Un sábado cualquiera en mi apartamento en Los Chaguaramos, con el pretexto de la cocina un grupo de amigas compartíamos vinos, charlas y canciones. La conversación transitó por los temas que eran pasiones comunes: la polaridad política, los estrenos recientes en la cartelera cinematográfica, los percances amorosos. Y cuando ya el vino había circulado, cantábamos dichosas.

Ese sábado fuimos interrumpidas por la visita imprevista de un amigo que hacía rato me rondaba queriendo «profundizar» nuestra amistad y como en la previa conversación con mis amigas cuando llegamos a la sección romances tuve poco que aportar, lo dejé subir. Quien sabe si en el próximo encuentro relataba una historia cuyo inicio había presenciado el grupete. Eso sí, sin cambiar el tono de la reunión porque las amigas primero.

Veinte minutos después el pana huía despavorido, y yo amable y coqueta como suelo ser, lo acompañé hasta la entrada (en este caso la salida) del edificio. Él, perturbado y preocupado me dijo «revísense, ustedes tienen mucho rencor». Atenta seguí su consejo y revisé el play list. Allí estaba: El último Adiós, Maldito Amor y un Señor Juez que por lo visto juzgaba menos que mi amigo.

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