habitación, quién ya se encontraba despierto, y como si un suceso extraordinario estuviera a punto de suceder, lo arengué para que fuéramos de inmediato a la cocina. Confundido por la inusitada motivación con la que había aparecido, Luciano no tuvo más opción que seguirme en lo que parecía ser una breve, pero emocionante odisea desde nuestra habitación hasta la cocina.

    –– ¡Muy bien! ¡aquí estamos! –– exclamé con un tono ansioso porque comenzara el aprendizaje.

    –– Genial, entonces, veamos… como tú bien nos relataste en un principio, los grillos son insectos pequeños de color negro y entremezclado con rojo, cuentan con pequeñas alas como también con dos antenas y oscuros ojos al igual que el resto de su cuerpo, y habitan en pequeñas “cuevas” o huecos que ellos mismos excavan. Asimismo, también hay grillos que son de color verde… –– Explicó Felipe amablemente.

    –– ¡¿VERDES?! –– interrumpí en un exabrupto inesperado.

    –– Jajaja… así es, verdes… como también los hay de tonalidades café, pero los más increíbles, aunque en nuestro país creo que no hay, son los grillos multicolor, los cuales parecen verdaderos arcoíris andantes. Ahora bien, como datos curiosos, han de saber, sobre todo tú, Martino, que oíste su canto, que a través de él tienen la increíble habilidad de medir la temperatura, pues son incapaces de regular la de su cuerpo. A su vez, su canto también cuenta con otras dos características u objetivos interesantes, que son cantar para atraer a las hembras como también para señalar sus territorios. Además, cantar lo hacen los grillos más fuertes, así que con toda seguridad los grillos que conociste eran muy fuertes; mientras que, en contraposición, los grillos más “débiles” simplemente se perfuman.

    Como última cosa, datos aún más curiosos sobre los grillos relatan que, los pueblos celtas que habitaron zonas de Europa concebían a estos insectos como familiares que alguna vez habitaron las casas que visitaban. Además, aún más lejos de nuestra tierra, en la antigua China se daba la costumbre dentro de las dinastías, de encerrar a los grillos dentro de pequeñas jaulas de oro que eran puestas a un costado de la cama con el fin de escuchar su canto toda la noche, de tal manera de conciliar armoniosamente el sueño. –– concluyó Felipe, que luego de haberse explayado al entregar tanta información lucía notoriamente con falta de aire.

    Impresionante, pensé hacia mis adentros, todo lo que Felipe nos había enseñado sobre los grillos me había parecido sencillamente increíble, cada detalle que iba relatando me enloquecía de emoción, no podía creer que un insecto tan pequeño tuviera tantas habilidades y curiosidades, que fuera capaz de tantas cosas. Sin duda el mundo y las cosas que en el existían eran realmente asombrosas; sorprendidos lucíamos Luciano y yo, pensando probablemente en todos los misterios que aguardaban afuera, y toda la vida que restaba por delante para conocerlos o descubrirlos.

    Luego de un rato, una vez que aflojó la inconmensurable emoción que se había apoderado de nosotros por lo aprendido, nos dispusimos a desayunar bajo un ambiente animado, afuera el sol brillaba y ya se oía el cantar de las aves, junto a su revoloteo sobre las ramas de los árboles que rodeaban nuestro hogar. Mientras tanto, en medio de la conversación surgió la idea de ir por la tarde a recorrer los alrededores de la zona, dado que, del ínfimo tiempo que llevábamos ahí, apenas conocíamos el camino a casa y lo que alcanzaba a ver nuestra vista un poco más allá. En consecuencia, acordamos que bordearíamos un río llamado “río Colorado”, el cual se encontraba a unos cuantos kilómetros más arriba de nuestra casa, y mamá solía ir con sus hermanos y amigos a acampar y disfrutar del lugar, así que sería un paseo con características especiales.

    Cerca de las 15:30 horas, habiéndonos repuesto lo suficiente del contundente almuerzo nos preparamos para salir, iríamos en el auto de mamá por la distancia que existía, ir caminando implicaba a lo menos unas dos horas y el tiempo apremiaba inquisitivamente. Además, iríamos con bocadillos y bebestibles, por eso era importante llevarlos de manera segura para que no se estropearan. Luego de unos 25-30 minutos ya nos encontrábamos cerca del lugar, para ingresar había que pasar por un camino pedregoso que se encontraba paralelo a los pies de una montaña. Mientras que, por el otro costado, había una suerte de pendiente con distintos caminos, que al descender permitían llegar a una superficie segura que dejaba de cara al río. Al llegar, mamá dejó el auto a un lado sin mayor preocupación, debido a que el lugar en sí no solía ser muy concurrido, por lo que no era necesario ser demasiado estricto con las “normas” sociales del cuidado de lo personal, más bien se respiraba cierta libertad.

    El camino para llegar hasta abajo era inclinado, y a simple viste lucía resbaloso por la tierra suave y el sinfín de pequeñas piedras que lo adornaban, así que para prevenir cualquier peligro Felipe me posó sobre sus hombros, desde donde gracias a su altura podía observar de forma panorámica el increíble lugar que nos rodeaba. En tanto, mamá tomó de la mano a Luciano y así bajamos a paso lento por el camino, que, por cierto, se asemejaba a una especie de túnel formado por árboles. Con sus largas ramas y crecidas hojas que de ellas se desprendían, adquirían la forma de un arco que lograba cubrir la travesía por completo con su sombra. Al llegar abajo, aguardaba una amplia superficie de tierra cubierta por un verdoso pasto, que probablemente debía sus características a la presencia del imponente río que corría libre y fuertemente a un costado suyo. Allí, extendimos un gran chal sobre el pasto que venía a actuar como un mantel, donde posamos los bocadillos y bebestibles que habíamos traído dentro de unas antiguas canastas de mimbre, que mamá había heredado de la abuela.

    Con todo dispuesto, nos aventuramos a recorrer el lugar bordeando el río, había un camino medianamente largo abrazado por la sombra, el cual permitía sortear los últimos rezagos del calor veraniego, que se resistía a desaparecer frente a la llegada del otoño que hacía de antesala para el frío invernal. En medio de la caminata, nuestro asombro crecía a cada instante, el entorno que nos rodeaba era sorprendente, múltiples tipos de plantas con diversas formas, tamaños y colores que crecían bajo el vasto manto de árboles, lo cual nos hacía detenernos constantemente para observar de más cerca y sentir sus diferentes aromas. Paralelamente, mamá relataba historias de su adolescencia de cuando solía venir aquí junto con algunos de sus 6 hermanos y amigos, con quienes pasaban horas y horas disfrutando del lugar e incluso se quedaban a acampar. En dicho sentido, mamá tenía una impresionante capacidad para contar historias y diversas situaciones con gran histrionismo, razón por la que escucharla relatar solía ser una instancia sumamente divertida, en donde las carcajadas inundaban el entorno y alegraban profundamente a quienes la rodeaban.

    Luego de recorrer largamente hacia arriba y abajo, retornamos al punto de reunión que habíamos establecido en un principio. Al llegar, nos sentamos tranquilamente, y comenzamos a sacar los deliciosos bocadillos que había preparado mamá junto con los bebestibles, de tal manera de aprovechar el atardecer que comenzaba a presenciarse a través la sombra, que se volvía más penetrante y se entremezclaba con tonalidades naranja, rojo, verde y diferentes colores que se desprendían de la vegetación que nos rodeaba. A la par, Felipe, quien era un aficionado por la música, comenzó a tocar su guitarra y tocar canciones que se compenetraban a la perfección con el ambiente, mientras nosotros aplaudíamos y coreábamos animosamente las letras.

    Al rato después, a poco de que el sol se escondiera y la luz escaseara, nos preparamos para regresar al auto y volver a casa, sin duda había sido un día increíble de principio a fin, habíamos aprendido un montón sobre los grillos, como también conocido este maravilloso lugar, al que definitivamente regresaríamos por más aventuras. De camino a casa, mi hermano y yo nos desplomamos en los asientos traseros, dejándonos caer el uno sobre el otro, la caminata que habíamos emprendido recorriendo el río había surgido efecto, haciendo inevitable que nos durmiéramos profundamente. Así, al llegar, mamá y Felipe nos tomaron suavemente en brazos y nos llevaron hasta nuestra habitación, aprovechando el impulso de nuestro cansancio nos dejaron dormir, para que así ellos también pudiesen tener tiempo libre de preocupaciones para compartir entre sí.

    El tiempo pasó, y cada día era un vaivén de emociones, descubrimientos, aventuras y aprendizajes a medida que nos íbamos internando en todo lo que nos rodeaba, ya fuera por nuestra propia cuenta o también por infaltables salidas familiares, que siempre estaban llenas de grandes momentos de alegría y diversión. Vivir en este lugar era un verdadero placer, la tranquilidad que entregaba no tenía comparación alguna, el silencio que abundaba y que se veía adornado por el cantar de las aves amenizaba todo, más aún con los colores que adquiría toda la naturaleza que nos rodeaba cuando el otoño entraba en su apogeo. Asimismo, la lluvia torrencial que se deslizaba sobre la tierra y los caminos, formando improvisados riachuelos era espectacular, y aquel petricor que emergía de ahí era el mejor que habíamos sentido hasta entonces, como también el aroma de aquellas acogedoras comidas que preparaba mamá. En tanto, la primavera hacía gala de su llegada, con su sinfín de colores que reavivaban por completo a la naturaleza, el sol volvía a brillar y a medida que se acercaba el verano, se hacía más intenso, entonces podíamos disfrutar del agua de los ríos que daban vida a la zona.

    Una mañana otoñal, época en la que nuestra nueva historia había comenzado, se volvía a escribir entre sus páginas un acontecimiento que llegaría a revolucionar nuestras vidas para siempre. Aquel día, habíamos despertado bajo un inusual escándalo, pensando que algo terrible había pasado, dado que mamá y Felipe se encontraban librando gritos por toda la casa. Al instante, los gritos nos despertaron sorprendiéndonos, puesto que, el único ruido que se escuchaba normalmente era mamá, quien tenía un profundo y obsesivo placer por “dar vuelta” la casa para dejarla como nueva, por lo que en primera instancia pensamos que se trataría de eso. Sin embargo, al salir de nuestra habitación, y encontrarnos cara a cara con ambos en el pasillo, nos tomaron a cada uno en sus brazos, alzándonos a tal altura como si fueran a lanzarnos fuera del planeta. Desde allí, pudimos ver que en sus rostros se dibujaba una sonrisa gigantesca que desbordaba alegría y nerviosismo, entonces, haciendo un ademán de agitación, ambos al unísono nos miraron con sus ojos destellantes, y con una emoción que no daba más nos dijeron: ¡TENDRÁN UNA HERMANA!

    CAPÍTULO III: Bienvenida y despedida

    Durante un rato Luciano y yo estuvimos estupefactos, la noticia nos había sorprendido por completo, y a nuestra corta edad no sabíamos muy cómo reaccionar, por lo tanto, era de suponer que ante la magnitud de tal anuncio nos invadiera una sensación con sabor a confusión y alegría. “Tener una hermana”, pensaba mientras nos reincorporábamos a la superficie, ¿cómo una hermana? ¿de dónde saldría o vendría? Dentro de mi hasta entonces breve existencia desconocía el proceso o la forma bajo la cual las personas llegaban al mundo, en mi imaginación creía quienes eran grandes, como mamá y Felipe lo eran desde siempre, y quienes éramos pequeños como mi hermano y yo, también. Por tal razón, durante todo aquel día estuve pensando en la llegada de mi hermana, de si llegaría mañana o quizás pasado, habría que ir por ella o alguien la traería hasta nosotros. Me encontraba en un mar de confusiones.

    En tanto, mamá y Felipe irradiaban alegría como nunca e iban de aquí para allá, abrazándose y besándose, saltando el uno sobre el otro soltando carcajadas que sonaban tan fuerte como cual cascada golpeando rocas. Por su parte, mi hermano también participaba de la dinámica con toda naturalidad, al parecer él había logrado entender la noticia, o tal vez conocía mejor que yo lo que para mí eran secretos de la vida y eso le había permitido alegrarse en un 100% sin dubitación [1].

    Al caer la noche continuaba asaltado por las dudas, no había manera en que dejara de pensar en lo que se avecinaba, era un suceso realmente extraordinario, tanto que no sabía cómo expresarlo en palabras para contárselo a mamá, de tal manera que apaciguara las aguas que corrían dentro de mí. A la vez, además de mi carácter inalterable digno de una piedra, el cual no permitía que diera señales de que algo me estaba ocurriendo también era sumamente introvertido, por lo que, aún si dentro de mi cabeza lograba articular un diálogo no era capaz de llevarlo a la realidad. La timidez, sin importar qué, podía más. En consecuencia, sin novedades llegó la hora de dormir, entre tantas emociones y movimientos de aquí para allá el día se había ido como agua entre los dedos, por lo que, probablemente todos estábamos atravesados por distintas sensaciones que no habían tenido tiempo de aflojarse.

    Temprano por la mañana los ruidos no se hicieron esperar, si el día anterior había sido una montaña rusa para hoy ya se vaticinaba algo de mayores proporciones. Apenas estábamos incorporándonos con Luciano a los primeros rayos de sol que comenzaban a penetrar por entre medio de las cortinas, cuando sin aviso alguno mamá entró a nuestra habitación reflejando una emoción similar a la de ayer, como si no pudiera aguantar ni un segundo más para decir lo que parecía estar asfixiándola. Ante tal reacción, en cuestión de segundos pensé “¿será que ya llegó nuestra hermana?” “¿iremos a conocerla?” “¿nos la va a presentar?”, y es que tales preguntas dentro de mi inocencia no sonaban para nada descabelladas. Todo lo contrario, eran situaciones que podían ser perfectamente reales, lo cual en parte se debía a una temprana ansiedad que me hacía imaginar múltiples escenarios o posibilidades en que todo podía ocurrir. No obstante, de todas las cosas que imaginé en esa fracción de segundos ninguna estaba siquiera cerca de la realidad, y es que mamá rápidamente se encargó de confirmarlo al contarnos que debíamos prepararnos porqué hoy vendrían Carmen y Ricardo, que eran la madre y el padre de Felipe, los cuales a esas alturas eran una especie de abuelos para mi hermano y yo. Además, prontamente comenzaríamos a asistir a un jardín infantil del cual la abuela Carmen era dueña.

    El tiempo apremiaba y la característica ansiedad de mamá por anticiparse a los hechos aún más, por lo que en cuestión de minutos Luciano y yo nos encontrábamos terminando el desayuno con mamá alentándonos como si se tratara de algo de vida o muerte. Al instante de haber dado el último bocado, Felipe nos tomó en un brazo a cada uno como cuáles bolsas y fuimos dejados en el patio bajo el sol otoñal que aún daba sus últimas señales veraniegas. Mientras tanto, mamá se preparaba para “dar vuelta” la casa, casi como si nuevamente nos fuésemos a mudar. No obstante, no era más que señal de su inagotable energía como también de su sinfín de características, donde probablemente la reinante era el orden de la casa, más aún cuando venían personas a visitarnos, en tal caso era esencial la buena presentación, lo cual se podía entender como una muestra de respeto y educación. Tiempo después, aquella manía se nos traspasaría inevitablemente, como si hubiesen implantado algo dentro de nosotros tres.

    Cerca del mediodía, y luego de haber estado cerca de dos horas en el patio hurgueteando entre medio de los arbustos en busca de nuevos insectos en su vasto mundo. Allí, nos entretuvimos largo rato observando como las hormigas se movían en fila trasladando sus alimentos mientras mantenían una perfecta sincronía en su marcha, ante la cual se nos figuraban como si fueran un largo tren que recorría las ciudades en las cuales ellas y otras especies habitaban en medio de la naturaleza. Ante eso, ambos concordamos en la idea de que cuando caminábamos sobre la tierra podíamos estar causándoles algún daño al comparar la diferencia entre nuestros tamaños. Por tal razón, decidimos apostarnos en medio del pasto simulando ser dos plantas que estaban ahí simplemente recibiendo los rayos de sol como si nada más ocurriera alrededor.

    Al rato después, mientras aún permanecíamos impávidos, apareció Felipe para entrarnos nuevamente a casa, lo cual fue una suerte de salvación, pues a esas alturas del juego estábamos a poco de ceder ante el calor del sol, sin embargo, aquella culpa que nos habíamos creado nos imposibilitaba el movernos de ahí, era todo o nada. Por suerte, una vez dentro Felipe nos dio un refrescante baño mientras mamá afinaba los últimos detalles, la inviolable ley de comenzar a almorzar no más allá de las 14:00 horas comenzaba a copar el ambiente, dando la señal de que prontamente los padres de Felipe llegarían a nuestra casa para celebrar la llegada de nuestra hermana, cosa que para mí aún continuaba siendo un completo misterio. A eso de las 13:30 horas sonó la puerta, rápidamente mamá y Felipe nos tomaron de las manos, y en un santiamén nos encontramos en una suerte de posición especial que al parecer se utilizaba cuando llegaban invitados, la cual consistía en situarnos delante de las piernas de ambos y quedarnos allí a esperar a recibir los saludos.

    Por su parte, Carmen y Ricardo lucían como personas buenas, ella era una mujer sumamente dulce y amable, lo cual se hacía notar mediante su forma de ser y en actos tan cotidianos como lo era el saludar, cuestión que hacía con gran cariño como si hubiera pasado una infinidad de tiempo desde la última vez que se vio con alguien. Por lo tanto, tenerla cerca resultaba realmente acogedor, su carácter sin ninguna duda reflejaba el de una abuela como aquellas que solían aparecer en las películas. En tanto, Ricardo, era un hombre que parecía reflejar un carácter más áspero o reservado, lo cual podía dar a entender que era diametralmente distinto a Carmen, sin embargo, se sabía cariñoso y lo demostraba a su manera, por lo que entre sí parecían ser un buen complemento, o al menos eso percibía desde mi pequeña perspectiva. A su vez, en términos de carácter Felipe se mostraba más similar a su madre, ambos eran cariñosos y alegres sin disimulación alguna y la cercanía natural entre ambos era evidente ante los ojos de cualquiera que los observara.

    Así, mientras Luciano y yo permanecíamos en posición, mamá extendió un brazo para abrir la puerta, y en cuestión de segundos nuestra postura especial se desarmó, pues la abuela Carmen se abalanzó entre los brazos de mamá y Felipe desatando una alegría que parecía acumulada desde hace días. En tanto, el abuelo Ricardo la seguía por un costado y se agachó a saludarnos con un fraterno abrazo con el que logró acobijarnos a ambos sin mayor esfuerzo, dando cuenta del cariño natural que había de por medio en la familia que venía formándose desde hace ya tiempo. Luego, cambiaron de posiciones y repitieron a la perfección la acción que el otro había ejecutado anteriormente, recibiendo así una especie de bomba de amor y cariño que aparentemente había estallado en el momento preciso.

    Luego de las afectuosas formalidades nos dirigimos al comedor para almorzar, mamá había pasado gran parte de la noche anterior y de la mañana preparando toda la comida, de tal manera que esta estuviera a la altura de la importancia de la celebración que nos convocaba aquel día. Cómo solía ser, mamá desplegó sus habilidades culinarias al máximo en cada preparación que hizo, desde las ensaladas, los platillos formalmente como también en los postres, en donde cada bocado se desbordaba el amor que tanto le gustaba reflejar en sus preparaciones. Por tanto, ella entendía que la cocina era una entre mil maneras de demostrar cariño hacia las personas, pero sin duda, era una de sus maneras favoritas.

    Mientras comíamos, la conversación se inclinaba constantemente hacia la ansiada llegada de nuestra hermana, las preguntas y felicitaciones iban y venían como también las risas que denotaban una alegría inconmensurable. Entre medio de todo aquél extasiante diálogo surgió una pregunta de parte de la abuela Carmen, la cual probablemente desde que había adquirido consciencia hasta aquel preciso instante era la que más desconcierto me había causado, sus interrogatorias palabras resultaron totalmente desconocidas para mí.

    –– ¿Cómo te has sentido con el embarazo? ¿ha habido malestares? –– lanzó directamente la abuela Carmen.

    –– Jajaja… pues, no mucho, a decir verdad, nada nuevo que no haya experimentado antes, pero aún queda un largo camino por recorrer –– respondió mamá con un tono con sabor a alegría y rendición.

    ¿Un embarazo? ¿qué es eso? Pensaba mientras una avalancha de otras preguntas chocaba entre sí dentro de mi cabeza, ¿qué sería eso? ¿embarazo era una persona? Quizás la encargada de traer a nuestra hermana pensé, o quizás un trámite, palabra que siempre usaba mamá para describir sus quehaceres al salir de casa, por lo que yo la conocía a la perfección y estuve convencido varios minutos en que se trataba de eso, pues ella solía volver disgustada y vociferando que los trámites siempre eran lentos y había que esperar demasiado. Sin embargo, aquel asalto de dudas se vio resuelto unos minutos después, dado que a diferencia de otras ocasiones en donde lograba disimular a la perfección mis emociones, esta vez la perplejidad se había apoderado de mí notoriamente.

    En consecuencia, las miradas de mamá y la abuela Carmen se posaron al instante sobre mí, demostrando en sus ojos una absoluta y cómica determinación a calmar mi estado de ánimo, sobre el cual sin que yo dijera nada ya sospechaban con precisión de qué se trataba, era evidente.

    –– ¡Cierto!, por poco y lo olvido, aún eres muy pequeño para saber qué significa un embarazo, se había escapado ese pequeño gran detalle –– dijeron una detrás de la otra.

    –– Entonces, te explicaré, porque he de imaginar que por tu incontenible reacción están pasando miles de cosas por tu cabeza. Bueno, verás, tú con tu hermano nacieron de mí, crecieron un tiempo, 9 meses para ser exacta, dentro de mí y luego salieron al mundo, que es el momento exacto en que ambos nacieron. Para que lo entiendas, en cierta forma es cómo cuando los árboles dan frutas, en ese caso yo sería el árbol y ustedes serían las frutas, pues se forman desde mí y luego se desprenden de la misma manera. Por lo tanto, de igual forma ocurrirá con tu hermana. ––

    Mi sorpresa ante tal revelación fue mayúscula, si bien lo que mamá me había explicado parecía bastante “claro”, el problema residía en que todo lo que creía hasta entonces comenzaría a desmoronarse, todas aquellas teorías y fantasías que habitaban en mi imaginación ya no estarían más.

    Las cosas desde aquel instante dieron un giro radical, pasé vario días dándole vueltas a lo que había aprendido buscando asimilarlo y desprenderme de la loca idea de que habíamos caído del cielo o salido debajo de la tierra, o que mi hermana nos sería entregada por alguien más. Además, aquella comparación que mamá había hecho con los árboles y las frutas no la había entendido del todo, dado que de entre todas las cosas que había aprendido en mis casi 5 años de vida era que los árboles y las plantas crecían a medida que los regaban. Por lo tanto, al contemplar dicho aspecto pensé al instante ¿entonces será que mamá también se ha estado regando? ¿será que Felipe es el encargado de regarla y por eso él era el padre? Las dudas volvían a revolotear dentro de mi cabeza y la confusión tomaba aún más fuerza que en un principio.

    Aquellas dudas que parecían cientos de miles de pájaros volando dentro de mi cabeza se fueron disipando con el pasar de las horas, el ambiente alegre en casa cooperaba favorablemente hacia mí, puesto que una vez terminado el almuerzo se terminaron las formalidades propias de este por el simple hecho de trasladarnos al living. Tal espacio había sido armado por mamá de tal manera que quienes estuvieran allí se sintieran relajados y alegres a la vez. Había dispuesto dos grandes sillones que se miraban entre sí, mientras que en medio había una mesa redonda de pequeña altura, y a su alrededor había cómodos cojines para posarse sobre ellos, lo cual era sumamente acogedor gracias a una gran y felpuda alfombra que abrazaba todo el espacio. Además, estando ahí mamá continuó enterneciéndonos, ya eran alrededor de las 16:00 horas, por lo que era tiempo de comer algo más, y ahí hizo su flamante aparición con deliciosos dulces y pastelillos dejándonos completamente embelesados[2].

    Mientras comíamos nuevamente, la abuela Carmen relataba que a contar de la próxima semana finalmente ya podríamos asistir al jardín, dado que este se encontraba en su etapa final de reparaciones y remodelación, por lo que sin falta estaría todo listo y dispuesto para recibirnos. Además, el que comenzáramos a asistir ayudaría a mamá a estar más tranquila según comentaban entre ellos, los adultos, pues pasaríamos gran parte del día allá, por lo que según ella podría estar tranquilamente en casa mientras en paralelo Felipe trabajaba con su padre. Asimismo, en medio de la diversa conversación comenzaron a bromear respecto a que nombre llevaría nuestra hermana, instancia en la que surgieron todo tipo de irreverentes y cómicas propuestas que cruzaban nombres de distinto origen. Al parecer, había una especie de fascinación por nombres peculiares, después de todo el nombre de mi hermano era Luciano y el mío era Martino, y hasta entonces, no habíamos sabido de otras personas que llevaran nuestros mismos nombres. Además, no poseíamos otro, por lo cual cuando desconocidos se enteraban sobre estas curiosidades se sorprendían doblemente.

    Ante aquel misterio, mamá contó que era una suerte de tradición que provenía desde sus padres, puesto que tanto a ella como a sus 4 hermanos y hermana no les habían puesto segundo nombre, pues consideraban que no tenía sentido hacerlo al evidenciar que nadie te llamaba por este. Por lo tanto, mamá había decidido continuar con esa vieja costumbre, la cual tiempo después, a medida que íbamos creciendo cobraría mayor sentido.

    Junto con el inicio de la semana también daría comienzo, al fin, de una nueva aventura para Luciano y yo, el momento de asistir al jardín había llegado y la emoción de dicho suceso nos había hecho despertarnos anticipada y enérgicamente, la idea de poder pasar nuestro día a día en un lugar diferente nos tenía muy ansiosos, sumado a que compartiríamos con otros niños y niñas. En cierta forma, probablemente ese factor era el más relevante, dado que desde que habíamos llegado a vivir al Cajón del Maipo la mayor parte del tiempo la pasábamos compartiendo entre nosotros dos, con mamá y Felipe como también con nuestros primos y primas, por lo que tener la oportunidad de conocer personas nuevas resultaba realmente misterioso y emocionante.

    Aquella mañana mamá nos llevó hasta el ansiado jardín, el cual no quedaba demasiado lejos de casa. Al llegar, nos llevamos una gran sorpresa, el lugar era realmente alegre y acogedor, estaba situado al fondo de un camino de tierra ensombrecido por la presencia de numerosos árboles que adornaban el entorno de la ruta. Ahí, justo al final se vislumbraba un portón de madera de diversos colores que simulaban los del arcoíris, mientras que al entrar al lugar propiamente tal el pasto cubría toda la superficie, sobre la cual se observaban diferentes juegos como resbalines, columpios, como también aquel adrenalínico juego giratorio entre otros. En tanto, el jardín propiamente tal se asemejaba bastante a una casa, estaba hecha de madera y coloreada con verde y rojo, dándole un aspecto que armonizaba a la perfección con el entorno natural. Allí, la abuela Carmen se encargaba de administrar todo, como también de asegurarse de que, quienes en aquel entonces llamábamos “tías del jardín” cumplieran adecuadamente con su labor y se desarrollara un buen trato hacia los niños y niñas que asistíamos diariamente.

    Los días en el jardín pasaron rápida y felizmente, con toda seguridad eso se debió a la inagotable diversión que experimentábamos desde que poníamos un pie dentro hasta que mamá o Felipe pasaban por nosotros poco después de las 15:00 horas. Estando ahí, además de la infinita entretención también aprendimos cosas que hasta entonces ignorábamos, descubrimos los nombres de nuevos colores que escapaban de los que solíamos ver. Supimos que existían extraños nombres para ellos como púrpura, violeta o también calipso, como también aprendimos sobre las letras y palabras, insectos y animales, respeto y afecto, amistad y solidaridad, empatía y compañerismo. Paralelamente a nuestra odisea en el jardín, mamá al tiempo después dejó de ir al trabajo, dado que al parecer su embarazo requería mayor cuidado y lo más apropiado era que pasara mayor tiempo en casa para que todo saliera bien. No obstante, la abrasadora energía de la que hacía gala no era una muy buena combinación con las recomendaciones del proceso, puesto que a pesar de permanecer en casa lo que menos hacía, o más bien lograba, era estar tranquila, la necesidad de estar ocupada en algo que requiriera esfuerzo parecía ser ineludible.

    Junto con el paso del tiempo la “guata” de mamá se fue inflando poco a poco adquiriendo la forma de un globo que parecía que al más mínimo roce podía estallar, por lo que cada vez que se acercaba procuraba ser lo más cuidadoso posible con ella, dado que en mi cabeza imaginaba qué con un abrazo o si me abalanzaba sobre su cuerpo podía reventar y a saber qué ocurriría con mi hermana que se encontraba dentro. A la vez, por aquellos días volvió a mi memoria la explicación que mamá me había dado meses atrás sobre lo que era el embarazo y la gran comparación con los árboles y las frutas. Ante esto, viendo la situación actual de su cuerpo comencé a concluir que Felipe realmente se había estado esforzando en regar y cuidar diariamente a mamá para que todo fuera bien, de tal manera que al momento en que mi hermana se desprendiera lo hiciera fuerte y sanamente como solía ver caer las manzanas de los árboles sobre nuestro patio.

    La hilarante imaginación había vuelto a formar parte de mi en las instancias finales del embarazo, y solo varios años después entendería lo absurdamente cómico que había sido pensar en todas esas situaciones increíbles que se apoderaban a diario de mí, y que, por cierto, no me animaba lo suficiente como para averiguar si las cosas eran realmente como se figuraban en mi mente, que por lo demás, a pesar de todo, resultaba en una divertida complacencia de lo imaginario. Así, los días pasaron y a mamá cada vez le costaba más trabajo poder dar rienda suelta a su infinita fuente de energía, por lo que pasaba más tiempo descansando y Felipe junto con nuestros familiares se hacían cargo de todo lo necesario con el fin de que hiciera el menor esfuerzo posible de cara a la instancia decisiva que estaba muy pronta a llegar.

    Finalmente, bajo un imprevisto absoluto mi hermano y yo despertamos de golpe como hace muchísimo tiempo no ocurría, aquel miércoles por la mañana se escuchó un grito ensordecedor que envolvió la casa por completo, y con toda seguridad las aves que solían posarse sobre el techo y los árboles cada mañana habían volado a causa de la gran impresión. En tanto, Luciano y yo hicimos lo propio y ante la sorpresa que nos había causado el grito salimos de inmediato de la habitación para averiguar qué pasaba, y allí al fondo del pasillo vimos a Felipe tomándose la cabeza y dando vueltas en círculo aparentando no saber qué hacer mientras una sonrisa que desbordaba nerviosismo y alegría se dibujaba en su rostro. Al observar tan cómica situación comenzamos a reír al unísono y nos preguntábamos entre nosotros en voz alta qué estaba ocurriendo, por qué se estaba comportando así, ¿es qué acaso se había golpeado el dedo meñique del pie con la punta de la cama? Tal explicación parecía ser la más factible ante tan extraña reacción que teníamos frente a nosotros. Al darse cuenta de que estábamos allí, el extraño comportamiento de Felipe aumentó aún más y su felicidad se le salía por los poros de tal manera que parecía incluso apropiarse de nosotros que nos reíamos cada vez más sin poco y nada entender de la situación.

    Sin embargo, el irreverente momento se vio silenciado por unos gritos de mamá que comenzaron a escucharse desde dentro de su habitación, lo cual ocasionó que lo cómico que habíamos experimentado segundos antes se transformara en algo totalmente extraño, a tal punto de qué ni mi imaginación más rebuscada podía encontrar alguna explicación posible. Rápidamente, Felipe volvió en sí, nos miró fijamente como si recién se hubiera percatado realmente de que estábamos allí, y con toda seriedad nos dijo “prepárense, llegó el momento”, ¿qué momento? Pensaba, ¿el momento de desayunar? ¿de salir? ¿qué va a pasar? Mientras él desapareció en un instante y entró a la pieza, se alistó en cosa de segundos para salir como quién se despertaba rápidamente poco antes de un compromiso importante. Al instante salió con mamá en brazos, quien se encontraba sudando por completo como si por fin hubiera encontrado algo que hacer que había significado gastar toda su energía, lo cual nos causó una gran sorpresa a Luciano y a mí. No obstante, se trataba de todo lo contrario, puesto que, mientras Felipe avanzaba a toda velocidad con ella en brazos se volteó a aclarar que el momento que había llegado era el tan ansiado nacimiento de nuestra hermana.

    Casi por inercia, aun en pijamas, nos largamos a correr detrás de ambos lo más rápido que podíamos, salimos de casa y en un parpadeo ya nos encontrábamos dentro del auto, lo que no hizo más que generar una mayor confusión dentro de mí, ¿qué hacemos aquí? ¿a dónde vamos? No entendía nada de lo que estaba ocurriendo y así lo hice notar, por lo que Luciano se percató y sorpresivamente preguntó a donde nos dirigíamos.

    –– ¡Niños! Nos dirigimos hacia el hospital, todo estará bien –– contestó nerviosamente Felipe, lo cual sin duda se contradecía con su intención de querer tranquilizarnos.

    –– ¿Al hospital? ¿¡Por qué?! –– repliqué inmediatamente asaltado por una duda que esta vez me causaba un confuso temor.

    –– Pue-es…. por-por… porqué allí nacerá su hermana, es necesario ir ahí para que los doctores y doctoras puedan ayudar a mamá en el nacimiento –– respondió Felipe.

    Todo daba vueltas, ¿por qué a un hospital? ¿qué tenían que ver doctores y doctoras en esto? ¿es qué no se suponía que esto era tan sencillo como un árbol de frutas? Me cuestionaba en mis adentros en un mar de confusiones, puesto que hasta entonces jamás se nos había explicado que lo que estaba por suceder también era parte del proceso, por lo que inocentemente nos habíamos formado la idea de que simplemente nuestra hermana saldría al mundo sin mayor esfuerzo, ni mucho menos requiriendo ir a un hospital. Cerca de una hora después nos encontrábamos al fin en el hospital, habíamos recorrido una larga distancia donde el nerviosismo de Felipe y los gritos de desesperación de mamá se habían apropiado completamente del ambiente durante todo el transcurso. Una vez allí, entramos por un pasillo donde Felipe volvió a gritar fuertemente como en casa indicando que mamá “iba a dar luz”, ni idea que significaba tal cosa, pero en cuánto lo dijo se agolparon varias personas que al parecer eran los doctores y doctoras que se encargarían del embarazo de mamá.

    Sin perder tiempo, apareció una mujer vestida de blanco atravesando una puerta que se abrió fácilmente en cuanto la golpeó cruzándola con una camilla, sobre la cual recostaron a mamá y se la llevaron hacia el fondo de un pasillo, donde nuevamente volvieron a cruzar una gran puerta que se abrió hacia ambos lados que de igual forma se cerró ante los sorprendidos ojos de Felipe y los nuestros. Una vez que perdimos de vista a mamá nos sentamos en unos asientos que conformaban una gran hilera que se encontraba pegada a un costado del pasillo y que cubría gran parte de este. Allí, se encontraban varias personas de diferentes edades que probablemente se encontraban en una situación similar a la nuestra. Mientras tanto, Felipe que había logrado calmarse un poco se paró para llamar a otra mujer de blanco a la cual pareció darle indicaciones, y luego de eso se esfumó y la mujer se sentó a un lado nuestro en ademán de cuidarnos.

    Cerca de media hora después regresó, y detrás de él venían la abuela Carmen y el abuelo Ricardo, como también algunos de los hermanos de mamá, José Manuel, junto con Felipe y el menor, Juan, como también su querida hermana María Carolina. Todos lucían una expresión similar de ansiedad y alegría inaguantable, sin duda los embarazos resultaban ser algo sumamente emocionante para las personas, a tal punto de que de alguna u otra forma todas querían ser parte del proceso. Con todos ya reunidos copamos poco más de la mitad de los asientos que estaban disponibles, sin embargo, se paraban, daban vueltas en círculo y volvían sentarse agitando nerviosamente sus piernas mientras parecían morderse las uñas, mientras mi hermano y yo, allí, contemplando algo totalmente desconocido no atinábamos a nada más que mantenernos recostados en los asientos.

    Luego de alrededor de una hora más, se asomó una cabeza por entre medio de la gran puerta haciendo un gesto con la mano como en símbolo de estar llamando a alguien, ante lo que Felipe se puso de pie y respondió con otra gesticulación que al parecer trataba de decir algo así como “¿me llamas a mí?” recibiendo otra gesticulación de parte de la misteriosa mano que parecía indicarle que sí, por lo que inmediatamente cruzó la puerta desbordando emoción. Detrás de la puerta finalmente el increíble acontecimiento había llegado a su final, nuestra hermana después de mucho tiempo había nacido, había llegado al mundo a formar parte de nuestras vidas. Era una niña increíblemente pequeña, para nuestra percepción se asemejaba al tamaño de los peluches con los que solíamos dormir, mientras que el color de su piel era tan rosado como el del yogurt de frutilla que tanto me gustaba comer cada mañana. En tanto, sus ojos eran también muy pequeños, parecían dos líneas que formaban parte de su rostro, mientras que su nariz lucia como un pequeño grano de cereal que se levantaba desde su rostro al igual que su boca tan diminuta que en primera instancia pensábamos que sería incapaz de siquiera emitir algún sonido.

    Luego de un par de días mamá regresó a casa junto con nuestra hermana, según nos había explicado Felipe la tarde del día del nacimiento ellas debían quedarse ahí para ser supervisadas y procurar que todo estuviera realmente bien antes de partir. Con el pasar de los días nuestra casa estaba llena de personas en todo momento, innumerables amigos, amigas y familiares tanto de Felipe como de mamá concurrían para conocer a nuestra hermana, quien, por cierto, al momento de su nacimiento, según nos habían relatado, mamá la alzó levemente en los aires, y al observarla por completo, acompañada de Felipe, sin dudarlo, decidieron que se llamaría Amanda.

    Afortunadamente, con el pasar de las semanas el flujo de personas bajó hasta que simplemente venían cada cierto día de la semana quienes formaban parte de nuestra familia, el ajetreo inicial ya había sido suficiente y era necesaria la tranquilidad, pues, si bien mamá se había dejado llevar por las incontables visitas había llegado el punto en que aquello había resultado ser demasiado y se hacía imperioso un ambiente más personal. Durante aquel tiempo pudimos empezar a disfrutar en mayor tranquilidad de nuestra hermana Amanda, podíamos recostarnos junto con ella, observarla, cuidarla y buscar formas de hacerla reír, su presencia en casa había llegado a alegrarnos en un millón, con ella ahí todo era felicidad, o eso parecía.

    A medida que avanzaron los meses el cúmulo de increíbles momentos poco a poco parecían ir quedando atrás, dado que, durante distintos momentos de cada día, mamá junto con Felipe debían sortear los gritos y llantos de nuestra hermana, que a nuestro entender no entendíamos porqué ocurría tal cosa. Imaginábamos que podía estar triste, o que quizás habían hecho algo que no había resultado de su agrado, haciendo necesario que la consintieran, le dieran de comer o la pasearan por toda la casa para calmar sus ánimos, pero, aun así, Luciano y yo nos encontrábamos profundamente felices de tener a nuestra querida hermana.

    Sin haberlo esperado jamás, un día cualquiera, los años de felicidad que juntos habíamos pasado los tres, y luego cerca de un año los cuatro, parecían haber llegado a su final. Sorpresivamente, como ningún otro suceso hasta entonces, el hogar que habitábamos, la familia que se había construido y que aparentemente había alcanzado la máxima felicidad al tener a todos sus integrantes, se encontraba dando señales de no ser suficiente. En tan solo un par de días una sombra cubrió nuestro espacio, las cosas que había ahí dentro comenzaron a desaparecer, a guardarse dentro de un sinfín de cajas que se sellaban una sobre la otra mientras iban siendo puestas con sumo cuidado dentro de un gran camión. A la vista, tal panorama era completamente inentendible para nosotros, ¿es que acaso se trataba de otro cambio de casa? ¿era necesario una más grande a causa de la llegada de nuestra hermana? ¿a dónde iríamos ahora?

    Aquellas preguntas resonaban una y otra vez dentro de mi cabeza que no encontraba respuesta ni consuelo alguno, a diferencia de cuando nos habíamos marchado de nuestra primera casa entendíamos más claramente las razones, y en el ambiente se respiraba felicidad por el cambio, lo que hizo que resultara de lo más agradable. No así en esta instancia, el ambiente era totalmente opuesto al anterior, no se escuchaban risas ni conversaciones sobre planes geniales ni mucho menos descripciones sobre el nuevo hogar, la tensión se había apoderado por completo del lugar. Ni siquiera mamá con su fuerte carácter e increíble habilidad para dirigir estaba tan motivada al encabezar las cajas que continuaban siendo depositadas dentro del camión, todo parecía ser hecho de mala gana.

    En medio de todo aquello iban surgiendo otras preguntas, de qué pasaría con nuestra familia, ¿seguiríamos los cuatro juntos? ¿nos separaríamos? ¿nos iríamos a otra ciudad? ¿a otro país? ¿seguiríamos siendo felices? Mas lo que resultaba en demasía angustiante era pensar en la mínima posibilidad de que no veríamos más a nuestra hermana, sobre todo porque a penas habíamos alcanzado a estar cerca de 1 año y poco más con ella, aún quedaban incontables momentos y aventuras por vivir como también por aprender, deseábamos profundamente poder jugar con ella cuando fuera finalmente posible, poder adentrarnos en las profundidades de la naturaleza, buscar insectos e imaginar un sinfín de mundos a partir de ellos. Ahora, todas esas pretensiones se esfumaban poco a poco. El miedo y la confusión eran tal que ni siquiera teníamos el valor suficiente de preguntar qué estaba sucediendo, sumado a que por su parte, mamá y Felipe durante los días que se alistaba nuestra despedida de casa discutían constantemente sobre la posesión de las cosas, de quién se quedaría con qué, como también… quién se quedaría con nuestra hermana… Tal cuestión nos causaba gran temor, pues, hasta entonces para nosotros eran totalmente desconocidas las escenas que presenciábamos, jamás habíamos experimentado una situación similar, por lo que todo se volvía aún más tenso y confuso.

    Luego de 4 días de preparación, al quinto día la casa se encontraba completamente vacía, todos los colores que la adornaban habían desaparecido, ya no estaban más. Lo propio hicieron nuestros recuerdos que ya no encontraban lugar para reavivar nuestro ánimo al encontrarnos en dicha situación, en tan solo cuestión de días aquel querido y cálido espacio se había transformado en algo absolutamente desolador, donde ya ni siquiera mi amado patio donde me había maravillado con mis pequeños amigos de la tierra resultaba llamativo. Sin duda, las sensaciones provocadas por el escenario que se encontraba frente a nosotros dejaban en evidencia algo claro, la partida que estábamos por emprender no era a causa de buenas razones.

