Lorenzo encendió su vehículo y echó marcha hacia atrás para salir de su garaje.
Una mirada rápida al retrovisor fue suficiente para pudiera colocar su camioneta en la carretera.
El tipo empezó a pensar en su novia, al tiempo que se incorporaba en la gigantesca autopista, para salir de su ciudad.
Vanesa se había convertido en la luz de sus ojos, la dueña de sus tardes y sus noches. Un ángel que había llegado a alegrarle la vida.
Aún recordaba cuando se la había topado aquella mañana en el campo de golf que estaba frente a su casa. Él no sabía cómo jugar, y sin embargo, ella más allá de sentir lástima por su amanera tan ridícula de golpear la pelota, se acercó a enseñarle porque vio en su rostro algo especial.
Lorenzo se reconocía a sí mismo como un tipo encantador, capaz de atrapar con su conversación a cualquier persona, sobre a una mujer. Vanesa no fue la excepción, ya que aquella mañana no había pasado ni una hora hablando con ella, y ya sentía que era suya.
Después de una semana, empezaron a salir con frecuencia; se hicieron amigos. Después de un par de meses conocieron a sus respectivas familias y amigos; convirtieron su amistad en noviazgo y empezó una nueva etapa para ambos.
Todo era perfecto… tras seis meses de novios todo había sido perfecto…
No solo su noviazgo era perfecto… todo en su vida. Tenía apenas veintisiete años, pero su futuro era prometedor. Era hijo único. Sus padres lo querían demasiado y estaban a punto de dejarlo a cargo de las empresas.
Lorenzo se salió de la carretera, enfilándose sobre un sendero que se perdía entre los árboles de una espesa selva. Tuvo que bajar la velocidad, puesto que el camino empezó volverse algo irregular.
Todo el mundo lo quería… sus amigos, sus padres, sus compañeros de trabajo. Todos sus conocidos lo tenían como una persona de confianza; y Vanesa… Vanesa, Vanesa, Vanesa… ella era la mejor… jamás encontrado a alguien tan genial.
Con Vanesa había logrado romper un record. Había logrado ganar su confianza en menos de una semana; y como no lo iba a hacer, si era un tipo “labia”, muy respetuoso e inteligente.
Vanesa lo inundaba con cada llamada, con beso, cada caricia, cada palabra, cada llamada. Le encantaba todo de ella; su risa, sus labios rojos, su cuerpo delgado, su cabello negro lacio, su elocuencia al hablar. De repente, sintió unas ganas incontrolables de verla, de regresar con ella… tan siquiera una vez más…
Aquel pensamiento: “Quiero verla”… se juntó de repente con el hecho de que ya había llegado a su destino.
El joven se detuvo frente un claro. Dio un suspiro y apagó el coche, del cual se bajó inmediatamente.
Era verano y la selva estaba llena de vida. Se escuchaban los ruidos de las aves y algún mono a lo lejos; la vegetación estaba verde y el ambiente estaba lleno de humedad.
Lorenzo abrió la cajuela, sacó una bolsa negra y se internó entre los árboles. Su caminar fue lento, casi arrastraba la bolsa, ya que esta le pesaba bastante.
Mientras caminaba con dificultad, no dejó de cantar la melodía que le recordaba a su novia:
“Eres el amor de mi vida… el destino lo sabía… y hoy te puso ante mi…”
“Y cada vez que miro al pasado, es que entiendo que a tu lado, siempre pertenecí…”
El tipo llegó hasta una pequeña cañada. Con mucho esfuerzo, se volvió sus pasos y dio cuenta del espeso líquido que la bolsa había venido dejando al ser arrastrada.
Lorenzo tocó el plástico y se llenó los dedos con aquella sustancia roja.
Con un silbido despreocupado, Lorenzo abrió la bolsa, solo para toparse con el rostro macilento de la persona que tanto lo había amado durante aquellos meses. El joven sonrió, se colocó unos guantes quirúrgicos y con mucho cuidado, extrajo la cabeza cercenada de Vanesa.
— Su peor error —dijo Lorenzo. Sosteniendo la cabeza por el segmento de la espina dorsal que sobresalía de su cuello—. Su peor error fue confiar… fue amar… fue confiar…
Lorenzo le dio un beso sobre a la cabeza cortada y como si su novia todavía lo escuchara, le susurró al oído:
— Es una lástima, porque yo también te estaba empezando a querer… pero ya sabes cómo es esto… —el veinteañero lanzó la cabeza a la cañada, y esta cayó junto a los cuerpos y cabezas de varias chicas en avanzado estado de descomposición.
Con una gigantesca sonrisa retorcida, Lorenzo vació el resto del cuerpo destazado de su novia y una vez concluido el espantoso trabajo, lanzó una fuerte exclamación hacia la cañada:
— ¡LORENA, SOFY, PILI, SONIA, SELENE, RUBÍ, RITA, GEORGINA, AMANDA, LAURA, CECILIA, MARTINA, RAQUEL, ESTEFANÍA Y… SERGIO! ¡VINE A VERLOS, Y ADIVINEN QUE… LES TRAJÉ UNA NUEVA AMIGA! ¡ELLA ES VANESA! ¡ELLA ME AMA TANTO COMO USTEDES A MÍ!
Lorenzo dio media vuelta y canturreando una melodía que él mismo había compuesto, regresó a su vehículo dando pequeños saltitos.
“Su peor error fue confiar, su peor error fue confiar…”
Federico C. Márquez
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