La pregunta inevitable

Me contó Gonzalo, que hace unos días, un primo de Oscar, de unos veinte años, había subido al autobús sonriente mientras se despedía de unos amigos, y el conductor le había recriminado asegurando que se estaba riendo de él.

El primo de Oscar dijo: “¿Yo? ¿Por qué me iba a reír de usted”, y entonces el conductor se apartó la melena y contestó: “Porque me falta una oreja”. Efectivamente le faltaba la oreja derecha.

Una señora se puso a despotricar contra los jóvenes y lo poco respetuosos que son. Y el primo, que ya estaba bastante amoscado, se fue al final donde habían quedado un par de asientos libres.

La señora le siguió y se sentó a su lado, casi empujándole para acomodar a su gusto los paquetes y bolsas que llevaba. Continuó la perorata contra los jóvenes y la falta de respeto. Era como si hablara sola, pero el destinatario de la charla estaba bien claro. La regañina duró por lo menos diez minutos, y el primo, que es muy educado, la aguantó en silencio.

Por fin, la señora pulsó el botón para solicitar la parada, aunque se quedó sentada hasta que el autobús se detuvo. Con el vehículo ya parado, recogió la impedimenta, se dirigió a la puerta de salida y desde allí se despidió del conductor. El primo vio que la señora se había dejado un pequeño paquete, envuelto para regalo, sobre el asiento, y aunque su primera intención fue llamarla y devolvérselo, finalmente optó por cogerlo y discretamente guardarlo en el bolsillo de la cazadora. Esa fue su venganza.

Gonzalo, aparentó que daba por concluida la historia. No me pude contener y pregunté: “¿Qué tenía el paquete?”. Soltó un carcajada y dijo: “La oreja del conductor”. (*)

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(*) Esta narración es la recreación de una «historia urbana» que se contaba hace años con ánimo jocundo y sin pretensiones de veracidad.

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