    Una vez que abandonamos la casa definitivamente todo se volvió borroso y triste, en lo que parecía ser una despedida en medio del camino que conducía a casa nos había maravillado, en ese preciso instante acogía el momento de un adiós. Entre sus brazos, Felipe tenía a nuestra hermana, a la vez, detrás suyo estaba el auto de la abuela Carmen, donde, por cierto, estaba ella esperándolo. En tanto, mamá lloraba desconsolada y nosotros seguíamos sin entender por qué, en medio de su llanto se abalanzaba una y otra vez sobre Felipe buscando con sus brazos envolver a Amanda como deseando no soltarla jamás. Lo cual desencadenó que nosotros también rompiéramos en llanto ante la inexplicable angustia de aquel momento que solo dejaba dos cuestiones claras: podíamos soportar no ver más a Felipe, después de todo, al menos yo, ni siquiera tenía recuerdos de quién o cómo era mi padre, lo desconocía, por lo que no tener una figura similar presente daba igual. Sin embargo, lo más doloroso, era que tan rápidamente como habíamos dado la bienvenida a nuestra hermana ahora de la misma manera nos despedíamos, sin saber cuándo volveríamos a verla otra vez.

    Capítulo IV: Emigración (parte I)

    Bajo el ensordecedor ruido de una torrencial lluvia comenzó nuestra partida, el estruendo era tal que nuestro llanto apenas se alcanzaba a oír dentro del auto, por su parte la música hacia lo suyo tratando de distraernos para aplacar la tristeza de la repentina separación. Al son de nuestro desconocido destino avanzábamos lentamente por la carretera, el agua se había acumulado bastante y era peligroso conducir demasiado rápido, por tanto, la situación requería total concentración por parte de mamá al volante, quién, a la vez se encontraba realizando un esfuerzo sobrehumano por mantener la compostura. Mientras tanto, Luciano se había enrollado emulando a un chanchito de tierra y dormía profundamente, pues, a pesar de que su carácter aparentaba ser más rudo en realidad era bastante sentimental, por lo que con toda seguridad el impacto de lo ocurrido lo había agotado lo necesario como para caer rendido.

    En tanto, por mi parte, formé un pequeño cojín con las ropas que se asomaban en la maleta, el auto tenía el tamaño adecuado para que nuestros pequeños cuerpos cupieran cómodamente en el asiento trasero. Sobre el cumulo de ropas apoyé mi cabeza, y con otro poco cubrí mi cuerpo, el frío del exterior comenzaba a calar, haciendo necesario el abrigo. Lo propio hice con mi hermano, junto a quien luego de unos minutos yací, después de todo, de manera ineludible, la pena extingue la energía. El viaje continuó su transcurso en medio de cascadas que caían desde las nubes, aún era temprano, cerca de las 15:00 horas, sin embargo, todo lucía tan oscuro alrededor que parecían ser las 21:00 horas, ocasionando una combinación perfecta de factores que se habían presentado a propósito para envolver nuestra fatídica jornada.

    No recuerdo cuánto tiempo pasó, y es que cuando uno duerme abatido por la pena el tiempo se vuelve eterno en todo orden de cosas. En cuanto me reincorporé, la lluvia había apaciguado un tanto la ira con la que se venía dejando caer, mas no las oscuras nubes que aún cubrían cualquier rayo de sol que intentara colarse, dando claras señales de que, por lo pronto, el tiempo no cambiaría. En medio de la carretera mamá tomó un pequeño desvío para comer algo, todo había sido tan abrupto que apenas habíamos tenido tiempo de desayunar, por lo que a esas alturas del día ya era imperiosa la necesidad de alimentarnos, pues, todo hacía indicar que aún nos restaba un largo camino por recorrer. Nos detuvimos frente a un pequeño local dónde vendían golosinas, bebidas, panecillos y uno que otro almuerzo envasado, los cuales no daban la mayor de las confianzas. Al entrar nos sentamos en un pequeño mesón, ideal para los tres, pedimos unos sándwiches junto con unas bebidas, y, entonces, la duda estalló:

    –– Muy bien niños, me imagino que han de estar desconcertados por todo lo que ha ocurrido recientemente, ha ocurrido de golpe y ustedes han quedado en medio de todo este problema sin entender absolutamente nada –– Intervino mamá con un curioso tono queriendo disculparse e invitando a la calma.

    –– S-si… cla-claro mamá… nos ha tomado por sorpresa lo que ha ocurrido… no entendemos nada… ¿qué ha pasado con Felipe? ¿con nuestra hermana? ¿a dónde vamos ahora? –– respondimos al unísono con una actitud tímida marcada por cierta amargura en nuestras voces.

    –– Esto es difícil de explicar niños… las cosas… mi relación con Felipe venía cargando con problemas desde hace ya un tiempo, problemas que no es oportuno ni necesario que lo sepan ahora, lo más importante que deben tener claro ahora es que todo estará bien, que yo estoy bien, y ustedes también lo estarán. En cuanto a Amanda, pues… que no les quepa duda de que más temprano que tarde estará con nosotros, es su hermana, es mi hija, e independiente de la distancia esos lazos no desaparecerán, nuestro amor se mantendrá aun por sobre la distancia. –– contestó de regreso mamá con una convicción que la había revitalizado impresionantemente.

    –– Entendemos mamá… no te preocupes, como tú dices no es necesario que nos expliques lo ocurrido con Felipe… además, nos tranquiliza lo que nos cuentas sobre nuestra hermana, confiamos en ti por sobre todas las cosas. –– respondimos a la par ciertamente contagiados por el carácter que había adquirido mamá.

    –– Ahora bien, en cuanto a donde nos dirigimos, nos vamos un poco lejos de Santiago. Para que entienda, estamos yendo en dirección al sur del país, a una gran ciudad llamada Concepción, la cual estoy segura de que les gustará, todo estará bien. Además, allá nos espera mi hermana Carolina junto con sus hijos, como también un querido amigo de mi infancia llamado Enzo, por lo tanto, estaremos muy acompañados y nos divertiremos en grande. –– cerró mamá bajo una mirada esperanzadora de cara a lo que se avecinaba en nuestra patiperra vida.

    Aquellas palabras de mamá habían logrado tranquilizarnos, desde siempre confiábamos en ella para todo lo que sucedía, la seguridad que nos inspiraba en distintas formas era la mejor manera de sentirnos seguros en torno a que todo iría bien. Así, luego de la revitalizante conversación terminamos de comer y emprendimos nuevamente nuestro viaje, al que aún le restaban cerca de 3 horas para llegar a la misteriosa ciudad de Concepción. Dicha noticia en cierta forma me había devuelto un tanto la alegría en cuanto buscaba ver el lado bueno de las cosas, sobre todo pensando en que llegar a una ciudad nueva era similar a iniciar realmente una vida nueva, y junto con ello, un sinfín de nuevas aventuras que se encontraban aguardando por nosotros.

    Como buenos niños pequeños, luego de haber comido lo suficiente en la parada que habíamos realizado nos volvimos a dormir, ahora, sintiéndonos más tranquilos e incluso más acogidos a pesar del frío que seguía entrando al auto. Al despertar ya nos encontrábamos entrando a la ciudad, y ante nuestros ojos se alzaban grandes edificios de todo tipo, unos nuevos y otros ciertamente bastante viejos, lo cual se combinaba con casas, locales y amplias plazas que desplegaban un nostálgico aire por la lluvia que las cubría. A primera vista parecía ser una ciudad bastante similar a Santiago, no obstante, dentro de nuestra pequeña percepción evidenciamos que no estaba encerrada entre montañas, lo cual le daba un ambiente de mayor libertad al “Gran Concepción”, como rezaba un enorme cartel metálico que se encontraba en medio de la avenida principal.

    Debido a la lluvia no se observaban muchas personas en las calles, que más bien se encontraban atiborradas[3] de autos que sorteaban la lluvia y el tráfico para poder llegar a casa. Allí, las inclemencias del tiempo parecían ser más intensas, pues, si de camino hasta aquí la lluvia era estruendosa, aquí lo era el doble o el triple, ocasionando que las calles se asemejaran a ríos donde los autos al pasar levantaban “olas” que mojaban a los transeúntes que la tenían aún más difícil para llegar a sus destinos. Mientras todo se volvía caos ahí fuera, un tipo se asomó por la ventana de su auto para gritar un furioso ¡¡APRESURENSE!! Ante lo cual, una ávida conductora imito su gesto para responderle igualmente furiosa ¡!ASÍ ES TROPICONCE!! ¡¿QUÉ MÁS QUIERES?! ¡SI NO TE GUSTA TE PUEDES IR! Replicaba con fuerza la mujer haciéndose escuchar ampliamente. Tal situación nos generó desconcierto a Luciano y a mí, ¿qué rayos era tropiconce? ¿qué significaba tal apodo? No lo entendíamos en absoluto, pero la forma en que lo había expresado aquella enajenada mujer nos había causado la suficiente gracia para estar riendo durante varios minutos, mientras mamá hacia lo suyo desplegando su enérgico carácter para abrirse paso entre las calles.

    Luego de un rato de haber estado atrapados en el tráfico, nuestra aparatosa llegada a la ciudad había logrado entrar a un ambiente más tranquilo, aparentemente nos encontrábamos en un barrio más tranquilo, el cual a diferencia de lo que habíamos visto en un principio lucía más viejo, haciéndolo más acogedor. Además, era notoria la baja en el flujo de autos y transeúntes, como también el cambio en el entorno, los grandes edificios habían desaparecido un par de calles atrás y ahora solo se visualizaban casas y más casas que a su vez se entremezclaban con pequeños y grandes almacenes, presentándose como una zona totalmente distinta a la anterior. En paralelo a nuestro recorrido por las calles, mamá nos explicó que donde nos encontrábamos ahora era Chiguayante, la cual, según sus propias palabras, era una ciudad-comuna perteneciente a Concepción que contaba con el gran privilegio de ser bordeada por el ancho Río Biobío que lograba avistarse cara a cara por una avenida principal que lo recorría.

    Afortunadamente mamá parecía tener cierta especialidad en escoger lugares donde vivir, dado que acertaba de una manera increíble a la hora de encontrar espacios sumamente tranquilos donde la presencia de personas y de ruido escaseaba, tal como había sucedido en nuestra primera casa en La Florida y luego, sin duda alguna, en nuestro querido hogar en el Cajón del Maipo. Por consiguiente, luego de estar yendo de aquí para allá entre diferentes calles logramos dar con una pequeña calle que a todas luces daba la impresión de ser acogedora, puesto que no parecía ser un espacio muy habitado. A lo largo se alcanzaban a presenciar casas similares entre sí en ambos costados que, a su vez, se encontraban decorados con la presencia de árboles y arbustos que a diferencia de a los que estábamos acostumbrados, estos eran más bien pequeños. No obstante, la apariencia del lugar daba una primera impresión agradable pese a la escasa visibilidad a causa de la lluvia. No obstante, aquello fue suficiente para levantarnos un poco el ánimo que buscaba reponerse en medio del inmenso ajetreo que habíamos experimentado.

    Mamá detuvo el auto justo en frente de una casa, allí, en la vereda se encontraba una mujer de mediana edad de aspecto formal, cubierta con un paraguas desgastado parecía aguardar por nuestra llegada mientras reposaba sobre un poste de luz, a saber, cuánto tiempo llevaba ahí. Al vernos pareció aliviarse de no tener que seguir soportando la lluvia y por fin poder guarecerse; entre señas pareció entenderse con mamá, y procedió a abrir un endeble portón negro de hierro que tras de sí aguardaba un estrecho estacionamiento donde cabía apenas el auto. Justo a un lado se encontraba nuestro nuevo hogar, dos pisos de concreto coloreado con un cálido color café que tomaba lugar en toda la estructura que se alzaba bajo la lluvia. En tanto, el patio, a diferencia del anterior, que estaba lleno de vida, ahora, a donde fuera que miráramos no existía ni un rastro pasto ni árboles ni arbustos, el ambiente palidecía ante el gris del concreto que dominaba la superficie. A primera vista todo era completamente distinto, sin embargo, lo primordial, la tranquilidad en el entorno parecía estar presente una vez más.

    Por dentro el panorama era completamente distinto, a diferencia de la primera impresión que había dejado un sabor agridulce ahora se inclinaba hacia algo más acogedor, ante nuestros ojos se presentaba un hogar sencillo, pero que cumplía con la función de hacernos sentir bien, sobre todo luego de nuestro abrupto arribo. A pesar de la intensa lluvia que oscurecía el ambiente el interior hacía gala de ser un amplio e iluminado espacio, esto mediante la alternancia de colores de las paredes que iban entre blanco y mostaza, cosa que según mamá permitía tal percepción. A la vez, el suelo parecía ser bastante antiguo, aunque se conservaba en buen estado y a pesar del año de los años sabía hacer gala aún de un curioso marrón oscuro que combinaba a la perfección con el juego de las paredes. Asimismo, separados por un pasillo central hacia un costado se encontraba la sala de estar, que afortunadamente venía amoblada (al igual que el resto de la casa) con un amplio sillón de un fascinante verde musgo donde de seguro cabrían unas 3 o 4 personas. Paralelamente se complementaba con dos sillones para una persona cada uno, ambos de un negro intenso que parecían haber sido ocupados por distinguidos señores en el pasado, que a su vez se encontraban frente a la mesa de centro de madera y vidrio que abarcaba a los participantes que se posaran allí.

    A poco de transitar por el pasillo, hacia el costado izquierdo se encontraba la cocina, la cual a diferencia de la anterior era mucho más pequeña, sin embargo, poseía lo suficiente para que mamá pudiera seguir disfrutando de su intenso afán por cocinar un sinnúmero de platillos. Al seguir hacia el fondo se encontraba una vieja puerta de madera de la que sobresalían unas estructuras geométricas similares a unos rombos, detrás de ella se hallaba una amplia habitación rodeada por completo de blancas paredes y un ventanal enrejado que conducía hacia el patio trasero. Aquella, con toda seguridad, sería nuestra nueva habitación, su decoración hablaba por si sola, y sin duda era la adecuada. Regresando atrás, poco antes del pasillo se encontraba una escalera que a primera vista parecía tener unos siete u ocho escalones que al subirlos nuevamente había un breve pasillo que compartía en su suelo el color del primer piso. A poco de avanzar se encontraba el único baño de la casa, mientras que hacia el fondo se encontraba la pieza de mamá que se encontraba perfectamente amueblada, casi cómo si lo hubiera hecho ella misma (quizás de alguna forma se había encargado), paredes blancas nuevamente tomaban posesión, pues, con toda seguridad, gracias a una amplia ventana que estaba de cara al sol aquella habitación brillaría con gran intensidad.

    Luego del amable recorrido que nos dio la mujer, Elizabeth era su nombre, mamá sacó energía quién sabe de dónde, y en un instante desempacó todas las cosas que traíamos en la maleta para luego de cerca de una media hora tener todo en orden; entonces, después de todas esas horas que habían parecido una eternidad, al fin reinaba una tranquilidad más certera. Como cuáles plumas de un ave dejándose caer sobre una pradera nos recostamos los tres sobre el magnánimo sillón mientras la señorita, Elizabeth, nos contemplaba con los brazos caídos como si hubiera cargado cientos de kilos de piedra, a su vez, su rostro la delataba y se dejó caer con toda confianza sobre uno de los sillones restantes. Aquella situación desató espontaneas risas que fueron alternando en intensidad a medida que pasaban los minutos, logrando relajar aún más el ambiente y revitalizando en cierta forma nuestra energía perdida.

    De tal modo, al sentirse viva otra vez, mamá no dudo en preparar una cálida once que vino de maravilla, tanto para nuestro ánimo como para hacer frente a las condiciones del tiempo que estaban teniendo lugar tan intensamente. Luego de un rato de compartir como si nos conociéramos de toda la vida, acompañamos a Elizabeth cerca de su casa en el auto de mamá, ya pasadas las 20:00 horas y casi no se encontraban personas en las calles, por lo que el tramo se volvió bastante breve y al poco tiempo ya estábamos de vuelta en casa. El cansancio volvió a apoderarse de nosotros y en pocos segundos ya nos encontrábamos listos y dispuestos para dormir, mañana sería un nuevo día, y con toda seguridad, un reinicio de los años que hasta entonces había vivido.

    Sábado por la mañana, la lluvia había cesado durante la noche abriendo paso a unos tímidos rayos de sol que buscaban dar calidez relegando a los rastros de agua hacia los desagües de las calles. Con toda calma, Luciano y yo nos levantamos, el frío del exterior traspasaba sin contemplaciones las paredes, por lo que debimos hurgar entre los compartimientos de la cómoda para buscar abrigo antes de sucumbir ante áspero clima, o bien, a causa del reto de mamá por no recubrirnos apropiadamente. En cuánto salimos ahí estaba ella, rearmando por completo la casa para que quedara como nueva, y es que por más que a los ojos de uno todo luciera bien, desde los suyos faltaba algo, o bien, podía estar mejor, por lo que nunca podías fiarte al 100% de que las cosas estuvieran realmente bien hechas.

    Mientras esperábamos a que estuviera listo salimos a observar los alrededores, ya con el sol tomando lugar se podía apreciar de mejor manera lo que nos rodeaba, y si la tarde anterior al llegar ya daba un anticipo de ser agradable, ahora lograba contemplarse en toda regla. Era un barrio pequeño que combinaba entre casas y un antiguo almacén que ocupaba toda una esquina. Con toda seguridad era previsible que no vivían muchas personas, por lo que podía decirse que no transitaban demasiado por el área, dando todas las señales de que a falta de espacio dentro de casa podríamos divertirnos en grande jugando en las calles, ya fuera mediante fútbol, con nuestros juguetes o improvisando un luche[4].

    Al inmediato llamado de mamá regresamos dentro de casa, allí, aguardaba por nosotros un delicioso y flamante desayuno empapado de su cariño, rápidamente nos sentamos los tres ya más tranquilos en relación con el día anterior, mas ni cerca de poder quitarnos la amarga sensación del quiebre que había tomado lugar en nuestras vidas, el ánimo se había recobrado, pero la confusión y la incertidumbre por lo que vendría de ahora en adelante seguía anclado. En medio del sobrecogedor desayuno, de golpe, se dio a entender que no había tiempo que perder, y que independiente de la casi improvisada llegada a esta nueva ciudad las cosas continuarían a la brevedad su curso normal. Cómo si todo hubiera estado planeado con anterioridad mamá nos explicó lo que sucedería a contar del inicio de la semana.

    –– Bueno niños, a pesar de nuestra repentina llegada a esta ciudad deben saber que a su querida madre no se le escapa nada ni tampoco deja nada para último momento, por lo tanto, dense por enterados de que a contar del lunes comenzarán a asistir al colegio. Luciano, tú asistirás a un colegio árabe que no está muy lejos de aquí; mientras que tú, Martino, asistirás a otro que está a unas pocas cuadras del de tu hermano. –– sentenció mamá mirándonos con emoción y orgullo por la nueva experiencia que se avecinaba para ambos.

    –– ¡¡¿¿Qué??!! ¿al colegio? ¿cómo? ¿tan pronto? –– interrogué con enorme sorpresa, aquella cosa llamada colegio era algo desconocido aún para mí.

    –– Claro, tal como has oído hijo, comenzarás a ir al colegio, allí aprenderás y estudiarás durante muuuchos años. Ya eres un niño grande y es lo que te toca. Además, yo entraré a trabajar, así es que no puedo seguir quedándome en casa cuidando de ustedes –– cerró mamá con una convicción que no dejaba lugar a más preguntas.

    Tal noticia me dejó atónito y con una sensación de nerviosismo que recorrió todo mi cuerpo, no acababa de entender de que se trataría asistir a un colegio, mi primera impresión era suponer que era lo que venía después del jardín, como dar un paso más allá. Sin embargo, no dejaba de causarme cierto temor, dado que allí estaría completamente solo a diferencia del jardín donde éramos pocos niños y niñas, y, además, estaba la abuela Carmen. Sin duda se avecinaba un inevitable desafío que me mantuvo nervioso durante el resto del fin de semana. En cuanto a mi hermano la noticia no lo había sorprendido en lo más mínimo, la aceptó con total normalidad como si no fuera nada nuevo; aunque era entendible, pues, poco antes de nuestra partida él ya había estado asistiendo al colegio. Además, su personalidad que lucía siempre inquebrantable le era suficiente para aventurarse otra vez sin mayores problemas.

    Llegado el domingo no hubo tiempo que perder, en cuánto hubo suficiente luz en el exterior mamá nos despertó con extraordinaria motivación como si por delante nos esperara un día espectacular. A causa de ello nos levantamos contagiados por el aliciente[5] carácter que desbordaba mamá, y al cabo de unos minutos nos encontramos dentro del auto para ir a quién sabe dónde, todo era sumamente misterioso. Afuera ya no quedaban rastro alguno de la lluvia que había caído tan intensamente, el sol brillaba cálidamente y las hojas de distintos colores a causa de los efectos del otoño caían y se esparcían en las calles por doquier, y las ganas de querer lanzarme sobre ellas me entusiasmaban de sobremanera. Cada vez que salíamos en auto mi mirada se centraba en lo que había afuera y echaba a volar mi imaginación para divertirme durante el transcurso; en mi cabeza creaba increíbles escenarios en los cuales nos encontrábamos en una adrenalínica carrera de autos, que arrancábamos de monstruos o que yo podía volar por los cielos mientras combatía contra ellos, y así innumerables situaciones.

    Mientras mamá conducía pensaba a donde iríamos a parar, estaba completamente seguro de que nunca habíamos estado allí, así es que donde fuera que nos dirigiéramos probablemente tardaríamos un montón en llegar al no tener la mínima idea de qué camino teníamos que tomar. No obstante, en cuestión de minutos nos encontramos frente a lo que parecía ser un conjunto de diferentes tiendas que copaban gran parte de la calle. Al verlas me invadió una enorme felicidad de tan sólo pensar que estábamos allí para comprar juguetes o algo que nos traería infinita diversión. Por inercia me puse pie sobre el asiento y comencé a agitar el de mamá mientras gritaba con una emoción incontrolable, tal como si nunca hubiera visto un lugar similar.

    En cuánto nos bajamos mamá nos tomó a ambos de las manos y con un inquisitivo tono nos dejó en claro que por nada del mundo la soltáramos, así, cruzamos por una ancha puerta de vidrio que se encontraba abierta hacia ambos costados y por delante se extendía un largo y blanco pasillo que parecía no tener fin. Junto con eso un frío digno de un día después de lluvia sentí que recorrió todo el lugar hasta apoderarse de nuestros cuerpos haciéndonos soltar un tiritón como si nos hubiera caído un balde de agua fría. A medida que andábamos por el extenso pasillo hacia todos lados se veían numerosas tiendas, una tras otra al punto de que no se lograba distinguir donde empezaba y terminaba cada una. A su vez, parecían querer atraer a las personas que allí estaban mediante sus llamativas decoraciones con luces de todos colores y todo tipo de música que parecía especialmente pensada según el tipo de tienda. Al mismo tiempo había personas que entregaban unos papeles con información y buscaban parar a las personas para incentivarlas a comprar, sin embargo, mamá no cedía ni un solo segundo ante aquellas curiosas artimañas.

    De pronto, sin previo aviso mamá se giró y nos abalanzó como si cada uno fuera una bolsa, fue tal la impresión que cerramos los ojos, y a los pocos segundos de abrirlos nos vimos dentro de una tienda repleta de cuadernos, libros, lápices, algunos juguetes y artículos hasta entonces desconocidos para mí. Al verme allí dentro me estremecí de alegría, y al instante pensé hacia mis adentros con una gran sonrisa “bueno, tal como pensé, hemos venido aquí a comprar cosas divertidas para jugar”. Sin embargo, mi ilusión rápidamente se encontró la verdadera razón que explicaba por qué nos encontrábamos allí, la cual en nada se relacionaba con lo que yo creía. Sin soltarnos ni un solo segundo de las manos, mamá, acaparando las miradas figuraba como la jefa de la tienda dando indicaciones a las personas que trabajaban en ella, vociferaba tal como solía hacerlo cuando estábamos en casa, y sin cesar les pedía una cosa tras otra que se iban acumulando sobre un amplio mueble de vidrio que terminó volviéndose pequeño ante la cantidad de cosas que habían puesto sobre él.

    Entre la montaña de cosas que se había creado seguro había algo interesante pensé, aún con un poco de ilusión, no podía ser posible que entre tantos objetos, colores y formas no hubiera algo para divertirme en casa. Mas nuevamente, y de manera definitiva, cualquier pretensión de entretención desapareció, a medida que un trabajador de la tienda iba desarmando aquella enorme montaña para guardar prolijamente cada una de las cosas bajo la fulminante mirada de mamá, evidenciaba que no eran más que cuadernos, lápices de distinto tipo y otras cosas como gomas de borrar y pegamentos. Entonces, en cuanto el trabajador hubo terminado su labor, mamá nos miró, y con una satisfacción inusitada lanzó: “listo niños, ya tenemos todo lo necesario para su primer día de colegio”. Al salir de la tienda nos metimos a otra que estaba un poco después, en ella vendían mochilas con distintos diseños, formas y tamaños, siendo suficiente para reavivar la desilusión causa en nuestra anterior parada. Cómo niños en su máxima expresión escogimos sin dudar ni un segundo mochilas relacionadas a nuestros gustos, ambas eran más o menos de nuestro tamaño, de tal manera de no lucir demasiado extraños. Mientras que su diseño era de unos dibujos animados famosos de aquella época sobre los cuales pasábamos horas y horas mirándolos los fines de semana, eran tremenda diversión, por lo que, de ahora en adelante poder llevarlos en nuestras espaldas a todas partes era motivo para sentirnos inmensamente felices.

    De regreso a casa la ansiosa curiosidad hizo lo suyo y nos pasamos todo el tramo revisando y mirando una y otra vez las cosas que mamá había comprado para nosotros, y cada que las teníamos entre nuestras manos nos invadía una sensación de emoción por querer utilizarlas. Aquellas cosas, sin darme cuenta, habían sido de suma importancia para que todas las dudas y miedos que se habían apoderado de mi ante el ingreso al colegio desaparecieran, sin percatarme, los cuadernos, los lápices, estuche y mi querida mochila bastaban para sentirme tranquilo y feliz, y, además, para sentirme más cerca de mamá cuando estuviéramos lejos cada día. Una vez que nos encontramos en casa las horas parecían una eternidad, el gran acontecimiento de asistir al colegio había abrazado toda nuestra atención y no había otra cosa en la que pudiéramos pensar, así pasamos el almuerzo, la tarde mientras jugábamos y luego la cena, constantemente hablando al respecto, imaginando situaciones, resolviendo dudas y deseándonos suerte, después de todo, estaríamos en colegios distintos, y no habría nadie lo suficientemente cerca como para sentirnos totalmente seguros estando allí.

    Durante la noche, Luciano y yo no pudimos cerrar los ojos ni un solo segundo, el techo como nunca parecía fascinante para imaginar todo tipo de situaciones en él, asimismo, a pesar de que habíamos hablado de sobra durante las horas anteriores aparentemente faltaba aún más, volvimos a repasar una y otra vez todas nuestras inquietudes y nerviosismos, las cosas que haríamos y lo que esperaba por nosotros en uno de los tantos nuevos comienzos que vendrían desde ahí en adelante.

    Con la oscuridad aún presente mamá nos despertó cerca de las 06:30, a toda velocidad debíamos alistarnos para partir a nuestro ansiado primer día, no había tiempo que perder entre la ducha, el desayuno, preparar nuestras mochilas y guardar en ellas las colaciones. Alrededor de las 07:15 ya nos encontrábamos saliendo de casa, afuera las calles eran un caos, había autos por doquier y las personas de a pie iban de un lado hacia a otro copando las veredas al son del estremecedor ruido de las bocinas que los conductores golpeaban con una incomprendida furia en pleno inicio del día. Luego de sortear diversos obstáculos a causa del atochamiento logramos salir a la avenida principal donde el panorama estaba más despejado; desde allí nos dirigimos a dejar a Luciano, mamá estacionó a unos pocos metros del colegio y los tres juntos entramos hasta dejarlo dentro de su sala, allí, mamá lo beso suavemente sobre su cabeza mientras susurrándole al oído que todo iría bien. Al salir por la puerta una mujer de edad similar a la suya la interceptó y conversaron durante unos minutos, aparentemente ella sería mujer que estaría a cargo de mi hermano desde ahora en adelante.

    Al cabo de unos minutos nos encontramos fuera de mi colegio, estaba realmente cerca tal como había afirmado mamá durante el fin de semana. Al llegar me sentía un poco más tranquilo, de alguna u otra forma el haber dejado primero a mi hermano me había ayudado a deshacerme en buena medida de los nervios que aún estaban dentro de mí; al entrar, me aferré fuertemente a la mano de mamá mientras caminábamos por un extenso pasillo de cemento, hacia los lados se observaban grandes espacios de tierra acompañados de los mismos juegos en los que solía divertirme en el jardín además de otros totalmente desconocidos para mí. Mientras miraba curioso hacia todas partes en cada paso que dábamos por el interminable pasillo comenzaron a aparecer niños y niñas de diferentes edades por doquier, algunos corrían ansiosos, otros reían y se abrazaban, otros estaban nerviosos como yo, y otros pocos lloraban desconsoladamente en tanto se separaban de sus padres. Esta era la primera vez que me veía rodeado de tantas personas, lo cual hizo brotar de sobremanera mi timidez, “¿qué sería de mí una vez mamá se fuera?” “¿quién se hará cargo de mí”? “¿estaré solo?” “¿haré amigos?” pensaba hacia mis adentros cuando de un momento a otro nos vimos frente a un amplio salón repleto de niños y niñas.

    Tal como hizo con mi hermano, mamá me dejó dentro, procurando que estuviera en un lugar seguro me acompañó a tomar asiento en una pequeña silla de color amarillo que se encontraba junto a una mesa igualmente pequeña de rojo color, mi cuerpo se adecuó perfectamente entre ambas cosas, parecían hechas a mi medida. Acto seguido, repitió el ademán del beso sobre la cabeza, me dio un fuerte abrazo mientras me aseguraba que todo estaría bien, que me divertiría y aprendería muchas cosas interesantes, ante aquel acto me aferré con ímpetu a sus brazos deseando que no se fuera. Al cabo de unos minutos de verme sin ella me incorporé al entorno y seguí con la mirada cada detalle que se encontraba dentro del salón; había colores por todas partes, cada mesa y silla alternaba entre colores que pasaban por verde, rojo, azul, café, morado, amarillo, naranja y así como un arcoíris de infinitos colores. A la vez, en las paredes estaban dispuestos diferentes carteles con divertidos diseños de niños acompañados de letras, números y animales de todo tipo.

    A mi alrededor, había niños corriendo de un extremo a otro, caían suelo, rodaban y se volvían a levantar soltando risotadas como si no hubiera un mañana; un poco más allá había otros niños y niñas que se mantenían impasibles[6] en sus pequeñas sillas, mientras que otros hablaban entre sí con toda naturalidad, como si se conocieran desde siempre. De pronto, como una ráfaga apareció una mujer de mediana edad dentro del salón, en su aspecto se hacía evidente el cansancio por la prisa que traía, en sus sienes corría un interminable sudor que se limpiaba una y otra vez mientras realizaba bocanadas de aire para recuperarse, de tal manera que, imagino, decirnos algo a quienes estábamos expectantes frente a ella.

    –– ¡Buenos días a todos! –– exclamó la mujer notoriamente más animada y tranquila.

    –– ¡Buenos días! –– respondimos al unísono todos casi por inercia.

    –– Perdonen mi retraso, había un montón de taco de camino al colegio, no volverá a ocurrir. Ahora, yendo a lo importante, yo no los conozco como tampoco ustedes a mí, por lo tanto, nos presentaremos brevemente diciendo nuestros nombres. Partiré yo, mi nombre es Alejandra y seré su profesora durante todo este año, así es que espero nos llevemos bien y nos divirtamos.

    Agolpados como si nos hubieran ofrecido una montaña de dulces la mayoría se apresuró a decir su nombre “yo soy Pablo”, “yo soy Andrea”, “yo soy Javiera” “yo soy Carlos” “yo soy Manuel” … en tanto el resto, los más tímidos permanecimos inmutables en nuestros asientos aguardando por orden cada presentación hasta que llegara nuestro turno. De dicha manera continuó el desfile de nombres, “yo soy Camila”, “yo soy Daniel”, “yo soy Karen”, “yo soy Francisco”, uno tras otro iba hablando y poco a poco se acercaba mi turno, instancia que, con toda seguridad, fue el puntapié inicial de mi ansiedad. Cuando faltaba unos pocos asientos antes de que fuera mi turno un súbito nerviosismo se apoderó de mí y en mi cabeza comenzaba a repetir una y otra vez mi nombre, cómo asegurándome de que fuera el correcto, de que no se me fuera a olvidar o de que cuando finalmente me tocara lo pronunciara correctamente.

    –– ¡Súper! Un placer conocerlos a todos, deberán tenerme paciencia para poder recordar cada nombre y llamarlos adecuadamente. Por último, solo faltas tú –– lanzó la profesora mientras me miraba por saber mi nombre.

    –– Este…. mi no-noom… mí no- no-mbre es Ma-Ma…Martititi… Martino –– contesté mientras mi mirada se encontraba clavada hacia el suelo como si algo se hubiera posado sobre mi cuello para mantenerme en esa posición, a la par, un calor abrasador recorría mi cuerpo cómo si hubiera corrido a toda velocidad durante infinitas cuadras.

    Aquel momento pareció una eternidad que hasta entonces jamás había experimentado en mis pocos años de vida, no tenía comparación con nervios que había sentido en otras ocasiones, además, sentía que todas las miradas de quienes estaban a mi alrededor se posaban sobre mí, y no precisamente miradas amables. Las sensaciones que allí nacieron permanecieron durante toda la jornada, y frente a las preguntas e interacciones que fueron teniendo lugar apenas reaccionaba, sentía como si todo se hubiera cerrado y todo rastro de valor para hacer algo se hubiera esfumado. De hacer amigos o amigas ni hablar, de un momento a otro el salón que en primera instancia me había dado la impresión de ser un lugar apacible se había desmoronado por completo a causa de un miedo inexplicable que se haría parte de mi desde ahí en adelante.

    Cerca de las 14:00 horas todo terminó, al fin era la hora de irse, mamá había venido por mi hasta el salón, y en cuanto la vi aparecer por la puerta preguntando mi nombre tomé mi mochila y corrí hacia ella como si no la hubiera visto hace cientos de años, estando con ella automáticamente todo se volvía seguro. Transitando nuevamente por el eterno pasillo central mi ánimo comenzó a reavivarse poco a poco, caminar de la mano de mamá se sentía bien y la felicidad emergía por si sola, sin embargo, parte de la amargura experimentada recientemente aún permanecía ahí.

    En cuanto salimos mamá encendió el auto, ahora iríamos por mi hermano que se encontraba a pocas cuadras de nosotros, por lo que en cuestión de minutos nos encontramos fuera de su colegio. De la mano caminamos hasta la entrada y allí estaba Luciano aguardando por nosotros, a su lado se encontraba una mujer de edad similar a la profesora que estaba a cargo de mí (aún no entendía en absoluto cuál era su función), al acercarnos mi hermano corrió animadamente hasta nosotros soltando carcajadas, con toda seguridad su jornada había sido abismalmente mejor que la mía. De camino a casa mamá dio rienda suelta a su emoción por nuestro primer día de colegio y las preguntas salían una tras otra, “entonces, ¿cómo les fue?” “¿qué hicieron hoy?” “¿hicieron amigos?”, mi hermano no dudó ni un segundo e iba respondiendo una tras otra relatando que había tenido un día de lo más divertido, que había aprendido sobre números y nuevas palabras, que habían dibujado y jugado; en definitiva, todo había ido de maravilla para él. En tanto, característico en mí, pero en esta ocasión más acentuado me remití a responder que nos habíamos presentado, que la profesora era una persona simpática y atenta, que habíamos estado dibujando, haciendo algunos juegos y que al terminar nos había leído un cuento, todo ello relatado bajo un escueto tono de voz.

    Al llegar a casa corrimos hasta nuestra habitación, y en un dos por tres nos quitamos el uniforme escolar para vestirnos cómodamente con nuestras prendas favoritas, como listos para salir a jugar durante toda la tarde luego de almorzar apropiadamente para tener energías para jugar, decía mamá cada vez que se acercaba dicho momento del día. Durante el almuerzo mamá nos contó con suma alegría que a contar del próximo lunes comenzaría a trabajar en un hotel en Concepción, por lo que durante esta primera semana sería la única y última que iría por nosotros al colegio, y que en cuanto empezara a trabajar, durante su ausencia de todo se encargaría Tránsito, nuestra futura nana. Por un lado, aquella noticia nos puso muy contentos a ambos, pues, mamá era muy dedicada en cada cosa que hacía, procurando dar siempre lo mejor de sí, y aún mejor si era realizando algo que le gusta, tal como lo sería su nuevo trabajo. A la vez, el anuncio de que tendríamos una nana nos causó profunda curiosidad, dado que hasta entonces jamás habíamos estado a cargo de una, y no podíamos desestimar que se trataría de una persona que ni por asomo conocíamos, no obstante, si mamá la había contratado era porque había una confianza de por medio que otorgaba la seguridad necesaria.

    Durante el resto de la semana los días transcurrieron sin mayores novedades, cada jornada se volvió rápidamente rutinaria en que todo consistía en horarios y acciones predeterminadas, debíamos dormirnos temprano, no más allá de las 22:00 horas (regla inquebrantable) para luego por la madrugada despertarnos a las 06:30 horas para salir de casa máximo a las 07:15. Por otra parte, con el pasar de las clases fui comprendiendo poco a poco cual era el rol de la profesora Alejandra, quien de partida era la única que estaba a cargo de nosotros, y, por lo mismo, quien nos enseñaba todo tipo de cosas que iban desde números, pasando por letras e incluso cuestiones sobre la naturaleza, como también a relacionarnos entre quienes formábamos parte del curso. Sin embargo, sobre este último punto, a pesar de sus esfuerzos, porque independiente de todo vale decir que la profesora era una persona sumamente cariñosa, la experiencia fatal que me había tocado vivir el primer día me había marcado y cambiado inevitablemente. En tanto, Luciano iba de maravilla en su aventura escolar, no le había costado demasiado esfuerzo poder entablar amistades y divertirse, era atrevido e increíblemente sociable por naturaleza, razón por la que cada tarde al llegar a casa se le veía más feliz y contando todo tipo de historias sobre las andanzas que había tenido en su jornada.

    Llegado al fin el viernes salimos más temprano de lo normal, cerca de las 13:00 horas ya nos encontrábamos en casa y por delante nos esperaba un fin de semana realmente emocionante; mientras íbamos de camino mamá nos había contado que nos juntaríamos durante el sábado con su hermana Carolina y nuestros primos Gustavo e Isidora, quienes vivían cerca de nuestra casa, pero que debido a la agitada semana no había quedado tiempo para reunirnos. Por alguna razón el panorama me había dado una profunda emoción, a pesar de que no tenía recuerdos claros de mis primos y se sentía como si fuera a ser la primera vez que los vería no podía evitar la alegría, pues ante el adverso panorama escolar, la posibilidad de divertirme con mis primos lo era todo y más.

    En cuanto aparecieron los primeros rayos de sol salimos de la cama, desde el día anterior nos encontrábamos expectantes por lo que nos esperaba hoy, no teníamos tiempo que perder, las ganas de jugar eran incontenibles. Nos alistamos en tiempo récord gracias al “entrenamiento” al que nos había sometido mamá durante toda la semana, cada paso que debíamos dar antes de estar preparados para salir los habíamos cumplido a cabalidad y con una felicidad inexistente en comparación a las frías y desganadas mañanas de los días de la semana. Así, a eso de las 10:00 horas estaba todo dispuesto para que saliéramos; primero iríamos a buscar a nuestros primos y su madre a su casa, y luego, nos dirigiríamos a Cobquecura, una localidad costera que quedaba a unas dos horas y poco más de casa. Allí pasaríamos el día divirtiéndonos en grande.

    Al momento de pasar por nuestros primos y saludarnos todo fue más normal de lo que esperaba, de alguna forma pensaba que a pesar de que no poseía recuerdos exactos junto a ellos, el hecho de que fuéramos familiares facilitaba las cosas de tal manera que no era necesario dejarse llevar por los nervios o consumir por la timidez. En consecuencia, durante el viaje a Cobquecura no perdimos ni un solo segundo y nos entretuvimos en cada segundo, las risas abundaban junto con múltiples bromas. Mi primo, Gustavo, era similar a mi hermano, ambos eran los mayores y gustaban de gastar bromas y molestar, pero también era poseedor de una gran amabilidad que se reflejaba en su tierna apariencia. Por tales razones se complementaban a la perfección y eran grandes amigos desde el día uno. En tanto, tal como yo, mi prima, Isidora, era víctima de las ocurrentes jugarretas de Gustavo que la hacían reaccionar de irreverentes maneras en las que dejaba escapar una irritabilidad que era imposible tomarla en serio debido a los cómicos berrinches que salían de la mano con ello. Sin embargo, a pesar de eso, ella tenía un carácter peculiar en el que se destacaba por ser increíblemente enérgica y amistosa, tenía una facilidad impresionante a mis ojos para relacionarse con las personas, su personalidad denotaba confianza en sí misma y eso la ayudaba a generar simpatía y cariño en quienes la rodeaban.

    Por consiguiente, Carolina, nuestra tía, era unos cuantos años mayor que mamá, y eran diametralmente distintas en cuestiones evidentes, puesto que, por un lado, ella era de un carácter sorprendentemente tranquilo, a un nivel inusitado que hacía pensar que a su alrededor nada existía, que solo existía ella y nada más. No se inmutaba ante ninguna situación, lo cual en ocasiones le jugaba en contra y se volvía incapaz o se tomaba con demasiado relajo las tareas cotidianas. A la vez, su trato hacia las personas emanaba amabilidad y afecto, desde su forma de hablar hasta sus gesticulaciones, era una persona cariñosa como ninguna otra. No obstante, a causa de eso también era alguien muy sensible, y según nos había contado mamá, en el último tiempo dicho aspecto se había acrecentado debido a la muerte de su pareja, Carlos, padre de sus hijos, quien, por cierto, a la vez era primo de mi desconocido padre. Debido a aquello me resultaba admirable la alegría que los tres demostraban a pesar de lo que habían experimentado, pues, ellos a diferencia de mi hermano y yo habían vivido desde siempre con su padre, en cambio, si el nuestro hubiera corrido la misma mala suerte probablemente no habría causado mayores estragos en nuestras vidas.

    El camino hacia Cobquecura era realmente espectacular, mirara donde mirara había naturaleza por montones, grandes montañas se levantaban hacia todas partes, y las praderas con animales se extendían de tal manera que la vista no alcanzaba a divisar su final. Asimismo, cientos de árboles, uno al lado del otro se mostraba por ambos costados formando vastos bosques repletos de sombra y haciendo gala de todo tipo de cálidos colores otoñales, las ganas de bajar del auto y recorrerlos por completo, de perderse en ellos e incluso vivir allí, justo entre medio de la inmensidad de los árboles. A medida que nos íbamos acercando a nuestro destino poco a poco ante mi vista comenzó a aparecer un paisaje que nunca había visto, un paisaje que venía junto con sensaciones que nunca había experimentado, un paisaje que hasta entonces solo había podido ver en películas y fotografías. Allí, justo ante mis ojos, estaba el mar, un infinito mundo de color azul que resplandecía con los rayos del sol que se posaba justo sobre él. Al mismo tiempo, se alcanzaban a divisar aves de distintos tamaños y colores que surcaban[7] a lo largo y ancho de las aguas que transitaban a cada instante entre un apacible carácter a un llamativo frenesí [8] que hacía que el mar se levantara realizando una suerte de inmensas ondas que nacían desde donde mi vista apenas alcanzaba a llegar, y en cuestión de segundos se aproximaba hasta la orilla hasta desaparecer sin dejar rastro. Junto con ello, a diferencia del viento que había en el Cajón del Maipo, el de este lugar sin duda tenía algo especial, algo que al penetrar por entre medio de las ventanas del auto me hizo sentir una indescriptible tranquilidad y sensación de felicidad, era algo así como estar respirando algo que pasaba por todo mi cuerpo, un viento suave, ligero, o como lo conocería después, una brisa marina que se extendía por cada rincón de la localidad.

    En cuanto logramos estacionarnos frente al mar lo primero que hicimos fue recorrer la zona inmiscuyéndonos en cada una de sus llamativas calles, y es que en ellas parecía ser que el tiempo no pasaba jamás, dado que la apariencia de las casas, tiendas, almacenes y otros poseían un peculiar aspecto que hasta entonces no conocía. En cada una de estas construcciones predominaba la madera, el cemento, ladrillos y piedras, como también, las más antiguas según relataba mamá a medida que avanzábamos, eran las casas de adobe, el cual era un antiguo material que se constituía de masa de barro y paja para luego moldearla en una forma similar a un ladrillo. A todas luces era un lugar fascinante, la tranquilidad de sus habitantes se hacía sentir en cada rincón, como también su alegría y amabilidad, con una disposición increíble respondían a cada pregunta que mamá y la tía Carolina hacían. Quizás, pensaba, tal comportamiento se debía a la tranquilidad que había experimentado mediante la brisa marina, y es que, si yo había tenido esa sensación nada más entrar, con toda seguridad ellos vivían en un estado constante de ese valioso sosiego.

    Luego de andar de aquí para allá había llegado el momento de realizar una parada para almorzar, entre el viaje, las emociones e impresiones el hambre comenzaba a hacer presencia, por lo cual, mediante una serie de consultas e indicaciones de doblar hacia la derecha para luego hacerlo hacia la izquierda para finalmente salir hasta tal calle donde frente a tal lugar estaba el que necesitábamos, logramos llegar a un restaurante. Dicho lugar ocupaba toda una esquina, y más allá de las cómicas y complicadas indicaciones era identificable a cabalidad, como el resto de las construcciones que habíamos visto esta también tenía el inconfundible sello de antigüedad, un desgastado pero llamativo color rojo recorría toda la estructura acompañado de un igualmente antiguo tejado grisáceo que combinaba a la perfección con su entorno. En tanto, por dentro, se veía aún más grande que por fuera, la altura entre el suelo y el techo era impresionante y ni aun saltando con todas mis fuerzas habría estado cerca de llegar. Había dispuestas una serie de mesas de madera que, a diferencia del resto del aspecto del lugar se apreciaba que estaban cuidadas con total dedicación, sus superficies brillaban tal como si estuvieran recién pintadas. Asimismo, se encontraban acompañadas de unas gruesas bancas de madera que poseían unas curiosas formas que me recordaron a las ondas que había visto en el mar anteriormente.

    Aparentemente, al estar en una localidad costera la regla ineludible era comer mariscos, ¿“qué es eso?” pensé, cuando entre mamá, tía Carolina y el mesero hacían recomendaciones que no permitían escapatoria hacia tomar otras opciones para comer, por lo que finalmente simplemente opté por copiar lo que mi hermano había pedido, un pescado con arroz y verduras, que, por cierto, estaba increíblemente delicioso, cada bocado se deshacía dentro de mi boca.

    Al terminar, al fin era momento de la mejor parte del viaje y de conocer y disfrutar la razón por la cual realmente habíamos ido hasta allá, el mar. En cosa de minutos, luego de haber recorrido las numerosas calles previamente, dimos con la avenida principal que dirigía directamente hasta la orilla del mar, la fascinante brisa marina abrazaba cada parte de nuestro recorrido y en cada paso se volvía más y más intensa haciendo que la emoción se incrementará todavía más. Motivado por ello nos apresuramos a llegar, y una vez ahí apareció ante nuestra vista un vasto campo de arena de gris que se extendía sin límites hacia izquierda y derecha, el viento hacia presencia con tal intensidad que a ratos me sentía volar cuando revoloteaba mi cabello y mis ropas. A la vez, pocos metros dentro del mar se alzaban grandes rocas donde las aves que volaban se detenían a descansar o comer y emprendían vuelo en cuanto aquellas misteriosas ondas, que luego entendería que en realidad se llamaban olas, chocaban con las rocas bañándolas por completo y generando un fuerte sonido cuando entraban en contacto.

    Encontrándonos ahí todo era un mundo completamente nuevo, ninguno de nosotros, ni mi hermano ni mis primos habíamos estado antes en el mar, la curiosidad nos había invadido por completo y cada detalle que tenía lugar nos llamaba profundamente la atención. Mientras caminábamos por la arena íbamos descubriendo una cosa tras otra; tal como solía hacer en el pasto en nuestra antigua casa, en la arena me decidí por lo mismo, me agachaba ante ella y la iba removiendo para ver qué cosas escondía, puesto que, de seguro habrían de todo tipo. Con la curiosidad al máximo comencé a escudriñar, la arena era tan suave que las ganas de recostarme sobre ella hasta quedarme dormido eran incontenibles, sin duda el mar era un lugar increíble en todo sentido. Y más los sería cuando en medio de mi investigación me encontré con algo que captó toda mi atención, entre mis manos tomé algo que se hacía muy similar a una piedra, pero que era mucho increíblemente delgada, a tal punto de que su fragilidad era evidente, por lo que procuré tomarla con sumo cuidado para inspeccionarla detenidamente. Así, me recosté como quería sobre la arena mirando hacia el cielo y con la misteriosa piedra entre mis manos, la cual luego de observarla por unos minutos entendí que no se trataba de una piedra, y que en caso contrario entonces era una sumamente extraña y desconocida para mí. Por fuera su color era similar al atardecer, una alucinante combinación entre rojo y naranja que lograba transmitir una calidez similar a la de aquel momento del día. Por dentro su color era totalmente distinto, más bien, había una mezcla de estos que iban desde celeste, pasando por verde, café, rosado y otros que brillaban increíblemente ante el reflejo de los rayos del sol.

    Al cabo de un rato y de entender que no lograría descifrar qué era lo que había encontrado, me decidí por llevarlo junto conmigo para ir a mostrárselo a mamá, quien probablemente sabría decirme con exactitud de que se trataba mi increíble hallazgo.

    –– ¡Mamá! ¡Mamá! –– exclamé con enorme ansiedad

    –– ¡Hijo! ¡¿qué pasa?! –– preguntó mamá sorprendida ante mi inesperada reacción.

    –– ¿Qué es esto? ¿qué es esto? ¿es una piedra? La encontré en la arena, ¿me dices qué es? –– contesté con un tono insistente que seguramente habría irritado a cualquier persona.

    –– A veeer…. A veeer…. pásame eso para acá –– en un rápido ademan tomó la misteriosa piedra de mis manos y luego de verla unos segundos se agachó a mi altura y me dijo –– Hijo, esto es una conchita de mar, en cuanto a ellas, primero, es importante que sepas que es muy normal encontrarlas en lugares como este, hay cientos de ellas incluso. Además, debes saber que no son piedras jajaja… tal como te he dicho al principio, son conchas, y se podría decir que son parte del cuerpo de un tipo de moluscos, los cuales son pequeños animales marinos, y esto que tú encontraste es su escudo que las protege de distintos peligros. –– concluyó mamá.

    Luego de haber escuchado atentamente la explicación que me había dado mamá no sabía si sentirme feliz por lo que había aprendido, por haber resuelto de alguna forma el misterio, o bien, sentirme triste, pues, si la “conchita” que había encontrado, y si a lo largo del lugar en el que estábamos había cientos de ellas eso significaba que habían muerto, dado que algo o alguien había logrado romper el escudo que los protegía de las amenazas que les rodeaban. Era una sensación extraña, puesto que a medida que continuamos recorriendo por la arena fueron apareciendo por arte de magia una conchita tras otra, y cada una era distinta y más increíble que la anterior, sus colores resultaban realmente fascinantes, sin embargo, pensar en que formaban parte del cuerpo de diminutos animales no dejaba de resultarme curioso, y no entendía cómo es que iban a parar desde el mar a la arena, mamá tampoco lo sabía.

    Poco antes de nuestra partida nos sentamos todos juntos en la arena a comer unos últimos bocadillos que mamá había comprado al paso para que el viaje de regreso fuera tranquilo. Mas antes de irnos se decidió que permaneceríamos ahí hasta el atardecer, dado que según se relataba una de las cosas más bellas que se podían ver era el atardecer frente al mar. Mientras aguardábamos por ello nos entretuvimos jugando con la arena, haciendo bolas para lanzárnoslas entre nosotros, como también haciendo improvisados castillos y diferentes estructuras que ante fuertes bocanadas se desvanecían como si nada, resultando en algo entretenido de ver. Así, a medida que fueron pasando los minutos, las nubes que copaban el cielo comenzaron a adquirir un fantástico color rojizo y anaranjado increíblemente intenso acompañado del vuelo de las aves que parecían retirarse del lugar; por su parte, el sol descendía lentamente, como si estuviera cayendo desde el cielo hacia el agua, dado que, poco a poco se iba perdiendo allí donde nuestra vista asimilaba que era el final del majestuoso mar. De regreso a casa estábamos tan agotados que no quedaba ni una pizca de energía para siquiera imaginar situaciones fantasiosas en medio de los bosques que rodeaban el camino, en el asiento trasero nos apilamos los cuatro y nos dormimos profundamente luego de lo que había sido un gran día de descubrimientos, nuevos aprendizajes y felicidad en familia.

    Al llegar por fin, nuestro cansancio no había desaparecido en lo más mínimo, mamá se encontraba exhausta y en un dos por tres nos despertó para que descendiéramos del auto e inmediatamente nos fuéramos a acostar. A esas alturas ya estaba completamente oscuro, probablemente eran las 22:00 u 23:00 horas, siendo momento más que adecuado para dormir tranquilamente durante toda la noche. Aquel domingo fue distinto a otros días, inusualmente mamá no estaba apresurada ni tenía entre ceja y ceja el despertarse temprano y hacer cientos de cosas en el menor tiempo posible, durante toda la jornada reinó la serenidad, al parecer el haber compartido con el mar y las sensaciones que eso había producido seguían presentes a pesar de la distancia. A causa del pacifico ambiente en casa, nos pasamos todo el día en pijama, comimos todo tipo de cosas acostados todos juntos mientras mirábamos películas en la televisión, no había ningún motivo posible que hiciera que dejáramos de lado la comodidad en la que estábamos inmersos.

    Como solía decir mamá, de lo bueno poco, y así lo hizo notar en cuanto llegó el momento de despertarnos durante la madrugada de un nuevo inicio de semana, el descanso del día anterior había sido más que suficiente para ella para regresar a la normalidad con su inagotable energía, sobre todo en este día en particular en que era su primera jornada de trabajo, por lo tanto, nuestro ritmo de preparación para salir de casa era más rápido de lo habitual. En consecuencia, cuando apenas comenzaba a salir el sol ya estábamos a pocos metros de llegar al colegio de Luciano, a toda velocidad lo dejamos en la puerta, y luego con el mismo ímpetu mamá repitió la acción conmigo, dejándome cerca del salón para retirarse como si se avecinara una avalancha detrás de si, y es que no podía permitirse ni por asomo el llegar un minuto tarde a su primer día de trabajo, su dedicación aplicaba en todo orden de cosas.

    Durante la jornada de clases me sentí diferente a las anteriores, el buen fin de semana que había pasado junto a mi familia me tenía contento, y en ningún caso iba a permitir que los miedos que habían nacido en el salón me sacaran del estado en el que me encontraba. Afortunadamente con el pasar de las horas las cosas se fueron tornando a mi favor, la profesora Alejandra había propuesto una actividad en que dibujáramos lo que habíamos hecho el fin de semana, puesto que, aquel era el primero que habíamos tenido desde el inicio de clases, y aparentemente para ella resultaba interesante conocer cada experiencia. Por lo tanto, con gran motivación en una gran hoja plasmé el paseo que habíamos tenido, en ella dibujé el mar, las conchitas, pintándolas de diferentes colores, como también a mi familia y a mi paseando por la arena. Luego de eso, la profesora puso a disposición un espacio en una pared del salón para que pudiéramos pegar nuestros dibujos, de tal manera que, como dijo ella, pudiéramos tener cerca los recuerdos que nos causaban felicidad.

    Al terminar el día de clases se acercaba una nueva intriga por delante, a causa de que mamá tenía su primer día de trabajo, también era hoy el primer día de trabajo de nuestra nueva y primera nana, Tránsito, quién cumpliría el rol de mamá, es decir, ir por nosotros al colegio, procurar que comiéramos, que estuviéramos bien como también mantener el orden dentro de casa hasta que mamá volviera. Al sonar el timbre que anunciaba el fin de la jornada tomé mi mochila para disponerme a salir al encuentro de la misteriosa mujer, mientras caminaba pensaba en cómo sería, si sería parecida a mamá, si sería amable o si su comida sería deliciosa e infinitas posibilidades que atravesaban mi cabeza. Sin darme cuenta, perdido en mi imaginación me topé con la salida del colegio, y a unos cuantos metros estaba mi hermano de la mano de una mujer de aspecto mucho mayor al que tenía mamá, su tamaño era similar y poseía una apariencia que a primera impresión la hacían parecer bastante dulce, su rostro semi-pálido se encontraba marcado por algunas arrugas junto con unos marcados pómulos y unos redondos y grandes ojos cafés. Su cabello era corto, tanto como el mío, sin embargo, el suyo era más bien enrulado de un claro color, mientras que su cuerpo era igualmente delgado como el de mamá.

    En cuanto estuve cara a cara con ella, por una reacción natural tomé su mano aferrándome como lo hacía con mamá, su aspecto me daba confianza, por lo que no dudé en hacerlo, ante ello me dirigió una agradable mirada que daba cuenta de que no había problema alguno y que todo iría bien. A diferencia de cuando mamá iba por nosotros, de ahora en adelante deberíamos caminar a casa, que ciertamente no era demasiado lejos, y a medida que avanzábamos por las calles resultaba interesante poder ir observando cada detalle que existía en la ciudad. Paralelamente, Tránsito, nos tenía tomados de las manos con absoluta seguridad y procuraba mirar a todas partes en ademán de querer protegernos ante cualquier situación. A la vez, desconociendo que sabíamos su nombre se dispuso a presentarse con un amable tono ronco que de buenas a primeras nos hizo sentir como si estuviéramos con nuestra abuela. En tranquilidad transcurrió nuestro camino a casa, y luego de caminar un par de cuadras finalmente habíamos logrado llegar, el frío estaba en pleno apogeo, lo cual favorecía el recorrido que habíamos tenido. En tanto, a diferencia de cuando llegábamos con mamá, con Tránsito, o “Tati” como había sugerido que le llamáramos cariñosamente en nuestro regreso a casa, se tomaba las cosas con más tranquilidad, permitiendo que dejáramos nuestras mochilas en la habitación, descansar un rato mientras veíamos dibujos animados para luego almorzar.

    El primer día junto a ella había resultado mejor de lo esperado, contra todo pronóstico había dejado la clara impresión de ser una mujer cercana y de buen corazón, la amabilidad se notaba en su mirada que a ratos reflejaba cansancio, quizás por la edad o por algún motivo que desconocíamos. No obstante, era una buena mujer y así lo había hecho notar en su primera oportunidad junto a nosotros, por lo que rápidamente con el pasar de los días adquirimos confianza y afecto hacia ella. Además, en función de eso cada vez íbamos conversando y conociéndonos más, ella tenía poco más de 50 años y vivía en una antigua zona de la ciudad que de momento era desconocida para nosotros. Asimismo, nos hacía felices con las deliciosas comidas que preparaba, sin duda tenía una buena habilidad en dicho aspecto, como también al momento de ayudarnos con los quehaceres del colegio y al momento de salir a las calles a jugar con nosotros.

    Inesperadamente cada día comenzaba a ser mejor que el otro, mayormente en lo que significaba el tiempo en casa y divirtiéndonos dentro y fuera de ella, mamá estaba contenta con su trabajo en el hotel como también con la presencia y labor de Tati en casa, por lo que no había mayores preocupaciones de por medio, todo iba de maravilla. Los fines de semana los pasábamos en familia junto a nuestros primos divirtiéndonos en grande, y a medida que fue pasando el tiempo fuimos conociendo a otros niños y niñas que eran parte del barrio al igual que nosotros, y que poco a poco se transformarían en nuestros primeros amigos, o al menos, en los de Luciano y Gustavo. Por mi parte, al ser el más pequeño solía pasar desapercibido, sumado a mi introspectivo carácter que me dificultaba enormemente poder interactuar con personas que no conocía, lo que al mismo tiempo hacía pensar al resto que yo no estaba interesado en nadie. Debido a eso, a pesar de que el grupo con quienes compartíamos en las calles y parques iba creciendo no lograba tener un lazo de amistad con alguien, y simplemente me entremezclaba con el grupo y participaba de los juegos que iban surgiendo.

    Sin embargo, a pesar de las complicaciones que poseía para tener amigos, el ambiente en casa estaba a punto de volverse aún mejor, puesto que como había anticipado mamá tiempo atrás, un amigo de su infancia, Enzo, en unos pocos días más pasaría a formar parte de nuestra familia. Él era un antiguo amigo de mamá que era más o menos unos 10 años menor, y se habían conocido cuando eran apenas unos niños, dado que la madre de Enzo, Ruth, había trabajado como nana en casa de mamá. Por tanto, debido a la gran relación que existía entre sus padres y Ruth prácticamente habían pasado a formar parte de la familia, por lo que diariamente llevaba a Enzo a casa, quien era sumamente querido por todos. Sin embargo, hasta entonces, para nosotros era una persona que no conocíamos, pero que según relataba mamá con mucha alegría era alguien tremendamente simpático y cómico, razón por la cual nos divertiríamos en grande al tenerlo cerca.

    Dicho y hecho, a los pocos días Enzo pasó a formar parte de nuestra familia, y tal como había asegurado mamá, era probablemente la persona más graciosa que habíamos tenido oportunidad de conocer hasta entonces, desde su forma de hablar hasta todo tipo de expresiones que hacía derivaban en un sinfín de risas, poseía una evidente habilidad natural para hacer reír a quienes le rodeaban. Asimismo, al igual que las personas que solían rodear a nuestra familia, también destacaba por ser cariñoso y atento con nosotros, ocupándose de nosotros en variadas ocasiones cuando mamá debía hacer otras cosas. En consecuencia, no tardamos demasiado en encariñarnos con él y en cierta forma había pasado a ser una suerte de hermano mayor para nosotros.

    Luego de un tiempo, por razones ajenas al entendimiento de mi hermano y mío, mamá comenzó a tener complicaciones en su salud, las que aparentemente no eran un simple resfriado o un dolor de cabeza como solía pasar de vez en cuando, pues, en cuanto iban pasando los días se le veía notoriamente cansada y no había ni rastro de su inconmensurable energía. Indudablemente algo andaba mal, y aquello también afectaba al ánimo de todos, a pesar de que mamá no nos había dicho nada formalmente a Luciano y a mí, por lo que entre Tati y Enzo procuraban apoyarla y apoyarnos a ambos en todo lo que fuera necesario. Así, pasaron los días, y mamá nos reunió un domingo por la tarde para darnos una importante noticia.

    –– Bueno hijos, Enzo, como han visto durante el último tiempo mi salud no está bien, es evidente por la imposibilidad de hacer las cosas diariamente con el ánimo que suelo hacerlas. Debido a eso, y que ya es una situación insostenible, los doctores me han recomendado que debo operarme, de tal manera de recuperarme rápido y de forma segura. –– expresó mamá bajo una acongojada apariencia similar a la que habíamos visto cuando tiempo atrás nos despedimos de nuestra hermana.

    Ante la noticia quedamos perplejos, no entendíamos exactamente qué era una operación ni mucho menos la gravedad de la situación como para qué mamá tuviera que recurrir a algo así, la atmósfera se había tornado extraña y no encontrábamos explicación alguna. Ella siempre lucia como si nada le afectara, y por lo mismo se nos hacía aún mas inentendible que estuviera ocurriendo tal cosa. Debido a ello, mientras se sometía a la operación, Enzo estaría a cargo de nosotros en su ausencia, pues no había manera en que Tati estuviera a toda hora a nuestro lado, por eso, en parte, también se debía la integración de Enzo a la familia, puesto que, al parecer, mamá tenía complicaciones hace un tiempo en su salud. Así, la operación estaba fijada para el día siguiente a primera hora, así es que Enzo iría a dejarnos al colegio para luego dejar a mamá en el hospital donde sería operada.

    Durante esa noche apenas pudimos conciliar el sueño, en nuestras cabezas las dudas nos inundaban de un sinfín de preguntas y situaciones que no hacían más que angustiarnos e impedirnos el poder dormir, estábamos siendo presos del miedo ante una nueva situación desconocida que había tomado lugar en nuestras vidas, y que no alcanzábamos ni a imaginar como terminaría. Al otro día, Enzo se dio el tiempo de despertarnos amablemente para que nos levantáramos, con sumo desgano logramos salir de la cama y prepararnos para asistir al colegio, el desánimo se encontraba latente en nuestros rostros y cada acción la hacíamos más lento que la anterior. Al subirnos al auto nos dejamos caer en los asientos traseros manteniendo el mismo ánimo, mientras mamá iba recostada en el asiento de adelante y Enzo al volante. A los pocos minutos nos dejaron a cada uno en la escuela, nos despedimos de mamá con un fuerte abrazo e infinitos besos deseándole lo mejor en lo que se avecinaba dentro de poco.

    Por tres días nuestro ánimo subía un poco y volvía a bajar de golpe, no teníamos noticias de mamá y a cada segundo imaginábamos escenarios cada vez más catastróficos mientras Enzo trataba de hacernos reír con sus ocurrencias, sin embargo, la preocupación era mayor y no encontrábamos motivo para sentirnos alegres. Aquellos tres días parecieron ser eternos, nunca habíamos pasado tanto tiempo lejos ni mucho menos sin saber absolutamente nada de mamá, sumado a que seguíamos sin tener la más mínima noción sobre qué trataba una operación. Así transcurrieron lentamente las horas, hasta que el miércoles por la tarde ocurrió algo, mientras estábamos haciendo nuestros quehaceres del colegio junto con Tati, Enzo llegó animado como nunca a casa saltando de un lado a otro con una sonrisa enorme en su rostro, que, si bien en cierta forma era su naturaleza, ahora estaba fuera de lo común. Por tanto, era una clara señal de que algo bueno había sucedido.

    –– ¡Niños! ¡traigo noticias! –– exclamó alegremente Enzo.

    –– ¡¿Qué?! ¡¿qué!? ¿es sobre mamá? dinos dinos –– nos apresuramos a replicarle ansiosos.

    –– ¡Así es!, afortunadamente todo salió bien en la operación de su madre, mañana por la mañana, luego de que vaya a dejarlos al colegio iré por ella para traerla de regreso a casa. Desde el hospital me dijeron que ella les enviaba todo el amor del mundo como también infinitas disculpas por no haber dado noticias, pero por razones que desconozco no habían podido comunicarse con nosotros para informarnos sobre su situación. –– relató Enzo con suma felicidad.

    La increíble noticia nos devolvió de golpe el ánimo, toda la alegría que habíamos perdido durante los últimos días regresó a recorrer por completo nuestro cuerpo y nuestros ojos irradiaban dicho sentimiento, por fin las cosas estaban a poco de retornar a la normalidad, tendríamos a mamá con nosotros otra vez. A causa de ello, el día pasó velozmente y bajo un ambiente de celebración nos divertimos en grande junto a Enzo, la buena noticia lo ameritaba y nuestra disposición se había tornado sumamente positiva, permitiéndonos disfrutar e inclusive dormir tranquilamente como no habíamos podido lograr en los días anteriores. Por la madrugada del siguiente nos levantamos animadamente, Enzo y sus ocurrencias sacaron a relucir lo mejor de sí y para despertarnos abrió la puerta de nuestra habitación, y simulando ser una trompeta comenzó a imitar el sonido que estas hacían, causándonos una cómica y gran impresión que nos puso de pie al instante. Así, con una sonrisa dibujada en el rostro nos dejó en nuestros respectivos colegios para luego ir por mamá, este sería un grandioso día.

    La jornada, al igual que la tarde anterior cuando nos enteramos de la noticia, se fue en un abrir y cerrar de ojos, no nos dimos ni cuenta cuando ya estábamos caminando de la mano de Tati de regreso a casa, la alegría era tal que hasta ella estaba más contenta de lo usual y su rostro inclusive lucio más colorido que de costumbre. A toda prisa avanzábamos por las calles, estábamos ansiosos por llegar a casa para reencontrarnos con mamá, quién a esas horas, según nos había informado Tati ya se encontraba en su habitación. En consecuencia, en cuanto llegamos dejamos nuestras mochilas en la entrada de casa y corrimos a toda velocidad a ver a mamá, y sin ninguna contemplación, dejándonos llevar por la emoción nos abalanzamos sobre su cama para abrazarla y besarla. Desde aquel momento, todo estaba bien nuevamente.

    Con el pasar de los días mamá se recuperó satisfactoriamente, y, al parecer, nuestros miedos habían sido sumamente infundados, pues, la operación había resultado exitosa y no era nada realmente grave, por lo que sumado a su natural sobrecarga de energía que poco a poco comenzaba a retornar a su cuerpo se vio recuperada luego de 4 días. Sin embargo, debía permanecer tranquila por al menos 1 semana más, es decir, no debía ir al trabajo, pero si podía estar en casa y cada ciertos momentos del día salir a caminar por el sector a fin de que no se debilitara su cuerpo. Como tal, llegado el domingo mamá decidió que saldríamos a dar una vuelta a modo de “celebrar” que todo había salido bien y que nuevamente estábamos todos reunidos, por tal motivo también invitaría a Gustavo e Isidora para que salieran junto a nosotros. El paseo sería algo tranquilo para cuidar de mamá, por lo que consistiría en caminar por el barrio mientras tomábamos helado como símbolo de la alegría que predominaba en el ambiente

    Por consiguiente, cerca de las 16:00 horas nos alistamos para salir, nuestra tía Carolina había ido a dejar a Gustavo e Isidora a nuestra casa mientras ella aprovecharía el tiempo a solas para hacer otras cosas con las que debía cumplir. De dicha manera, una vez nos encontramos en la calle formamos una especie de fila, mamá estaba al frente, detrás suyo venía Luciano, luego Gustavo, Isidora, y al fondo, el más pequeño, yo. La fila era como ver las películas animadas de las que disfrutábamos por las tardes los fines de semana, cuando en algunas escenas mostraban a patos de la misma forma en la que nos encontrábamos nosotros. Afortunadamente, durante la tarde había un brillante sol que otorgaba una cálida sensación de calor que volvía aún más ameno el ambiente mientras caminábamos por calle, por lo tanto, se hacía necesario ir por los deliciosos helados. Nuestra idea era transitar por lugares que usualmente no lo hacíamos, razón por la cual nos mantuvimos caminando por un par de cuadras hasta que logramos dar con un almacén donde compramos los helados para continuar con nuestra travesía.

    En medio de ello, haciendo una perfecta simulación de “mamá pollito” y sus hijos caminábamos alegremente por una larga y amplia vereda repleta de casas, nuestras posiciones se mantenían intactas y yo seguía al final de todos, cada uno tenía la responsabilidad de no perder de vista a quien estaba delante para no perderse en el camino. A la vez, en tanto nos concentrábamos en no perdernos de vista, dejamos de prestar atención a nuestro alrededor, por lo que nada más parecía existir, entonces, durante esos momentos, mientras avanzábamos por la vereda, de pronto, de una casa que se encontraba bastante hacia “adentro”, comenzó a abrirse su portón, pues un auto se disponía a salir del interior de la casa. Debido a la distancia que había entre dicho portón y por donde nosotros íbamos pasando no nos detuvimos a esperar, sino que simplemente seguimos avanzando, sin embargo, lo inesperado sucedió. Cuando el auto ya había cruzado el portón y nosotros estábamos por terminar de pasar delante de él, un enorme perro negro y peludo apareció desde el fondo del portón cuando este se estaba a punto de cerrar. A toda velocidad lo vimos corriendo tras del auto, y aparentemente quienes iban dentro de él no se habían percatado, pues, en cuestión de segundos el perro los había rebasado, y en un parpadeo, al ser yo el último en la fila, me vi tirado sobre la vereda con aquel perro encima de mí.

    En aquel momento todo se volvió un caos, toda la atmosfera que hasta hace pocos segundos era totalmente pacífica y alegre se había tornado en un pánico absoluto e inexplicable, con mi mirada agonizante y el perro completamente fuera de sí, encima de mi cuerpo, alcanzaba a divisar a mi hermano y mis primos escondidos completamente aterrorizados detrás de un arbusto nada podían hacer ante tal situación. Por su parte, mamá, recién operada desbordaba desesperación entre gritos y llantos y su rostro palidecía a cada segundo que pasaba. Por consiguiente, de alguna forma, apenas consciente, tenía claridad de que estaba siendo atacado por el feroz perro, su apariencia me parecía tan terrorífica y su tamaño tan abismante que el miedo me poseyó por completo. Veía a mamá que continuaba gritando y llorando sin cesar sumida en un miedo similar al mío, tratando con sus pocas fuerzas de quitar al perro de encima de mí sin obtener resultados, mientras las personas del auto parecían no percatarse aún de lo que estaba sucediendo.

    Paralelamente, con todo el conjunto de cosas sucediendo, y el perro mordiendo mi cuerpo sin contemplaciones, de alguna forma traté de zafarme, de echar una mano a mamá. Fue así como en una acción con una inusitada fuerza en medio de mi débil condición, logré asestarle una patada en el estómago al perro, el cual por alguna razón detuvo su acto haciéndome pensar que aquella pesadilla que estaba viviendo había terminado. Sin embargo, al instante volvió a la carga con más furia aún, entonces, mi vista se nubló, mi alrededor ya no existía y todo se volvió oscuro.

    CAPÍTULO V: Emigración (Parte II)

    Una hora, quizás dos, tal vez tres o más, no recuerdo cuánto tiempo pasó desde el momento en que caí al asfalto y el perro comenzó a atacarme salvajemente hasta que perdí la consciencia y volví en sí. La atmósfera de desesperación era tal, que mientras pude mantener los ojos abiertos pensaba que sería mi fin, mamá no parecía poseer la fuerza suficiente para salvarme y a nuestro alrededor no había nadie que pudiera socorrernos. No sé si aquel perro en algún momento llegó a hartarse en medio de su cometido y desistió, si mamá logró finalmente con un esfuerzo sobre humano quitarlo de encima, y de haber sido así, ¿no corría peligro ella también de ser atacada?, todos los recuerdos en torno a ese momento eran absolutamente confusos.

    De pronto abrí los ojos como si hubiera despertado de un largo sueño, me pesaba todo el cuerpo, incluso requería esfuerzo para mantener mis ojos abiertos, poco a poco comencé a buscar con ellos alguna señal que me dijera donde me encontraba. Hacia un costado se encontraba una amplia y gruesa ventana, al mirar débilmente a través de ella me percaté de que faltaba poco para el anochecer, ¿será que estaba ahí desde el día anterior? Pensé al contemplar el panorama en el exterior; luego, buscando otros indicios me miré a mí mismo, hacia mi cuerpo, buscando saber si estaba bien, cerciorándome de que no me faltara nada, pensaba aterrado. Entonces, en medio de aquel acto me percaté, me encontraba completamente tendido sobre una extraña cama, la cual tenía me mantenía en una postura semi-inclinada; entretanto, en los costados había una especie de mangos o barreras que parecían actuar como medida de seguridad o apoyo. A la vez, al inspeccionar mejor mi propio aspecto me di cuenta de que traía puesto una suerte de camisón blanco que me cubría más allá de las rodillas, como aquellos que solía usar la abuela para dormir de vez en cuando.

    Al unir todas las piezas que había logrado identificar con mis ojos no lograba concluir en donde estaba, además, a un lado de la cama se alzaba una pantalla de mediano tamaño con una serie de números acompañados de unas extrañas líneas que ondeaban como las olas del mar, no entendía nada. De repente, en medio de la confusión se abrió levemente la puerta, y por ella entró una mujer completamente extraña para mí, vestida con un extraño atuendo enteramente blanco, y portando unas hojas sujetas a lo que a primera vista lucia como un trozo de madera se acercó hasta la pantalla que se encontraba a mi lado y se detuvo en silencio para registrar lo que allí aparecía. En cuanto terminó se volteó hacia a mí y por primera vez desde que había entrado me dirigió la mirada y la palabra.

    –– ¡Hola! veo que por fin has despertado, me alegro. –– expresó con una gran sonrisa la desconocida mujer

    –– S-si… ¿dónde estoy? ¿quién es usted? –– respondí con una voz débil.

    –– ¡Cieerto!, debes estar muy confundido, después de todo cuando te trajeron aquí estabas completamente inconsciente. –– indicó con cierta compasión la mujer.

    –– ¿inconsciente? ¿entonces cuánto tiempo llevo aquí? ¡por favor dígame! –– exclamé con un tanto de desesperación.

    –– Tranquilo… tranquilo… ya todo está bien. Verás, estás en un hospital, desde que llegaste han pasado cerca de 5 horas, tu madre te trajo hasta aquí junto a otro hombre y una mujer. Como probablemente debes recordar fuiste atacado por un perro, el cual te causó daños principalmente en el costado izquierdo de tu abdomen provocando una gran herida, ante la que se tuvo que intervenir para curarla y cerrarla, por lo tanto, desde hoy, tienes una pequeña cicatriz. Por cierto, mi nombre es Michelle y soy la enfermera a cargo. –– concluyó extrañamente animada.

    –– ¡¿U-u-uuna ci-cicatriiiz?! ¿qué es eso? ¿qué significa? Explíqueme por favor. –– repliqué aún más confundido

    –– Ajá, bueno, para que lo entiendas fácilmente, una cicatriz, es la marca que ha quedado en tu piel luego de que luego de que “cerráramos” la herida que te provocó el perro. Por ejemplo, es como si un pantalón que tú usas se hubiera roto, y, por lo tanto, y para arreglarlo tu madre lo coche, quedando así una “marca” de aquel arreglo. –– explicó Michelle mirándome con compasión.

    –– Ah… está bien… creo que lo entiendo mejor… ¡muchas gracias!, pero, por cierto, hablando de mi mamá, ¿dónde está ella? ¿está aquí? Quisiera verla, por favor. –– expresé con un tono ya más tranquilo.

    –– Sí claro, la llamaré de inmediato, tranquilo. –– respondió amablemente Michelle.

    En cuánto salió por la puerta dejé escapar un enorme suspiro en señal de tranquilidad, al parecer todo estaba bien y no había tenido mayores problemas, y, lo más importante, seguía con vida, por lo tanto, mamá, mi hermano y mis primos seguro que también estaban bien, pensé, mientras volvía a mirar a través de la ventana que permitía observar cómo poco a poco el sol se iba escondiendo y los últimos rayos hacían resplandecer las blancas paredes de la habitación. Al cabo de unos minutos se escucharon unos leves golpes detrás de la puerta acompañados de la voz de Michelle anunciado su entrada.

    –– Tal como pediste, aquí traigo a tu madre. –– indicó Michelle.

    Apenas terminó su mensaje mamá apareció por detrás, en su rostro se reflejaba una mezcla de alegría y tristeza, de satisfacción y miedo que se hacían totalmente plausibles a causa de lo ocurrido.

    –– ¡Hijo amado! Por fin has despertado, ¡qué alegría! ¡qué alegría!, tuve tanto miedo de que te pasara algo aún peor. –– expresó mi madre entre abrazos y un desbordante llanto que recorría todo su rostro.

    –– ¡Mamá! ¡Mamá! ¡qué bueno que estás bien! –– exclamé eufórico de alegría al verla.

    –– ¡Sii hijo! ¡Estoy bien! Tranquilo, no te exaltes demasiado que estás muy delicado todavía. –– indicó mamá.

    –– S-si… perdón… me dejé llevar… ahora, cuéntame un poco por favor, ¿qué fue lo qué pasó? –– respondí con suma curiosidad.

    –– Mmm… bueno… ya que estás tan deseoso… lo que pasó fue que, mientras el perro te atacaba tú acabaste desmayándote, y en eso yo seguía tratando de quitártelo de encima sin obtener resultados, el perro era demasiado grande y con mucha fuerza. Entonces, mientras forcejeaba y gritaba desesperadamente, las personas que habían salido en auto de la casa se percataron, y rápidamente con una desesperación similar a la mía el hombre que conducía, quién, por cierto, era el dueño del perro, se bajó y logró sacarlo. Luego, con una furia enorme lo tomó y lo regreso a casa mientras la mujer que iba con él me ayudó a subirte a su auto, y así, te trajimos hasta aquí. –– relató mamá soltando lágrimas de emoción.

    –– Aahh… con que así fue… ya entiendo… qué locura mamá, jamás pensé que podría pasar algo así, tuve tanto miedo, pensé que me iba a morir… –– contesté con cierto congojo.

    –– ¡Noo hijo! Tranquilo, ya pasó, ya todo está bien, nunca más te volverá a pasar algo así. Además, el perro será sacrificado en consecuencia de lo que hizo. –– me dijo mamá al oído mientras me abrazaba delicadamente debido a mi estado.

    Así que, sacrificado, pensé, en tanto me invadía una cierta confusión, pues, si bien el perro me había atacado y puesto peligro mi vida, no dejaba de apenarme la idea de que fuera a ser asesinado por lo que había hecho, pero aparentemente, según relató Michelle, era el deber de un dueño sacrificar al perro cuando sucedía algo así. Por otra parte, afortunadamente en unas horas más podría irme a descansar a casa, dado que, a pesar de la grave percepción que teníamos sobre el ataque, ciertamente no había significado una situación de vida o muerte, y la cicatriz en mi cuerpo sería apenas visible.

    Pasadas las horas finalmente llegó el momento de irnos, Michelle volvió a entrar, esta vez acompañada de otra mujer con el mismo atuendo que ella, y entre ambas me prepararon para poder marcharme a casa. En cuanto estuve listo la segunda chica fue a buscar a mamá, mientras tanto, Michelle comenzó a levantarme suavemente de la cama para que lograra sentarme en el borde esta, de tal forma de estar preparado para salir mientras esperábamos. Así, a los pocos minutos llegó mamá junto con la otra chica, la cual traiga consigo una extraña silla con ruedas que en un rápido ademán fue puesta justo delante de mí, entonces, entre ella y Michelle me sentaron en aquella silla y me sacaron de la habitación. Al abandonarla salimos a un largo, ancho y frío pasillo de pálidos colores y nos detuvimos frente a un ascensor, allí estuvimos esperando unos instantes hasta que pudimos abordar uno y llegamos hasta el primer piso que se encontraba lleno de personas por todas partes.

    Al llegar allí nos detuvimos frente a un gran mesón que se encontraba en el centro, mamá junto con Michelle estaban revolviendo y firmando unos papeles que aparentemente indicaban mi salida como también recomendaciones para mi cuidado. En paralelo, un hombre extraño se situó a mi lado como si estuviera esperando por mí; al voltearme se me hizo un tanto más conocido y al instante él también me miró con una mezcla de compasión y culpa, entonces, lo reconocí, era nada más ni nada menos que el dueño del perro.

    Al reconocerlo se volvió lógico que estuviera, después de todo nos había traído hasta ahí luego de haber logrado frenar el ataque, y con toda seguridad su sentimiento de culpa era tal que al menos querría compensarnos de alguna forma por lo que había sucedido. Dicho y hecho, aquel hombre desplegó toda su amabilidad para poder enmendarse, por lo tanto, se hizo cargo de los gastos de mi breve pero costosa estadía en el hospital, como también de llevarnos de regreso a casa. Además, mientras yo aún permanecía dormido, él había ido a comprar una enorme cantidad de sobres de láminas de un álbum de una serie de dibujos animados que yo coleccionaba, y gracias a su gesto logré completarlo ese mismo día.

    De camino a casa mamá me fue desvelando nuevos detalles en torno a la situación, a contar de aquel mismo día debería permanecer en cama durante una semana para recuperarme por completo, por lo tanto, me ausentaría de la escuela y estaría al cuidado de Tati mientras tanto, quien se encontraba muy preocupada por la situación, puesto que, a pesar de que llevábamos poco tiempo de conocernos se había encariñado considerablemente con nuestra familia como también nosotros con ella, a todas luces era una buena mujer. Al llegar, Enzo se encontraba aguardando por nosotros en la entrada de la casa, y con suma delicadeza me bajaron del auto para entrar finalmente a casa; en ese intertanto el hombre del perro se retiró, y con el paso de los días no volveríamos a saber nunca más de él.

    Con el paso de los días mi recuperación fue progresando maravillosamente, los prolijos y cariñosos cuidados que empleaba Tati habían aportado considerablemente en el proceso, por tal motivo, mamá le agradecía a diario por su dedicación y la importancia de su rol mientras ella no estaba debido a su trabajo. Durante aquella semana de descanso no podía hacer demasiado, debía pasar gran parte de los días acostado y cada cierto intervalo de tiempo podía dar vueltas por la casa con apoyo de Tati, de tal manera de “estirar” el cuerpo para que no se resintiera a causa del extenso tiempo que pasaba recostado. En tanto, por las tardes, Enzo llegaba a divertirme con sus innumerables chistes para luego a la llegada de mamá dejarme abrazar por su cariño y cuidado.

    De regreso al colegio todo mundo parecía haber estado aguardando por mi regreso, mamá había informado sobre mi situación a la profesora Alejandra, quien se había mantenido sumamente preocupada a causa de lo sucedido, y diariamente informaba a mis compañeros y compañeras sobre mi estado de salud mediante la información que mamá le entregaba. Así, luego de mi tiempo fuera, y de que los primeros días en el colegio no fueran satisfactorios debido a las infructuosas relaciones de amistad, grande fue la sorpresa al ver que me esperaban por mí con una bienvenida a modo de celebración por mi recuperación. En consecuencia, gran parte de la mañana transcurrió en medio de la celebración, el ambiente era de alegría y había golosinas por doquier para todos los gustos, era como cual fiesta de cumpleaños. No obstante, a pesar de la evidente dedicación y buenas intenciones que habían reflejadas en el recibimiento, aquello no derivó en que proliferaran relaciones de amistad entre mis compañeros y yo.

    Los primeros días de regreso al colegio pasaron con absoluta tranquilidad, la profesora junto con el resto del curso procuraba tratarme con sumo cuidado y estar atentos en caso de que sintiera algún malestar o sufriera alguna complicación, su atención sobre mí era excepcional, y de alguna forma me había permitido sentir el entorno de una forma más amena a la habitual. Sin embargo, al poco tiempo las cosas volvieron a la normalidad, la sobre atención y el trato afectuoso se esfumaron, y el día a día volvió a desenvolverse a través de relaciones formales de compañeros de salón. Sin embargo, al llegar a casa todo mejoraba instantáneamente, la calidez de Tati junto con el buen humor de Enzo, como también el amor de mamá hacían todo mejor, al igual que los juegos con mi hermano. Además, también recibía la visita de mis primos, quienes habían estado en el fatídico día, por lo cual, también se encontraban sumamente preocupados por mi estado y en cierta forma se habían sentido culpables por no haber podido hacer algo ante la situación. Aun así, la angustia y el “mal sabor” de boca causado pasó rápidamente, pues, si por algo se caracterizaba nuestra familia era por tomar las cosas con humor luego de un tiempo, transformando hechos “trágicos” en situaciones cómicas en que optábamos por reír ante la mala suerte que parecía hacer de las suyas.

    Al cabo de unas tres semanas ya me encontraba totalmente recuperado, mi cuerpo estaba como nuevo y podía volver a moverme y jugar libremente sin temer a consecuencias debido a mi situación. Además, durante ese período de tiempo había surgido otra razón para que en casa reinara la alegría, puesto que, Enzo, quién se encontraba en medio de sus estudios para convertirse en actor, había conseguido un rol secundario dentro una reconocida serie nacional para aparecer en uno de sus episodios. Por lo tanto, era razón más que suficiente para celebrar. Por consiguiente, su ansiada aparición se daría en alrededor de dos semanas más, destacando el hecho de que el acontecimiento que se mostraría había tenido lugar precisamente cerca de nuestra casa, en donde aparentemente un psicópata había generado una serie de incendios en diferentes casas de la zona. Así, la idea de que veríamos en televisión un lugar que resultaba conocido para nosotros nos tenía totalmente emocionados a Luciano y a mí, pues, aunque ni siquiera apareceríamos, por alguna razón nos sentíamos famosos y luego podríamos alardear entre nuestros amigos de que nuestro barrio había aparecido en un programa. En consecuencia, aquellos días previos fueron sumamente agitados, Enzo comenzó a pasar gran parte del tiempo fuera de casa trabajando en la preparación del episodio, lo cual parecía ser increíblemente demandante, pues, salía muy temprano por la mañana y volvía al anochecer con evidente cansancio. Indudablemente su trabajo era agotador y requería muchísima dedicación, cosa que él indicaba hacer con aquella gran alegría y sentido del humor que lo caracterizaba.

    Debido a la agitada preparación del gran estreno los días pasaron en un santiamén, y de la noche a la mañana, sin darnos cuenta había llegado el gran día, y las ansias y la alegría se sentían en cada rincón de nuestra casa como si algo increíble estuviera por suceder, el tema de conversación predilecto era que por fin había llegado el momento de Enzo. La jornada en el colegio pasó increíblemente rápido y de un segundo a otro ya nos encontrábamos de la mano de Tati caminando de regreso a casa, quien también se encontraba contagiada por la atmósfera que se había creado, y al igual que nosotros también vería el episodio desde su casa. Durante la tarde no perdimos el tiempo, en cuanto acabamos de almorzar nos dedicamos a hacer nuestros quehaceres del colegio con una dedicación pocas veces vista, de tal manera de desocuparnos tempranamente para alcanzar a salir a jugar y luego volver a casa para preparar todo.

    Una vez terminados nuestros deberes salimos a jugar con nuestros amigos del barrio, ante quienes no parábamos de alardear que nuestro “tío” Enzo saldría en televisión esta noche y que por ningún motivo se lo podían perder, varios de ellos lo conocían por las ocasiones en que habían ido a nuestra casa estando él allí, por lo que también les hacía ilusión el verlo e incluso habían avisado a sus padres al respecto para contar el permiso para disfrutar de la ocasión. Asimismo, lo haría nuestra tía Carolina junto con Gustavo e Isidora.

    Al llegar a casa, mamá ya se encontraba ahí, había vuelto más temprano de lo habitual con el fin de hacer las preparaciones correspondientes para la ocasión. A modo excepcional, aquel día podríamos estar despiertos hasta más tarde lo usual, dado que el episodio comenzaba a las 22:00 horas y duraba poco más de una hora, por lo tanto, habría flexibilidad para no perdernos de ningún detalle. Así, como si de un impresionante evento se tratara, entre Enzo y mamá habían comprado bebidas y bocadillos para “picotear” como habitualmente solían decir, sumado también a una cena especial para disfrutarla en el preciso instante en que comenzara el programa. Para la ocasión, la televisión de la habitación de mamá fue puesta en el living, de tal manera que los cuatro pudiéramos estar cómodamente sentados en los sillones teniendo la comida al alcance sin correr peligro. Puesto que, dentro de las manías de mamá una de las más destacadas era la sensación de peligro y desconfianza que le generaba que otras personas, por más confianza que les tuviese, comieran en su habitación.

    Como tal, a eso de las 21:30 horas estaba todo listo y dispuesto, con toda comodidad nos sentamos los cuatro juntos en el sillón principal, el frío invernal había comenzado a sentirse con mayor intensidad desde hace unos días, por lo que estar así venía de maravilla. En tanto, justo frente a nosotros se encontraba el televisor sobre una pequeña mesa, mientras que rodeando el sillón se encontraban las bebidas junto con los bocadillos que servirían como preparación para el momento estelar de la noche. Sin embargo, en medio de la espera y los nervios que hacía sentir Enzo en el ambiente por su ansiado debut nos obligaron a comer como si no hubiera un mañana, ocasionando que unos minutos antes de que finalmente empezara el programa solo quedaran las bebidas. Por lo tanto, mamá se apresuró a traer el platillo estrella de la noche, mientras en la televisión aún estaban presentando el informe del tiempo que tomaba unos minutos posterior al noticiario central. Con los platos entre nuestras manos nuestra atención se volcó completamente a la pantalla, para Luciano y yo resultaba emocionante la instancia, pues rara vez veíamos televisión tan tarde, y mucho menos un programa para adultos como anunciaba una característica voz sobre el inicio del horario para mayores de edad.

    Según nos había relatado Enzo previamente, el programa se caracterizaba por ser de “miedo”, dado que mediante actuaciones retrataba violentos e impactantes crímenes que habían ocurrido en la vida real en nuestro país. Dicho y hecho, expectantes el programa dio inicio, y desde sus primeros segundos no dejaba lugar a dudas que se trataba de algo terrorífico al mostrar a un hombre de mediana edad caminando por unos oscuros pasillos ambientados con una suerte de neblina, que según nos explicaban se trataba de la cárcel, lo cual era un lugar donde las personas que cometían crímenes eran encerradas por diferentes cantidades de años a modo de castigo. A medida que avanzaba el capítulo nuestra emoción iba en aumento, las escenas mostraban lugares de nuestro barrio que a esas alturas ya resultaban totalmente familiares después del tiempo que llevábamos viviendo ahí, detalle que añadía una sensación extra de “miedo” al pensar que algo tan terrible había ocurrido cerca de nuestra casa.

    Como nos había anticipado anteriormente, la historia trataba sobre un “psicópata” que durante un tiempo había estado causando incendios en casas del sector, actuando libremente y causando severos daños y problemas a las familias que en ellas habitaban. Aparentemente el hombre detrás de estos continuos crímenes era todo un experto en lo que hacía, dado que según se contaba en el episodio habían tardado cerca de un año en poder atraparlo, dando a entender que no dejaba rastros o señales que lo delataran. Sin embargo, llegó el día en que falló en su cometido y fue atrapado en medio del incendio que había provocado, siendo ese momento en el que Enzo finalmente hacia su aparición estelar, junto a otras personas combatía el que sería el último incendio del famoso psicópata de Chiguayante para luego ser atrapado y condenado a cerca de 10 años en la cárcel.

    Después de todo, la aparición de Enzo había sido más bien breve, pero lo suficientemente especial como para emocionarnos y estar felices por él y por lo que había logrado al aparecer en televisión sin siquiera aún ser actor propiamente tal. Cerca de las 00:00 horas no quedaba ni rastro de toda la preparación que se había empleado para ver el programa, mamá había dejado la casa como nueva a pesar de la hora, mientras que Enzo se había encargado de llevarnos a la cama para dormir y así terminar con el largo y agitado día que habíamos vivido. Al parecer, el evidente cansancio de la jornada anterior había sido tal que, por razones extraordinarias mamá nos permitió ausentarnos del colegio para quedarnos en casa. Ya era viernes y no significaba mayor problema faltar un día, cosa que nunca hacíamos al regirnos por una estricta responsabilidad con nuestros deberes, sin embargo, cada cierto tiempo había algunas excepciones.

    Junto con el anticipado inicio del fin de semana también llegarían más buenas noticias, pues, dentro de las próximas semanas llegaría a vivir a nuestra casa un hermano de mamá, quién, por cierto, era de nuestros tíos favoritos, Felipe, o como le apodábamos con cariño, “tío Tite”. Él era uno de los hermanos mayores de mamá, y durante nuestros primeros años cuando vivíamos en Santiago solía pasar gran parte del tiempo junto a nosotros, y durante aquella época se había transformado en alguien sumamente importante, pues, ante cualquier caso no dudaba en apoyarnos o cooperar, cada vez que por algún motivo nos quedábamos solos, Luciano y yo, él venía en seguida a cuidarnos. Así, con cierto cariño y en tono cómico, mamá decía que el tío Tite nos seguía a donde fuera que estuviéramos. Como tal, ahora que estábamos más lejos tampoco sería la excepción, y prontamente estaría junto a nosotros nuevamente. Sin embargo, debido a que nuestra casa no era lo suficientemente grande para todos, mientras Enzo se pondría en búsqueda de un trabajo estable que le permitiera costear una vida independiente, tío Tite tendría que dormir en el living, cuestión que indudablemente volvería particularmente graciosa nuestra vida allí.

    Por mi parte me hacía ilusión el cambio que estaba próximo a suceder, dado que a pesar del “gran grupo” de amigos que existía en nuestro barrio, lo cierto es que no yo tenía ningún amigo en especial con el cual compartir aventuras y en la mayoría de las ocasiones cuando salíamos a jugar a las calles y parques simplemente me “colaba” en aquel grupo. De esta forma, solía pasar desapercibido la mayoría de las veces, transformándome en una especie de espectador de lo que el resto hacia mientras yo permanecía impávido, ocurriendo inclusive que en ocasiones me quedaba fuera de las casas de los demás niños, ya que no me consideraban un “amigo” propiamente tal. Por lo tanto, ante la imposibilidad de establecer lazos de amistad optaba por refugiarme en el cariño de mi familia, por lo que no era extraño que aun con mi corta edad pasara tiempo mezclándome entre personas que eran considerablemente mayores que yo. Por consiguiente, los fines de semana no me resultaban del todo emocionantes, no así para Luciano y Gustavo, quienes estaban “a la cabeza” entre los niños y pasaban el tiempo divirtiéndose, andando en bicicleta, jugando fútbol o videojuegos, donde rara vez me incluían, debido a que, más bien era visto como el “hermano menor” de, aun cuando solo teníamos 2 años de diferencia

    Rápidamente pasaron los días, y el recuerdo del trágico día del ataque del perro ya formaba parte del pasado y era tomado con humor, la vida había vuelto a la normalidad en todo orden cosas. Paralelamente, la llega del tío Tite estaba próxima, durante la mañana del viernes estaba fijada la llegada de su bus al terminal, hasta allí iríamos todos juntos a buscarlo, inclusive nuestra tía Carolina y sus hijos, después de todo había pasado un tiempo largo desde la última vez que nos habíamos visto cuando aún vivíamos en Santiago. Con las ansias encima por nuestro reencuentro, los días en el colegio se venían haciendo increíblemente cortos volviendo todo más alegre a mi alrededor, o eso creía. Cuando por fin había llegado el tan esperando gran día, el panorama cambió de un segundo a otro para mí, quien dentro de toda la familia era el más emocionado.

    Aquella jornada de viernes, mientras estaba en el colegio, me encontraba tan feliz que incluso había pasado las primeras horas de la mañana contándole a mis compañeros que pasado el mediodía llegaría mi tío a vivir a mi casa, quienes por alguna extraña razón consentían lo que a sus ojos parecía una inusitada felicidad. Sin embargo, durante nuestro segundo y último recreo sucedería algo aún más extraño que el consentimiento de mis compañeros, puesto que, como no tenía amigos no era raro que estuviera solo durante los recesos, ya fuera quedándome en el salón o caminando de un lado a otro por el patio. Mientras me encontraba en este último acto aguardando a que tocaran el timbre, una sensación que no recordaba haber sentido antes recorrió todo mi cuerpo sin razón aparente, mi cuerpo por completo comenzó a tiritar y a sentirse sumamente helado, dificultándome el poder moverme libremente, pues me sentía estremecer en cada paso que daba.

    Así, siendo presa de mi timidez e incapacidad para hablar libremente con otras personas, y más aún para pedir ayuda la desesperación se apoderó de mí, en medio de mis máximos esfuerzos por sentirme mejor e intentar regresar al salón no conseguía lograrlo, e inesperadamente, justo en medio del patio todo se vino abajo. Sin darme cuenta, de un segundo a otro la sensación de frío que había estado sintiendo en mi cuerpo desapareció, para al instante ser reemplazada por una molesta sensación de calor que había comenzado a causarme una desagradable sensación de ardor. Por lo tanto, al sentirme peor que antes comencé a caminar desesperadamente por el patio, y en cada zancada que daba me sentía absolutamente observado por los estudiantes mayores que parecían burlarse cruelmente de mí, de quienes al mismo tiempo escuchaba comentarios igualmente crueles donde escuchaba resonar mi nombre una y otra vez.

    Sin entender nada y con la sensación de que daba vueltas en circulo al sentirme rodeado de miradas, logré llegar a la sala, en donde la profesora Alejandra a los pocos minutos de verme entrar se me acercó y sin vacilar tomó mis pertenencias, llamó a otra profesora al salón y me tomó para sacarme de ahí. De pronto, como ya venía siendo costumbre desde hace unas semanas, ni Tati ni Enzo iban por nosotros al colegio, sino que nos devolvíamos en “furgón escolar” que pasaba por nosotros en cuanto acababan las clases. No obstante, a falta de varios minutos para que terminara la jornada mi furgón ya se encontraba ahí, y la profesora Alejandra me llevó hasta él, acercándose extrañamente a conversar con el conductor. Aparentemente por lo que alcanzaba a escuchar hablaban sobre mí, que recientemente me había ocurrido algo y que había que tomar precauciones, ante lo cual lo primero que imaginé era que se refería al ataque del perro que había sufrido. Sin embargo, no se trataba en absoluto sobre eso, y mientras aguardaba a un costado fuera del furgón, llegó otra mujer con una gran bolsa negra, de aquellas que mamá utilizaba para la basura. Entonces, entre la profesora Alejandra y el conductor, sin previo aviso, me tomaron de cada brazo, y de un segundo a otro me vi dentro de la bolsa, ¿qué hago aquí dentro? ¿me tirarán a alguna parte? pensé, todo se había vuelto increíblemente confuso en ese momento. Una vez parecieron asegurarme dentro de la bolsa me tomaron nuevamente y me pusieron dentro del furgón, inusualmente al fondo de este.

    Al rato después, en cuanto el furgón se encontró lleno con el resto de los estudiantes, estos se sentaron lo más lejos posible de mí, como buscando evitarme por alguna razón que yo desconocía, ya que normalmente nos íbamos sentados uno al lado del otro aun sin conocernos del todo. En paralelo, me concentraba en pensar en que al fin vería a mi tío, y que una vez eso sucediera el mal rato que estaba viviendo justo ahora quedaría en el olvido al instante. Sin embargo, la situación no hizo más que empeorar al revelarse la verdad al respecto. Antes de ir a dejar a cualquier otro estudiante, el conductor lucía increíblemente apurado por ir a dejarme a mí, por lo que en cuestión de minutos me encontré fuera de mi hogar, en donde como pasaba siempre él se bajaba conmigo para esperar a que entrara. No obstante, en esta ocasión se acercó hasta la reja, y con un tono sumamente malhumorado gritaba “¡Aló!” “¡Aló!” mientras movía con cierta desesperación los barrotes causando un gran ruido, razón por la cual Tati salió de inmediato a ver qué ocurría, encontrándose con la particular escena de verme dentro de una bolsa.

    Sin pensarlo demasiado ni cruzar una sola palabra con el hombre, Tati parecía haber entendido a la perfección lo que estaba pasando, y reflejando cierta vergüenza y risa en su rostro me tomó de un brazo y entramos a casa. Allí, me dejó parado estando aun dentro de la bolsa, y dirigiendo una extraña mirada vociferó “¡niño por dios, te cagaste!, ¿qué? pensé hacia mis adentros, ¿qué me qué? ¿qué significaba lo que acababa de decirme? ¿había hecho algo bueno? ¿o tal vez algo malo? todo me daba vueltas, y no llegaría a entender la irreverente situación sino hasta mucho tiempo después.

    Con el pasar de las semanas Enzo acabaría dejando nuestro hogar tal como estaba previsto; afortunadamente se quedaría viviendo muy cerca de nosotros, por lo que seguiríamos viéndonos con regularidad. De ahí en adelante la alegría seguiría presente bajo nuestro techo gracias a la presencia de tío Tite, junto con quien comenzaría a divertidos momentos, en cierta forma, en aquel corto nació una relación increíblemente cercana entre ambos. Así, me llevaría a todas partes con él, a pasear por los parques, a recorrer las calles, como también a una fuente de completos y bebidas que se había vuelto su favorita y la concurríamos cada cierto tiempo. Además, cuando en el colegio todavía no me enseñaban del todo a leer, durante las tardes me comencé a sentarme junto al tío Tite en el comedor en pasábamos horas y horas leyendo el diario y pequeños cuentos; cuestión que, sin darme cuenta derivaría en que aprendería a leer antes de tiempo que el resto de mis compañeros. Con enorme cariño y dedicación tío Tite me indicaba y enseñaba letra por letra, y sin ninguna prisa me esperaba para que yo leyera, y cada vez que lo hacía bien me felicitaba con un desbordante orgullo y felicidad. Aquél era mi tío, mi favorito.

    Durante un fin de semana como cualquier otro, como era recurrente por las tardes con mi hermano y nuestros primos, nos juntábamos a jugar en la calle con los demás. Mas jamás habíamos imaginado que las cosas se volverían a complicar para nosotros aquella primaveral tarde de sábado. En dicha instancia desde hace unos días se venía programando una especie de carrera de bicicleta por el barrio en la cual participarían todos los niños y niñas que ya sabían andar en una. Dentro de ese grupo se encontraba Luciano y Gustavo, quienes siempre deseosos de competir, participarían para lucir sus habilidades en el manubrio por las calles de Chiguayante en lo que prometía ser una impresionante carrera. Por consiguiente, a eso de las 17:00 horas nos reunimos familiares y amistades a presenciar el esperado evento, para el cual incluso se habían puesto de acuerdo entre los vecinos para despejar las calles mientras durara la competencia. Así, un grupo de cerca de 10 niños y niñas se encontraban reunidos en la calle principal de nuestro barrio, todos formados en hilera se encontraban listos y dispuestos para dar inicio a la extraordinaria aventura.

    De manera sumamente reñida comenzó a librarse la carrera, la ruta consistía en recorrer una serie de calles que al cabo de unos minutos conducía a una amplia calle que contaba con una “gran bajada”, siendo así una alucinante alternativa para hacer aún más increíble la situación. A la cabeza, Luciano y Gustavo peleaban el liderato junto al resto de los participantes, su evidente adrenalina y emoción los tenía enteramente absortos[9] bajo la idea de conducir a la mayor velocidad posible con tal de ganar. Por lo tanto, a medida que iban metiéndose entre una calle y otra las sensaciones se agitaban cada vez más, y quienes aún seguían férreos en la punta habían comenzado a optar por artimañas que les aseguraran el triunfo, recurriendo a empujarse para desestabilizarse entre otras.

    Sin embargo, cuando ya se encontraban en la recta final bajando por la calle inclinada, mi hermano junto a otros niños que habían resistido a las asperezas del resto de la ruta recobraron sus energías al máximo, y como si no hubiera un mañana aprovecharon el impulso extra que entregaba la forma de la calle para acelerar aun más, lo cual, sin que nadie lo sospechara, acabaría en desgracia. Cuando ya restaban tan solo unos metros para dar fin a la carrera, Luciano había logrado posicionarse definitivamente en la delantera junto a otro niño que buscaba ganar a toda costa, pero que acabaría viendo frustrado sueño, dado que, a pesar de que los padres de los participantes se habían puesto de acuerdo para mantener despejadas las calles, tan inesperadamente como hace un tiempo yo había sufrido el ataque del perro, mi hermano acabaría volando por los aires luego de que sorpresivamente se impactara con su bicicleta contra un furgón escolar.

    Aquel momento, similar a las escenas de las descabelladas películas que veíamos cada tanto en televisión, mostraba a mi hermano elevándose por los aires en lo que parecía ser una eternidad en la que nunca caería al suelo, lentamente parecía caer con la bicicleta bajo sus pies, mientras que las personas mayores que se encontraban ahí a penas se habían percatado cuando de repente se escuchó un fuerte impacto sobre la calle, como si algo se hubiera azotado. Entonces, todos corrimos, y allí estaba mi hermano tumbado, soltando infinitos gritos de dolor mientras tomando uno de sus pies se retorcía de desgarradora manera. Lo que estaba sucediendo ante los ojos de todos era tan impactante que nadie sabia como reaccionar, solo mamá se lanzó al instante sobre Luciano buscando consolarlo en medio del dolor, mientras que él no hacía más que mecerse de un lado hacia a otro sin encontrar calma para la horrible sensación que estaba experimentando. Al cabo de unos minutos, al percatarse de que la situación no mejoraba, sin dudarlo mamá tomó en brazos a mi hermano para llevarlo inmediatamente al hospital para que pudieran ayudarlo, y detrás de ella nos dirigimos junto a mis primos y su madre.

    Luego de varias horas incertidumbre y de angustia por lo que había sucedido, afortunadamente, con una suerte que rayaba en lo fantástico se nos indicó que Luciano se había salado “por los pelos”, dado que lo que había ocurrido era que al impactarse con el furgón escolar y luego de volar y caer sobre la calle, se le había provocado una lesión en su pie que de haber sido un “poco” más grave podría haber perdido la movilidad de este. Por tanto, debido a la gravedad de su accidente pasaríamos a ser compañeros de cicatriz, la cual, al igual que a mí, le significaría ausentarse de clases por un prolongado tiempo para poder recuperarse completamente. Desde entonces, en el barrio, mi hermano comenzó a ser conocido como “Superman”, debido a su increíble salto por los aires similar a un vuelo.

    A causa de los innumerables acontecimientos que tuvieron lugar durante el año el tiempo pasó velozmente, y sin percatarnos ya nos encontrábamos próximos a la llegada del verano, y junto con ello, las esperadas vacaciones. Luego de la partida de Enzo, la llegada de tío Tite y el “espectacular” accidente de Luciano no parecían quedar más cosas por experimentar en lo que restaba del año. En cuanto a nuestra vida escolar habíamos conseguido avanzar al siguiente año sin mayores problemas, mi hermano pasaría a segundo básico, mientras que yo daría el siguiente paso hacia kínder, siendo lo más particular en ello que, por una desconocida razón mi curso me había escogido como mejor compañero, e incluso sería premiado con un diploma, dentro de mi infantil cabeza no entendía absolutamente nada al respecto. A la vez, la premiación se llevaría a cabo en lo que la profesora Alejandra había denominado como “acto de fin de año”, en el cual distintos cursos del colegio realizarían presentaciones artísticas, y el nuestro no sería la excepción, puesto que tendríamos que presentar un elegante baile vestidos de manera “formal”, tal como lo hacían las personas que de vez en cuando veíamos aparecer en televisión.

    En consecuencia, mamá, e incluso Tati estaban increíblemente emocionadas ante el gran evento que se avecinaba, y rápidamente, como si sus vidas dependieran de ello se volcaron a preparar un traje para mi baile, el que según las indicaciones de la profesora debía consistir en una chaqueta negra junto con un corbatín del mismo color, acompañado de una blanca camisa y un pantalón negro junto con unos zapatos de igual tono. Así, me transformaría en un pequeño niño disfrazado de adulto, sumado a que además debía estar perfectamente peinado para la ocasión, ameritando las mejores técnicas para que no se me moviera ni un solo pelo en medio del baile, y como si todo eso no fuera suficiente, debíamos ensayar a diario. Por mi parte, me habían emparejado con una niña con la cual a penas habíamos cruzado un par de palabras durante el año, por lo cual, lo único que sabía de ella era su nombre, Isabel. Isabel era una igualmente pequeña, su pelo era negro como el cielo por las noches y su rostro era tan blanco como las nubes, además, al igual que yo era de pocas palabras, pero contaba con dos fieles amigas y cada tanto era felicitada por ser una buena estudiante.

    Durante los ensayos nuestra relación no cambió demasiado, ambos éramos demasiado pequeños y tímidos como para siquiera atrevernos a entablar una conversación, razón por la que nos limitábamos simplemente a aprender el baile y a hacerlo lo mejor posible para cuando llegara la instancia oficial. De esta forma, con el pasar de los días nuestro baile mejoraba cada vez más, y a pesar de nuestra nula interacción recibíamos las felicitaciones de nuestra profesora como también del resto de nuestros compañeros, quizás por alguna razón ajena a nuestro entender nos habían escogido para bailar juntos, y aparentemente estaba funcionando. Con todo listo, el acto tendría lugar unos pocos días antes de navidad a modo de “regalo” de nosotros para nuestros padres como nos había dado a entender la profesora Alejandra. Sin embargo, en mi caso, iría mamá, Tati, tío Tite, y por supuesto mi hermano.

    Llegado el ansiado día nos pasamos gran parte de la mañana afinando los últimos detalles, entre mamá y Tati se habían dedicado al 100% para conseguir un impecable traje para mí, la idea de verme así las emocionaba profundamente y desbordaban orgullo a causa del baile que llevaría a cabo. Cerca de las 15:00 horas con mi traje ya puesto y mi peinado inalterable, poco antes de partir nos tomamos decenas de fotos para atesorar el momento, o más bien, la particular forma en la que lucía aquel día. Una vez terminada la sesión nos dirigimos a paso rápido al colegio, mamá era de esas personas que gustaba llegar con gran antelación a los compromisos, aun si eso significaba presentarse una hora antes de lo fijado. Por tanto, dicho y hecho, a eso de las 16:00 horas ya nos encontrábamos en el colegio a falta de justamente una hora para que comenzara oficialmente el acto. Sin embargo, ya estaba ahí la profesora Alejandra junto con varios de mis compañeros y compañeras, viéndonos todos prácticamente iguales, como también sumidos en los nervios, pues todas las miradas estaban sobre nosotros.

    Con la hora encima todo estaba listo y dispuesto para empezar el acto, el patio central del colegio había sido perfectamente adecuado y decorado para la ocasión, a lo largo y ancho se encontraba una gran alfombra de oscuro color, sobre el cual habían posado decenas de sillas que a esas alturas se encontraban totalmente copadas por diferentes personas que observaban atentas hacia el “escenario” donde se desarrollarían las presentaciones. Al ser nosotros los más pequeños seríamos los encargados de abrir el acto, pero no sin antes la respectiva premiación en las categorías de “mejor compañero” “mejor rendimiento”, y la más curiosa, “espíritu solidario”. Entre los aplausos y enorme nerviosismo que predominaba en la atmósfera llegó mi turno de recibir mi premio, a paso lento fui avanzando por el escenario hasta llegar donde mi profesora, quien se encontraba justo en medio luciendo una gran sonrisa mientras sostenía el diploma.

    Con todas las miradas puestas sobre nosotros, mamá se anticipó y no dudo ni un segundo en ponerse pie para aplaudir como si estuviera presenciando un momento incomprensiblemente importante, mientras tanto, Tati la apoyaba con aplausos desde un costado. Por consiguiente, en cuanto terminó la entrega de premios se dio paso al espectáculo, y ahí estábamos nosotros, 20 pequeños niños y niñas haciendo gala de nuestro arduo esfuerzo para presentar nuestro baile y lucir nuestros increíbles trajes. Afortunadamente la presentación pasó en un instante, y entre vuelta para acá y paso para allá ya nos encontrábamos haciendo reverencias hacia el público, dando por concluido el baile y recibiendo las ovaciones de los presentes.

    Posterior a ese día, nada a mi alrededor parecía haberme dado la señal de que nunca más pondría un pie en ese colegio, para el siguiente año mamá había tomado la decisión de cambiarme para ponerme en el que estaba mi hermano, donde, además, también se encontraban nuestros primos. Dicha situación sería favorable para aminorar costos como también para mantenernos más unidos y entretenidos como familia. A pesar de la abrupta decisión no sentía disgusto, después de todo mi paso por el colegio no había sido algo maravilloso o entrañable, y ante la posibilidad del cambio también se avistaba la de lograr formar amistades con mis nuevos compañeros y compañeras. Así, nuevamente con la noticia de nuevos destinos comenzaban las esperadas vacaciones de verano.

    Generalmente nuestras vacaciones no consistían en viajes increíbles por el país ni mucho menos por el mundo, gran parte del receso lo pasábamos en casa, o bien, yendo a lugares cercanos a nuestro hogar. En este caso, siendo nuestras primeras vacaciones en Chiguayante teníamos la fortuna de que había diversas localidades a las cuales ir para divertirnos, había playas por doquier, como también bosques y naturaleza en la que podríamos tener un sinfín de aventuras. De esta forma, nuestro verano se desenvolvió bajo una constante felicidad y juego, los fines de semana cuando mamá y tía Carolina estaban libres aprovechábamos de ir a la playa, recorriendo lugares geniales como Cobquecura, Dichato y Tomé, donde nos divertíamos en grande bañándonos en el mar, comiendo cosas increíblemente deliciosas, y por, sobre todo, pasando inolvidables momentos en familia.

    En medio de las innumerables aventuras el verano se esfumó en un abrir y cerrar de ojos, y sin siquiera percatarnos ya faltaban tan solo un par de días para regresar al colegio, y es que como había escuchado por ahí, el tiempo vuela cuando te diviertes, y vaya que era cierto. Con una mezcla de alegría por las buenas vacaciones y las nacientes ansias por el ingreso al nuevo colegio, el tiempo voló aún más rápido y el primer día de golpe llegó, y como si las vacaciones nunca hubieran existido nos encontrábamos de pie a las 06:30 horas alistándonos para las clases. No obstante, el ánimo era distinto, pues, a diferencia del año anterior, este primer día resultaba particularmente emocionante ante la idea de estar en el mismo colegio con mi hermano y nuestros primos, de solo pensarlo me causaba felicidad al imaginar los divertidos momentos que pasaríamos juntos jugando en los recreos.

    El nuevo colegio era realmente impresionante, una vez me encontré dentro mi mirada se dirigía inquieta hacia todas partes, a diferencia de mi anterior colegio este era gigantesco, hacia un costado contaba con una enorme cancha de pasto al aire libre, mientras que por otro costado contaban con una techada para los días de lluvia y llevar acabo diferentes actos. El colegio era completamente blanco y en algunas partes se podía observar el logo que entre sus colores pasaba por verde, negro y rojo. Por consiguiente, tal como había ocurrido el año pasado, mamá me dejó en la que sería mi nueva sala, la cual resultaba bastante similar al encontrarse decorada con diferentes afiches educativos, calendario y una enorme cartulina pegada en una pared en donde podríamos escribir o dibujar libremente lo que nos viniera en gana.

    A pesar del impulso inicial con el que contaba, esperanzado de que tendría una experiencia radicalmente distinta y entretenida, con el pasar de los días rápidamente comencé a darme cuenta de que las cosas no apuntaban a cambiar demasiado, por alguna razón la relación con mis compañeros y compañeras no lograba desarrollarse, por lo que nuevamente me encontraba pasando inadvertido ante los ojos de quienes me rodeaban. Asimismo, nuestra profesora tampoco parecía darse cuenta de lo que sucedía, y simplemente se limitaba a sus labores respectivas. Por lo tanto, al verme otra vez en vuelto en la misma situación, durante los recreos no me quedaba otra alternativa más que recurrir a mi hermano y nuestros primos, sin embargo, ni Luciano ni Gustavo me prestaban demasiada atención durante aquellas instancias. En consecuencia, debido a mi soledad comencé a plegarme a Isidora, quien desde muy temprana edad venía mostrando una personalidad hilarante que le facilitaba formar amistades, marcando una gran diferencia entre ambos. De esta manera, los recreos consistían en que yo la perseguía para jugar mientras ella rehuía junto a sus amigas.

    Con el paso de los meses no llegaría jamás a tener ningún amigo dentro del colegio, si bien todos eran cordiales conmigo y viceversa, las cosas no pasaban más allá de eso, sin embargo, al ser tan pequeño no era un “problema” que me causara angustia diariamente. Puesto que, en cierta forma, me había acostumbrado a pasar el tiempo solo o buscando maneras infructuosas de compartir con quienes me rodeaban dentro del colegio. No obstante, un día imprevisto las cosas volverían a alterarse de una impresionante e inocente manera.

    Cerca de mitad de año nuestro tío Tite continuaba viviendo con nosotros, y un día después del colegio, como se había vuelto costumbre por nuestra cercanía, Gustavo se encontraba en nuestra casa jugando con nosotros, y mientras caía la tarde, en un momento se nos acercó tío Tite para darnos a conocer un increíble descubrimiento que había hecho caminando por las calles del barrio.

    –– ¡Niños! Les traigo una noticia que les encantará, ni se imaginan. –– lanzó tío Tite con un intrigante tono.

    –– ¡¿Qué?! ¡¿qué?! ¿de qué se trata? ¡dinos! ¡dinos! –– exclamamos al unísono con nuestras miradas expectantes.

    –– Ajá, pues, verán… resulta que caminando por el barrio hice un gran hallazgo, pero que debido a mis capacidades no pude comprobarlo del todo. Lo que encontré fue un atajo hacia su colegio, y adivinen qué, se encuentra a nada más ni nada menos que a unas pocas cuadras de aquí. –– relató, como si del hallazgo de un increíble tesoro se tratara.

    –– ¡Woow! Entonces llévanos de inmediato, llévanos, llévanos, queremos verlo ahora mismo –– repetimos uno tras otro sumamente emocionados.

    Al instante salimos los cinco de casa para emprender rumbo hacia el misterioso atajo que había encontrado nuestro tío, el cual realmente se encontraba muy cerca de casa, dado que al poco andar por unas pequeñas calles terminamos encontrándonos con una gran calle, la cual reconocimos fácilmente debido a que pasábamos a diario por ahí. En esa misma calle se encontraba el atajo, sobre el que curiosamente jamás nos habíamos percatado de su existencia, hasta entonces había pasado completamente inadvertido para nosotros. Así, una vez allí, tío Tite nos indicó un muro que se encontraba al fondo de la calle, y la gracia residía en que debíamos saltarlo para luego cruzar un terreno baldío de mediano tamaño que nos conectaba directamente con la parte trasera del colegio, lo cual sin duda nos ahorraría una gran cantidad de tiempo. En cuanto hubo terminado con sus explicaciones se marchó y nos dejó ahí, entonces, como solía ser, siendo Luciano y Gustavo los mayores eran quienes tomaban las riendas en nuestras aventuras y travesuras, y en esta ocasión no sería la excepción. El plan consistiría en que ellos treparían y saltarían el muro, y yo aguardaría seguro en la vereda mientras inspeccionaban en el atajo en su totalidad. Era un plan sencillo y libre de todo riesgo, el muro no significaba ningún desafío para ellos, por lo que sin duda lo pasarían con gran facilidad.

    Con el plan decidido, rápidamente ambos se dispusieron a trepar el muro, y en cuestión de segundos, tal como estaba previsto, se encontraron de pie sobre él, cuestión que era posible gracias a una especie de superficie que este poseía y que facilitaba el estar encima sin mayor problema. Paralelamente, desde la vereda yo miraba inundado de emoción, ante mis ojos el muro parecía mucho más grande que para ellos, pues mi tamaño era considerablemente más pequeño, por lo que aun si hubiera dado lo mejor de mí no habría podido treparlo. A nuestro alrededor no había rastro de ninguna persona, el silencio era absoluto, no había nadie más que nosotros tres. Por consiguiente, el paso a seguir era saltar hacia el otro lado del muro para luego recorrer el terreno baldío, sin embargo, todo cambiaría de un segundo a otro. Cuando todo parecía ir de maravilla, el muro comenzó inesperadamente a tambalearse mientras Luciano y Gustavo seguían sobre él, ante lo cual reaccionaron al instante por el peligro que significaba de que este cayera. Por lo tanto, todavía desde arriba ambos me miraron y me gritaron “¡¡córrete!! ¡¡el muro se va a caer!! ¡¡apúrate!!”, y en cuanto me alertaron se apresuraron a saltar hacia el terreno baldío. En tanto yo, impávido observando el muro apenas me percataba del peligro en el que nos estábamos viendo envueltos, y con toda la calma del mundo comencé a retroceder, no obstante, sería demasiado tarde para mí.

    En el inocente acto de retroceder pensando que sería suficiente, en cuanto Luciano y Gustavo se encontraron a salvo el muro cedió por completo, y con toda su fuerza como las olas del mar que habíamos presenciado en el verano, cayó sobre mi cuerpo cubriéndolo por completo, partiendo mi cabeza a través de un doble impacto entre la caída a la calle y la fuerza del muro. Allí yacía yo, completamente inmóvil mientras la sangre salía sin control desde mi cabeza y los gritos de dolor y desesperación repletaban cada rincón del barrio, con Luciano y Gustavo sin poder creer lo que estaba sucediendo ante ellos. Mas sin verse presos de un miedo paralizante, a los pocos segundos lograron reaccionar, y con una fuerza totalmente inusitada en relación con sus cuerpos, pudieron levantar el muro haciéndolo a un lado y sacándome de ahí. Entonces, como si sus vidas dependieran de ello, desbordando lágrimas me tomaron en brazos entre ambos, y sin dudar ni un instante comenzaron a correr por la calle buscando ayuda en las diferentes casas, hasta que de pronto, de manera casi milagrosa, un hombre desconocido de mediana edad salió raudamente de su casa a nuestro encuentro, y al verme repleto de sangre me tomó en sus brazos, logrando instalar la calma en mi hermano y mi primo, quienes habían dado lo mejor de sí para ponerme a salvo. En aquel instante, en cuanto me vi en los brazos del hombre todo se apagó, tal como me había sucedido con el ataque del perro, mis ojos se cerraron de inmediato por una cantidad de tiempo indefinida.

    Sin saber cuánto tiempo había transcurrido, si es que habían sido horas, días o semanas las que había permanecido inconsciente por fin había logrado despertar, y al abrir mis ojos me encontré recostado en la cama de mamá, con unos extraños y ligeros atuendos blancos junto con un extenso vendaje que cubría toda mi cabeza. A mi alrededor todo era confuso, no tenía idea de cómo había llegado ahí, de que había ocurrido luego de que perdí la consciencia en los brazos del desconocido hombre, de si había ido a parar al hospital, de cómo estaría mamá, mi hermano y mi primo, todo era en un mar de preguntas que jamás encontrarían respuesta. Lo único claro era que el atajo al colegio había resultado en un trágico y gran problema, en donde el principal culpable había resultado ser nuestro tío Tite al habernos llevado hasta ahí, pues, probablemente, si no se hubiera ido el accidente jamás habría ocurrido.

    Tal como me había sucedido el año anterior tras mi fatídico encuentro con el perro, en esta ocasión volvería a ausentarme por un período aún más largo del colegio, puesto que este accidente había sido mucho más grave, y ahora, además de mi cicatriz en el torso, cargaba con una que cruzaba gran parte de mi cabeza. Como consecuencia, tendría que permanecer en casa, lejos de cualquier peligro que pudiera poner en riesgo mi cabeza, la cual se encontraría sensible durante bastante tiempo. Aparentemente, entre una desgracia y otra, el día a día no parecía jugar a mi favor para llevar una vida tranquila e ir sin problemas al colegio.

    Pasado cerca de un mes y medio mi cabeza había logrado recuperarse favorablemente y se encontraba fuera de peligro, sin embargo, era probable que de vez en cuando durante un tiempo sufriría dolores de cabeza debido al fuerte impacto que había recibido. Mi asistencia al colegio poco a poco comenzaba a normalizarse, y junto con ello ya se avecinaba el final del año, en donde nuevamente no había conseguido avances significativos en mis intentos por hacer amigos. Paralelamente, con todo el tiempo que había pasado desde nuestra llegada a Chiguayante mamá ya había dejado atrás a Felipe, su felicidad desde hace tiempo era evidente y las cosas se encontraban funcionando con normalidad. Además, durante el transcurso del año había estado conociendo a un nuevo hombre, al cual una amiga de ella le había presentado en una de sus fiestas. Así, sin darnos cuenta, mamá había logrado encontrar nuevamente el amor.

    Por nuestra parte no teníamos idea de quién se trataba, mamá lo mantenía en completa reserva y jamás había puesto un pie en nuestra casa, por lo que resultaba una persona completamente desconocida para nosotros. Tal misterio se mantendría durante varios meses mientras vivían su romance, el cual, inesperadamente, traería nuevos sucesos que cambiarían para siempre nuestras vidas. De manera similar a como había ocurrido con nuestra abrupta partida de Santiago, en esta ocasión, sin siquiera saber el nombre del misterioso hombre, un día cualquiera mamá comenzó a empacar todas nuestras cosas y otras tantas a regalarlas a los vecinos, y de un momento a otro la casa lucía tal como el primer día que llegamos, sin rastro alguno de que nosotros vivíamos en ella. El entorno hablaba por sí solo, otro cambio se asomaba en nuestro horizonte, y sin entender demasiado lo que realmente estaba pasando, durante la noche de aquel día nos vimos dentro de una camioneta junto a mamá y su nuevo romance, Rodolfo, o como lo conoceríamos más adelante, Rudi.

    El destino era desconocido, no teníamos ni la menor idea de a donde nos dirigíamos, lo único que teníamos claro dentro de nuestras cabezas era que nuevamente volvíamos a dejar una casa, nuevamente volvíamos a dejar un lugar con el cual nos habíamos encariñado y acostumbrado, dejábamos atrás recuerdos, aventuras y amistades, quedaba atrás la vida que durante dos años habíamos logrado formar, para otra vez tener que volver a empezar. Confundidos, con la noche abrazando el paisaje a nuestro alrededor comenzamos a observar hacia todas partes, y a donde fuera que miráramos no veíamos más que árboles, uno tras otro acompañado de extensas praderas que brillaban bajo la gran presencia de las estrellas como solo las habíamos visto cuando vivíamos en el Cajón del Maipo. Sin embargo, este misterioso lugar se trataba de uno totalmente distinto, y alucinante.

    Como todo estaba oscuro a nuestro alrededor y lo único que nuestros ojos lograban captar era árboles y praderas, no alcanzábamos a dimensionar en donde estábamos, y al cabo de unos minutos la confusión aflojó un tanto cuando finalmente pareció que habíamos llegado a nuestro destino. La camioneta se detuvo justo a un costado de una larga casa de madera, allí, nos bajamos lentamente atareados por el viaje, como también aletargados por el sueño, pues ya era cerca de media noche y no era usual que estuviéramos despiertos a esas horas, por lo que en cuanto entramos en la extraña casa, mamá nos dio de comer yogurt con cereal para luego llevarnos hasta una habitación que se encontraba al final de la extensa casa. Una vez allí, nos dormimos profundamente, sin sospechar que a tan solo unos pasos de nosotros aguardaba un infinito y alucinante mundo de fantasía.

    Capítulo VI: Mundo nuevo

    Al despertar por la mañana la confusión todavía estaba latente, todo a nuestro alrededor resultaba absolutamente desconocido, y peor aún, no entendíamos con total certeza porqué nos encontrábamos ahí. Mi hermano continuaba profundamente dormido en una cama al lado mío, mientras por mi parte, lentamente me incorporé en el espacio recostándome contra la pared, para desde allí inspeccionar con la mirada tanto lo que había dentro como afuera. Como primera cosa, estábamos dentro de una gran habitación completamente de madera, mucho más de las que estábamos acostumbrados, con toda facilidad cabían dos camas junto con un gran mueble sobre el cual había un televisor. En tanto, hacia un costado se encontraba un gran ventanal por el que entraban los rayos de sol en todo su esplendor, iluminando increíblemente cada rincón, avisando desde ya que no era posible dormir hasta altas horas de la mañana.

    Por la curiosidad de que habría más allá del ventanal no dude ni un segundo en levantarme, la noche anterior no habíamos tenido siquiera un atisbo de qué había en el exterior, dado que la oscuridad lo envolvía en su totalidad y apenas se divisaba la casa gracias a la iluminación de esta, por lo que la intriga era enorme. Inmediatamente, y con sumo cuidado abrí un ala del ventanal, puesto que no había cosa que mi hermano detestara más que ser despertado. Así, asomé mi cabeza, el tiempo era cálido y el viento corría raudo y libre por los cielos, frente a mis ojos se extendía una amplia superficie entremezclada de pasto y una tierra casi trasparente. A la vez, por entremedio se abría paso un camino que conducía hacia lo que parecía ser una cancha de tierra de mediano tamaño, y a un lado de ella algo que a primera vista lucia como una gigantesca bodega de madera pintada totalmente de negro. En tanto, hacia los costados se alzaba un paisaje verdaderamente impresionante, probablemente el más hermoso que había visto hasta entonces, un paisaje repleto de árboles.

    Observando desde la ventana, se daba cuenta de que la casa se encontraba prácticamente rodeada por un bosque, o más bien, por varios bosques, los que parecían ser tan grandes que probablemente podríamos pasar un año completo recorriéndolos y aun así no sería suficiente para conocerlos por entero. Preso de la duda salí inmediatamente de la habitación, el primer objetivo era conocer la casa para luego adentrarme en el inmenso exterior que aguardaba por mí. En cuanto me encontré tras la puerta me topé con un pequeño espacio en forma de cuadrado, en el que a primera vista se observaban un cúmulo de cajas y otros objetos de poca importancia que no merecían mayor atención. Por lo tanto, continué con mi aventura de recorrer la nueva casa en la que me encontraba; así, descendí lentamente por una escalera que se desplegaba desde el espacio cuadrado. A llegar abajo me vi dentro de un largo y amplio pasillo con diferentes puertas, sin tener la menor idea de a donde me llevaría cada una ni con qué o quién me encontraría detrás de ellas, después de todo, la casa parecía ser tan grande que no era descabellado pensar que hubiera otras personas.

    Pensando hacia dónde dirigirme, paralelamente mis ojos buscaban la mejor alternativa juzgando por la que pareciera más atractiva, o bien, más misteriosa, y como tal, emocionante. Por lo que luego de unos instantes opté por dar media vuelta, encontrándome nuevamente con una escalera, sin embargo, esta conducía hacia un piso inferior, haciendo de la situación algo aún más intrigante. En consecuencia, como si estuviera adentrándome en una misteriosa cueva comencé a descender por las escaleras, procurando que no hubiera nada a mí alrededor e imaginando que me encontraba atravesando un oscuro túnel, logré salir a la “luz” una vez mis pies se posaron sobre el suelo. Entonces, justo frente a mis ojos aparecieron tres nuevas puertas, haciendo que todo volviera a empezar otra vez.

    Dos de las tres puertas se encontraban justo frente a mí, una al lado de la otra, la tercera tomaba distancia y estaba situada desde un costado. Luego de pensarlo unos minutos decidí entrar por la puerta del lado izquierdo, tomar tal decisión me hizo recordar a cuando en los dibujos animados se encontraban delante de muchos caminos sin saber cuál tomar, hasta que finalmente optaban por uno que curiosamente los guiaba a buen puerto. Por consiguiente, una vez abrí la puerta y di un paso a través del marco, me vi dentro de una pequeña habitación que más bien se asemejaba a un pasillo, dado que como si formaran parte de la pared se observaban tres camas, todas revestidas con cobertor rojo, entre si conformaban un camarote y al mismo tiempo una “cama nido”. Asimismo, atravesando la ventana de aquella habitación era posible salir al patio trasero de la casa.

    En cuanto acabé la inspección salí nuevamente por la puerta, cerrándola al instante para que no dejar rastro de que había estado ahí, la idea de que me encontraba en medio de una aventura secreta hacia más emocionante el recorrido de cada rincón. Al verme nuevamente ante las puertas decidí abrir la derecha con toda naturalidad, sin siquiera pensar en que habría detrás de ella, o en la posibilidad de que hubiera personas ahí dentro, ciertamente mis aventuras anteriores me habían conferido cierto valor que resultaba útil para situaciones como estas. Así, repitiendo exactamente la misma acción anterior, también se repitió el hallazgo, nuevamente una habitación tipo pasillo con la misma disposición de las camas, sin embargo, estas contaban con cobertores verdes, e igualmente, por lógica, se podía acceder al patio trasero. Por último, restaba la puerta que se encontraba más alejada, y probablemente la que me causaba mayor curiosidad de las tres, dado que luego de haber visto tres habitaciones, contando en la que desperté, pensé que había llegado el momento de encontrar algo realmente sorprendente. No obstante, pese a la emoción inusitada que recorría mi cuerpo previo a abrir la puerta, esta desapareció al instante en cuanto cometí mi acto y me topé con un pequeño baño del cual salí al instante.

    Con cierta decepción a cuestas luego de no haber descubierto nada fuera de lo normal subí nuevamente por la escalera, situándome otra vez en medio de lo que aparentaba ser el pasillo principal de la misteriosa casa. Sin embargo, poco antes de decidir a dónde iría a continuación, me detuve a pensar en el porqué de tantas habitaciones, o más bien, tantas camas, ¿era esta realmente una casa? ¿cuántas personas viven aquí realmente? ¿será que se trata de un hotel?, con esas interrogantes navegando en mi cabeza opté por observar el pasillo en sí, pues desde que había empezado mi aventura no me había detenido a conocerlo apropiadamente. Por lo tanto, girando mi cabeza de un lado hacia otro como si estuviera rodeado de cosas increíbles que captaban mi atención, en realidad a donde fuera que mirara había muebles y más muebles, pero entre medio de ellos había una extraña “cómoda” que parecía de un material sumamente duro. Mientras que en la dirección contraria de la escalera que conducía al segundo piso, cerca de una gigantesca puerta había un gran mueble con un computador sobre él, como también otros objetos extraños que jamás había visto.

    En medio de mi recorrido por el extenso pasillo, además de la gigantesca puerta que aparentemente indicaba el paso a otro espacio totalmente distinto, descubrí otra puerta cerrada, situada por el costado derecho, lo cual automáticamente despertó mi curiosidad. A paso lento y con enorme cuidado me detuve justo a un lado de ella a pensar en si debía cruzarla o no, pues bien, esta vez podría encontrarme con alguna sorpresa que podría no ser de todo mi gusto, o bien, verme envuelto en un problema por estar inmiscuyéndome en lugares que en realidad no me correspondían. En consecuencia, asaltado por la duda y por una característica ansiedad que de vez en cuando bloqueaba mis actos decidí no entrar, pero a cambio atravesaría a como diera lugar la gran puerta al final del pasillo. Con la decisión tomada, esta vez avancé convencido e intrigado por lo que habría más allá, ¿sería un tesoro? ¿sería tal vez una sala de juegos? por cierto, ¿dónde estaría mamá? entre dudas y pasos me vi justo delante de la puerta, que de cerca lucía aún más grande y era necesario recorrerla con mis ojos para contemplarla por entero.

    Pensando en cómo abriría algo de semejante tamaño, y que, además, a diferencia de otras puertas que había visto en mi vida esta no contaba con una manilla o algo en especial que permitiera abrirla, simplemente se mostraba como una enorme estructura de madera imposible de abrir. No obstante, luego de pensarlo detenidamente, de alguna forma tenía que poder abrirse, después de todo no tenía sentido que la casa llegara hasta ahí, o bien, que el pasillo fuera una especie de trampa de la que no se podía salir. Por tal razón, pegué mis manos sobre la puerta, tal como solía hacer en ocasiones al entrar a oscuras y me pegaba a las paredes para sentirme seguro. De esa misma manera comencé a tocar de un lado hacia otro buscando alguna señal que me ayudara a lograr mi cometido; de lado a lado y de arriba hacia abajo no había absolutamente nada que se asemejara a una manilla, ni mucho menos a un botón que abriera la puerta como sucedía en las películas. Así, entre manos por aquí y manos por allá, de pronto decidí aplicar la escasa fuerza que poseían mis brazos, y como si de haber empujado un montón de plumas se hubiera tratado la puerta se abrió en un abrir y cerrar de ojos, con total facilidad, como si su tamaño o su peso no significaran nada, encontrándome de pronto al otro lado de ella en otro espacio de la casa totalmente distinto.

    Debido a la sorpresa de la repentina apertura de la puerta caí directamente hasta el otro lado, por lo tanto, estuve unos instantes sentado en el suelo buscando espabilar para continuar lo antes posible con mi aventura, la cual estaba a nada de tomar un nuevo rumbo. A penas volví en mi me puse de pie para seguir, entonces, con mi infalible técnica de investigar con la mirada antes de avanzar comencé a observar hacia todos lados. Primeramente, entendí que nuevamente me encontraba en un espacio similar al que estaba fuera de la primera habitación, sin embargo, este era un tanto diferente, puesto que, indagando con toda curiosidad, hacia el costado izquierdo encontré una puerta de madera de mediano tamaño, la cual por ambos lados estaba acompañado de unas estrechas pero gruesas ventanas, que al mismo tiempo, al acercarme lo suficiente me llevé una gran sorpresa, pues, a través de ellas había hecho un nuevo hallazgo, justo delante de mí, atravesando esa puerta se encontraba lo que con toda seguridad era el patio “delantero” o principal de la casa, dado que se alcanzaba a observar una parte de una piscina, mientras que más al fondo se observaban numerosos árboles. Aparentemente la casa estaba en medio de un gigantesco bosque.

    Luego de despegarme del espectacular paisaje tras las ventanas, me volteé hacia la derecha, encontrándome con un living que en cosa de segundos transmitió una extraordinaria calidez. Era un amplio espacio, abierto y rectangular, al cual logré entrar por entero luego de simplemente bajar por un escalón. Dentro de él mis ojos se movían de un lado a otro, de un objeto a otro sin saber en el cual centrarme, todo lo que había allí me llamaba profundamente la atención de sobremanera. Sin embargo, entre lo especial que resaltaba había una gran chimenea, tal como aquellas que había visto más de alguna vez en las películas en donde celebraban Navidad.

    A la vez, a los “pies” de la chimenea se encontraban dos sillones, uno por cada lado y separados por una mesa de madera situada justo al centro, haciendo de aquel espacio algo realmente acogedor, causándome así remembranzas sobre aquellos días felices y tranquilos en nuestra antigua casa en el Cajón del Maipo. Mas rápidamente salí de dicho estado, pues, al indagar un poco más con la mirada curiosa toda mi atención se volcó sobre el patio trasero que estaba detrás de dos grandes ventanales, y es que a diferencia de la pequeña parte que había conocido de él anteriormente, en esta oportunidad se lograba ver en su máxima expresión.

    Sin pensarlo demasiado, en cuestión de segundos crucé por un pequeño espacio que había en una de las alas de los ventanales, entonces, sobre mis pies se extendió un extenso e increíble pasto verde, que a primera vista lucia sumamente brillante a causa de los rayos del sol de mediodía. Ese mismo resplandor que recubría todo el espacio a mi alrededor me mostró algo aún más genial, por todo el “borde” del patio había numerosas y diversas plantas acompañadas de coloridas flores que combinaban con el rojo de la casa, eran especies que jamás había visto y que resultaban maravillosamente llamativas. Se alzaban desde lo profundo de la tierra mostrando sus tallos, algunos gruesos y otros más delgados, desprendiéndose de ellos las ramas que orgullosas relucían sus flores sobre las cuales se posaban diferentes insectos, allí, sin ninguna duda había todo un mundo que podría descubrir.

    Entretanto estaba absorto por todo lo que me rodeaba en aquel increíble espacio, de pronto escuché que alguien gritaba mi nombre, sin embargo, debido a la extensión del lugar no tenía idea de donde provenía, dado que incluso más allá del patio en donde estaba se extendía una enorme pradera con animales, y detrás de ella, una gran montaña, por lo que los gritos podían estar dimanando[10] de cualquier parte. Confundido por la situación dejé de lado la aventura en la que estaba, de tal manera de averiguar lo antes posible quién me llamaba con tanto ahínco[11]. Así, me alejé de plantas y subí por una suerte de camino “empinado” que tenía el patio, como si de subir a un segundo piso se tratara me alcé sobre la cima y desde allí los gritos se escuchaban más claramente. Y es que al prestar un tanto más de atención se desveló por si solo que el misterio estaba teniendo lugar desde dentro de la casa, por lo que en cuanto lo entendí me volteé, y allí, al fondo de un gran comedor estaba mamá parada junto a una puerta. Al verla, corrí hasta ella con la sensación de que no la veía desde hace mucho tiempo, como si hubiera estado muy muy lejos de mí.

    A su lado estaba Rudi, aquel misterioso hombre dueño de la casa en la que nos encontrábamos, y sin la necesidad de que mamá lo dijera directamente, era también su nueva pareja. Dado que la noche anterior no había tenido contacto alguno con él debido a la confusión y el cansancio, ahora que lo veía más claramente figuraba como un hombre de alargada estatura, y poseedor de un rostro que le daba la apariencia de ser alguien de edad más avanzada que mamá. Lo cual quizá, se debía a que su mirada que se desprendía de sus verdes ojos lucía seria e inalterable, como buscando decir, o más bien dando por sentado que su carácter no era precisamente dulce, y que todo lo que estaba a su alrededor estaba bajo su control. Asimismo, la piel de su rostro reflejaba la dureza que emanaba de su presencia, que se fortalecía con una áspera voz, o más bien, con el tono impositivo que adornaban sus palabras.

    Luego de encontrarnos, mamá fue por Luciano hasta la habitación, quien todavía seguía medianamente dormido, no obstante, al ser despertado con amabilidad para no desatar su malhumor que solía acompañarlo en esa instancia abrió sus ojos y se dispuso a salir de la cama. Junto con mamá, los tres salimos de la habitación y aprovechamos la instancia para mostrarle las diferentes partes de la casa que yo ya había logrado conocer, y que así le había dejado en claro a mamá luego de llegar a ella a través de sus gritos. Así, paso por paso volvimos al piso inferior, abriendo cada una de las puertas y viendo su interior, esta vez con menos emoción, pero igualmente entretenido por hacerlo junto a mi familia. Acto seguido llegamos hasta el living para luego salir a recorrer el patio, esta vez lo hicimos de principio a fin, deteniéndonos a ver cada una de las plantas que allí había, tocándolas y sintiendo sus fascinantes aromas. Después de un rato, tal como había hecho anteriormente, entramos por el comedor y luego cruzamos a la cocina, la cual era desconocida para mí también, y vaya que era increíble, su tamaño era alucinante. Hasta entonces no había visto una tan grande, incluso superaba el tamaño de una habitación, dentro de ella estaba todo lo necesario para cocinar, e incluso en una esquina había una mesa lo suficientemente grande como para comer entre varias personas.

    A causa de la evidente emoción que se dejaba entrever en nuestro comportamiento, una vez que acabamos de desayunar volvimos al exterior, esta vez acompañados también de Rudi, después de todo él conocía y entendía mejor que nadie todo lo que allí. Por consiguiente, salimos por una puerta de la cocina que conducía al estacionamiento de la casa, ahí había dos grandes camionetas estacionadas, y tras ellas se asomaba lo que parecía ser una extensión de la casa, en donde se alcanzaba a divisar una pequeña ventana junto con una puerta, ¿qué sería? de momento un absoluto misterio. Sin detenernos demasiado tiempo ahí seguimos en nuestra travesía, dimos unos pasos hacia adelante, y cara a cara nos topamos con una enorme piscina rodeada de un pasto perfectamente cuidado, tal como el del patio trasero. Sin embargo, lo más increíble era que más allá de lo que formaba parte de la casa propiamente tal, a donde fuera que mirara había un sinfín de gigantescos árboles, o mejor dicho, bosques impresionantes que hacían irresistible las ganas de querer aventurarse en ellos, en su profundidad, en sus colores, sus sonidos, sus olores y especies que lo habitaban.

    Al continuar con nuestro recorrido, Rudi nos presentó a su perro, “Bandido” era su nombre, de raza labrador era un perro de mediana edad y un cuerpo grueso, con un pelaje que se mezclaba entre naranjo y amarillo. Sin embargo, lo más alucinante de él era su rostro, al acercarnos para acariciarlo y observarlo mejor nos percatamos, su rostro era un reflejo perfecto de su bondadoso carácter, sus ojos claros desbordaban una amabilidad que probablemente ni siquiera un rostro humano era capaz de expresar, su mera presencia tranquilizaba el entorno. Ahí estaba él, Bandido, recostado a los pies de su casa de madera de un desgastado color rojo.

    Entre medio de las aventurescas horas que pasamos recorriendo no nos dimos ni cuenta de que ya estamos en plena tarde, todo lo que nos rodeaba resultaba tan fascinante y nuevo que fácilmente podríamos haber pasado el día adentrándonos y observando cada detalle, sin ninguna preocupación en cuanto al paso del tiempo. Mas el viento soplaba fuertemente en aquel lugar, tal como solía pasar en el Cajón del Maipo, pero aquí lo era más todavía por la innumerable presencia de árboles que daban rienda suelta al paso del viento. Por consiguiente, a causa del frío que comenzó a tomar lugar decidimos entrar a casa, era momento de tomar once bajo la tenue luz de un nuevo ocaso en un nuevo lugar. Mientras estábamos en eso en el mesón que estaba dispuesto en la cocina, mamá intervino en medio de la conversación para aclarar la razón del porqué estábamos ahí.

    –– Bueno niños… me imagino que se estarán preguntando qué pasó, porqué estamos aquí, si estamos de visita o por largo tiempo… primero que nada quisiera decirles que, el hombre que ven aquí, Rudi, es mi nueva pareja, y como ya se habrán dado cuenta nos encontramos en su casa, en su campo, para ser más exacta, estamos en Coelemu, la cual es una pequeña localidad que, a decir verdad, no está demasiado lejos en relación a donde vivíamos antes. Ahora… la razón por la cual estamos aquí es porque desde hoy en adelante viviremos en este lugar, Rudi, con quien luego de estar saliendo durante un buen tiempo quisimos consolidar nuestra relación, y, por lo tanto, él ha querido que vivamos aquí, todos juntos. –– cerró mamá.

    –– Mmm… está bien mamá… –– respondimos escuetamente al unísono.

    –– Lo siento… puedo entender que sea un poco desconcertante por todos los cambios que hemos tenido últimamente, sin embargo, les prometo que esta vez no habrá más y permaneceremos aquí. Además, aprovecho de contarles que a contar de mañana asistirán a un nuevo colegio, o, mejor dicho, a una escuela. –– concluyó mamá con alegre tono.

    ¿A una escuela? ¿qué es eso? jamás habíamos escuchado tal palabra, la confusión era grande y se volvió más latente al momento en que nos preparábamos para acostarnos, ¿sería lo mismo que un colegio? ¿dónde estaría? ¿siquiera había más gente alrededor? ¿o lugares a los cuales asistir a clases en medio del inmenso bosque en el que nos encontrábamos? Todo era un enorme misterio que tomaba lugar en un mundo nuevo, y envueltos por él, nos dormimos en la que ya teníamos claro, sería nuestra nueva casa desde ahora en adelante.

    Por la mañana, contra todo pronóstico de nuestra imaginación, nos vimos fuera de la “escuela”, María Teresa Marchant Contreras era su nombre.

    Capítulo VII: Escuela y amigos

    Al son de los suaves remezones de mamá despertamos cerca de las 06:20 horas, afuera todo permanecía oscuro aún, lo cual se profundizaba a causa de la imponente presencia de los árboles que ondeaban sus ramas por la brisa matutina. Tal como era costumbre desde hace ya tiempo, rápidamente debíamos levantarnos, ducharnos y sentarnos a tomar desayuno, un infaltable vaso de leche (de vez en cuando con nata) junto con un sándwich, para luego inmediatamente cepillar nuestros y dientes, y así, estar listos para partir. Rondando las 07:15 horas ya nos encontrábamos dentro del auto, el día anterior mamá nos había anticipado que llegar hasta la escuela era un camino un tanto largo, pues implicaba bajar el cerro por completo hasta el pueblo propiamente tal. En consecuencia, nuestra emoción por conocer aquel misterioso camino era grande, dado que el día en que llegamos a vivir aquí lo hicimos de noche, por lo que había sido imposible tener siquiera una idea de lo que sería nuestra nueva ruta diaria.

    Con Luciano y mamá delante, y yo atrás emprendimos rumbo hacia la “escuela”, mas en cuanto comenzamos a avanzar, Bandido hizo gala de su estado físico para perseguirnos un par de metros y luego volver a recostarse a un costado de su casa. Una vez que salimos estrictamente de casa, nos internamos en un camino absolutamente sombreado gracias a los árboles, pinos según nos indicaba mamá a medida que avanzábamos, los cuales formaban una especie de arco que nos cubrían por completo. Dicho paisaje se mantuvo hasta que llegamos a un amplio portón, que, nuevamente por indicación de mamá, era lo que marcaba el límite del terreno que pertenecía a Rudi del de otras personas que también habitaban en aquella montaña. Así, una vez que lo cruzamos dimos paso a un ancho y recto camino de tierra, el cual hacia sus lados maravillaba la vista con distintos arbustos, plantas y árboles, y detrás de todos ellos se extendían impresionantes praderas con distintos animales tales como: vacas, chanchos, toros, ovejas y caballos.

    Al continuar al avanzando por el ancho y recto camino, de pronto se transformó en uno más bien inclinado, las praderas y los animales desaparecieron, por un costado se veía un enorme barranco mientras que, por el otro, árboles que daban la sensación de que en cuanto el viento soplara más fuerte se vendrían encima para bloquear el camino. Completamente “pegados” a la ventana, Luciano y yo admirábamos cada detalle que enseñaba el paisaje. De pronto salimos a campo abierto como si por fin nos hubiésemos librado de los árboles, las praderas y los barrancos, dado que la montaña en si se transformó en una suerte de caracol, y junto con ello, comenzaron a aparecer las primeras casas además de la que habitábamos nosotros.

    Algunas de esas casas se encontraban en medio de los bosques, mientras que el resto que iba apareciendo en nuestro camino estaban en plena pradera, emulando aquellas increíbles postales que tenían lugar en las películas que cada tanto veíamos. Ciertamente el camino estaba resultando impresionante, a lo sumo era mejor que aquel ruidoso que debíamos transitar para llegar a nuestro colegio en Chiguayante. Aquí, el único ruido era el de las piedras que resonaban al tacto de las ruedas de la camioneta junto con el cantar de las aves que surcaban el cielo.

    Luego de varios minutos bajando por la montaña caracol, el camino volvió a ser recto y nuevamente nos vimos envueltos entre un arco de árboles, sin embargo, a medida que avanzábamos a través de él numerosas casas se volvieron visibles, formando claramente parte del paisaje que se estaba abriendo ante nosotros. Así, en lo que aparentaba ser la recta final cruzamos un puente de madera maltrecho, que enhorabuena nos había dejado de frente a una calle “principal” que se extendía fuerte y derecho. Mientras que hacía izquierda y derecha se descomponía en pequeñas callejuelas que asimismo se subdividían entre ellas entre pavimento y tierra, dando lugar a numerosas casas que se alternaban entre 1 y 2 pisos, algunas hechas de madera, otras de cemento, lata y las más antiguas de adobe. Poco antes de salir de allí, en una casa que, a simple vista lucia bastante antigua, nos percatamos de una mujer de avanzada edad que se encontraba apostada entre medio de dos tablas de su reja, en posición de estar observando lo que ocurría en el exterior, situación que desató nuestras risas por lo particular de la escena.

    Al salir de allí el paisaje a nuestro alrededor no cambiaba demasiado, las casas que se extendían a lo largo de las diferentes calles por las que pasábamos eran similares entre sí, y sobre todo a las que habíamos visto al salir de la montaña caracol. No obstante, lo llamativo de ellas eran sus colores, dado que variaban entre rojo, verde, azul, amarillo, café, blanco y otros tantos colores que le daban gran alegría al lugar. Además, se observaba a muchas personas caminando por las calles, quizás varias de ellas yendo a dejar a sus hijos e hijas a la escuela, dirigiéndose a sus trabajos o simplemente caminando, resultando llamativo el hecho de que nadie mostraba prisa, todo lo contrario, la tranquilidad se respiraba como una de las características principales de allí, en Coelemu. Así, luego de unos minutos mamá se introdujo por una calle principal, Julio Lamas era su nombre, y es que desde hace un tiempo que una de mis aficiones favoritas cuando salíamos era ver el nombre de las calles, para averiguar cuales se repetían entre las diferentes ciudades en las que nos encontrábamos.

    Continuando nuestro camino llegamos casi hasta el final de la calle, mamá se estacionó por la derecha, y justo del lado contrario se encontraba la escuela, aquella desconocida palabra que había mencionado mamá la noche anterior y que nos tenía sumidos en la curiosidad al no entender de qué se trataba. Al bajarnos del auto cruzamos a la vereda de en frente, y allí estaba, la Escuela D-72 María Teresa Marchant Contreras, que a primera vista presentaba un amplio pasillo de entrada totalmente sombreado a causa de un techo de lata que lo cubría desde principio a fin. En tanto, como parte de la fachada principal, presentaba un pequeño jardín con un par de árboles y un pasto perfectamente cuidado adornado con diferentes flores.

    Al tratarse del primer día, tal como había sido en los dos años anteriores en nuestras aventuras escolares, mamá nos acompañaría hasta nuestras salas, además, nos encontrábamos en un lugar totalmente desconocido, por lo que también quería asegurarse de que todo estaría bien. Como tal, los tres juntos atravesamos el sombrío pasillo, tomados de las manos denotábamos nerviosismo entre Luciano y yo, mientras que mamá caminaba expectante por la aventura que estaba empezando, yo ingresaría a 1° básico, mientras que mi hermano, ya más experimentado haría su ingreso a 3° básico.

    La escuela era de colores “pasteles” que se alternaban entre un rosado desgastado que lucía sobre las paredes de concreto y madera, que variaban tanto como lo hacía el rosado al pasar a blanco y luego a un amarillo aún más desgastado, o más bien, descascarado por la notoria antigüedad de los materiales de la escuela. Al llegar al fondo del pasillo, hacia un lado (izquierdo) había un conjunto de salas agrupadas en una estructura cuadrada, mientras que hacia el otro lado (derecho) el pasillo inicial continuaba su trazado y volvía a extenderse a lo largo, hasta el fondo de la escuela. Avanzando por ahí, nos topamos con la cancha, la cual al igual que la apariencia general de la escuela, era desgastada y poco cuidada, presentaba una superficie de cemento resquebrajada junto con dos arcos de fútbol de fierro semi-oxidado. En tanto, unos pasos antes de la cancha se encontraban los baños de niños y niñas, una puerta al lado de la otra, de los que, ya siendo el primer día se desbordaba el agua desde su interior causando un pequeño barrial a los pies de dicho espacio.

    Así, un poco más allá se encontraba el quiosco, bastante similar a los que ya conocía de mis experiencias anteriores, en donde había una señora de mediana edad tras una especie de estructura metálica de color azul con el logo de alguna bebida. Por consiguiente, una vez acabamos el recorrido por los “puntos principales” de la escuela, nos dirigimos a dejar a Luciano a su sala que se encontraba en la primera “ala” o “hilera” de salas. Cada una de estas hileras era exactamente igual a la otra, un pasillo de superficie de cemento con paredes de madera pintadas de un curioso color rosa. Y todo esto cubierto por un techo que daba sombra a las entradas de las salas que se encontraban una al lado de la otra, y todas a su vez frente a lo que se podía interpretar como el patio independiente de cada hilera, que en realidad era un amplio espacio de tierra para usarlo a libre disposición u ocurrencia. De esta forma, dejamos a Luciano en la puerta de su sala, mamá lo besó sobre la cabeza y entre nosotros nos hicimos un gesto de despedida con las manos.

    Por consiguiente, nos incorporamos nuevamente al pasillo y caminamos por él hasta llegar al fondo en donde se encontraba la última hilera, pues allí se encontraba mi sala, la penúltima, una puerta entreabierta de color café por la que a lo lejos se divisaba como entraban niños y niñas, uno tras otro mientras un hombre de mediana edad como también estatura vestido con camisa, los alentaba suavemente con una palmada en la mano, seguramente se trataba del profesor. Mamá me acompañó hasta dicha puerta, y allí cruzó unas palabras con el profesor, indicándole que yo era nuevo, tanto en la escuela como en la zona, razón por la cual tuviera comprensión ante cualquier eventualidad o problema que se pudiera presentar. Amablemente aquel hombre asintió, mamá repitió el gesto que había hecho con mi hermano y se marchó, entré a la sala y tras de mí la puerta se cerró, entonces, todo volvía a empezar.

    En cuanto estuve dentro no miré a nadie, y a toda velocidad cargando mi pequeña mochila busqué un asiento libre para hacerlo mío durante el resto del año, aunque probablemente con el paso de los días el profesor nos cambiaría de puesto según sus preferencias. De esta forma, tomé asiento más o menos al medio de la sala, las mesas eran largas y de madera, éramos dos estudiantes por cada una, a diferencia de los dos años anteriores donde eran mesas “diminutas” e individuales, lo cual me había dificultado forjar relaciones estando ahí mismo.

    En consecuencia, como había optado por obviar a mis nuevos compañeros y compañeras tampoco contemplé con quién me había sentado, por lo que una vez dejé mis cosas y saqué mi cuaderno por costumbre aprendida, decidí mirar hacia un lado, y allí estaba, una niña un poco más pequeña que yo, con un serio rostro que daba pocas señales de simpatía al tener la mirada completamente centrada hacia donde estaba el profesor. Por tanto, casi por inercia me decanté por copiar su actitud, manteniendo mi idea de ignorar a quienes se encontraban en el resto de los asientos, después de todo mi personalidad no daba para ponerme a saludar a todo mundo y hacer amigos como si nada, permanecer así era lo más factible. Acto seguido, el profesor se acercó a su mesón, tomó un maletín negro que tenía aspecto de estar recién comprado y de ahí dentro sacó un plumón junto con un borrador, con este último golpeó suavemente el pizarrón y se paró justo en medio de él mirándonos a todos.

    –– ¡Buenos días niños y niñas! –– exclamó fuertemente el profesor de desconocido nombre.

    –– ¡Buenos días, profesor! –– respondimos automáticamente mientras hacíamos el ademán de ponernos de pie.

    –– Me presento, mi nombre es Previsto Escare, y a contar de hoy seré su profesor –– volvió a exclamar con un tono que buscaba infundir respeto a como diera lugar.

    –– ¿Previsto? Qué nombre tan extraño posee –– pensé para mis adentros mientras me atreví levemente a observar la expresión de los demás.

    –– Probablemente varios de aquí ya me conocen porque están desde kínder o prekínder en esta escuela. Además, este pueblo es tan chico que todos se conocen de una u otra forma jajaja… –– expresó, cerrando con una risa que probablemente ni a él mismo le hizo sentido.

    A penas acabó de hablar hizo un gesto con ambas manos para indicar que podíamos sentarnos otra vez, ante lo cual inmediatamente obedecimos y volvimos a nuestras sillas, en silencio. Bien, pensé, entonces aquí hay quienes son amigos desde antes, o a lo menos ya se conocen de vista o nombre, por lo que naturalmente no tendrán mayores problemas para relacionarse. Además, probablemente, de cerca de los 30 que nos encontrábamos ahí, yo era el único que había ido a parar allí luego de transitar por distintas casas y colegios en tan pocos años, por lo que quizá no sería fácil hacer amigos, después de todo, hasta entonces no tenía ninguno. Teniendo eso en mente me quedé rígido en mi asiento aguardando por indicaciones del profesor, mientras que entre los demás poco a poco comenzaban a escucharse los primeros murmullos y risas que afirmaban mis suposiciones anteriores. En tanto, mi compañera de puesto parecía inalterable ante todo lo que ocurría a su alrededor, su expresión y postura no habían cambiado en nada desde el primer instante en que la había observado, ¿será que es como yo? ¿tendrá dificultad también para hacer amigos? pensaba, mientras imaginaba que si nos encontrábamos en la misma situación podríamos apoyarnos. Sin embargo, aquello no pasó, y luego de unos minutos el profesor al fin volvió a incorporarse luego de haber permanecido impávido en su mesón.

    –– Bueno, niños y niñas, por ser el primer día, o más bien la primera hora de clases, vamos a presentarnos y luego a dibujar nuestras vacaciones. Ah, por cierto, con el paso de los días los cambiaré de puesto. –– sentenció con una seguridad imperturbable.

    Ante lo dicho varios parecieron molestarse o mostrar señales de nerviosismo, imagino era por el hecho de tener que presentarse como también por los cambios de puesto, dado que en el poco tiempo que llevábamos ahí dentro ya había quienes daban muestras de estar perfectamente cómodos. Por consiguiente, la presentación consistiría en ponerse de pie diciendo nuestro nombre completo, otra vez se presentaba el gran desafío para mí. Así, con el profesor en frente, tomó una especie de antena y con ella comenzó a apuntar a cada uno de nosotros en son de “preséntese”.

    –– Constanza Sáenz –– dijo una niña con una dulce voz y de una estatura considerablemente mayor a la del común de nuestra edad.

    –– Katherine Espejo –– prosiguió la niña que estaba sentada junto a Constanza, con una voz similar, aunque más quisquillosa y de pequeña estatura.

    –– Raúl Nova –– expresó un niño de un tamaño similar al mío, pero con una pálida expresión que lo hacía lucir como alguien débil o enfermizo.

    –– Camila Becerra –– respondió una niña con alegre tono y el cabello perfectamente peinado en trenzas.

    –– Raúl Parra –– dijo un niño que en su aspecto parecía mayor al resto de nosotros, a pesar de que con toda seguridad teníamos la misma edad, o a lo mucho una diferencia de un año.

    –– Gabriel Agurto –– contestó felizmente un niño de cabello corto y ojos achinados.

    –– Paulina Torres –– respondió una niña de lentes y pequeña estatura con un tono increíblemente amable.

    –– Nicolle Rubilar –– expresó una niña de enorme sonrisa que se encontraba sentada junto a ella.

    –– Álvaro García –– dijo un niño con lentes que se encontraba por delante.

    –– Maryam Veloso –– contestó una niña de una altura similar a la de Constanza.

    –– José Gutiérrez –– respondió tímidamente un niño notoriamente más pequeño que el resto.

    –– Manuel Muñoz –– se adelantó a expresar un niño que a todas luces desbordaba una cómica personalidad.

    –– Apolonides Villarroel –– expresó escuetamente un niño que también lucía mayor que los demás.

    –– Yoselyn Palma –– dijo una niña con dos largas trenzas que se dejaban caer sobre su espalda.

    –– Yosselyn Camaño –– contestó justo después una niña pequeña de un frondoso cabello oscuro.

    –– Jairo Jara –– respondió un niño con una simpática sonrisa.

    –– Leslie Köller –– expresó tímidamente una niña medianamente alta de lentes y encrespado cabello.

    –– Maximiliano Verdugo –– prosiguió un niño pequeño de prominentes cejas y amable rostro.

    –– Claudia Alvear –– contestó una niña con un tono que daba cuenta de una gran personalidad.

    –– Sandra Torres –– continuó una niña de seria expresión y pómulos colorados.

    –– Nicole Vergara –– respondió con seguridad una niña alta, también con lentes.

    –– Francesca Loza –– siguió una niña delgada, pero con un potente tono de voz.

    –– Bárbara Concha –– respondió rápidamente una niña.

    –– Camila Carrasco –– contestó expresivamente una niña de grandes ojos.

    –– Karina Llanos –– expresó con absoluta seriedad la niña que estaba a mi lado; sin duda haciendo gala de lo que daba cuenta su mirada.

    Inmediatamente llegó mi turno, y sintiendo como si el fin del mundo estuviera a punto de suceder, rápidamente hice lo mío.

    –– Martino Balbontín –– respondí a una velocidad impresionante mientras clavaba mis ojos sobre la mesa.

    –– ¿Cómo? ¿podría repetir por favor? –– me replicó el profesor.

    –– Ma-Mar-Marti-Martino Ba-bal-bo-bon-Balbontín –– volví a decir con la mirada aún más clavada sobre la mesa, mientras pensaba en que había sido el único que no había logrado hacerlo bien, por lo que otros cientos de pensamientos y situaciones inundaron mi cabeza.

    –– Jordan Douglas –– dijo un último niño con un cómico tono y simpático rostro.

    Terminadas las presentaciones continuamos con la siguiente indicación, dibujar las vacaciones. Hasta entonces jamás había hecho tal cosa, por lo que cuando todos se dispusieron a dibujar sobre sus cuadernos yo me quedé pensando, ¿qué podría dibujar? mientras hacía memoria sobre mis recientes vacaciones, las cuales si bien no se habían caracterizado por increíbles viajes ni hacer una infinidad de cosas si me había divertido. De tal forma que sin pensarlo mucho más improvisé un dibujo buscando representar nuestros días jugando en las calles de Chiguayante junto con mi hermano, primos y el resto de los niños y niñas del barrio, todo ello bajo un radiante sol puesto en la esquina derecha de la hoja. En medio de la realización del dibujo pensaba en lo que había ocurrido hace unos minutos, si bien la presentación había dado luces de las distintas personalidades de mis compañeros y compañeras, a diferencia de mis experiencias anteriores, en esta ocasión por alguna razón tenía mayor confianza en que las cosas al fin resultarían positivamente. Si el pueblo era pequeño y la mayoría se conocía según lo dicho por el profesor, entonces con toda seguridad todo mundo era amistoso y afectuoso, por lo que tal vez no debía ser tan difícil hacer amigos.

    Cerca de una media hora después los dibujos estaban hechos, y uno por uno nos paramos para pegarlos en la parte trasera de la sala a fin de adornar el pálido color que esta poseía. Luego llegó el recreo, ya eran cerca de las 10:00 horas y aquel día por ser el primero saldríamos más temprano, a eso de las 13:00 horas mamá pasaría por Luciano y por mí. Así, en cuanto comenzó a sonar el timbre que indicaba que podíamos salir al patio, la mayoría se paró y salió rápidamente por la puerta como si algo increíble estuviera esperando afuera. Paralelamente otro grupo pequeño se quedó dentro, y sin darme cuenta, al mirar hacia mi lado Karina ya no estaba, al parecer era tan silenciosa que incluso tenía la gran habilidad de moverse sin que nadie lo notara. Por mi parte la situación no era distinta, acostumbrado a los dos años anteriores que tenía por experiencia, había aprendido a pasar desapercibido sin problema, todo gracias a lo poco y nada que hablaba como también a lo poco y nada que me movía. Por lo tanto, en esta nueva ocasión no sería diferente y mantendría el comportamiento que poseía, pues a mi alrededor tampoco había señales claras de que haría amigos.

    Rápidamente el recreo pasó, el profesor volvió y en un extraño giro de los acontecimientos comenzamos a hacer ejercicios de matemáticas en un libro, mientras él se paseaba de una esquina a otra con aquella antena que había utilizado anteriormente para realizar indicaciones. Aparentemente la simple presencia del profesor era suficiente para que la mayoría permaneciera en silencio, o a lo sumo, no causaran algún desorden, no cabía duda de que este hombre buscaba hacer notar que su carácter no era precisamente ligero o amable, sino más bien estricto y rígido. Previsto, qué nombre, volvía a pensar mientras trataba de entender los ejercicios que se encontraban en el libro, no entendía absolutamente nada, y el valor para preguntar no estaba exactamente avivado en ese momento, por lo que la mejor opción era simular que estaba trabajando en lo pedido.

    Las horas pasaron, llegó el segundo recreo y la dinámica del anterior se mantuvo sin cambios, los mismos permanecimos dentro y los mismos fuera, a excepción de algunos que salieron y volvieron rápidamente a sentarse como si alguien los persiguiera. Sin darnos cuenta, de un momento a otro el profesor detuvo la clase, y nuevamente poniéndose frente a todos nos ordenó que guardáramos nuestras cosas, pues ya quedaban unos pocos minutos para que nos fuéramos a casa. Al cabo de unos instantes el profesor nos exclamó que hiciéramos una fila de cara a la puerta manteniendo un brazo de distancia, de tal manera que pudiéramos caminar ordenados hasta la salida de la escuela acompañados por él, quien nos lideraba. En las mismas posiciones que nos habíamos sentado nos vimos avanzando uno tras del otro, atravesando los extensos pasillos de la escuela hasta que llegamos a la entrada, allí, mamá y Luciano ya se encontraban aguardando por mí.

    De camino a casa mamá nos fue “interrogando” respecto a nuestro primer día de escuela, qué nos había parecido, si nos había gustado, si habíamos hecho amigos y cosas por el estilo. Por su parte mi hermano, fiel a su estilo, relató su jornada dando cuenta de que le había ido de maravilla y que esperaba ansioso por el día siguiente, pues se había divertido en grande junto a sus nuevos compañeros. En cuanto a mí, escuetamente conté lo que habíamos hecho, que nos habíamos presentado y hecho un dibujo sobre las vacaciones, como también sobre el fallido intento de hacer ejercicios matemáticos. Mientras dicha conversación se desarrollaba, en pocos minutos ya nos encontrábamos cruzando el puente de madera que conectaba al pueblo con la montaña caracol. Ahora que estábamos a plena luz del día toda la naturaleza de la montaña se podía apreciar mucho mejor, las extensas praderas brillaban bajo el radiante sol entre tanto los diferentes animales comían, jugaban y dormían.

    A eso de las 14:00 horas ya nos encontrábamos en casa, y sin tareas por delante nuestro único objetivo era por fin poder largarnos a recorrer el infinito bosque que nos rodeaba. Sin embargo, antes de cualquier cosa, el primer deber era almorzar, después de toda una mañana en la escuela era fundamental alimentarnos para dar rienda suelta a nuestra tarde de aventuras. Así, al entrar a casa dejamos nuestras cosas en nuestra habitación, lavamos nuestras manos como de costumbre y nos dirigimos a la cocina. En ella estaba cocinando una desconocida mujer de cabello muy corto y de mediana estatura, ¿quién será? me preguntaba dentro de mi cabeza mientras me dejaba llevar por el alucinante aroma que salía de una de las ollas.

    –– Niños, ella es la señora Marina, y es la nana de esta casa –– comentó mamá como si hubiera adivinado la situación.

    –– Así es, mucho gusto, Luciano y Martino, yo soy Marina y trabajo desde hace muuuchos años en esta casa –– complementó amablemente, esbozando una cálida sonrisa.

    Luego de la amorosa e improvisada presentación nos dispusimos a almorzar, tomamos asiento en el gran mesón que se encontraba dentro de la cocina, y al son de la música que sonaba en una antigua radio negra al borde de la ventana, disfrutamos de la comida deliciosa comida preparada por Marina. En cuanto acabamos, de manera inmediata nos preparamos para salir, nos vestimos cómodamente con unos viejos buzos que solíamos utilizar para salir a jugar, el sol brillaba intensamente por lo que no era necesario abrigarse más de la cuenta. Con el cuerpo ligero salimos por la puerta principal de la casa con rumbo al bosque, que al ser un lugar tan grande fue difícil la tarea de escoger por donde comenzar, a donde fuera que miráramos se presentaban buenas opciones para adentrarnos en medio de los árboles. Sin embargo, como primera aventura decidimos partir por el bosque que estaba justo detrás de casa, y al cual se podía acceder fácilmente cruzando por un espacio libre entre dos palos que simulaban ser una puerta y que formaban parte de una extensa reja de alambre de púas que rodeaba en su totalidad el lugar, para protegerse de quién sabe qué, prácticamente éramos los únicos allí.

    Una vez dentro del bosque, como solíamos hacer en nuestras andanzas en nuestra antigua casa en el Cajón del Maipo, comenzamos a explorar con suma curiosidad cada cosa que se presentaba delante de nosotros, y es que a pesar de que habíamos estado en lugares similares no dejábamos de sorprendernos por cada cosa nueva que íbamos conociendo. A medida que nos íbamos adentrando también nos íbamos deteniendo, siendo nuestra primera acción el lanzarnos al suelo para ver si lográbamos hallar nuevos tipos de insectos, tal como había ocurrido tiempo atrás con los grillos y el chanchito de tierra.

    En este bosque, a diferencia de cuando nos aventurábamos en el pasto de nuestro antiguo patio, aquí el suelo se presentaba como una suerte de mundo aparte de todo lo demás. Dado que desde los numerosos árboles y diversa vegetación que había caían tantas ramas, hojas y diferentes “elementos”, que prácticamente conformaban una superficie que a primera vista parecía tan profunda que podríamos sumergirnos en ella. De esa manera, al estar de rodillas sobre el misterioso suelo nos dispusimos a remover con nuestras manos lo que había sobre él con gran expectación, pues en tanto íbamos despejando, la idea de que la superficie era asombrosamente profunda se volvía cada vez más cierta.

    Finalmente, luego de nuestra ardua labor de remoción logramos dar con los primeros insectos, poco a poco de entre medio del sinfín de ramas se asomaban los primeros gusanos que daban la impresión de provenir del fondo de la tierra. Al verlos supimos de inmediato que se trataba de ellos, puesto que los conocíamos por libros y películas que habíamos visto hace años atrás, y la diversión que nos causaba verlos como su pequeño cuerpo se movía por completo a través de la tierra era realmente sorprendente. En dicho instante no hicimos más que sentarnos a observar cómo se abrían paso para salir a la superficie, mientras que en paralelo ocurriría algo increíble, el reencuentro con los chanchitos de tierra. Justo allí, entre pequeñas ramas que se habían desprendido de los árboles pudimos observar cómo estos dichosos insectos rodaban lentamente sobre ellas, pasando totalmente desapercibidos al mezclarse con los colores del entorno. Largo rato nos quedamos tendidos viendo todo lo que ocurría en ese pequeño “gran” espacio, estábamos felices de saber que volvíamos a tener a nuestro alcance el mundo de los insectos.

    Posteriormente continuamos avanzando por el bosque sin dirección clara, puesto que por más que buscábamos no había ningún camino claro que seguir, y precisamente ese era el atractivo que presentaba, el adentrarse en él para dejarse sorprender sin temor a perderse, después de todo, bastaba con caminar fuerte y derecho para toparnos con nuestra casa. Nuestra odisea nos llevó hacia lo que suponíamos podía ser el fondo de aquella parte del bosque, dado que nos encontramos con una suerte de barranco que a todas luces indicaba el final del camino, al menos por ahora, por lo que al vernos ante tal paisaje decidimos que era mejor regresar. Al llegar a casa le relatamos nuestra aventura a mamá con lujo de detalles, expresando con suma emoción lo increíble que había resultado el bosque, dando a entender que sin duda sería nuestra entretención de cada día mientras viviéramos allí. Al caer noche estábamos totalmente agotados, rápidamente cenamos y luego, con la satisfacción de haber tenido un buen día nos fuimos a dormir para tener otro día de escuela.

    Tal como la primera vez, cuando todavía no salía el sol nos levantamos e hicimos nuestra rutina habitual antes de partir con la nueva jornada, desayunamos y salimos nuevamente rumbo a la escuela, con alegría, y es que, a diferencia de los años anteriores, el camino para llegar hasta allá era tan impresionante que causaba felicidad el hecho de tener que hacerlo. Poco antes llegar, al pasar por el conjunto de casas que se encontraba justo al descender de la montaña nos percatamos de que la señora que habíamos visto el día anterior nuevamente estaba apostada en su reja observando todo a su alrededor, al parecer sería algo que veríamos habitualmente.

    Una vez en la escuela nos bajamos de la camioneta, y ya superado el primer día de clases no era necesario que mamá nos acompañara hasta nuestras salas, por lo que entramos cada uno por nuestra parte y nos despedimos con mi hermano a mitad de pasillo poco antes de que sonara el timbre. Por consiguiente, en cuanto me senté me preparé para prestar atención, manteniendo el comportamiento del día anterior de no prestar mucha atención a mi alrededor, mientras los demás continuaban interactuando entre sí y formando lazos de amistad.

    Por otro lado, como no todo podía ser bosque y también era importante conocer otros rincones del enorme lugar en el que estábamos, una tarde decidimos ir hacia la cancha de tierra que yo había divisado el primer día que llegamos. Hasta entonces no habíamos ido hasta ahí para jugar y ver mejor que es lo que había, y solo pasábamos por las mañanas cuando íbamos de camino a la escuela como también al volver de esta. Como tal, después de haber almorzado nos dirigimos hasta nuestro nuevo destino de juego y aventuras, y junto con nosotros, a nuestro lado, iba el perro Bandido, quién por lo que habíamos logrado observar durante nuestra corta estadía solía pasar recostado fuera de su pequeña casa, o bien, bebiendo agua de la piscina. Así, los tres caminamos alegremente bajo el cálido sol y en cuestión de minutos ya nos encontrábamos en la cancha, lugar que para nuestra sorpresa era bastante grande, e inclusive contaba con un arco en cada lado, por lo que también podríamos divertirnos jugando fútbol. Asimismo, nos percatamos de que detrás de la cancha, en una suerte de espacio en “altura” se encontraba otra casa, de mediano tamaño de madera y color rojo, con una reja del mismo material y rodeada de plantas, como aquellas que alguna vez vimos en los dibujos de los cuentos que leíamos, ¿de quién sería? nos preguntamos al verla.

    Luego de permanecer un rato jugando con Bandido en la cancha de un lado a otro, comenzamos a escuchar unos fuertes estruendos que provenían de la gran bodega negra que también había avistado el primer día, la cual también era motivo de curiosidad al no tener idea que es lo que había allí, por lo que armados de valentía decidimos ir a investigar junto a nuestro buen amigo perruno. Bajamos de la cancha y nos dispusimos a rodear la bodega tratando de buscar una entrada mientras nos guiábamos por el estruendo que continuaba escuchándose, esta vez más fuerte a causa de lo cerca que estábamos.

    Dado que por fuera todo era prácticamente igual, y realmente muy oscuro debido a la pintura la tarea de hallar la entrada estaba siendo sumamente difícil, hasta que luego de dar una vuelta completa por todo el lugar se abrió una gran puerta hacia ambos lados. De ella salió un hombre de mediana estatura y un alegre rostro que se alcanzaba a distinguir en medio de la oscuridad que emanaba desde dentro de la bodega, sumado a una gran polvareda que se había levantado cuando se abrió la puerta. Al acercarnos, Bandido inmediatamente corrió hacia el misterioso hombre, pensando dentro de nuestras cabezas que lo atacaría o se pondría a la defensiva, sin embargo, en cuestión de segundos demostró todo lo contrario y se lanzó juguetonamente sobre él, aparentemente se conocían desde hace mucho.

    –– Buenas tardes jóvenes, ¿qué los trae por aquí? –– interrogó amablemente el desconocido hombre mientras acariciaba la cabeza de Bandido.

    –– Eh… pues… verá, estábamos conociendo los alrededores, la curiosidad nos trajo hasta aquí. –– respondimos nerviosamente en conjunto.

    –– Aahh… entiendo… ustedes deben ser los que llegaron a vivir aquí hace unos días donde don Rudi. –– expresó el hombre.

    –– ¡Sii! eso mismo…. Llegamos aquí hace un par de días y ahora que contábamos con tiempo libre aprovechamos de salir a recorrer, y nos llamó la atención el ruido que se escuchaba desde la bodega –– respondimos un poco más calmados.

    –– Entiendo, entiendo… bueno, entonces me presento, mi nombre es Samuel, y para que sepan yo soy el cuidador de este lugar, además ayudo a don Rudi con el aserradero –– aclaró amorosamente Samuel.

    –– Ajá, bueno, nosotros yo soy Luciano y él es Martino –– sentenció mi hermano.

    –– Un gusto jóvenes. –– respondió inmediatamente Samuel.

    –– A todo esto…. ¿qué es un aserradero? ¿qué es un cuidador? –– preguntamos con tono dudoso.

    –– Ahh, claro, no deben tener idea… les explicaré: aquí donde estamos es un campo, muuuy grande, y todo lo que alcanzan a ver con su vista pertenece a don Rudi desde hace muuuucho tiempo, cada árbol que ven es de él. A la vez, cada uno de esos árboles es utilizado para su negocio, que es el aserradero, ¿y qué es el aserradero? Pues, para que se entienda fácilmente, es donde se corta y transforma la madera, es decir, los árboles que ustedes ven, los transformamos y son vendidos a otras personas que utilizan esa madera para otras cosas. Por ejemplo, construir casa, o bien, una bodega como la que ven aquí, que es donde trabajamos la madera. En tanto, ser cuidador, consiste, como dice el propio nombre, en que me dedico a cuidar todo lo que ven aquí, a que todo este seguro y que no exista ningún peligro, como que entren a robar, por ejemplo. –– cerró un tanto exhausto luego de la larga explicación.

    –– Aahh… entendemos… ahora nos queda todo más claro, con razón se escuchaban tan fuertes ruidos desde dentro de esta bodega, muchas gracias, señor Samuel. –– cerramos conjuntamente.

    Posteriormente permanecimos un rato más merodeando por los alrededores de la cancha y la bodega, haber conocido a don Samuel nos había dado gran tranquilidad al saber que él estaba ahí velando porque todo estuviera bien, además, su enorme simpatía había quedado en total evidencia luego de la conversación. A causa de ello, decidimos que cuando fuera pertinente iríamos a visitarlo para continuar hablando con él, como también para ver y conocer el trabajo que llevaba a cabo en el “aserradero”.

    Los días pasaron rápidamente, y el panorama en la escuela no había cambiado demasiado, me había logrado acostumbrar a lo que venía haciendo, y aunque no había estrechado vínculos con el resto del curso, no significaba mayor problema, el tiempo volaba y no me daba ni cuenta cuando ya me encontraba nuevamente en casa, listo para salir a jugar una y otra vez en el bosque. Durante aquel periodo nuestra situación daría un giro, dado que mamá debía retomar su trabajo que tenía cuando vivíamos en Chiguayante, por ello, ya no podría ir a dejarnos cada mañana a la escuela, así es que tal como hacíamos antes, un furgón escolar iría por nosotros a casa. Vaya viaje tendría que hacer para llegar hasta aquí, pensé. Dicho y hecho, mamá retomó su trabajo, y una mañana de lunes llegó el furgón a buscarnos, y asimismo nos traería de vuelta, donde de seguro seríamos los últimos debido a lo lejos que vivíamos en comparación a los demás. Aquel día, al llegar a la escuela ocurrió lo que se había anunciado desde un principio, el profesor, Previsto, nos cambiaría de puesto, el momento de separarme de mi impávida compañera había llegado, por lo que las posibilidades de sentarme junto a alguien que fuera más amistoso, y, en consecuencia, formar una amistad era mucho mayor.

    En cuestión de minutos sucedió el cambio de puesto, nadie permaneció con su compañero o compañera original que hasta entonces había tenido, se había producido un verdadero remezón dentro de la sala. A causa de eso, mi nuevo compañero de puesto era Jordan, aquel cómico y simpático niño que se había presentado el primer día a petición del profesor. Jordan, a diferencia de mi lucía más sociable, pues, hasta entonces había conversado con uno que otro compañero y pasaba los recreos junto a ellos. En tanto, por mi parte, poco a poco fui animándome a conversar más con él, lo cual permitió que nos conociéramos cada vez un poco más. Así, naturalmente, después de tanto tiempo sin haber podido tener un amigo, ya fuera dentro o fuera de la escuela, un amigo con quién reír y compartir, con el cual jugar y compartir nuestras colaciones, al fin sentía que estaba teniendo uno, ahí estaba Jordan, mi primer amigo, en el recóndito pueblo de Coelemu.

    Capítulo VIII: Sobre bondad, castigos y reencuentros

    Coelemu era un lugar realmente pequeño, a diferencia de Santiago y Chiguayante los tamaños eran radicalmente distintos, con el paso de los días cuando íbamos a la escuela o cuando salíamos con mamá a comprar me fui dando cuenta de ello, todo mundo caminaba a todas partes y los autos prácticamente no se usaban, todas las cosas que las personas necesitaban se encontraban a distancias realmente cortas. Aquello también beneficiaba en que hubiera muy poco ruido en las calles, por no decir inexistente, más allá del propio que causaban las personas a través de las distintas acciones cotidianas que llevaban a cabo.

    La tranquilidad era algo que realmente se sentía en cada rincón, las personas eran alegres y tranquilas, y a primera vista daba la impresión de que todas se conocían entre sí, cuestión que no tenía nada de extraño considerando el pequeño tamaño del pueblo. Dicha impresión cobraría sentido un día en que estaba conversando con Jordan, con quien cada vez nos conocíamos un poco más a través de conversaciones que se desarrollaban preguntando lo típico, o lo más fácil:

    –– ¿Dónde vives? –– me preguntó alegremente Jordan.

    –– Yo vivo en el cerro, en la punta, llegué hace poco a vivir aquí. –– respondí tímidamente tratando de darme a entender.

    –– ¿En cuál cerro? no te entiendo, yo vivo en la población 11 de septiembre –– contestó alegremente Jordan.

    –– Hmmm… en el cerro… ahí a la salida del pueblo… ¿dónde queda esa población? –– respondí y pregunté de vuelta.

    –– Está cerca de aquí, derechito caminando por la calle que está afuera de la escuela, ahí he vivido desde que nací. –– afirmó con toda seguridad.

    –– Aahh… ya sé, es donde está esa calle larga con muchas casas hacia los lados ¿o no? y que después hay un puente y luego la entrada hacia el cerro, que es donde vivo yo. –– expresé con toda seguridad.

    –– Sii jajaja… esa misma, ahí vivo con mi mamá y mi hermana mayor. Ahora te entendí cuál es el cerro. –– dijo Jordan mientras soltaba unas risas.

    –– Aahh… ahora entiendo, bueno yo llegué hace poco a vivir aquí, vengo de Chiguayante y antes vivía en Santiago, acá vivo en el campo que es de la pareja de mi mamá, así que vivo con ellos y también con mi hermano mayor, que también está acá en la escuela. –– contesté un tanto complicado por mi extensa explicación.

    Una vez que logramos entender donde vivía cada uno, Jordan continuó hablándome sobre él y Coelemu, relatándome que varios de nuestros compañeros eran vecinos suyos, y que en cierta manera los conocía desde siempre, que con algunos eran amigos de antes, y por eso desde el primer día había hablado con varios y se juntaba con ellos en los recreos, mientras que al resto los conocía de vista. Al enterarme de eso es que confirmaría lo que había pensado antes, efectivamente la gran mayoría se conocía entre sí, y muy probablemente yo era el único que venía de “afuera” del pueblo, mientras que los demás seguramente venían siendo compañeros o amigos desde kínder o inclusive desde el jardín. Aquel detalle se reflejaba en el curso, que, a decir verdad, era bastante acogedor, por primera vez le estaba poniendo atención a quienes me rodeaban dentro de la sala, no así en mis aventuras escolares anteriores cuando vivíamos en Chiguayante, donde a pesar del poco tiempo que había pasado ya ni siquiera recordaba a mis compañeros y compañeras.

    Por consiguiente, por primera vez, a pesar de que llevaba poco más de 1 mes en la escuela, estaba comenzando a sentirme tranquilo, saber que cada mañana al llegar estaría Jordan me ayudaba a sentirme así, pues en aquel breve tiempo realmente nos habíamos estado divirtiendo. Esta sensación iría en aumento con el transcurso de los días, pues, gracias a que Jordan conocía a varios de nuestros compañeros, al yo ser amigo de él, paulatinamente comenzaría a estrechar lazos con ellos durante los recreos, pues, cada vez que sonaba el timbre, la gran mayoría de los niños del curso salían corriendo a través de la puerta para ir a jugar al patio.

    Así, en aquellas instancias, intentando dejar mi timidez de lado me iría sumando a los juegos, donde prácticamente participaban todos los niños de nuestro curso, a excepción de Álvaro, quien según yo había observado hasta entonces, no interactuaba mucho con el resto de nosotros, y más bien se remitía a relacionarse de manera cercana con dos compañeras, Paulina y Nicolle. En consecuencia, esta forma “masiva” de jugar me iría dando la oportunidad de conocerlos a todos, y, por supuesto, que ellos también me conocieran a mí.

    Además de ser un lugar realmente pequeño, Coelemu también era sumamente caluroso, y a pesar de que el verano ya estaba en retirada todavía se sentía bastante calor, sumado a que en la escuela no había ni un solo árbol, todo era tierra y cemento, y los únicos lugares para conseguir algo de sombra eran dentro de la sala o bajo el techo de los distintos pasillos que le daban forma al lugar. Por tal razón, durante los recreos, antes de disponernos a jugar o pasear por la escuela, en grupo íbamos a comprar helados al kiosco, lo cual derivaría en un juego que en mi vida había visto, y es que el ingenio de mis nuevos y amables compañeros era realmente grande. Con los palillos de los helados que comíamos habían creado su propio juego, el cual tenía toda una gracia que consistía en acumular la mayor cantidad posible para luego apostarlos, siendo el lugar oficial para hacerlo el borde del pasillo afuera de nuestra sala. Allí, durante los recreos nos sentábamos, y en duelos de uno contra uno, se ponía un palo en el borde del pasillo, y el rival debía conseguir voltear el palillo al golpearlo de una sola vez con el suyo, y en caso de tener éxito, se ganaba el palillo volteado.

    De esta manera, mediante los juegos nuestro grupo se había ido consolidando, y de los primeros días en que estaba solo, para luego pasar a estar con Jordan, ahora pasábamos el tiempo riendo y jugando junto a Manuel, Gabriel, Maximiliano, José y Raúl Nova, cada uno era distinto entre sí, y eso hacía que el grupo fuera realmente entretenido. Manuel y Gabriel eran amigos desde muy pequeños, al igual que Jordan también vivían en la población 11 de septiembre y habían pasado su infancia juntos, ambos eran increíblemente simpáticos y cómicos, de solo verlos quedaba en evidencia que eran mejores amigos.

    En tanto, Maximiliano era igualmente simpático, sin embargo, en las instancias de juego daba cuenta de una parte peculiar de su carácter, y es que al parecer no le gustaba perder, pues solía enojarse cuando las cosas no resultaban favorables para él, aun así, no dejaba de ser un buen compañero. Por su parte, José era de los más pequeños del curso, su rostro reflejaba una timidez que superaba incluso a la mía, además su voz daba cuenta de lo mismo, dado que hablaba realmente bajo y parecía ser alguien sensible, de lo cual daba cuenta en situaciones de “tensión” durante las clases cuando el profesor lo abordaba. Por último, Raúl Nova era un niño de bajo perfil, no hablaba demasiado y daba la impresión de que siempre estaba cansado, sin embargo, tenía buena disposición a jugar y conversar, sin embargo, en clases se concentraba increíblemente. En consecuencia, a pesar de que eran distintos entre sí y en ciertos aspectos eran parecidos, mucho tiempo después me daría cuenta de que había algo en especial que los hacia increíblemente similares, tanto a ellos como a todo el curso: su nobleza y su bondad.

    Paralelamente, debido a la aparente distancia que me separaba de mis compañeros, la posibilidad de jugar después de clases era nula, el furgón escolar llegaba apenas terminaba la jornada, mientras que los fin de semana mamá no nos traía al pueblo propiamente tal, y solo bajábamos cuando veníamos a comprar algo. Dicha condición también afectaba a mi hermano, quien por su parte también había hecho buenos amigos en su nuevo curso y se divertía durante la semana junto a ellos. Por lo tanto, al estar igualados, durante nuestros tiempos libres en casa nos volvimos amigos y compañeros de aventuras. Juntos salíamos a recorrer el bosque, a jugar con Bandido, veíamos televisión durante horas y también andábamos en bicicleta, cuestión que yo recién estaba aprendiendo con una pequeña bicicleta con ruedas de apoyo. Mientras que Luciano ya sabía desde hace tiempo atrás, y no le temía a nada luego del accidente que había tenido mientras vivíamos en Chiguayante.

    El tiempo que comenzamos a pasar juntos se estaba transformando en algo realmente divertido, nuestro entorno era tan extenso que la entretención nunca parecía faltar, ni mucho menos necesitábamos pensar demasiado en qué hacer para que fuera lo contrario, simplemente salíamos a descubrir el mundo nuevo que estaba frente a nosotros. Paralelamente, con el tiempo que llevábamos viviendo allí, había comenzado a percatarme de que Rudi no era una persona especialmente cariñosa o divertida, más bien parecía ser alguien de pocas palabras, e incluso “frío” en su forma de ser. A la vez, al observarlo, daba la impresión de que siempre estaba atrapado en sus propios pensamientos o se encontraba ocupado con su trabajo. De esta manera daba a entender que no quería ser interrumpido, o bien, que en ningún caso deseaba jugar con nosotros o mostrarnos el bosque. Por lo tanto, mientras mamá estaba fuera de casa trabajando, Luciano y yo hacíamos de las nuestras.

    Curiosamente, a pesar de que Rudi tenía poco contacto con nosotros, o más bien conmigo, porque de alguna manera Luciano había logrado acercarse a él, e inclusive compartían momentos juntos, en los cuales había comenzado a acompañarlo en sus labores de trabajo u otras ocasiones de las que yo no participaba. Y es que ciertamente, si algo había que nos distinguía completamente a mi hermano y a mí, era nuestro carácter, pues, él, en su forma de ser reflejaba una actitud mucho más decidida o valerosa por decirlo de alguna manera, inclusive confrontacional. Dicho aspecto se hacía notar hasta en su rostro, que era más serio y pícaro que el mío, que era más bien inocente, aquello, por mínimo que pareciera establecía una distinción importante.

    Por consiguiente, aparentemente Luciano estar adaptándose mejor que yo a las circunstancias, o más bien, al hecho de que Rudi era una suerte de nueva figura paterna, cosa que para mí no era tan sencilla. Esto, dado que, hasta entonces, en ese ámbito lo más cercano que yo había tenido a un padre era Felipe, sobre quien a pesar de las abruptas circunstancias que nos habían separado, y que hasta ahora no acababa de entender, en cierta manera era la idea que tenía de lo que era o debía ser un padre. En mis casi 7 años de vida jamás había pasado por mi mente la pregunta de quién era mi padre realmente, de cómo se llamaba, de dónde estaba o por qué no tenía ni el más mínimo recuerdo sobre él. Además, en lo que era nuestra familia formalmente tampoco se hablaba sobre él, sumado a que jamás se había molestado en siquiera llamar por teléfono, enviar una carta, un regalo de cumpleaños o navidad. Por tanto, sin darme cuenta, en cierta forma, mi manera de ser, frágil o tímida a ojos de los demás, se debía quizá a la ausencia o poca influencia de un padre.

    En consecuencia, dado mi carácter tímido, silencioso o frágil, un posible acercamiento o relación cercana con Rudi no lucia particularmente auspiciosa, a primera vista era evidente lo diferentes que éramos, y si ya tenía dificultades para hablar con personas de mi edad, con alguien mayor como él lo era el doble o el triple. A causa de ello, cuando mamá llegaba a casa o nos encontrábamos en fin de semana también me sentía más tranquilo, puesto que, en ella, al tenerla cerca, me sentía seguro, como en una especie de refugio en el que nada malo podía sucederme. Asimismo, en tales ocasiones también había logrado percatarme de algo, y era que, aunque parezca redundante, cuando estábamos los cuatro, eran los únicos momentos en que Rudi se acercaba realmente a nosotros, o más bien hacia mí, lo que no significaba que realizara un despliegue de su cariño o de una posible dulzura, sino más bien se remitía a una cuestión esencialmente comunicativa.

    Sin embargo, desde mis adentros, me sentía lo suficientemente feliz con los diferentes acontecimientos y nuevas experiencias que estaban ocurriendo. Por tanto, no había mayores razones para estar tristes o extrañar algo, después de todo, de nuestra vida en Chiguayante no habíamos dejado nada demasiado importante. Sumado a esto, llegaría una alegría adicional, mientras nos encontrábamos a mediados de abril. Un día después de la escuela, durante el atardecer, mientras veíamos televisión con mamá, bajó el volumen a 0 y puso un parón al momento en el que estábamos, en ademán de querer decirnos algo importante:

    –– Hijos… les tengo una noticia… –– expresó mamá con cierto tono que entremezclaba alegría y preocupación.

    –– ¿Qué pasa mamá? no vayas a decir que nos vamos a cambiar de casa otra vez –– respondimos al unísono con Luciano.

    –– ¡Noo! cómo se les ocurre, se trata de otra cosa, que tiene que ver con su hermana, Amanda. –– aclaró de inmediato mamá, adoptando un tono que dejaba de lado la preocupación para pasar a generar expectación con sus palabras.

    –– ¡¿De Amanda?! ¡¿En serio?! ¡¿Qué pasó?! –– respondimos con abriendo los ojos de tal manera que parecía que se nos iban a reventar. La emoción y el misterio nos recorrió de golpe de pies a cabeza, hasta aquel momento no habíamos tenido ni la más mínima noticia sobre nuestra pequeña hermana.

    –– Si… verán… no les había querido decir antes hasta que estuviera segura… lo que pasa es que hace unos días hablé con Felipe, en buenos términos, y luego de ponernos un poco al día me contó que próximamente vendría a vivir “cerca” de Coelemu. –– relató mamá con toda calma ante nuestras expectantes expresiones.

    –– ¡¿Cerca?! ¡Cerca dónde?! ¡¿A Chiguayante?! ¡¿Dónde?! ¡¿Dónde?!–– gritamos parándonos en un instante sobre la cama a causa de la ansiedad de la conversación.

    –– Jajaja noo… Chiguayante no… pero si muy cerca de Coelemu, a unas tres horas de aquí. Lo que pasa es que, así como yo conocí a Rudi, él también conoció a otra mujer en este tiempo, y junto con ella y Amanda se irán a vivir a Collipulli. Por lo tanto, gracias a esa cercanía es que su querida hermana podrá venir de visita para acá. –– expreso mamá, luciendo evidentemente emocionada.

    –– ¡¡¡Qué buena noticia!!! ¡¡¡Qué alegría mamita!!! ¿y cuándo vendrá? ¡¿cuándo?! ¡¿cuándo? –– interrogamos con una felicidad desbordante.

    –– Jajaja… tranquilos, tranquilos… ella vendrá la primera semana de mayo, ahí hay un día feriado, por lo tanto, habrá fin de semana largo, para que así podamos aprovecharla al máximo y sea un buen reencuentro. –– concluyó mamá.

    Aquella noticia nos sorprendió como nada lo había hecho en muchísimo tiempo, la felicidad de poder volver a ver a nuestra hermana se apropió al instante de nosotros, la emoción y la curiosidad de saber cómo había cambiado en este tiempo nos colmaba de ansiedad. Después de todo, apenas habíamos pasado cerca de 1 año junto a ella, por lo que en cierta manera sería como conocerla desde el principio, tanto nosotros a ella como a la inversa. Así, con esta impresionante noticia alojada en nuestros adentros, lo único que deseábamos era que el tiempo que faltaba pasara lo más rápido posible, no nos importaba nada más que llegara el día del reencuentro.

    Los días venideros hasta la ansiada fecha los veía con suma alegría, ir a la escuela resultaba el doble de entretenido a sabiendas de que, cada día que pasara en ella significaba una cercanía para ver nuevamente a nuestra hermana, sin lugar a duda era la mejor noticia que habíamos recibido en el último tiempo. A la vez, la escuela estaba yendo bien, por primera vez después de mi paso por prekínder y kínder, había llegado el momento de las notas, y junto con ello, de conocer diferentes asignaturas que hasta entonces eran inexistentes para mí. Por tal razón, a casi de dos meses de haber iniciado las clases comenzaba a haber cierta evidencia de las asignaturas que me gustaban y de las que no, siendo mi favorita Lenguaje, pues, la idea de leer me gustaba y resultaba atractiva, además, tiempo atrás había tenido la oportunidad de aprender con mi tío Tite cuando aún vivíamos en Chiguayante.

    Al mismo tiempo, Educación física también resultaba algo entretenido por la libertad que significaba, se asemejaba bastante a jugar, por lo que parecía ser algo que todo el curso disfrutaba. En tanto, a una brevedad impresionante había quedado claro que Matemáticas no era de mi agrado, y que mis habilidades no me acompañarían de ninguna manera para que sucediera lo contrario. En cada clase que el profesor ponía números y ejercicios en el pizarrón, o bien, nos hacía trabajar en el libro, se transformaba en un difícil momento para mí, no lograba entender qué había que hacer para resolver los problemas. Por lo que generalmente optaba por evadir la responsabilidad, y en ocasiones, copiar a alguien del curso que tuviera más habilidad sobre la materia.

    También estaba la asignatura de Ciencias Naturales, la cual me parecía especialmente llamativa por la posibilidad de aprender sobre la naturaleza y los animales, sumado a que el hecho de vivir en el campo lo hacía aún más interesante. Esto debido a que lo que aprendía en clases podía verlo reflejado en el bosque que nos rodeaba, en donde descubría diferentes insectos, árboles y frutas, cuestión que de paso me permitía disfrutar al máximo mi curiosidad. Por su lado, en clases como Arte era igualmente entretenido, dado que dibujar y pintar era toda una aventura, en donde todo el curso se divertía compartiendo lo que hacíamos. Además, el profesor nos daba la oportunidad de trabajar libremente en el patio, instancia que resultaba sumamente entretenida al reunirme en grupo con mis nuevos y buenos amigos.

    Por otra parte, la escuela en sí misma, o más bien el profesor, tenía hábitos que hasta entonces yo desconocía completamente, pero que desde el inicio de este nuevo curso se encontraban presentes cada día, y algunos casi a cada hora. Dentro de estos hábitos, uno de los más peculiares era que cada vez que debíamos entrar a la sala al llegar a la escuela, como también al terminar el recreo, consistía en formarnos en filas en el pasillo. Una fila de niños y otra de niñas, en donde como si de un ejército se tratara, el profesor exigía imperiosamente que estiráramos un brazo para marcar distancia entre nosotros, para luego paso a paso entrar a la sala. A su vez, dentro de la sala propiamente tal, cada mañana cuando el profesor llegaba debíamos pararnos al instante en cuánto se posaba frente a nosotros con inquisitiva mirada. En aquel momento, repitiendo la intencionalidad de la fila en el pasillo, nos saludaba nuevamente como si fuéramos un ejército, lo cual me hacía recordar a una que otra película que había visto hasta entonces.

    Por lo demás, cada vez que entraba algún otro profesor o profesora, o cualquier “entidad” de la escuela debíamos repetir el acto de pararnos de inmediato, como si nos estuvieran sorprendiendo en la consumación de un crimen o algo similar. Junto con ello, exclamar fuerte y claro “¡buenos días!” o “¡buenas tardes!” añadiendo el cargo respectivo según la persona que entrara. Ante estas peculiares situaciones nadie parecía incomodarse o renegarse, de vez en cuando algún compañero o compañera no lo hacía de buena gana o soltaba alguna risa entre medio, pero fuera de eso, todos los presentes parecíamos una copia del otro al hacer la misma acción. En tanto, estos hábitos no eran cuestiones que el profesor nos hubiera enseñado formalmente, como si lo venía haciendo con lo que aprendíamos en las distintas asignaturas. Más bien lo habíamos aprendido sin darnos cuenta a través de breves instrucciones que daba el profesor, sin explicar o decir mucho más.

    Paralelamente, en casa el ambiente comenzó a tornarse similar al de la escuela, la enseñanza de buenos hábitos o costumbres estaba tomando lugar, y no precisamente de parte de mamá o de mi hermano, que de vez en cuando también me aconsejaba, sino que directamente de Rudi. Aquellas percepciones que tenía sobre él habían empezado a tomar forma repentinamente, pasando de “ideas” mías a una cuestión que pasó a involucrarme formalmente. Dado que él, de alguna manera había asumido de golpe una suerte de rol paternal, pero no precisamente acogedor, pues, extrañamente, a pesar del vínculo poco cercano que estábamos teniendo hasta entonces, parecía creer tener la suficiente confianza o atribución como para entrometerse en nuestras vidas o formas de ser, queriendo darnos enseñanzas para enderezarnos, como gustaban decir los adultos.

    Una de las pocas instancias en las que solíamos compartir los cuatro era cuando almorzábamos los fin de semana en el gran comedor, la presencia de todos parecía ser algo fundamental, y la hora de almuerzo algo sagrado, instancia que antes de vivir allí no tenía mayor relevancia en nuestras vidas. En función de eso, yo no contaba precisamente con la costumbre de sentarme a comer en una gran mesa, ni mucho menos bajo un ambiente que se volvía tan serio con la presencia de Rudi, quién dentro de sus características no resaltaba por ser alguien cómico.

    De esta forma, siendo el penúltimo sábado de abril, cerca de las 14:00 horas había llegado el momento de almorzar:

    –– ¡Niños! ¡a almorzaaar! –– exclamó mamá a lo largo del pasillo de la casa.

    Sin dudarlo ni un solo segundo, con Luciano apagamos la televisión y nos dirigimos hacia el comedor, allí ya estaba sentado Rudi en lo que aparentemente era la silla principal, pues desde ella tenía la facilidad de observarnos a todos. Una vez sentados, nos concentramos en comer, y cada cierto rato mamá cruzaba palabras con Rudi, mientras que por mi parte guardaba absoluto silencio. No obstante, aquel silencio se quebraría, puesto que, ante mi poca experiencia en la mesa, al acabar el platillo principal posé mis codos sobre el comedor, cosa que resultaba particularmente cómoda y relajante, pero no así para Rudi:

    –– ¡¿Qué haces?! –– exclamó Rudi con autoritario tono.

    –– ¿Qué hago de qué? –– respondí inocentemente sin entender mucho.

    –– ¡Baja los codos de la mesa!, ¡no corresponde! –– lanzó severamente dirigiéndome la mirada.

    Entendiendo aún menos lo que estaba ocurriendo, solo me dispuse a obedecer y bajar mis codos del borde del comedor, sin siquiera comprender el porqué estaba mal, a mis adentros pensaba en que no estaba molestando a nadie, por lo que no tenía por qué haber recibido semejante llamado de atención, el cual había generado un silencio sepulcral, ante el que simplemente seguimos comiendo. Luego de aquel desafortunado momento durante el almuerzo, la semana comenzó una vez más y no volví a tomarle atención al asunto, había tantas distracciones y cosas que hacer diariamente, que el reto que me había propinado Rudi lo olvidé rápidamente.

    Como buen lunes, al llegar a casa después de la escuela habíamos adoptado la costumbre de hacer nuestras tareas y luego salir a jugar, a modo de relajarnos y tomar con mayor alegría los días venideros. De esta manera, al acabar con nuestros deberes casi al mismo tiempo, con Luciano nos pusimos ropa cómoda y nos dispusimos a salir a jugar, nuestra idea era ir a la cancha a jugar fútbol con un balón que conservábamos desde nuestros días en Chiguayante. Desde temprana edad mi hermano se había vuelto fanático de este deporte, gustaba de jugar en nuestro antiguo barrio junto a los otros niños y nuestro primo Gustavo, mientras que por mi parte no era muy habilidoso, sin embargo, la idea de jugar era suficiente para tomarlo con humor y divertirme.

    Visto que solo éramos los dos, y no había absolutamente nadie más alrededor que pudiera sumarse a nuestro juego, acordamos que sería un “duelo” de uno contra uno, y quien tomara posesión del balón debería correr hasta el arco rival para marcar un gol. Dicho y hecho, bajo el sol que alumbraba la cancha y el viento que hacía volar la tierra para todas partes, comenzó nuestro juego. En un principio partí increíblemente motivado, en la escuela había estado practicando por primera vez junto a mis compañeros, por lo que quería dar cuenta de las cosas que había aprendido. Sin embargo, evidentemente, como era de esperar, Luciano era bastante mejor que yo, trayendo como consecuencia que me marcara muchos goles.

    A pesar de la diferencia que había entre ambos, estaba decidido a marcar, aunque fuera un gol, y es que cuando me encontraba haciendo algo nuevo o debía cumplir con algo me gustaba dar lo mejor de mí. Siendo así, al cabo de un rato, luego de que Luciano me había marcado 4 goles, en un descuido de la confianza que lo caracterizaba logré tomar el balón, y como si mil perros salvajes estuvieran persiguiéndome, me dispuse a correr a toda velocidad hasta su arco, logrando al fin marcar mi primer y único gol. Por tanto, con mi objetivo logrado, dimos por concluido el duelo, el sol estaba “golpeando” fuerte y ya era necesario refrescarnos. De regreso a casa, cuando estábamos a poco de llegar íbamos pasándonos el balón, cuando de pronto, en un momento Luciano se adelantó corriendo para que yo le diera un pase, sin embargo, en una horrorosa ejecución del balón, este terminó desequilibrando a mi hermano, quién cayó directamente a la tierra.

    En consecuencia, dado que Luciano tenía un carácter fuerte, no le agradó del todo el a causa de mi mal pase haya terminado en el suelo, y como si nada de eso hubiera sucedido se puso de pie, mientras yo lo observaba soltando risas nerviosas sin saber cómo reaccionar. Rápidamente se acercó hasta a mí y comenzó a encararme por lo que había hecho; aparentemente él pensaba que mi acto había sido intencional, lo cual bajo ningún caso era así. No obstante, cuando se encontraba con el ánimo alterado era difícil hacerlo entrar en razón, por lo cual, comenzamos una especie de pelea sin mayor sentido que no se detuvo incluso cuando ya estábamos en casa.

    Como nuestra pelea continuó dentro de casa, y mamá aún no llegaba del trabajo, solamente se encontraba Rudi trabajando en su computador que se encontraba en el pasillo, por lo que al escuchar nuestro conflicto apareció ante nosotros para saber qué pasaba, y sin si quiera preguntar el porqué de la situación, se tomó la libertad de castigarnos. Como el problema radicaba en que estábamos peleando, la “solución” que el estableció fue mandarnos a la habitación del segundo piso, en donde tendríamos que sentarnos en un mesón que allí había, tomar un cuaderno cada uno y escribir 100 veces la oración: “No debo pelear con mi hermano”, dando a entender que cumpliendo con esta lección no volveríamos a pelear nunca más.

    En tanto, el mes de abril continuó avanzando hacia su final, y a pesar de que inesperadamente las cosas se habían tornado complejas en casa, la alegría de que cada vez faltaba menos para el reencuentro con Amanda era suficiente para colmar mis días de felicidad. La idea de tenerla en casa por unos días me hacía pensar que todo estaría bien, y que, en cierta manera, sería como revivir aquellos días en que vivíamos en familia. Junto con esto, pensando en que temporalmente seríamos más en casa, pero principalmente pensando en que mamá y Rudi eran jóvenes y no podían estar 24/7 con nosotros, como tampoco la amable Marina, decidieron que sería adecuado contratar a una nana más.

    A fin de cuentas, durante los días previos a la llegada de Amanda, se produjo la llegada de María, una mujer que lucía joven, de rostro picaresco y cuerpo robusto, junto con una voz que con poco esfuerzo podía escucharse desde casa hasta lo profundo del bosque. María pasaría a ocupar un lugar más dentro de la familia, puesto que, fundamentalmente su deber sería cuidarnos cuando ni mamá ni Rudi estuvieran en casa, deber que, sin imaginarlo, traería consigo momentos realmente horrorosos.

    Con todas las condiciones dadas, finalmente había terminado la semana de escuela, la cual debido al fin de semana largo que estaba por comenzar se había hecho mucho más corta. Asimismo, la ansiedad que venía creciendo desde que había tomado conocimiento de la noticia me había tenido emocionado durante toda la semana, a tal punto que inclusive en el curso se habían extrañado, pues yo era tan tranquilo como una foto, como solía decir mamá. Aquel jueves, mamá había llegado a un acuerdo en su trabajo para tener el día libre, de tal manera de poder ir temprano por Amanda, para luego pasar por nosotros a la escuela en lugar del furgón escolar. Con ello en mente, en cuanto sonó el timbre que indicaba el fin de la jornada, tomé mi mochila, y en cuanto me encontré fuera de la sala corrí como si el fin del mundo se avecinara. Atravesé los largos pasillos topándome en el camino con Luciano, y juntos cruzamos la puerta principal de la escuela, y allí, en un costado de la calle estaba mamá aguardando por nosotros, y al levantar nuestras miradas, a través de la ventana se divisaba una pequeña y rubia cabeza. Al fin había llegado el gran momento, ahí estaba Amanda, nuestra amada hermana.

    Capítulo IX: Reencuentro

    Al reconocer a Amanda, corrí a toda velocidad con mi mochila a cuestas en la espalda, y en cuestión de segundos atravesé el portón de la escuela, mientras que Luciano venía unos pocos pasos detrás de mí con una sensación de felicidad similar. En cuanto abrimos la puerta de la camioneta y tomamos asiento en la parte posterior, dejamos nuestras mochilas entre nuestras piernas, e invadidos por un sentimiento incontrolable de emoción abrazamos con suma alegría a nuestra hermana. Aquellos primeros segundos de reencuentro sin duda significaban lo mejor que nos había pasado hasta ahora. Poder volver a ver a nuestra hermana después de un tiempo que había parecido una eternidad por todo lo que habíamos vivido, entre separarnos en el Cajón del Maipo, vivir en Chiguayante e ir a parar al recóndito pueblo de Coelemu parecía una larga historia. Por ello, a pesar de que se sentía como verla por primera vez, el cariño no había cambiado en lo más mínimo, el amor de familia estaba intacto, y se reflejaba plenamente en nuestros rostros.

    Antes de emprender rumbo a casa mamá tomó un pequeño desvío hacia el supermercado, el que, por cierto, era el único que había en el pueblo. Al llegar, nos bajamos los cuatro de la camioneta, y como no habíamos podido nunca hasta entonces, nos tomamos de las manos antes de entrar, de tal manera de no perdernos dentro del supermercado. Así, estar seguros nunca había significado tanta felicidad como aquel momento. Mientras recorríamos los pasillos, mirábamos hacia todas partes, la cantidad de colores que había a nuestro alrededor era increíble y despertaba toda nuestra curiosidad, sobre todo aquellas cosas que tenían animales, si incluso pude ver una caja que tenía un oso astronauta.

    Paralelamente, mamá iba tomando diferentes productos y los ponía en el carro, con una mano lo conducía y con la otra tenía tomada la de Luciano, yo la de él y Amanda la mía, formando una pequeña fila hacia atrás que nos mantenía unidos. Pasillo tras pasillo el carro iba llenándose cada vez más, entre tanto mamá parecía estar hablando sola, pues sin siquiera mirarnos se le escuchaba decir “hoy vamos a celebrar” “es un día muy feliz”, no entendíamos muy bien la situación, pero de solo verla nos causó risa, y sin darnos cuenta por fin nos encontrábamos nuevamente fuera del supermercado.

    Mientras mamá ponía la infinidad de cosas que había comprado nosotros aguardábamos tranquilamente sentados a puertas cerradas aún con la emoción a flor de piel por el feliz reencuentro que estábamos teniendo hasta entonces. Así, al cabo de unos minutos, mamá subió a la camioneta y partimos rumbo a casa, en lo cual de cada cosa que conocíamos del pueblo y llamaba nuestra atención se la mencionábamos a Amanda:

    –– ¡Mira! ¡esta es la Plaza principal de Coelemu! –– gritamos emocionadamente con Luciano.

    –– ¡Mira de nuevo! justo en esa casa que está ahí, todas las mañanas hay una señora que pone la cabeza entre medio de los palos de su portón para mirar todo lo que pasa en la calle. –– indicábamos eufóricamente con nuestros dedos pegados a la ventana, mientras Amanda observaba con sorpresa sin entender del todo la situación.

    –– ¡Mira otra vez! aquí empieza el camino hacia la casa, es súper lindo así que estate atenta a lo que hay. –– gritamos nuevamente con emocionados junto a mi hermano.

    El camino a casa realmente resultaba llamativo, a pesar de que lo recorríamos a diario para ir y volver de la escuela y para otras ocasiones, la curiosidad que teníamos se hacía presente cada vez que pasábamos por ahí, pues, siempre encontrábamos algo nuevo para ver, ya fuera un árbol distinto, algún animal, alguna casa o lo que fuera. Por lo tanto, dentro de nuestra inocencia esperábamos que Amanda lo disfrutara de igual forma como lo hacíamos nosotros cada ocasión. De esta forma, a medida que avanzábamos montaña arriba, entre los tres comenzamos a disfrutar y emocionarnos con el paisaje, y cada tanto soltábamos un grito de emoción para añadir más diversión al momento, en tanto mamá por su parte nos animaba con gritos ¡eso niños! ¡miren ahí ¡miren allá! ¡qué lindo! ¡miren esa casa!, y nosotros mirábamos a toda velocidad de una ventana hacia a otra.

    Al cabo de un rato ya nos encontrábamos cruzando el portón del campo, para luego continuar por el último tramo del camino que conducía a casa, el cual resultaba igualmente llamativo por la increíble sombra que lo rodeaba constantemente, y que luego al salir de él aparecía el sol brillando en todo su esplendor, iluminando todo el lugar. Por consiguiente, en cuanto salimos del camino Amanda puso una gran cara de sorpresa, aparentemente se había maravillado al igual que nosotros anteriormente cuando vimos el basto campo por primera vez.

    A penas nos estacionamos apareció Bandido a un costado de la camioneta, desde hace unas semanas que venía tomando la costumbre de correr tras nosotros cuando nos veía llegar, y al momento de encontrarnos daba vueltas en círculo, agitando su cola con su lengua afuera que se movía al son de sus giros. Mientras mamá bajaba las compras de la camioneta con ayuda de Marina y María, con Luciano tomamos a Amanda de las manos y la acercamos a Bandido, haciendo una suerte de presentación para que se conocieran, después de todo, era un perro realmente amable, y eso se notaba con tan solo verlo, su cara que desbordaba bondad. Siendo así, en tanto continuaban bajando las cosas de la camioneta, nos pusimos a jugar con Bandido, quien se recostó en el suelo tambaleándose de un lado a otro, frente a lo cual nos acercamos los tres para acariciarlo, logrando que Amanda y él se hicieran “amigos” tal como lo éramos entre nosotros.

    En cuanto estuvo todo guardado entramos corriendo a casa para mostrársela a nuestra hermana, para enseñarle cada rincón dentro de ella, nuestra pieza, nuestros juguetes y peluches, y todo lo que estuviera a la vista, buscando que el reencuentro fuera lo más feliz posible, y que a sus 3 años de edad se divirtiera al máximo junto a nosotros, su familia. Con ese objetivo mente, comenzamos parte por parte, lo primero era que se conocieran con la siempre amable Marina, quien dejó a un lado algo delicioso que estaba cocinando como solía hacer, para así acercarse a Amanda:

    –– Hola pequeña, yo soy Marina, ¿cómo estás? –– expresó Marina cálidamente.

    –– Ho…ho-ho-la…. Ma-ma-di-na… –– respondió tiernamente Amanda sin entender del todo la situación.

    –– Espero que lo pases muy bien aquí para que así vengas muchas veces más –– cerró Marina mientras acercó una de sus manos para acariciar suavemente el cabello de Amanda.

    En tanto, en relación a María, como prácticamente no la conocíamos, y ella tampoco a nosotros valga decir, una vez Marina acabó de saludarse con Amanda, ella más bien se limitó a saludarla a lo lejos haciendo lo que parecía ser un simpático gesto con las manos.

    Terminadas las presentaciones, continuamos con nuestro recorrido cruzando la gran puerta de la cocina para dar con el living. Allí, bajamos el pequeño escalón para entrar de lleno en el espacio, y como cual programa de televisión, junto con Luciano adoptamos una cómica postura para ir nombrando y comentando sobre cada cosa que estaba presente. Sin embargo, en medio de ese descuido de nuestra preparación para nuestro espectáculo, nos percatamos de que Amanda ya no estaba a nuestro lado, ¿dónde está? pensamos, era tan pequeña que no resultaba para nada extraño perderla de vista con facilidad.

    En consecuencia, bajo una inusitada preocupación comenzamos a buscarla, comenzando por los sillones. Entre ambos nos inclinamos para buscarla por debajo de estos, y al no tener resultados, inocentemente nos dispusimos a remover los grandes cojines pensando que podía estar oculta bajo ellos, no obstante, el resultado fue el mismo. Acto seguido, Luciano se asomó rápidamente por la ventana que daba hacia el patio, para comprobar que en un acto increíble no se encontrara afuera, y mientras eso sucedía, logré encontrarla, en el lugar menos pensado, la chimenea.

    –– ¡Aquí está! ¡Aquí está! –– exclamé con enorme preocupación.

    –– ¡¿Qué?! ¡¿Qué?¡ ¿Dónde? –– exclamó de vuelta Luciano mirando hacia a mí.

    –– ¡Aquí! como no ves, está aquí en la chimenea, mira que somos torpes –– contesté galante como si hubiera hecho un gran descubrimiento.

    Ciertamente nuestra torpeza tenía sentido, pues, a pesar de que Amanda se encontraba muy cerca de nosotros no había sido fácil percatarnos, dado que al meterse a la chimenea se había manchado por completo con un extraño color negro que estaba esparcido, lo cual había cubierto por completo su blanca piel. Seguidamente, entre risas, con Luciano la tomamos de los brazos para sacarla, y mientras estábamos en ello, seguramente a causa de los gritos, mamá se había percatado de la situación. Razón por la que, con su característica preocupación, cruzó en cuestión de segundos la puerta que conducía de la cocina al comedor, y rápidamente bajó los escalones hasta nosotros.

    –– ¡¿Qué pasó?! ¡¿Qué pasó?! –– gritaba mamá como si se encontrara presenciando una tragedia inimaginable.

    –– No pasa nada mamá… –– respondió cómicamente Luciano, mientras se ponía por delante de Amanda para cubrirla.

    –– ¡¿Cómo qué nada?! ¿Y esos gritos que se escucharon hasta la cocina? ¿Dónde está Amanda? –– lanzó mamá con eufórico tono.

    –– Ehh… Ehh… aquí está pues…. –– balbuceó nerviosamente Luciano, mientras yo reía a un costado de él.

    –– ¿Aquí dónde? A ver… –– se adelantó mamá hacia nosotros con mil y un sospechas dentro de su cabeza.

    En pocos segundos se descubrió lo que Luciano había tratado de ocultar, mamá estiró su largo brazo para correrlo y así dar con Amanda, quien con cara de confusión y completamente manchada la miró y se entregó a la mano que se asomaba ante su rostro. De esta forma, con el hallazgo hecho, mamá la tomó en brazos y la elevó hacia su pecho, para luego dirigirse con paso rápido hacia el pasillo, pero no sin antes lanzar un “¡cabros lesos! miren lo que hicieron!” con un entremezclado tono de enojo y risa. Inmediatamente, casi por inercia, con Luciano nos miramos, levantando nuestra mirada que se encontraba gacha luego del “tenso” momento, soltamos unas risas y fuimos tras mamá.

    Por consiguiente, cruzamos la gran puerta que daba paso al pasillo y las piezas, al encontrarnos allí escuchamos un fuerte sonido de agua acompañado de divertidas quejas de mamá, cuestión que solía hacer en situaciones como estas para relajarse, por lo tanto, por deducción lógica nos dirigimos a su pieza. Allí estaban, Amanda se encontraba sentada en la tina con los brazos aflojados sobre su cuerpo, el que a su vez era recorrido por un agua negra a causa de la ducha que estaba dándole mamá para limpiarla. Mientras esperábamos nos recostamos sobre la cama, aparentemente Rudi no estaba en casa, o al menos no lo habíamos visto desde que llegamos, por lo tanto, nos sentimos relajados y prendimos la televisión para ver “monitos”, como solíamos decir desde que teníamos noción de su existencia.

    Al cabo de un rato, mamá terminó de bañar a Amanda, y en tanto continuábamos acostados disfrutando de la televisión, posó a nuestra hermana a un costado de nosotros, mientras le sacudía el cabello con una pequeña toalla para secarla y luego vestirla. Hecho eso, mamá se recostó en la cama, justo en medio de nosotros, al lado mío se puso Amanda, y los brazos de mamá se extendieron para abrazarnos a los tres, así, nos acurrucamos al instante entre nosotros, dándonos un momento increíblemente feliz y satisfactorio.

    Entre todo lo acontecido durante el día, ya eran las 14:00 horas, y como tal, el momento de almorzar había llegado, y junto con ello, también Rudi, quién sorpresivamente apareció por el ventanal de la pieza que daba hacia el patio. A causa de ello, sin pensarlo demasiado, me levanté velozmente de la cama, el castigo que nos había dado con anterioridad a Luciano y a mí, parecía haber dejado un par de cosas más que solo la enseñanza de “no volver a hacerlo”, sumado además al reto que me había dado personalmente durante el almuerzo. Por su parte, Luciano permaneció acostado, mientras que mamá también se levantó, y junto con ello tomó en sus brazos a Amanda en ademán de presentársela a Rudi, el cual la miró con sus profundos y fríos ojos verdes acompañado de una particular sonrisa, y un “hola chiquitita, yo soy Rudi”.

    A continuación, nos dirigimos al comedor, y cada uno tomó lugar en su asiento, los que a esas alturas parecían ser los oficiales, tal como sucedía en la escuela. Mamá sentó a Amanda sobre sus piernas como solía hacer con nosotros para darnos de comer tiempo atrás, en tanto, Marina entraba y salía del comedor, trayendo los platos para nosotros como parecía ser costumbre dentro de esta casa. Afortunadamente el almuerzo se dio de manera tranquila y un tanto más “conversado” que de costumbre, la comida preparada por Marina estaba deliciosa, por mi lado procuré no poner los hombros sobre la mesa a fin de evitar los retos de Rudi, y con mayor razón estando mi hermana presente.

    Una vez terminado el almuerzo, llenos de energía decidimos retomar la aventura que se había visto entorpecida por el gracioso encuentro entre Amanda y la chimenea, y sin dudarlo ni un segundo, salimos de la mano a través del ventanal del comedor que daba hacia el patio trasero. Allí nos dispusimos a recorrer los bordes del patio, que era donde se encontraban la mayoría de las plantas, las que eran especialmente atractivas por sus distintas formas y colores, que iban desde morado, amarillo, rojo, blanco, azul que se alzaban en plantas circulares, pomposas, otras más delgadas, grandes y pequeñas. De esta manera, bajo una impresionante coordinación nos acercamos a cada una de ellas para sentir sus distintos aromas, acariciarlas con nuestras manos y observar a los desconocidos insectos que se posaban sobre cada planta. Ante ello, en cada nuevo aroma Amanda abría sus ojos con sorpresa y alegría, como si estuviera frente a una maravilla sinigual o un mundo nuevo, su sonrisa se daba por si sola y la de nosotros también, la curiosidad y el asombro propio de nuestra edad nos estaba haciendo divertirnos en grande.

    Terminada nuestra inspección de plantas, era momento de entrar a la casa para enseñarle a Amanda el resto de lo que allí había, sobre todo en nuestra pieza. Con ello en mente, y para entretenernos todavía más, bajamos rodando patio abajo hasta llegar a la pieza que se encontraba en la parte inferior de la casa; abrimos la ventana, entramos y subimos a toda velocidad por las escaleras hasta nuestra pieza. Estando ahí, prendimos la televisión para acompañarnos de los monitos que estábamos viendo anteriormente. Mientras tanto, nos dispusimos a mostrarle nuestra a pieza, indicándole y explicándole cada cosa que había en ella.

    –– Mira hermana, la cama que está al lado de la ventana es la mía. –– le indiqué como si estuviera mostrándole algo nunca antes visto.

    –– Y esta, que está al lado de la tele es la mía. –– le indicó Luciano a continuación, con una emoción similar.

    –– Mira por aquí, este conejo de peluche es mi favorito y siempre duermo y juego con él. –– expresé con una felicidad desbordante mientras le acerba el conejo a Amanda, quien poco y nada entendía y solo atinaba a mirar de un lado a otro esbozando sonrisas.

    –– ¡Acá! ¡Acá!, este juguete es mucho mejor que ese peluche, mira mira. –– Exclamaba Luciano, buscando atraer la atención de Amanda mientras deslizaba su auto de juguete sobre su cama de un extremo a otro.

    Desde los juguetes hasta las almohadas y cojines que teníamos le mostramos, todo ello bajo una especie de curiosa competencia por demostrar quién tenía mejores cosas, siendo que nuestras camas eran prácticamente idénticas desde el primer día en que llegamos a vivir ahí. Al rato después la acercamos a la ventana que daba hacia el camino que llevaba a la cancha y el aserradero, el cual observó con gran sorpresa mientras la sujetábamos para que su vista alcanzara a contemplar la totalidad del paisaje. Habiéndole mostrado nuestra pieza y el resto de las partes de la casa, ahora venía enseñarle parte del bosque, la piscina y también la cancha. Con esta nueva hazaña por delante salimos de la pieza, cruzando la puerta tomamos a Amanda con precaución para bajar las escaleras que conducían al pasillo para luego seguir de largo.

    Al descender por completo las escaleras emprendimos rumbo por el pasillo para dirigirnos a nuestra odisea en el patio, y tal como habíamos hecho en el supermercado, nos tomamos los tres de las manos y a medida que caminábamos jugábamos a balancear a Amanda de atrás hacia adelante. Continuamos así hasta toparnos con la puerta de entrada principal de la casa, momento en que cesamos de balancear a Amanda, y como Luciano era el mayor, tomó postura de liderar nuestra salida, sin embargo, cuando estaba a poco de abrir la puerta, de sorpresa, unos largos brazos nos cubrieron por detrás.

    –– Mish, ¿a dónde van niños? –– preguntó curiosa mamá mientras esbozaba una sonrisa.

    –– Eeehh… al patio… vamos a jugar y a mostrarle a Amanda lo que hay. –– se anticipó Luciano a contestar.

    –– Aahh… mira tú…. vamos juntos pues…. y aprovechamos de tomarnos una foto. –– propuso mamá alegremente.

    ¿Una foto? ¿y eso qué era? pensé para mis adentros, mientras Luciano le daba el sí a mamá para que fuéramos los cuatro a la gran odisea en el patio; sin perder ni un segundo, mamá fue cruzó la puerta del pasillo, mientras nosotros nos sentamos a un lado de la puerta para esperarla. Al cabo de unos momentos estaba de regreso, y con gran motivación nos pusimos de pie y salimos al patio, y tal como habíamos acordado, le mostraríamos la piscina, el bosque y también la cancha. Estando mamá cerca nos sentimos tranquilos, o más bien protegidos, de que nada malo nos sucedería, por lo tanto, dejamos a nuestra hermana a su lado, y por nuestra parte, comenzamos a saltar de un lado a otro a medida que nos acercábamos a la piscina.

    Una vez que nos encontramos en el borde, hicimos una fila de mayor a menor, y detrás de nosotros se sumó Bandido, quién solía salir de inmediato de su casa cuando nos veía cerca. Así, en tanto recorríamos aquella parte del patio, mamá comenzó a relatar anécdotas de hace un par de años atrás, sobre todo las que estaban relacionadas con Amanda, sobre las que probablemente ella no tenía ningún recuerdo debido a lo pequeña que era. Por su parte, si había algo mamá parecía disfrutar con gran sonrisa, era contar anécdotas, por lo que esta “sección” del paseo se cargó de risas y felicidad por lo divertido de cada cosa escuchábamos. Al dar la vuelta completa a la piscina nos sentamos en el pasto que se encontraba frente a esta, mamá se sentó primero, y emulando nuestra caminata, nos sentamos uno tras del otro, quedando amontonados sobre mamá, situación que por cierto se sentía increíblemente cálida.

    Apelotonados en el pasto, simplemente nos quedamos en silencio mientras recibíamos las caricias en nuestras cabezas y espaldas por parte de mamá, qué tranquilidad se sentía, el día nublado acompañaba la ocasión, y los árboles del bosque movían sus ramas y hojas de un lado hacia a otro con el viento característico del lugar. Estando en eso, la situación se animó aún más, en un rápido acto que cambió el ambiente, mamá se puso de pie y nosotros permanecimos en el pasto mirándola hacia arriba con cara de duda sin saber que pasaba.

    –– ¡Ya niños! aprovechando el reencuentro y que estamos en un buen paisaje, nos vamos a sacar una foto, así que prepárense ––. lanzó mamá eufóricamente mientras rebuscaba algo entre sus bolsillos.

    Dicho eso, volví a pensar en qué sería una foto, de qué se trataba tal cosa, hasta entonces había aprendido distintas cosas, sobre todo a causa de los distintos lugares en que habíamos vivido, como también las aventuras que habíamos tenido en cada uno de ellos, sin embargo, de fotos no había escuchado jamás. En medio de ese pensamiento, mamá volvió a su posición original detrás de nosotros para arrumarnos sobre ella, sin embargo, antes de, había dejado una extraña “cosa” delante de nosotros de colores grises y negros, cosa de la cual se alcanzaba a ver una pequeña luz roja que parpadeaba, ¿qué sería esto? pensé al verlo. No obstante, de un instante a otro, se escuchó un sonido e inmediatamente mamá se puso de pie y dijo ¡listo! ¡tenemos la foto!, y nosotros permaneciendo todavía intactos, no entendíamos nada de lo que estaba pasando. Ahora mamá había tomado aquel extraño objeto con sus manos, y estaba frente a nosotros apuntándonos con él. Ante ello, la curiosidad y la inquietud nos invadió, y en una reacción, o pose como conoceríamos más adelante, mamá volvió a tomar una foto, esta vez solo a nosotros tres.

    Luego de la misteriosa toma de fotos, continuamos con nuestro recorrido por los alrededores, ahora emprendiendo rumbo hacia la parte del bosque que se encontraba justo a un costado de la piscina. Detrás de nosotros se sumó nuevamente Bandido, quien también se divertía junto a Luciano y a mi cuando nos adentrábamos al bosque, allí se detenía ante cada cosa que nos rodeaba para olfatearlas con gran dedicación, mientras que cuando corríamos por entre los árboles, él nos seguía por detrás moviendo su cola de un lado a otro. Como se trataba de la primera vez que Amanda entraba el bosque, como también debido a lo pequeña que era aún, mamá la subió sobre su espalda y así atravesamos la “reja” que marcaba el límite entre el patio y el bosque en cuestión.

    Con el día aún nublado y algunos rayos de sol que se abrían paso entre las nubes, nuestro paseo por el bosque se dio de lo más entretenido, con Luciano saltábamos de un lado hacia otro jugando con las cientos de ramas que se encontraban el suelo, como también haciendo intentos de trepar por los árboles, principalmente por los abundantes pinos que componían gran parte del bosque. Sin embargo, cada vez que nos acercábamos a estos árboles, por alguna razón terminábamos con las manos “pegoteadas” como si hubiéramos abrazado pegamento, lo cual nos llevaba a pasar unos buenos minutos lavando nuestras manos para deshacernos de aquella sustancia.

    No obstante, en medio del paseo y en pleno intento de trepar uno de los pinos, nuestras manos quedaron pegoteadas por completo, y a falta de agua y para disimular la situación, burdamente tratamos de limpiarnos con saliva mientras caminábamos agitando nuestras manos como hacíamos con el jabón, mas no dio ningún resultado y fuimos descubiertos por mamá.

    –– A ver… ¿qué tienen ahí? ¿qué está pasando? –– interrogó mamá con tono curioso.

    –– Naada…naadaa… es para calentarnos las manos –– respondimos de vuelta con la mirada agacha.

    –– ¿Cómo para calentar las manos? ¿Quién se calienta las manos con escupos? ¡Por favor!, déjenme ver. –– lanzó mamá con una mezcla de seriedad y risa.

    –– Ehh… nosotros lo hacemos así…. es más entretenido…. –– contestó Luciano buscando salir al paso de la curiosidad de mamá.

    –– Sii claro… a ver a ver… a mi no me vengan con cosas. –– cerró mamá, mientras se acercaba a nosotros para descubrir lo que escondíamos.

    “Esto es savia” nos dijo, en cuanto vio nuestras manos pegoteadas y manchadas a causa de nuestro contacto con el árbol, ¿qué sería la savia? no teníamos idea, pero al menos aprendimos que ese era el nombre de lo que tantos problemas nos causaba en las manos, y que en cierta manera, en aquel momento pensé que la famosa savia era algo similar al sudor que cubría nuestro cuerpo cuando llegábamos a casa después de un largo día de jugar, que nos hacía sentir igualmente pegoteados, pero por todas partes.

    Después de un rato de caminar por el bosque, acabamos llegando a una parte de él que hasta entonces no conocíamos, y que al llegar a ella pareció ser el final, o al menos, el límite de hasta donde podíamos llegar, dado que el “camino” simplemente no continuaba, o más bien, parecía increíblemente difícil de avanzar más a través de él. Al llegar allí, nos acercamos curiosos para ver de qué se trataba, pues, además de lo del camino, curiosamente ya no había más árboles, y frente a nuestro ojos apareció un vasto terreno con un par de árboles que se veían a lo lejos, y justo bajo nuestro pies, estaba el barranco.

    Inmediatamente, mamá, que había dejado a Amanda sentada en un lugar seguro, se acercó de golpe a nosotros y con sus brazos nos corrió hacia atrás como en señal de alerta. Puesto que, hasta ese momento no nos habíamos dado cuenta del todo que aquel camino que ya no existía, pues, en su lugar había lo que nosotros entendimos como una “bajada” difícil, se trataba en realidad de un barranco, y sí caíamos por ahí, las cosas se podían poner muy feas. Acabado el peligro permanecimos ahí durante tiempo más, contemplando el paisaje que se extendía frente a nosotros, que a pesar de quera totalmente diferente a lo que habíamos visto hasta entonces en el campo, no dejaba de resultar atractivo mirarlo, dado que parecía no tener fin y nos hacía pensar con la curiosidad al máximo en que habría más allá.

    Cuando ya faltaba poco para el atardecer, nos dispusimos a salir del bosque lo antes posible, aún nos faltaba ir a la cancha y no queríamos que se oscureciera, sino no podríamos disfrutar de ella y tendríamos que entrarnos a casa. De esta manera, con Amanda nuevamente sobre la espalda de mamá, atravesamos rápidamente el bosque mientras Luciano iba recalcando cada cierto rato que nos apuráramos para alcanzar a llegar a la cancha, sumado a que quería pasar por el balón de fútbol para que jugáramos antes de que anocheciera. Dicho y hecho, en cuanto pasamos por fuera de casa, Luciano corrió por el balón, el cual solíamos dejar a un costado de la entrada de la cocina, de tal forma de tenerlo siempre a mano para ir a jugar.

    Durante aquella última parte del día nos divertimos en grande, junto a Luciano corrimos de un extremo a otro en la cancha persiguiendo la pelota, teniendo también a mamá que corría tras nosotros de la mano con Amanda, quien se metía entre nosotros para tomar la pelota con las manos y mirarla con los ojos muy abiertos con una tierna expresión de sorpresa. En tanto, Bandido también tomó parte del asunto para hacerse de la pelota con su hocico y llevársela lejos.

    Aquella noche dormimos felizmente, luego de nuestra larga jordana de juegos y aventuras por el campo, cuando regresamos a casa Marina ya se había ido, así es que, para celebrar el gran primer día y reencuentro, mamá preparó innumerables cosas deliciosas para comer, añadiendo así una última pizca de entretención. Luego de eso, con el cansancio y la alegría desbordándose, nos fuimos todos a dormir, Rudi con mamá, y nosotros con Amanda, que para que estuviese más cómoda unimos nuestras camas con Luciano, creando una cama realmente grande en la que dormimos mejor que nunca. Tener a nuestra hermana con nosotros hacía de cada cosa algo mejor.

    Al despertar al otro día mamá estaba en casa, era feriado y afortunadamente no debía asistir al trabajo, por lo tanto, de seguro pasaríamos todo el día juntos divirtiéndonos en grande. Por su parte, Rudi también se había tomado el día libre, por lo que seguramente también pasaría tiempo con nosotros, cosa que hasta entonces no había pasado desde nuestra llegada. No habíamos tenido ningún momento en que él se divirtiera junto a nosotros, así es que desconocíamos que cosas le divertían a él. No obstante, para nuestra sorpresa, a poco antes del mediodía, nos encontramos dentro del auto de camino a Dichato, lugar al que ya habíamos ido cuando vivíamos en Chiguayante.

    Para llegar hasta nuestro destino lo más peculiar fue la ruta, dado que hasta entonces, no conocíamos que había más allá del campo de Rudi al seguir por el camino que se extendía mucho más después de que doblábamos para cruzar el portón del campo. Increíblemente el camino era realmente hermoso, hacia ambos costados se extendían infinitas praderas con diferentes animales, árboles y casas bajo el cielo azul que resplandecía a mediodía. Gracias al paisaje que nos rodeaba, la ida hacia Dichato se convirtió rápidamente en algo sumamente divertido apenas llegamos a la idea de jugar a contar los árboles y los animales que íbamos viendo, quién contara más al llegar a nuestro destino, ganaría. Para cuando ya había terminado el camino y no aparecieron más animales ni árboles, la competencia terminó, Luciano se hizo de la victoria.

    Al llegar a Dichato, el cielo cambió totalmente, encontrándonos con uno completamente nublado que se combinaba a la perfección junto con el mar que íbamos observando por la amplia calle que estaba justo frente a él. Así, luego de unos minutos, Rudi estacionó justo frente a un restorán de dos pisos que ocupaba gran parte de una esquina y lucía muy elegante en su apariencia. Todos bajamos de la camioneta y tomados de las manos entramos al restorán, por dentro estaba repleto de personas y se veía aún más elegante de lo que parecía ser por fuera. Como se trataba de un restorán que quedaba en una zona costera, en esas ocasiones mamá solía insistir con que si estábamos ahí era para comer mariscos, que esa era la gracia del viaje, de despejarse y comer algo delicioso y distinto a lo habitual.

    Con aquella suerte de regla de que comer estando en un lugar como Dichato, nos vimos los cuatro en la mesa comiendo distintos mariscos como pescado, “locos” (qué nombre tan curioso pensaba mientras los comía”, entre otras cosas. Afortunadamente, el almuerzo fue un éxito, el ambiente se sentía tranquilo y alegre, Rudi parecía no estar prestándome atención, y Amanda, a todas luces era quien otorgaba las buenas sensaciones de estar ahí. Una vez terminada la comida, salimos del restorán, y aprovechando que aun restaba un poco de tiempo para que atardeciera y nos fuéramos, dimos un paseo a pie por la playa, jugando con arena al son de las olas que desaparecían una tras otra y volvían a empezar. Al llegar a casa ya había atardecido por completo, y las estrellas ya estaban tomando lugar en el cielo, el día había sido largo y movido con la salida sorpresa, la caminata por la playa y nuestros juegos, por lo que a esas alturas solo queríamos acostarnos a ver televisión y dormir.

    El resto del fin de semana pasó en un abrir y cerrar de ojos, nos habíamos divertido tanto desde el primer día de reencuentro que el tiempo se esfumó, y sin darnos cuenta llegó el domingo, y junto con ello, la partida de Amanda. No obstante, se iría después de almuerzo, así es que durante la mañana pudimos aprovechar de jugar una última vez los tres juntos, y como no sabíamos cuando volveríamos a verla de nuevo, disfrutamos al máximo aquellas horas. Durante el almuerzo disfrutamos de una deliciosa comida. preparada por mamá a modo de despedir adecuadamente a nuestra hermana, teniendo así una agradable última instancia juntos.

    Al mismo tiempo, mientras nos encontrábamos disfrutando de la comida, Rudi cambió el tema de conversación que estábamos teniendo, y bajo un simpático e inusual tono anunció que esperaba que Amanda volviera pronto, y que por su parte, para la próxima ocasión él también traería a su hija, Tamara. Aquella noticia fue toda una sorpresa, pues hasta entonces ni siquiera imaginábamos que tuviera una hija, ¿cómo sería? pensé para mis adentros, ¿será simpática? ¿será más grande o pequeña que nosotros? todo un mar de preguntas comenzar a rondar por mi cabeza. Terminado el almuerzo, mamá con Rudi emprendieron rumbo a casa de Amanda, de quien nos despedimos cariñosamente muchos abrazos.

    En tanto, con Luciano nos quedamos aguardando en casa, bajo el cuidado de María, quien apenas llevaba 3 días junto a nosotros, así es que prácticamente no nos conocíamos nada. A causa de eso, no teníamos idea de qué hacer con ella, de si era buena idea salir a jugar, de si saldría con nosotros o si ella tenía algún otro juego en mente. Por lo tanto, la mejor opción parecía ser simplemente esperar viendo “monitos” en la televisión en nuestra pieza. Dicho y hecho, el tiempo pasó, María nos acompañó en la pieza para procurar que no nos pasara nada, y al cabo de un rato mamá con Rudi regresaron, y junto con ello, el anochecer, trayendo consigo el regreso a la escuela.

    Capítulo X: Año nuevo, nuevos lazos

    Llegado el fin del reencuentro con Amanda, dentro de casa volvió a sentirse el extraño ambiente a causa de la relación que estábamos desarrollando con Rudi, quien, si bien durante la estadía de nuestra hermana se había comportado más amable, luego de su partida volvió a su “estado natural”. Sin embargo, a pesar de este lío, la diversión que se encontraba en el patio y en el bosque no se veía afectada en lo más mínimo, al contrario, nos entreteníamos el doble o el triple en cada oportunidad que salíamos a jugar. Asimismo, en la escuela la situación era similar, al cabo de dos meses de clases ya había logrado hacerme de buenos amigos, con quienes nos ayudábamos durante las tareas en clases para luego disfrutar todavía con más ganas durante los recreos.

    Junto con la llegada del mes de mayo, también se avecinaba el cumpleaños de Luciano y mío, el día 19 y 25 respectivamente. Hasta entonces, no tenía mucha consciencia sobre la fecha de mi cumpleaños, o mejor dicho, desde mi primer año hasta mis 7 años de vida, cada 25 de mayo no era una fecha que recordara especialmente o que me causara una gran emoción, y menos ahora que estábamos en un lugar tan lejano, y porqué no decirlo, “oculto”. Siendo así, sumado a que, independiente de que, afortunadamente en tiempo récord había conseguido nuevos y buenos amigos, no sentía la confianza como para decirles “amigos, vengan a mi casa, celebraré mi cumpleaños”, no resultaba tan fácil, quizá para el próximo año podía ser.

    En consecuencia, el mes siguió su curso, y cada tanto me daba vueltas la idea de mi cumpleaños, pero sin mayor emoción, a sabiendas de que, lo más probable era que lo pasara junto a mamá, Luciano y a Rudi, que tampoco se avistaba como un mal panorama. Además, en cuanto a este último, quizá tampoco le agradaría la idea de que llegara un montón de personas desconocidas a su casa, considerando que, aunque estuviésemos viviendo juntos, no es como que fuéramos una familia propiamente tal, el breve tiempo compartido no daba señales de ello. A la vez, como por cosas del destino existía una mínima diferencia de días entre el cumpleaños de Luciano y el mío, mamá anticipó en los días previos que celebraríamos ambos en una instancia única, así es que probablemente, mi hermano tampoco contaría con invitados.

    En tanto, dentro del curso nadie parecía estar interesado sobre los cumpleaños del resto, estando ya a mediados de mayo no tenía ni la más mínima idea de cuando era el cumpleaños de cada quién, ni siquiera del Jordan, Raúl Nova, Gabriel, Manuel o Maximiliano. Aparentemente no parecía ser algo importante dentro de las conversaciones diarias dentro de la sala o en el patio, más bien se nos iba el tiempo hablando sobre nuestros “monitos animados” preferidos, contar chistes que escuchábamos por ahí o inventar algún juego, rara vez hablábamos sobre nuestras vidas o de lo que habíamos hecho el fin de semana. De esta manera también resultaba más fácil relacionarse, sobre todo para mí, dado que mi especialidad no era precisamente hablar abiertamente sobre algo, ni mucho menos sobre lo que hacia fuera de la escuela. Por lo tanto, dentro de dicho espacio teníamos un mundo en el que todo empezaba y terminaba ahí.

    Con las fechas cada vez más cerca, mamá finalmente confirmó el día en que celebraríamos los cumpleaños de manera conjunta, lo cual tendría lugar el 23 de mayo, a modo de hacerlo entre medio de ambas fechas y así evitar cualquier malentendido. Al mismo tiempo, como ya se podía suponer, durante la celebración solo estaríamos los cuatro, mamá compraría una torta y prepararía comidas deliciosas para el día especial, como una forma de expresar su cariño hacia nosotros, sus hijos. Con la noticia ya revelada, los días previos se vieron marcados por la emoción y las ansias, aunque hace poco habíamos tenido una suerte de celebración por el reencuentro con Amanda, esta instancia era diferente, y aunque solo fuera a ser entre nosotros, era suficiente para tenernos contentos.

    Debido a las “sensaciones” de felicidad que estábamos sintiendo por lo que se avecinaba, en la escuela se estaba haciendo evidente el cambio en nuestras expresiones, ciertamente nos notábamos más contentos y no era algo que pudiera ocultarse a ojos de nuestros amigos. Dada la situación, no tardaron demasiado en empezar a preguntarme el porqué estaba tan sonriente, que porqué tanta alegría y todo tipo de preguntas similares, ante las cuales, con mi máximo esfuerzo tenía que hacer caso omiso, como si no entendiera lo que trataban de decirme. Después de todo, más allá de la buena relación que teníamos y la simpatía que yo había mostrado hacia ellos, nada de eso quitaba que yo siguiera siendo un niño introvertido. Por lo tanto, el que anduviera tan campante durante las horas de clases no dejaba de ser extraño, a pesar del “corto” tiempo que llevábamos compartiendo como compañeros.

    Los días siguieron pasando de cara a nuestra celebración, mientras tanto, en casa las cosas seguían más o menos parecidas, el ambiente se encontraba un tanto más “movido” por la presencia de María, quién al parecer no estaba teniendo problemas para trabajar ni para relacionarse con nosotros, todo lo contrario. Su carácter había estado dando muestras de ser “alegre”, aunque de una forma más bien peculiar, puesto que, si bien se le podía observar sonriendo, acompañado de un impresionante brillo que resaltaba de sus ojos, estas características no se condecían con su manera de ser. La cual se mostraba bastante tosca y no era precisamente “dulce” a la hora de relacionarse con nosotros. A pesar de estas curiosidades, se veía que trabajaba intensamente, y que, de momento, procuraba cuidarnos cuando era necesario al no encontrarse mamá en casa.

    Por su parte, Marina era completamente diferente, su carácter alegre y bondadoso se encontraba en absoluta sincronía con lo que reflejaba su tono de voz y su mirada, toda su vida la había pasado en Coelemu. Como tal, no resultaba extraño que su forma de ser se asemejara a la del resto de las personas que hasta entonces habíamos conocido, que destacaban por su amabilidad. En cambio, María era foránea, y quizá por eso, desde lo que venía conociendo de ambas notaba ciertas diferencias, no obstante, en el día a día con Marina daban cuenta de llevarse bien, trabajaban a la par y compartían las tareas con suma dedicación, acompañadas por la música que emitía una antigua radio negra que sonaba sin cesar mientras ellas estaban ahí.

    Por consiguiente, debido a la cercanía que poseía Marina con Rudi y con la “casa” en general, no era descabellado pensar que pudiera estar presente en nuestra celebración de cumpleaños, de tal manera que se divirtiera junto a nosotros. Además, como mamá era amable con todo mundo, cabía la posibilidad de imaginar que podría invitarla. No obstante, Por más grande que fue la imaginación, a pocos días del día tan esperado y especial, quedó en claro a través de las palabras de mamá y Rudi, que la celebración solo tendría lugar exclusivamente entre los cuatro, pero, con la promesa de que para el próximo año podríamos tener una fiesta de cumpleaños con muchas más personas y mucho más divertida.

    Luego de lo que pareció ser un larga espera, el tan anunciado día de celebración al fin llegó, nuestra emoción estaba por las nubes desde hace un tiempo atrás, y más aún en el día previo. En cuanto aparecieron los primeros rayos de sol, con Luciano nos paramos sobre nuestras camas motivados por una inusitada energía, o más bien, por las expectativas que teníamos depositadas sobre este día. En tanto, de un segundo a otro, mientras estábamos sobre nuestras camas, ya en ademán de querer saltar sobre ellas comenzó a escucharse el ruido de la puerta, y en una entrada triunfal apareció mamá frente a nosotros. Al verla, nos recostamos inmediatamente en nuestras camas, tal como si nos hubiera descubierto haciendo algo malo procedimos a escondernos bajo las sábanas, y sin dudarlo ni un momento, se abalanzó sobre nosotros con sus brazos extendidos, logrando cobijarnos a los dos entre sus cálidos brazos.

    Así, de forma automática nos enrollamos en su cuerpo, casi como si nos hubiéramos dejado absorber mientras recorría nuestras cabezas con sus besos y sus manos acariciaban nuestras espaldas, entregándonos desde ya un increíble regalo. Junto con ello, nos sacó de entre medio de las sábanas, y en una alucinante acción, nos alzó con sus largos brazos y comenzó a entonar la canción de “Feliz Cumpleaños” con desbordante alegría mientras nosotros le sonreíamos a más no poder. Luego de permanecer por unos minutos bajo aquel enternecedor momento, mamá cambió el ritmo de las cosas y nos sacó de la pieza para llevarnos a desayunar a la cocina. Allí esperaba Rudi, quien para mi sorpresa, en un gesto hasta antes nunca visto, se acercó hasta donde estábamos para saludarnos cariñosamente por nuestros cumpleaños y dándonos buenos deseos para el nuevo año que cumplíamos.

    Una vez acabamos de desayunar llegó el momento de “arreglarnos”, pues, a pesar de que seríamos solo los cuatro mamá se tomaba muy en serio estas instancias, y sin importar cuantos o quienes estuvieran le era fundamental la buena presentación. Por lo tanto, en cuestión de minutos tomamos una ducha y nos vimos listos y dispuestos con nuestras mejores ropas, dando al mismo tiempo una clara señal de que no podríamos salir a jugar hasta entrada la tarde, así es que deberíamos permanecer tranquilos dentro de casa, aguardando por la celebración que tendría lugar durante la hora de almuerzo. Al respecto, mamá venía presumiendo desde hace unos días con que prepararía algo realmente delicioso, de modo que nuestras grandes expectativas estaban enormemente concentradas en eso, considerando que mamá de por si cocinaba increíble, por lo que tratándose de un día especial lo haría el doble o el triple de increíble.

    Esperando pacientemente en el mesón que se encontraba en la cocina, con Luciano nos las ingeniamos para divertirnos con lo que tuviésemos a mano mientras pasaban los minutos. Mamá con Rudi estaban completamente concentrados cocinando distintas cosas, dando lugar a que se volviera realmente divertido ver como se movían de un lugar a otro en la extensa cocina, abriendo y cerrando cajones y pequeñas puertas, tomando un sinfín de utensilios y viendo un sinnúmero de colores entre los ingredientes. Al mismo tiempo, observábamos desde la ventana hacia el patio en donde se encontraba Bandido, corriendo de un lado a otro persiguiendo a los pájaros que revoloteaban cerca de él y se posaban sobre las distintas flores que adornaban los bordes del gran patio. Hasta entonces no habíamos compartido un momento como el que estaba teniendo lugar, más allá de que hace unos días habíamos tenido el agradable paseo con Amanda. Lo cierto era que entre los cuatro no habíamos tenido la oportunidad de compartir en un ambiente genuinamente alegre, ellos parecían divertirse y nosotros también, aquello era suficiente.

    En consecuencia, pasado el mediodía los preparativos ya se encontraban casi listos, el tiempo que en un principio sonaba a una eternidad había pasado rápidamente, dejando en evidencia que realmente nos habíamos divertido. En tanto, por costumbre de mamá, la comida se mantuvo en “reposo” por unos instantes, lo cual fue aprovechado por ella junto con Rudi para también arreglarse de cara a la celebración cumpleañera. Por nuestra parte permanecimos tranquilos aguardando en la cocina, con la comida lejos de nuestro alcance para no meter los dedos ni “picotear” en ella antes de que fuera servida formalmente. Paralelamente, nos invadió cierta curiosidad, del tiempo que llevábamos viviendo ahí no habíamos visto a Rudi bajo otra apariencia que no fuera con una polera de un solo color, junto algún pantalón y unos zapatos que lucían realmente desgastados y empolvados, dando la impresión de que apenas se los quitaba para dormir.

    Al cabo de unos minutos aparecieron flamantes a través de la gran puerta de la cocina, para sorpresa nuestra, Rudi lucía igual que siempre, solo se había cambiado los zapatos por unos que parecían más nuevos, mientras que mamá lucía un veraniego vestido a pesar de que los días venían siendo fríos en medio del otoño. Al ver a ambos comenzamos a reír hacia nuestros adentros, como si la risa se hubiera devuelto por nuestra garganta hasta nuestro estómago, y sin entender demasiado, nos convidaron a pasar al comedor una vez estuvo todo servido sobre él. Sin duda la espera había valido la pena, en las diferentes comidas que alcanzaba a identificar se hacia notable el cariño puesto sobre ellas, por primera vez estaba sintiendo una suerte de cariño o una auténtica simpatía de parte de Rudi, quien hasta ese día se había mostrado distante.

    Lo primero es lo primero, dijo mamá en cuánto nos encontramos en el comedor, acercándonos a nuestros puestos una deliciosa entrada de ensalada, que a causa de sus distintos colores daba la sensación de que nos comeríamos un arcoíris. Dicho y hecho, la cálida sensación que nos trajo el comer aquella gran preparación fue similar a contemplar un arcoíris, sumado a que el ambiente en la mesa se sentía realmente grato dándonos a conocer a un Rudi distinto al que veníamos conociendo. Durante la “primera parte” de la celebración se encontraba realmente conversador, preguntándonos sobre diferentes cosas tales cómo nos estaba yendo en la escuela o si estábamos contentos de estar viviendo en el campo, pues él por su parte manifestaba sentirse al tenernos allí con él.

    Posteriormente vino el platillo principal, en el cual se desbordaba la dedicación volcada, ante nuestros ojos había un gran plato con un largo trozo de pescado que parecía brillar como las estrellas por la noche, acompañado de un arroz que lucia tan blanco como las nubes que contemplábamos recostados en el patio. Aquello junto con la entrada eran suficiente regalo para hacernos felices, sumado a que tampoco habíamos pensado en ningún regalo propiamente tal, y en realidad, desde que teníamos conocimiento de nuestro cumpleaños jamás habíamos pedido algo. No precisábamos de algo costoso o de algún juguete impresionante, desde nuestros días viviendo en el Cajón del Maipo y en Chiguayante habíamos aprendido a divertirnos con lo que tuviéramos a mano, como también con lo que nos rodeaba, teníamos todo un mundo para ser descubierto y divertirnos en él.

    Terminado el plato central llegó la hora del postre, siendo anunciado con bombos y platillos por parte de mamá, como si estuviéramos apunto de ser participes de un evento sin precedentes en pleno comedor. Con todas las luces puestas sobre ella, mamá apareció a través de la puerta cargando una gran torta de chocolate bañada en manjar, que a su vez se encontraba llamativamente decorada con frutillas y distintos dulces, dándole un colorido y delicioso aspecto, desatando así unas ganas incontrolables de probarla. Con la torta posada sobre la mesa, nos pusimos de pie formando una especie de círculo entorno a esta y comenzamos a cantar al son de las velas encendidas: “Cumpleaños feliz, les deseamos a ustedes Luciano y Martino, cumpleaños feliz, que los cumplan feliz”, acompañado de un eufórico final en que nos incitaban a mi hermano y a mi a pedir un deseo antes de apagar las velas, cuestión que me tomó por sorpresa, dado que hasta entonces no tenía idea de que se podía pedir deseos a una torta, así es que al no saber al no saber como reaccionar recurrí a sonreír y soplar las velas.

    El resto del día pasó en un abrir y cerrar de ojos, en cuanto terminamos de comer todo lo que se había dispuesto para la celebración nos sentimos llenos de energía, por lo que sin pensarlo demasiado, salimos corriendo en dirección a la cancha para divertirnos jugando a la pelota. Así, las horas pasaron y llegó la noche, con lo cual también un satisfactorio cansancio que se apoderó por completo de nosotros, haciéndonos caer rendidos sobre nuestras camas después de tan largo y emocionante día, que a su vez había dado señales de que vivir en este nuevo lugar era algo bueno.

    De regreso a la escuela el lunes por la mañana me sentía como nuevo, el descanso que vino después de la celebración había sido totalmente reparador, además, durante el domingo habíamos permanecido dentro de casa mirando televisión y comiendo más cosas deliciosas, puesto que afuera hacia muchísimo frío, e inclusive, al caer la tarde también cayó una ligera y relajante lluvia. Asimismo, aquel lunes era especial por una razón más, era oficialmente mi cumpleaños número 7, y como tal, poco antes de que mamá partiera a su trabajo, fue hasta nuestra pieza para felicitarme por mi día con un cálido abrazo y un beso sobre mi cabeza, de modo que al llegar a la escuela me sentía sumamente feliz.

    El día en la escuela se hizo particularmente largo, dentro de mi cabeza no podía dejar de pensar en que estaba de cumpleaños, mi cuerpo parecía estar lleno de cosquilleos que me hacían sentir bastante inquieto en mi asiento, jugando totalmente en contra de mi intención de que nadie se enterara de que era mi cumpleaños. Sin embargo, debido a lo inusualmente movedizo que estaba mi cuerpo durante las clases, Jordan se sintió inevitablemente intrigado, a pesar del poco tiempo que nos conocíamos verme así le resultaba extraño.

    –– ¿Qué te pasa Martino? ¿tienes frío que te mueves tanto? –– preguntó Jordan con suma curiosidad

    –– Eehh… siii… tengo mucho frío, hoy esta muy helado, ¿no crees? –– lancé astutamente

    –– Ah… siii… algo de frío hace, es que esta escuela es así también, es tan vieja que el frío se cuela jajaja…. –– contestó Jordan alegremente.

    Luego de eludir exitosamente la intriga de Jordan por mi comportamiento, el resto del día logré sortearlo de mejor manera aprovechando los recreos, en donde jugando fútbol di rienda suelta a lo inquieto que estaba, para así dar lo mejor de mi en el partido, a pesar de que no era particularmente bueno en ello me divertía un montón. Terminada la jornada de clases, al fin me sentí más tranquilo al subir al furgón escolar para volver a casa, eso sí, todavía restaba un largo recorrido, después de todo era el que vivía más lejos de todos quienes íbamos en el furgón, no obstante, el camino a casa era fascinante gracias a los colores del atardecer y los árboles.

    Al llegar a casa bajé velozmente del furgón, enhorabuena me sentía realmente tranquilo, y el cosquilleo que me había molestado durante gran parte del día por fin había cesado. Para mi sorpresa, en cuanto entré a casa por la puerta de la cocina mamá estaba ahí junto a María y Marina, y entre las tres parecían estar preparando algo para comer, pues se sentía un exquisito aroma que recorría el espacio. Al verme, mamá se abalanzó sobre mi para saludarme nuevamente por mi cumpleaños, al parecer lo de la mañana y el fin de semana no había sido suficiente, y todavía restaban ganas de dar muestras de cariño y celebrar.

    Por consiguiente, como María y Marina no venían los fin de semana aprovecharon la instancia para saludarme amablemente. Acto seguido, fui hasta mi pieza para dejar mi mochila y cambiarme de ropa, como también para lavarme las manos, lo cual era parte de un ritual muy importante para mamá antes de cualquier cosa. De regreso en la cocina, me encontré sobre el mesón con una maravillosa once acompañada de sándwiches, queques, galletas y otras preparaciones que habían hecho las tres con sus propias manos. A su vez, aprovechando que María y Marina estaban ahí las hicimos parte de la once, dándose un agradable momento para compartir junto a ellas de una manera más tranquila e íntima a diferencia de cómo convivíamos diariamente.

    Terminada oficialmente la temporada de cumpleaños y celebraciones también lo hizo el mes de mayo, y junto con ello se avecinaba el invierno a mediados de junio, lo cual lo había aprendido recientemente durante las clases de Ciencias Naturales. En ellas, el profesor nos había enseñado sobre las estaciones del año y cuando empezaba cada una, cuestión que hasta entonces yo desconocía, y solo reconocía las estaciones por las vacaciones u otros momentos especiales. No obstante, aunque no conocía con exactitud las fechas de cada estación, desde que tenía recuerdos que el invierno venía perfilándose como mi época favorita, dado que, si existía algo que me causaba inmensa felicidad era poder estar en pijama durante todo el día dentro de la cama viendo televisión. Al mismo tiempo, por alguna razón que en mis recientes 7 años desconocía, el cielo nublado me hacia sentir increíblemente tranquilo, inclusive más que los soleados. Aquella tranquilidad se reforzaba todavía más en los días lluviosos, sobre todo al momento de dormir por la noche acompañado del sonido de las gotas cayendo sobre el techo para deslizarse hasta la tierra.

    Las primeras semanas de junio pasaron en un instante, luego de llevar poco más de 3 meses viviendo allí ya estábamos acostumbrados, la rutina de ir a la escuela, hacer tareas, descansar y divertirnos los fin de semana en casa se volvió parte habitual de nuestras de vidas. Bajo este ritmo, a fines de mes el profesor Previsto anunció que se avecinaban las vacaciones de invierno, las que tendrían una duración de 15 días y no tendríamos que hacer nada más que jugar hasta agotar toda nuestra energía.

    Por otra parte, de cara al fin de la “primera parte” de clases, podía decir con toda seguridad que me encontraba verdaderamente contento de estar en la escuela, después de mis fallidos pasos por los colegios anteriores las cosas habían logrado ponerse a mi favor. Mi amistad con Jordan era cada semana mejor, como también junto al resto del grupo, Gabriel, Raúl Nova, Manuel, José y Maximiliano. Todos eran muy simpáticos, y hasta el momento solo habíamos tenido momentos alegres jugando y haciendo nuestras actividades durante las clases. Del mismo modo, a pesar de que entre niños y niñas no jugábamos en los recreos, en el desarrollo de las clases veníamos logrando poco a poco hablar y conocernos un tanto más cada día. Consiguiendo afianzar la relación entre quienes formábamos parte del curso, y de paso, dándonos cuenta de que aunque no fuéramos amigos entre todos, bien podíamos conversar y echarnos una mano cuando hiciera falta ante alguna cosa que no entendiéramos en las distintas asignaturas.

    En tanto, a manera de concluir adecuadamente la primera parte del año, nuestro profesor en los días previos a salir de vacaciones nos había sugerido que realizáramos una convivencia como curso, causándonos a todos gran sorpresa y alegría, dado que hasta el momento no habíamos tenido la oportunidad de compartir así. En consecuencia, cada uno debería traer algo para aportar, ya fuera algo para comer (papas fritas, ramitas, sándwiches, queques) y beber (jugos, bebidas, agua). Mientras que el profesor traería vasos y platos para comer adecuadamente, y de paso, no causar un desastre dentro de la sala, considerando que de seguro más de algún bebestible se daría vuelta, o algún snack acabaría triturado en el piso. En cuanto llegué a casa, con la emoción a flor de piel fui hasta donde mamá que se encontraba en el patio trasero regando las plantas, allí le enseñé la libreta de comunicaciones, en la cual el profesor nos había indicado que escribiéramos respecto a la convivencia, para luego mostrarlo en casa y así evitar que pensaran que era invento nuestro.

    –– ¡Mamá! ¡Mamá! –– grité completamente eufórico.

    –– ¿Qué pasa hijo? –– preguntó mamá sumamente curiosa.

    –– Mira mira, el profesor mandó esta comunicación hoy, tendremos una convivencia pasado mañana. –– expresé mientras le acercaba la libreta a su rostro.

    –– Aahh… con que una convivencia, igual que Luciano, bueno hijo, mañana pasaré a comprar un par de cosas para que lleven como corresponde. –– cerró mamá alegremente.

    Como el día siguiente se trataba del penúltimo de clases previo a las vacaciones, se pasó muy rápido, y a modo de regalo por parte del profesor, tan solo nos realizó clases por un rato y luego nos dejó libres para jugar en el patio hasta que llegara el momento de irnos a casa. Entre medio de todo, el profesor aprovechó de dejar todo acordado para mañana, haciendo una suerte de repaso sobre si vendrían todos, quienes podrían traer cosas o si es que alguien tenía algún problema respecto a eso, para que en caso de, poder apoyarnos y que nadie se sintiera mal ante la imposibilidad de cumplir con lo pedido. Además, como noticia de último minuto, podríamos asistir con “ropa de calle” a la convivencia, haciendo de esta algo más entretenido todavía.

    Aquella noche apenas pude dormir, lA as ansias que sentía por levantarme para ir a la escuela a disfrutar de la convivencia eran enormes, estando en la cama me daba vueltas de un lado para otro a tal punto de terminar enrollado con las sabanas, mil imágenes pasaban por mi cabeza pensando en que sería una jornada espectacular. Mamá nos había comprado varias cosas para llevar, tanto para beber como para comer, así es que podría compartir mucho con el resto de mis compañeros y compañeras, para que todos pudiéramos divertirnos en grande.

    Cuando por fin había logrado quedarme dormido, no pasó mucho rato hasta que llegó mamá a despertarnos, era hora de prepararnos para ir a la escuela y al furgón no podíamos hacerle esperar. Repleto de una inusitada energía a pesar de lo poco que había descansado, me levanté en un instante de la cama con una sonrisa de oreja a oreja, después de lo que había parecido ser una larga noche había llegado el tan esperado día de convivencia. Con ese impulso me duché y desayuné a toda velocidad, y en cuestión de minutos ya estábamos listos y dispuestos aguardando en la entrada de la casa por el furgón, cargando en nuestras manos con Luciano las cosas que nos había comprado mamá.

    Al llegar a la sala la gran mayoría ya se encontraba ahí, al parecer también estaban tan ansiosos como yo, y lo único que querían era llegar pronto a la escuela para divertirse. Seguidamente, dejé mis cosas sobre el mesón del profesor que era donde también habían dejado sus cosas los demás, e inmediatamente me sumé a ellos para adecuar las mesas y las sillas para formar un gran rectángulo, de tal manera que todos pudiéramos vernos a la cara para conversar. Entre tanto estábamos preparando todo, el profesor Previsto apareció para sumarse a nosotros, trayendo consigo su aporte en comida y bebestibles para la convivencia.

    –– ¡Bien niños y niñas!, llegó el momento, a sus asientos para que podamos empezar. –– indicó mientras escribía en la pizarra “Bienvenidas vacaciones” con una enorme letra.

    Sin dudarlo, cada grupo de amigos que existía dentro del curso procuró sentarse entre sí, a fin de estar más cómodos y gozar al máximo. Como tal, junto con Jordan, Raúl Nova, Gabriel, Manuel, Maximiliano y José nos agrupamos en uno de los costados del rectángulo que habíamos formado, mientras que en los demás se encontraba el resto del curso, y el profesor ocupaba un asiento que simulaba ser el principal.

    Con todo mundo sentado y todas las cooperaciones puestas equitativamente en cada grupo, dimos inicio oficial a la convivencia, dándose un ambiente realmente animado entre las conversaciones y las risas entre los distintos grupos, sumado a que Constanza había traído consigo una radio con un casete, para así transformar el ambiente en algo más festivo. Al son de la música disfrutamos de la diversidad de cosas que cada integrante del curso había traído, inclusive la madre de una compañera había preparado especialmente un gran queque para el curso, mientras que el padre de un compañero se lució con unas exquisitas galletas de estilo navideño.

    Al cabo de un rato, cuando todavía quedaba un montón de cosas de la convivencia para comer y beber, Constanza junto a Nicolle Rubilar y Francesca pusieron la música a todo volumen, y desarmando por completo el rectángulo que con tanto “esfuerzo” habíamos formado, montaron un improvisado escenario con las mesas, invitando a quienes mirábamos sorprendidos a subirnos sobre estas para realizar una suerte de show. Sin pensarlo demasiado, la mayoría del curso tomamos lugar sobre las mesas siendo alentados por el profesor, quien junto a quienes quedaron abajo, comenzaron a aplaudirnos como si de un público se tratara, y nosotros figurando como los famosos mientras bailábamos saltando y moviéndonos de un lado a otro desatando un sinfín de risas.

    Después de haber dado lo mejor de nosotros con nuestro improvisado baile con el apoyo de nuestro público, cambiamos rápidamente de dinámica, y en cuestión de minutos Gabriel tomó una pelota que teníamos como curso, y aprovechando que aún estaba montado el escenario, se paró sobre él con la pelota en sus manos y lanzó eufórico: “¡VAMOS A JUGAR A LAS QUEMADAS!” ante ello todos reaccionamos con la misma euforia, y salimos corriendo por la puerta con el profesor detrás tratando de seguirnos el paso. Afortunadamente al llegar la cancha no había nadie, por lo que rápidamente tomamos posesión de ella y formamos equipos entre niños y niñas, para luego posicionarnos cada uno en cada costado de la cancha y así dar inicio al juego.

    En un electrizante duelo se desarrolló el juego de las “Quemadas”, en donde la pelota iba y venía de un lado hacia otro, invitando a cada uno de los que nos encontrábamos allí a tratar de esquivarla de todas las formas posibles, viendo a algunos que saltaban de manera increíble con tal de salvarse, u otros que inclusive arquearon sus cuerpos a último minuto para evitar su final. Asimismo, como parte natural de juego hubo quienes no lograron salvarse, pero que continuaron dando lo mejor de sí cuando les llegaba la pelota a la zona de eliminación, logrando vengarse de quienes los habían sacado de la cancha. Bajo este ir y venir de la pelota y de impresionantes evasiones, el equipo liderado por Raúl Parra, Claudia y Nicole Vergara entre otros, acabaron llevándose el triunfo ante el equipo que estaba conformado por Jordan, Paulina, Karina, yo y otros más del curso.

    Finalizado el partido me reuní con Luciano a la salida de la escuela, y juntos subimos al furgón, dando así de manera oficial inicio a las vacaciones de invierno. De camino a casa me invadieron las ganas de dormir, todo lo que había comido y sumado al baile y las quemadas me habían dejado muy cansado. Sin embargo, el furgón venía inusualmente lleno como para tener un espacio adecuado para dormir, y cuando ya encontró lo suficientemente desocupado ya estábamos llegando a casa. No obstante, siendo vacaciones, y además día viernes, el relajo era absoluto, de manera que, antes de hacer cualquier otra cosa, lo primordial era dormir tranquilamente sin tener que pensar en los deberes de la escuela ni en nada más.

    Al momento de despertar ya estaba por atardecer, la siesta que pretendía fuera por un rato se había extendido más de la cuenta, pero resultó ser bastante beneficiosa, pues desperté repleto de energía para aprovechar los últimos rayos de sol jugando en el patio con Bandido y Luciano. Con el sol ya escondido por completo, mamá se asomó por la ventana de la cocina para llamarnos a tomar once, y además, para avisarnos que Rudi tenía una importante noticia que entregarnos, así es que con el apetito de regreso en mi cuerpo fuimos corriendo hasta la cocina para disfrutar de las preparaciones de mamá. A su vez, era inusual que tomáramos once los cuatro juntos, dado que generalmente mamá llegaba un poco más tarde, y Rudi estaba ocupado en su trabajo y en otras cosas que resultaban un completo misterio, y aunque no lo estuviera, no se veía posible el que comiera solo con Luciano y yo.

    En el mesón de la cocina mamá tenía desplegado todo lo necesario para una exquisita once, desde sándwiches, queso, mermeladas, galletas y otras cosas, junto con jugo y té, generando un cálido ambiente de la mano del anochecer, que ya tenía completamente cubierto el cielo repleto de estrellas y un fuerte viento que había comenzado a hacer bailar a las extensas ramas de los pinos y eucaliptus. Así, mientras gozábamos agradablemente de la situación, Rudi intervino con un pare para contar la famosa noticia que había anticipado mamá.

    –– Bueno niños, como bien les había dicho cuando vino Amanda, yo también tengo una hija, a la cual traería a casa cuando su hermana viniera nuevamente, sin embargo, decidí que viniera antes de tiempo, así es que llegará mañana y estará durante parte del período de vacaciones. –– expresó Rudi en tono amable.

    –– ¡¿Entonces eso significa que también vendrá Amanda?! ¡¿Mamá?! –– gritamos conjuntamente con Luciano.

    –– No hijos, lo siento, Amanda no vendrá hasta un par de meses más, así que paciencia, ya volveremos a estar juntos. –– concluyó mamá.

    Terminada la once ya eran cerca de las 21:00 horas, y por lo tanto, hora de acostarse y ver televisión sin ninguna preocupación, disfrutando de nuestros monitos animados favoritos que daban por tv cable. Desde hace unas semanas que con Luciano habíamos “descubierto” varios monitos, entre ellos uno que trataba sobre graciosas aventuras de dos castores, otro que mostraba alucinantes aventuras de una peculiar familia, la cual viajaba en un enorme auto a través de la selva. Como también uno que tenía por personajes a un grupo de pequeños niños, que vivían increíbles sucesos gracias a su imaginación y compartir con los adultos que eran sus padres y madres.

    Por la mañana del sábado nos levantamos temprano para desayunar, mamá había ido hasta nuestra pieza por nosotros para llevarnos hasta la cocina, Rudi no se encontraba en casa, puesto que había ido hasta Santiago por Tamara, tremenda distancia pensé para mis adentros, entre ir y volver seguro tardaría gran parte del día. Durante su ausencia, en casa se sintió un agradable ambiente de tranquilidad, o más bien, de libertad, de andar de un lado a otro sin miedo a arruinar algo, tomar alguna cosa que derivara en un reto, o decir algo “indebido” que implicara un castigo como aquella vez que tuvimos que escribir eternamente en un cuaderno. Mediante esa tranquilidad reinante en casa, la mañana pasó en un abrir y cerrar de ojos hasta que llegó la hora de almorzar, y todavía no regresaba Rudi, aparentemente como había pensado el viaje era realmente largo, así es que cabía suponer que volvería a casa al atardecer.

    Como solo estábamos los tres, no se hizo necesario ocupar el comedor ni regirnos por todas las formalidades que se daban regularmente, por lo que de manera más cómoda y relajada almorzamos en el mesón de la cocina, dándonos así una agradable instancia familiar como las que teníamos en nuestra vida en Chiguayante y el Cajón del Maipo. Asimismo, tomando provecho de la situación, terminado el almuerzo nos recostamos junto a mamá en su pieza a mirar películas para pasar la tarde, aguardando por la llegada de Rudi junto a Tamara en algún momento.

    A eso de las 18:00 horas finalmente estaba de regreso, poco antes le había avisado a mamá por teléfono que estaba próximo a llegar, por tanto, dejamos todo ordenado en la pieza, y en un impresionante cálculo de tiempo fuimos hasta la puerta principal de la casa para esperarlos. Allí estaban ambos, luego de haber estacionado la camioneta apareció Rudi de la mano con su hija, ahí estaba Tamara, una pequeña niña de pálido aspecto y con unos ojos de una especie de color verde/miel, exactamente iguales a los de Rudi, dando como primera impresión que se trataba de una copia de él, pero en mujer.

    –– ¡Por fin llegamos! ¡qué largo viaje! –– lanzó Rudi mostrándose exhausto.

    –– Uff, sí que tardaron, los estábamos esperando desde hace rato. –– expresó mamá con cierto alivio.

    –– Si… lo siento… es que tardamos mucho en salir de Santiago, pero bueno… aquí estoy, y aquí está Tamara, se las presento. –– respondió Rudi con satisfacción.

    –– Ho-ho…hola… yo…. s-so…soy… Ta…Tamara… un gusto… –– dijo Tamara con una timidez increíble, probablemente muy por encima de la mía.

    –– Hola Tamara, nosotros somos Luciano y Martino. –– contestamos de vuelta al mismo tiempo con tono alegre, a fin de reducir un poco su timidez.

    –– ¡Hola pequeña! yo soy Josefina, o más conocida como Coty, y soy la madre de estos niños, espero que lo pasemos muy bien durante estos días. –– dijo mamá con enorme dulzura.

    Terminadas las presentaciones correspondientes entramos a casa, el día estaba bastante frío y según mamá había señales de que vendría una fuerte lluvia, añadiendo que estando aquí en el campo esta se sentiría mucho más que las que pasamos durante nuestro tiempo viviendo en Chiguayante. Con ello presente, dentro de mi cabeza esperaba que el panorama no fuera así durante las 2 semanas de vacaciones, dado que con todo el tiempo libre que tendríamos lo que menos querríamos sería tener que permanecer encerrados en casa, además, con la llegada de Tamara había más ganas de jugar. Una vez dentro de casa, entre Rudi y mamá se pusieron manos a la obra para preparar una improvisada pero sabrosa comida de bienvenida para Tamara, quien en ese intertanto se mantuvo en completo silencio con la mirada fija hacia el suelo, dando a entender cierto nerviosismo al estar en presencia de nosotros, que de momento éramos unos completos extraños.

    Dada la situación, con Luciano preferimos no interactuar con ella, pensando en que cuando estuviéramos comiendo seguramente ella hablaría más gracias a la presencia de su padre, y así, podríamos intervenir nosotros para conocerla mejor, hacerle preguntas y lograr que sintiera un poco más en confianza. De momento, la impresión que entregaba Tamara daba a entender que era radicalmente distinta a Rudi, conviniendo que, este último era poseedor de un rudo/frío carácter, mientras que su hija desbordaba timidez y ternura en sus ojos y voz. Realizadas las preparaciones, nos reunimos los 5 en el mesón de la cocina, a regocijarnos con una variada “once” que contemplaba desde sándwiches, té y bebidas hasta queques, galletas y sopa de esparrago, siendo esta última una de las favoritas de mamá como también de Luciano y mía desde hace años.

    Por consiguiente, en medio de la once, esta parecía estar tan buena que nadie estaba prestándose mayor atención entre sí, la concentración estaba absolutamente volcada en comer y dirigirse la mirada cada tanto, lo cual en cierta forma resultaba hasta beneficioso para evadir un llamado de atención por un posible “mal modal” en la mesa. Sin embargo, al parecer la presencia de Tamara en casa tenía efectos mágicos sobre el carácter de su padre, puesto que al cabo de unos minutos de sentarnos, su expresión lucía mucho más amable que en lo cotidiano, dando la impresión de estar embobado por la presencia de su hija, o más bien, “endulzado”. Paralelamente, Tamara miraba de un lado a otro mientras comía las distintas cosas sobre la mesa, miraba y miraba y no decía palabra alguna, mientras que mamá lanzaba palabras cortas y volvía a la carga con la comida.

    Después de un rato que se sintió eterno, pero en que en realidad había sido breve, dejamos las cosas sobre la mesa y nos retiramos de la cocina mientras mamá con Rudi ordenaban todo. Por nuestra parte, ante el fracaso de socializar durante la once lanzamos la propuesta de ir a ver televisión, pues ya estaba anocheciendo, y seguro que ante unos divertidos monos animados nos reiríamos por montones y eso facilitaría la conversación entre los tres. Dicho y hecho, fuimos hasta nuestra habitación y tomamos asiento sobre la cama, uno al lado del otro y encendimos la televisión, donde afortunadamente estaban transmitiendo unos divertidos monos animados de sobre un niño que le apodaban “cabeza de balón” y un amigo que su cabeza era similar a un cepillo de dientes.

    Así, a medida que fue avanzando el capítulo con Luciano fuimos soltando risas espontáneas, esperando que Tamara se sumara también, no obstante, con el capítulo llegando a su final ella solo miraba la pantalla atentamente sin decir nada. Mas, sin perder la esperanza, continuamos mirando la televisión, ahora transmitirían unos monos animados que mostraban la vida de un grupo de niños y una niña que vivían en la playa, y disfrutaban de distintos deportes que jamás habíamos visto en la vida real, por lo que cada cosa que hacían nos llamaba profundamente la atención. Afortunadamente, al cabo de unos minutos empezó a surgir el mismo efecto en Tamara, quien al ver las increíbles acrobacias abría enormemente los ojos y la boca mostrando grata sorpresa, haciéndonos sentir al fin la confianza para hablarle.

    –– Están buenos los monos ¿cierto? –– le interrogó Luciano con simpatía.

    –– Si… están muy divertidos, no los conocía…. –– contestó Tamara dando señales de tranquilidad.

    –– Acá vemos monos animados durante varias horas, así que no faltará la diversión. –– complementé por mí parte.

    –– Qué entretenido, también podríamos ir al bosque. –– lanzó Tamara sorpresivamente.

    –– Obvio, mañana mismo podríamos ir. –– le respondimos de forma inmediata con Luciano.

    Avanzado el primer paso las cosas se sentían un tanto más relajadas, sumado a que con la ida al bosque fijada para mañana podríamos entretenernos más todavía, y pensando con toda seguridad que Tamara ya había venido antes aquí, se sentiría más cómoda teniendo aventuras en el bosque, el cual evidentemente habría de conocer mucho mejor que nosotros en el poco tiempo que llevábamos viviendo allí. Con todo acordado continuamos viendo televisión hasta que llegara la hora de dormir, o bien, hasta que nos invadiera el sueño y acabáramos por cerrar los ojos con la pantalla todavía encendida, sin embargo, el intertanto llegó mamá con Rudi hasta la pieza.

    –– Ya niños, es hora de irse a dormir, es tarde. –– dijo mamá asomando medio cuerpo por la puerta.

    –– Así es, niños ustedes dormirán en la pieza de abajo, y Tamara en la de aquí. –– dijo Rudi en su habitual tono tosco.

    Qué aburrido, pensé, la pieza de abajo era una suerte de pasillo con camas que parecían desprenderse de la pared, no había televisión y era bastante oscura debido a lo gruesa que era la cortina y la angosta ventana que había detrás de ella, así es que estando ahí no había más opción que dormir o imaginar figuras en medio de la oscuridad gracias al débil reflejo de luz que entraba. Por cuestión de edad y estatura, Luciano tomó posición en el camarote y yo en la cama de abajo, con sus habilidades de “mono” no tendría dificultades en saltar de la cama hasta el suelo, a diferencia de mí que no era tan habilidoso en ese tipo de maniobras. De este modo, una vez acostados intercambiamos un par de palabras, media vuelta y a dormir.

    Después de una larga noche durmiendo, despertamos llenos de energía a pesar de los leves rayos de sol que se asomaban ante el nublado e invernal día, e inmediatamente saltamos de la cama y fuimos hasta la cocina para desayunar, allí, esperaban mamá, Rudi y Tamara. Juntos compartimos un agradable desayuno al son de las nubes, de momento el día arrancaba de maravilla mostrando el tiempo que tanto me gustaba y me hacía sentir más relajado y alegre. Asimismo, en medio de la instancia, aprovechamos de comentar que iríamos a jugar al bosque antes de la hora de almuerzo para aprovechar de mejor manera la mañana, y en la tarde hacer algo todos juntos. Habiendo dado el aviso, acabamos el desayuno, nos preparamos con ropa cómoda y partimos a la aventura.

    Esta vez, a diferencia del usual paseo que hacíamos con Luciano, decidimos adentrarnos al bosque desde otra parte, tomando dirección por el camino el principal y único camino por el cual se podía entrar al campo, camino que en todo este tiempo solo habíamos recorrido al pasar en auto o en el furgón escolar, mas nunca caminando por nuestra cuenta. Como tal, partimos animadamente, y con Bandido tras nosotros, quien seguramente se “conocía” muy bien con Tamara y la extrañaba después de quizás cuanto tiempo sin verse, pues, aparentemente ella no solía venir seguidamente hasta la casa de su padre ni viceversa. Por consiguiente, con la emoción a flor de piel nos metimos directamente en el camino, el cual siempre daba una impresión de misterio, a causa de la profunda sombra que producían los grandes árboles con formas similares a un arco.

    En consecuencia, aquel misterio presente en el lugar nos repletaba de ganas por recorrerlo hasta su último rincón, tanto por el propio camino como por los costados llenos de árboles y de un mundo que desconocíamos hasta ese momento. Así, alegremente en nuestra aventura se sentía una sensación diferente al día anterior, aquella barrera que se había presentado estaba desapareciendo poco a poco, entregándonos una mayor confianza para entablar conversación con Tamara, y así lo hicimos. Mientras avanzábamos camino arriba, teniendo en mente llegar hasta el portón de entrada al campo, fuimos haciéndole distintas preguntas a Tamara, quien notoriamente más cómoda que el día anterior comenzó a responder, dándonos a conocer que ella vivía en Santiago desde siempre, que hace unos meses había cumplido 6 años y que solía venir a Coelemu en las vacaciones durante un tiempo.

    Luego de una extensa caminata logramos dar con la entrada del campo, nos habíamos tardado un montón en comparación a lo breve que era al pasar en auto, agregando que, en medio de nuestra travesía habíamos ido alternando entre mezclarnos dentro del bosque propiamente tal y salir nuevamente al camino, resultando en algo realmente entretenido. Adentrarse hacia el bosque por los costados se presentaba como todo un desafío, pues, requería subir una especie de ladera o montículo que para nuestra estatura se nos hacía algo sumamente alto y difícil de subir, pero liderados y motivados por mi hermano todo era posible, su carácter valiente era admirable, haciéndose inevitable el no contagiarse de eso y seguirlo a todas partes. Gracias a eso, pudimos conocer partes del bosque que nos eran completamente desconocidas, y que Tamara con sus expresiones daba a entender lo mismo, trayendo como resultado que los tres tuviéramos una aventura en medio de las sombras de los árboles, tal como si de una película se tratara.

    Haber llegado hasta la entrada para nosotros había sido sinónimo de haber alcanzado la cima de una gran montaña, los tres nos sentimos inmensamente felices y orgullosos por lo hecho, planeando incluso volver en otra ocasión, y para cuando tuviéramos bicicletas, venir en ellas para después lanzarnos a toda velocidad de regreso a casa. Aquella gran idea que figuraba en nuestras cabezas tendría que esperar hasta las vacaciones de verano, dado que ninguno de los tres contaba con bicicleta, y por mi parte apenas sabía subirme a una, pero seguro que el Viejito Pascuero podría traerme una para Navidad y así podría aprender durante el verano. Al llegar a casa le relatamos nuestra aventura a mamá y Rudi con lujo de detalles, quienes a mitad de la historia cortaron nuestra inspiración para contarnos que al día siguiente iríamos a la casa de la hermana de Rudi, Blanca, puesto que quería aprovechar la oportunidad de que estaba Tamara para que así pudieran verse después de tanto tiempo. Dicha mujer vivía en el mismo campo que nosotros, ¿pero dónde estaba tu casa? no teníamos ni la mayor idea, así que nos aguardaba otra aventura en la que conoceríamos más de este campo que aparentemente era más grande de lo que pensábamos.

    Por la mañana despertamos bajo un fuerte estruendo, la lluvia se había desatado durante la noche y de momento no había cesado ni un poco, al mirar por la ventana se observaba toda la tierra que rodeaba la casa convertida en barro y a Bandido refugiado en su hogar, mientras los árboles se tambaleaban de un lado a otro de la mano de la fuerte lluvia y el veloz viento. No obstante, sin importar la lluvia, la ida a la casa de Blanca seguía en pie, por lo que rápidamente nos levantamos para desayunar y prepararnos para salir, la idea era ir allá para almorzar y pasar parte de la tarde todos juntos antes de regresar. Con todo listo para salir, tomamos asiento en la camioneta de Rudi y abordamos un camino que se encontraba por un costado de la casa, camino por el cual tampoco habíamos transitado en los meses que llevábamos ahí.

    Cerca de una media hora después andar por un paisaje completamente distinto al que conocíamos, llegamos hasta una gran casa de color blanco situada en medio de pleno bosque, a diferencia de “nuestra” casa que guardaba una distancia considerable del bosque que la rodeaba. Al momento de llegar continuaba lloviendo, por lo que en cuanto bajamos de la camioneta debimos correr a toda velocidad a la casa para no mojarnos, allí en la puerta nos esperaba Blanca con otro hombre, ambos tenían apariencia de ser bastante mayores.

    –– ¡¡Hola!! ¡¿cómo están?! –– interrogó Blanca alegremente.

    –– ¡Bien! todo bien, ¿ustedes como están? –– se anticipó Rudi a contestar por los cuatro.

    –– Bien también hermano, que bueno que están aquí. Pasen, pasen. –– contestó Blanca amablemente.

    La casa por dentro estaba llena repleta de diferentes adornos, que iban desde cuadros de pinturas hasta fotos, plantas, innumerables y grandes lámparas, pequeñas figuritas por doquier como también alfombras de alocados colores, todo se mostraba increíblemente lleno de vida, siendo así, estar dentro de aquella casa daba una sensación placentera y obligaba a poner atención a cada cosa que había en cada pared y rincón de ella. Por consiguiente, en razón de la fuerte lluvia que estaba teniendo lugar, luego de recorrer la casa no nos quedó más opción que tomar asiento directamente en el comedor, en donde sin perder mucho tiempo sirvieron distintas cosas para “picotear” como decían de vez en cuando los adultos en situaciones similares a estas. En tanto, como no conocíamos a Blanca en lo absoluto, ni tampoco al hombre que estaba junto a ella, que luego de un rato sabríamos que su nombre era Claudio y se trataba de su esposo, nos remitimos a comer lo que había dispuesto sobre la mesa y cada tanto sonreír cuando nos hablaban o indicaban algo sobre nosotros.

    Con el pasar de los minutos llegó la hora de almorzar, enhorabuena, pues, con el tremendo temporal que había no teníamos mayor diversión estando en aquella casa, a pesar de que Blanca y Claudio figuraban como dos personas bastante amables no era suficiente como para pasar un emocionante día junto a ellos. De este modo, una vez acabamos de almorzar y de comer un postre, afortunadamente mamá tomó la iniciativa e incitó a Rudi a que nos marcháramos de allí, quien sin cuestionárselo demasiado se preparó y en breves instantes nos vimos en la puerta despidiéndonos, dejando a modo de promesa que vendríamos en otra ocasión.

    Los siguientes días con Tamara estuvieron marcados por la lluvia, días nublados y otros un tanto soleados en los cuales fuimos sorteando panoramas según las condiciones, transitando entre quedarnos dentro de casa mirando la televisión, saliendo a jugar al bosque y compartiendo con su padre y nuestra madre. Al final, las vacaciones que habíamos imaginado no resultaron del todo impresionantes, la lluvia cayó durante gran parte del período imposibilitando que pudiéramos aventurarnos a gusto en el bosque, pero de todas formas pudimos divertirnos inventando diferentes juegos y ocupando recónditos espacios dentro de la casa, como por ejemplo para jugar a la escondida.

    Un par de días antes del final de las vacaciones se repitió la dinámica del primero de estas, Rudi fue de regreso hasta Santiago por la tarde para llevar a Tamara, en tanto con mamá nos quedamos tranquilamente en casa repitiendo la idea de ver películas en su pieza en la gran televisión que allí tenían, a diferencia de la nuestra que era más bien pequeña. En medio esto, luego de ver haber visto dos películas seguidas, mamá cambió radicalmente la situación al poner las noticias solía ver sin falta al anochecer, y que cada vez que eso ocurría con Luciano nos retirábamos para ir a ver monitos animados a nuestra pieza, sin embargo, en esta ocasión algo sorprendente apareció en las noticias, dejándonos a ambos totalmente atónitos: según la persona que aparecía dando las noticias, para la fecha de año nuevo se pronosticaba que ocurriera el fin del mundo.

    [1]
    Duda.

    [2]
    Producir [algo] un sentimiento de placer o admiración muy intenso haciendo que la persona olvide todo a su alrededor.

    [3]
    Llenar un espacio con algo hasta que no quepa más

    [4]
    Juego infantil chileno derivado de la Rayuela.

    [5]
    Aspecto positivo de algo, que sirve de estímulo y mueve a una persona a realizar una acción o a actuar de determinada manera.

    [6]
    Que no se altera, perturba o muestra emoción alguna ante una impresión o estímulo externo que normalmente producen turbación, desencadenan una emoción o inducen a determinada acción.

    [7]
    Desplazarse navegando a través del agua

    [8]
    Ímpetu o violencia desproporcionados con que alguien o algo se mueve

    [9] Que dirige toda su atención a una actividad o pensamiento, aislándose de lo que lo rodea.

    [10] Proceder (una cosa) de otra o derivarse de ella.

    [11]
    Empeño muy fuerte que pone una persona en hacer una cosa.

    [1]
    Claridad de la luz al salir o ponerse el sol, especialmente la del anochecer.

    [2]
    Viaje de larga duración, lleno de aventuras adversas y favorables.

    [3]
    Primera luz del día, antes de salir el sol.

    [4]
    Gozo o alegría muy intensa que se hace ostensible.

    [5]
    Examinar algo con mucha atención, tratando de averiguar las interioridades o detalles menos manifiestos.

    [6]
    Variar una cantidad, una intensidad o un valor en sentidos opuestos y alternativamente.

    [7]
    Que no se altera, perturba o muestra emoción alguna ante una impresión o estímulo externo que normalmente producen turbación.

    [8]
    Que dirige toda su atención a una actividad o pensamiento, aislándose de lo que lo rodea.

    [9]
    Que es intangible o poco definido, y a la vez, sutil o sublime.

    [10]
    Tener en gran cantidad o intensidad la cosa que se expresa.

    [11]
    Molestar o fastidiar mucho a alguien.

    [12]
    Ponerse a salvo de un peligro o penalidad en un lugar.

    [13]
    Existencia de una amenaza o peligro inminente para una persona o cosa.

    [14]
    Hacer que una persona retroceda mentalmente a un tiempo o época pasada.

    [15]
    Cuidado con que se trata un asunto o se hace una cosa.

    [16]
    Resplandor (luz o brillo).

    URL de esta publicación:

    OPINIONES Y COMENTARIOS